jueves, 28 de diciembre de 2006

Mariconadas animadas de ayer y hoy


Cuando yo iba a la escuela (hablo de la segunda mitad de los ’80) si uno miraba telenovelas era medio maricón. Mejor dicho, nos gloriábamos de haber visto todo lo de Schwarzenegger salido hasta la fecha, soñábamos con Robocop y envidiábamos la dureza de aquel moco que Rambo lanzó para darle a una lamparita (creo que en “Rambo III”, cuando los yanquis peleaban contra los rusos en Afganistán, apoyando a los talibanes). Pero ninguno quería confesar que nos matábamos con las producciones de O Globo, aquellos novelones brasileros inspirados en obras de Jorge Amado. Cómo me acuerdo de eso. Yo me las miraba todas. Dos por tres se venía anunciando algún capítulo medio zafado en el que Beija Flor se bañaba en una cascada y se le veían las tetas. Entonces uno se las arreglaba para ver ese capítulo prohibido. Hoy esto suena a risa. Sobre todo porque para las generaciones recientes es del todo imposible no ver tetas apenas uno deja la lactancia.
Desde la mitad de la tarde hasta las once de la noche estuve en una elección de horas de profesores. Si hubo un comentario recurrente, aparte del calor, fue que esta noche pasaban el último capítulo de “Montecristo”, la telenovela del canal argentino TELEFÉ. Con Mª llegamos tarde a casa; ella (que ha seguido la serie) se lamentaba de la hora y pensaba que se había perdido todo… ¡Pero no!... Prende la tele y se encuentra con algo parecido a “Operación triunfo”… ¡Está Marley en exteriores conduciendo el preámbulo al capítulo final! ¡Hay como 7.000 personas ahí para mirar en una pantalla gigante el final de la vendetta interpretada por Pablo Echarri!
Ahora ha transcurrido por lo menos media hora desde que todo empezó. Yo salí a hacer unos mandados, volví y me senté a escribir estas palabras. A mis espaldas están Mª, su televisor y esa historia. Para que el ruido no me moleste me conecté los auriculares y escucho bien alto un disco de Charles Mingus.
Debo decir que nunca miré ni dos minutos seguidos de “Montecristo” A decir verdad, me ha aburrido cada vez que me le he acercado). Sí soy un apasionado lector de “El conde de Montecristo”, la novela de Alejandro Dumas en la que dicen que la serie se basa. La leí cuando tenía 19 años; me la habían prestado. Mi entusiasmo fue tanto que se lo contagié a mi hermano, siete años menor que yo. Era un niño que estaba en su último año escolar y que con unos pesos que tenía se compró una edición en tapa dura que terminó de leer en dos o tres semanas.
(En este momento, en un tiroteo, ha muerto uno de los buenos a balazos. Mª me dice que se llama Ramón… ¡No! ¡Alto! Era una actuación… Parece que después de que todo terminó se dedicó al cine. Menos mal, porque se había dejado matar prácticamente.)
Como llegamos tarde y no teníamos ganas de cocinar, yo fui hasta un 24 horas que queda a unas cuadras de acá. Tenía que comprar agua, fiambre y mayonesa. Así que pedaleé hasta la calle Camino de los Gauchos, una calle que detesto, sobre todo a la madrugada, cuando puede ponerse peligrosa; pero sobre todo porque todo en ella respira suciedad, más allá de la mugre. Cuando ingresé al supermercado entraban junto a mí unos muchachos que saldrían de trabajar a esa hora. Allí había un televisor, con “Montecristo”, volviendo de la pausa, como no podía ser de otra manera·Por los uniformes supe que los muchachos trabajaban en una casa de instalación de toldos del centro de Maldonado. Venían hablando entre ellos y uno por lo visto embromaba al otro diciéndole “¡Dejá! ¡No seas puto!”. El que dijo esto, se abalanzó de repente sobre una cometa de Peñarol y estampó un beso sobre su escudo. Me dieron ganas de no ser de Peñarol. Luego de que fui hasta las vitrinas del fondo por una botella de agua, me arrimé hasta la entrada, hacia el lugar en que despachaban el fiambre y estaba el televisor. Una precisión: las dos mujeres que trabajan en este supermercado me parecen levemente hombrunas. Simplificando, son machonas. Tuve que estar parado por lo menos un minuto hasta que ella por casualidad me viera y apartara la vista de la tele. Yo estaba en un estrecho pasillo, de frente al televisor y de espaldas a la caja. Por allí andaban los muchachos del comienzo.
-¡Vo! ¡Sabés qué! Llego a las casas y me pongo a ver “Montecristo”… -dijo el que había besado la cometa de Peñarol.
-Pero apurate porque termina –dijo la machona.
Y bueno, las verdad es que me gustó eso de que la gente estuviera enganchada con eso de un relato y sus desenlaces. Se nota que el ser humano tiene hambre de esas cosas, como para salir muerto de trabajar y quedarse hasta tarde viendo la tele para saber qué pasa. Sentí algo de envidia como alguien que intenta crear historias.
-¡¡Echarri!!... ¡¡Qué actorazo!! ¡¡Por Dios!! –de nuevo el muchacho del beso.
Por mi cabeza pasaron los apellidos de varios actores que me fascinan…
Mientras tanto, la machona cortaba el fiambre que le había pedido (algo de salame), pero yo miraba la tele. Cuando le pedí que me cortara algo de queso un tipo casi sin dientes y con un aliento que me pareció parecido al del vino se me acercó y me preguntó si estaba atendido. Le dije que sí. (En este momento, estando con Mª acá en casa, Santiago le clava algo en la panza a Marcos [el traidor]… Me parece que lo está por matar). La siguiente vez que saqué la vista de la pantalla y la dirigí a la machona, me di cuenta de que ella colocaba sobre la bolsa de nylon la última feta de queso… con-la-mano… La verdad es que me dio repulsión… ¿Eso qué quería decir? ¿Que había colocado también el resto del queso y todo el salame con la mano? No lo sé… Ahora estamos masticando ese fiambre bien metido entre dos panes. A Mª no le dije nada, por supuesto. ¿Qué derecho tengo para estropearle la noche?
1: 20 AM Mª come su pan con fiambre mientras Pablo Echarri se reencuentra y se besuquea con Paola Krum. Finale con tutti…
De pronto, Mª me toca el hombro.
-La verdad es que hay que ser maricón para mirar esta novela –dice.
¡!...

domingo, 24 de diciembre de 2006

Parábola de la higuera

Estas palabras están dedicadas a todas aquellas personas con las que me crucé esta noche en el centro de Maldonado, todas aquellas personas histéricas, que se empujaban unas a otras en medio del fragor de las compras de Navidad. Estas palabras van para aquel gordo de aquel Fiat que quería llegar cuanto antes a un comercio y se insultó con otro gordo porque este le había sacado el lugar para estacionar. A todos ellos, ¡Feliz Navidad!

"El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán". (Mateo 24:35)

jueves, 21 de diciembre de 2006

Peluquerías


Algunos comentarios que tienen que ver con lo que tenemos sobre la cabeza.

1- Hace un par de días iba caminando por la calle 24 de Punta del Este. En cierto momento giré la cabeza hacia una peluquería que había por allí. La peluquería tenía una sola clienta. Una mujer, creo que era una matrona judía, que me miraba fijamente como tratando de decirme algo. Le sostuve la mirada algunos segundos hasta notar que, efectivamente, sus ojos me estaban recriminando. Yo estaba haciendo algo que no debía: MIRARLA. En la cabeza tenía una especie de batido, como si le hubieran vaciado un tarro de helado de dulce de leche y crema. Además, había una especie de nylon grueso que cubría algunas partes. De algunos huequitos sobre distintos puntos salían disparados unos pinchos rubios y blancos. Evidentemente, la peluquera la había dejado sola por un instante. Y allí estaba la doña, como algo frágil, pero una fragilidad hecha de ridículo. Mientras me daba el ángulo no dejé de mirar un solo segundo la cabeza de aquella mujer. Sus ojos me decían de todo, me excomulgaban, me decían que era siete veces maldito, que maldito sería al levantarme y maldito al acostarme, maldito al almorzar y maldito al cenar. Me acuerdo ahora de un cuento de Giovanni Papini, “El espejo que huye”. Es un cuento en el que se plantea lo triste que sería el hecho de que de repente el mundo se detuviera y sin embargo permaneciéramos con la conciencia intacta, de tal modo que pudiéramos contemplar con total tranquilidad eso que estábamos haciendo cuando el mundo se detuvo. Difícil rehuir la idea de la ridiculez, ¿no es cierto? Yo, por ejemplo, apenas terminada la oración pasada, estaba matando un mosquito, si el mundo se hubiera detenido yo habría quedado con las palmas abiertas, iluminadas por esta lamparita que me alumbra el teclado (además, le erré al mosquito: mayor ridículo aun).

2- Volvía de jugar al fútbol antes de anoche y tomé por la calle 25 de Mayo, en Maldonado. Quienes puedan, vayan y vean el cartel que está sobre una peluquería que queda en esa calle, a pocas cuadras de Joaquín de Viana. En realidad, son dos carteles. El más grande es extraño, llama la atención, si eso es lo que se quiere hacer con un cartel. Se ve la cabeza de una rubia de bucles inclinada sobre una almohada o un colchón (no importa qué). Es una chica muy linda. Pero… ¡le falta un ojo! Es decir, lleva un parche, como un pirata, como Daryl Hanna en “Kill Bill”. ¿Conclusión? Debe de ser una chica mala, una chica atrevida, por eso va a esa peluquería. Ok. Pero el cartel que está abajo, más chiquito, me conmueve. Aparece allí la típica familia contenta. Papá, mamá y la nena. Mamá, luce como recién salida de la peluquería, y la nena también. Pero mamá se ve recatada. La nena, por otra parte, exaltada en su ser de “nena”. ¿Y papi? Bueno, este… Papi es un pelado…

3- Siguiendo por las calles de Maldonado, pasemos ahora a una peluquería que queda por la calle Sarandí, más específicamente entre las calles Treinta y Tres y Arturo Santana. Bueno, no es necesario que pasemos al interior de la peluquería. Solamente démonos una vuelta por la calle y miremos hacia la puerta. Como hago yo de vez en cuando al volver de ver a Felipe en su trabajo. Si tenemos suerte (yo la he tenido en este sentido) vamos a ver que la dueña, o al menos la peluquera-alma-mater, está afuera, tomando el sol de la tarde o refrescándose, no importa. Se la puede ver de lejos. ¿Por qué? Por su peinado, que es una especie de peluca de cotillón, esas que tienen la parte superior aplastada y ambos costados llovidos hasta el nacimiento de los hombros. El color es una mezcla entre el fucsia y el violeta. Algo así. La verdad es que uno supone que el peinado se lo hizo ella misma, o al menos se lo hicieron bajo su atenta mirada. Si alguien que está al frente de una peluquería luce de esa manera, tiene que llamar la atención. Para empezar, como publicidad de la propia peluquería es bastante ambigua. ¿Qué hacer, señora, si usted se encuentra en el trance de acceder a la casa y se encuentra con que la encargada tiene eso en el cuero cabelludo? Entiendo, depende de lo que usted busque. Yo, por lo menos, me quedo pensando en que uno ve cada vez más este tipo de peinados en mujeres que ya no son tan jóvenes; hablo de mujeres de entre 40 y 50. Pensar que cuando uno era chico le pedía a sus padres alguna peluca como esas para poder disfrazarse en Carnaval o sencillamente para asustar en una fecha cualquiera. Hoy en día ese chirriante objeto de deseo está por sobre nuestras madres, un poco inaccesible como para apropiárselo.
(Cosa rara: acabo de escribir las líneas anteriores y en el equipo de audio Muddy Waters canta “She’s all right”)

viernes, 15 de diciembre de 2006

Just LOVE

Ayer Valentín me había enviado un mail en el que me decía que allí en donde trabaja, al lado, tenía el último disco de los Beatles: “Love”. “Love” es un disco que surgió a partir de la intención que los productores del Cirque du Soleil tenían de incluir un espectáculo basado en la banda de Liverpool. La palabra de Valentín para definir lo que sentía fue: “I-M-P-R-E-S-I-O-N-A-N-T-E”. Cuestiones de permisos mediante, George Martin (para mí sin duda ninguna el verdadero 5º beatle) y su hijo Giles realizaron una mezcla y una remasterización de varias canciones. Hoy Mª fue hasta Punta del Este y se apareció con el disco. Me trajo de regalo además (como una suerte de Papá Noel adelantado y fuera de tono) una antología de Medesky, Martin and Word, que casi ni escuché. Hace unos instantes que terminé de escuchar completamente los casi 80 minutos de “Love”, y ya estoy escuchándolo de nuevo. Es cierto que Valentín y yo somos un poco traumados. Pero él se quedó corto… Esta nueva colección de canciones es (un) S-U-E-Ñ-O… El concepto del disco es además muy psicodélico, altamente psicodélico, lo que no podía dejar de ser si se trata de música destinada a un espectáculo circense. Al escuchar mezcladas varias canciones entre sí uno vuelve a redescubrirlas o, como en algunos casos, a descubrir aspectos pasados por alto. Es la vieja técnica de la yuxtaposición o la comparación: uno pone cosas al lado de otras y ahí recién nota las características particulares de cada una. Escuchando estas mezclas me sorprendí notando tonalidades en común, escalas recurrentes, etc. Hay momentos gloriosos, como el pasaje en que se unen “Drive my car”, “The Word” y “What you’re doing” (¡¡con el solo de guitarra de “Taxman” unido al final del solo de “Drive my car”!!). O el pasaje previo que va desde “Get back” a “Glass onion”. Me impactó escuchar juntas canciones como “I want you (she’s so heavy)” y “Welter Skelter”, o “Within you without you” con “Tomorrow never knows”. O las versiones de “Lady Madonna” y “Strawberry fields forever”. Ayer entré en Google luego de leer el mail de Valentín, queriendo saber más sobre el disco, y me encontré con un blog en el que un crítico de música, creo que chileno, comentaba particularidades de cada tema. En un momento dijo que le sorprendió la batería en “Within you without you / Tomorrow never knows”, como si tuviera algo de los Chemical brothers. Al punto le escribió alguien diciéndole “Ignorante!!!”. Y es que cuando uno piensa en la música electrónica o “trance”, etc., empieza a rascar para encontrar algo parecido a sus orígenes y ¿a dónde llega, por ejemplo?: a “Tomorrow never knows”, precisamente. Es un lugar bastante común lo que voy a decir, pero este disco nos recuerda la vigencia incontrovertible de esta música, su carácter clásico, el sonido que muchos, hoy, cuarenta años después, quisieran obtener. Sólo algunas veces había sentido algo parecido a lo que me pasó hoy cuando escuché este disco. Y había sido durmiendo. Recuerdo algunos sueños absolutamente disfrutables en los que escuchaba canciones de los Beatles, pero por alguna razón esas canciones eran inapresables, eran una canción y en seguida eran otra y luego ambas y otra distinta al segundo. Este nuevo disco logra por varios minutos esa unión utópica, esa síntesis de la esencia de la obra de uno o varios artistas que uno sólo concibe a veces en la tierra de los sueños.

martes, 5 de diciembre de 2006

Otra versión de Judas Iscariote

Hoy martes a la tarde di algunas vueltas por el centro haciendo mandados, etc. Antes de llegar a casa pasé por el Super Market de Avda. Aiguá para comprar algo de comida para los perros. En seguida, apenas me bajé de la bicicleta y mientras la trancaba, se me aparecieron dos niños que sin siquiera saludarme me pidieron plata para el Judas. Uno, el más alto, tenía la cara mugrienta, y el otro, el más bajo, tenía los dientes más o menos partidos. Olvidándome de que que no tenía ni una moneda encima y de que iba a hacer la compra con una tarjeta, les dije que si me cuidaban la bicicleta les daba algo. Antes de salir del supermercado me di cuenta, y resolví comprarles un par de barritas de chocolate. Al regresar al estacionamiento, le di una barrita a cada uno. Las pelaron y se me quedaron mirando.
-¿Saben quién fue Judas? –pregunté mientras iba destrancando la bicicleta.
Los chicos se miraron y empezaron a reírse; pero era una risa rara, como si las barritas de chocolate les dieran hipo.
-¡Qué sé yo! –contestó el más alto.
-Pero si ustedes piden plata para el Judas tienen que saber quién fue… Averigüen por ahí… Es fácil…
El más alto se repone…
-Yo sabía –dijo –pero ahora me olvidé…
De pronto el más bajo habló.
-Para mí que es Dios…
-¡Opa! –dije –Eso sí que es una respuesta fuerte.
-¿No es Dios, entonces?
-No… no es Dios…
Me fui diciéndoles que averiguaran para cuando volviera, y entonces les daría plata para el Judas.
uando llegué a los semáforos en el cruce con Bulevar Artigas, me pregunté por qué no podía ser Dios… Y si hubiera sido Dios tendría que haber pasado lo siguiente… Como Jesús se endulzó demasiado con el eso de ser el Mesías, Dios Padre calculó que la Pasión no iba a producirse como tenía que producirse y la redención del género humano corría serios riesgos. De modo que (Él, que todo lo puede) tuvo que asumir otra forma más para poder hacer que el Plan siguiera como estaba previsto. Y se hizo Judas para poder entregar aquella parte de Sí mismo que no se resignaba a cumplir con su cuota (Jesús). En definitiva, Dios Padre se sacrifica hecho carne, pero un poco más elaboradamente, como si todo hubiera sido una simple agitación en el Espíritu del más alto, una agitación de un espíritu que se rebela contra Sí y que es preciso sofocar.
Es como decía Vaz Ferreira, “Los únicos dioses buenos resultaron los hechos a base de hombres.”
Entonces llegué a casa y me comí la barrita de chocolate que me había comprado para mí.

viernes, 1 de diciembre de 2006

Adiós, Fulano...



Quevedo dijo que el amor era más poderoso que la muerte… Para no dejar mal parada a la muerte, voy a decir que ella es por lo menos un poco más poderosa (depende del caso como siempre) que la pasión con que algunos lectores se enfrentan a sus libros, como se verá a continuación.

Hoy hizo mucho calor, volvió a hacer mucho calor. Como ya no estoy trabajando, ahora me encuentro en el pleno trance de luchar contra mi cuerpo, porque trato de levantarme temprano (digamos que 9:00 ó 9:30 está bien…) para aprovechar mejor el día… Siempre me pasa lo mismo en verano, el alma se me separa tanto del cuerpo que al final termino ansiando el tedio de los horarios… Lo cierto es que hoy me levanté a eso de las 10:30 luego de haber apagado el despertador a las 10:00. Como Ma está en Minas, en casa no hay ruidos y se puede dormir mucho mejor. Apenas me levanté seguí con la lectura de “Leviatán”, de Paul Auster (muy buena…). A eso del mediodía me llegan un par de mensajes de Felipe desde la playa, anunciándome lo hermosa que estaba el agua. Me pedía que nos viéramos a eso de las 19:30 en la parada 3, luego de que él saliera del trabajo… Pero como hoy era día de cobro, yo también tuve que hacer mis cositas mientras Felipe se dedicaba al ejercicio de la burguesía, mientras soñaba con el mar. Tuve que ir al liceo (lo que implicó encontrarme con el desolador panorama de varios administrativos metidos en sus oficinas y escuchando la radio, ¿soñando con el mar?), ir al banco, a una casa de fotografía y a un supermercado. Luego volví a mi casa, me cambié y junté una bolsa con ropa sucia para llevar al lavadero. Cuando llegué allí vi un espectáculo conmovedor, similar al que había visto en el caso de los administrativos del liceo o en los cajeros del banco o en las cajeras del supermercado: el Agobio. La mujer que atiende el lavadero (que es tan, pero tan, pero tan flaquita que parece un personaje de "El extraño mundo de Jack") se queja del calor que hace allí dentro debido al aire caliente que sueltan las máquinas. Su marido también andaba por allí. De repente ambos me miran y me dicen "¡Se nota que vas para la playa!" . ¿Qué debía sentir yo exactamente? ¿Piedad? ¿Culpa? ¿Indiferencia?... No lo sé, quizás un licuado con las tres cosas, pero con muchos cubitos de hielo. Llegué al mar a eso de las 17:30. El agua no estaba tan encantadora como me había dicho Felipe en sus mensajes del mediodía. Además, desde el lado de la playa Brava soplaba un viento que levantaba algo de arena. Esto último a mí no me molestaba mucho, pero sí irritó un poquito a cinco turistas españoles que había a mi derecha (dos parejas y un hombre solo, todos entre los cuarenta y los cincuenta). En el agua no había nadie. El agua estaba un tanto fría y tuve que nadar y entrar en calor para poder pasarlo lo mejor posible. Recién cuando salí del agua el viento que arrastraba arena me molestó... la mochila se me había llenado de arena. De los cinco españoles, cuatro estaban leyendo. En uno de los matrimonios, ella leía la antología (?) "La vida te despeina" y él leía la última novela de Carlos Fuentes. El hombre solo leía una guía del Uruguay con fotografías básicas y el hombre del otro matrimonio leía un libro que no pude espiar lo suficiente como para saber cuál era. Entonces yo saqué mi ejemplar de "Leviatán", de Auster para matar sus últimas cincuenta o sesenta páginas. En eso, mientras todos leíamos, una mujer vieja pasó caminando por la orilla en el momento justo en que sonó su celular. Algunos dejamos de leer de inmediato para escuchar lo que decía la mujer, el resto de los lectores lo hizo más paulatinamente. Antes debo aclarar que era imposible no escuchar a la vieja, porque no hablaba, GRITABA.

"Hola. ¿Quién habla?" (esto no nos decía mucho, no nos compensaba lo suficiente por la interrupción...).

"¡No te puedo creer!" (esto otro ya era algo...).

"¿Te vas a quedar a dormir acá entonces?" (nada que decir...).

"¿Hoy mismo es el sepelio?" (¿Y ahora?...).

Los turistas intercambiaron miradas entre sí... La vieja se alejaba con sus gritos hacia el lado del muelle pero ya era imposible oírla. Yo miraba a los turistas, ahora los turistas me miraban a mí. El sol seguía bajando por el cielo de la playa Mansa. Luego me acordé de los administrativos... Y luego, naturalemente, pensé en el muerto. En el que se había ido. Ese que para mí no iba a ver más, nunca más, brillar el sol sobre la tierra. ¿Qué son estas palabras en total? ¿Algo como esos ingenuos graffitis que dice que vivamos la vida porque es una sola? Por supuesto que no. Eso es una guasada. Hay que comer, hay que trabajar, hay que criar hijos. Hay muchsa cosas elementales, que las hay, las hay... Luego llegó Felipe, pasadas las 19:30, comentando cosas que se le ocurrían mientras atendía el kiosko. Es que a veces nos dedicamos a hacer reflexiones taradas pero no menos necesarias sobre qué hacemos con el tiempo y por qué...


Ahora me acuerdo de algunas cosas más que tienen que ver con todo esto. Anoche leía en "Leviatán" un diálogo entre el narrador y Ben Sachs (su amigo), hablaban acerca de lo que es de repente saber que a uno no lo separa nada, o muy poco, de la mismísima muerte. ¿Qué cosas se lamentaría uno?... Hoy de tarde, en medio de los quehaceres luego de salir del banco, pasé a ver a Fiorella en la librería del centro de Maldonado, donde trabaja. Entre una cosa y otra (somos muy divagados cuando conversamos) me habló de un poema de Raymond Carver que habla de algo parecido, habla de esa sensación que a veces podemos tener de vivir ciertas cosas "de propina", es decir, vivir ciertas cosas buenas inmerecidamente pero vivirlas al fin y al cabo... En fin, lo de siempre... son temas tan delicados, que uno parece oscilar entre el lenguaje zen o el lenguaje de la Reader's Digest.


domingo, 26 de noviembre de 2006

El subrayado de la viuda

Ahora que las clases han terminado, me decidí a hacer una pilita con todos aquellos libros que tengo que leer en el verano y que he deseado leer durante el transcurso del año. Como siempre, como todos los años, esta pilita se caerá por su propio peso y por la negligencia de sus ambiciones. Sé que dentro de dos o tres semanas varios de estos libros que he elegido van a volver a la biblioteca y se sumarán algunos imprevistos. Por lo pronto mi pilita tiene los títulos "Un hombre y su mundo", de Arturo Sergio Visca, "Leviatán" y "La invención de la soledad", ambos de Paul Auster, "La guerra de los gimnasios", de César Aira y "Redoble por Rancas", de Manuel Scorza. Por ahora empecé con el primero de los que nombré, el libro de ensayos de Arturo Sergio Visca". Luego de haber leído con deleite "Abril rojo", de Santiago Roncagliolo y con no tanto deleite "El mago", de César Aira, proseguí leyendo la novelita de la que he hablado "Devoradores de plástico", pero como ha sido destinada al baño, su lectura es ocasional. La edición del libro de Visca que tengo es interesante. Es del año 1978 y fue editado por la Biblioteca Nacional. Uno lo abre y encuentra en la primera página (en blanco, claro) un "20" tachado y debajo un "10", o sea el precio por el cual lo compré hace más o menos un año. Tuve que haberlo comprado en alguna de mis idas a Montevideo en diciembre, cuando fui a ver a mi abuela materna por su cumpleaños; debió haber sido en alguna de las librerías de la calle Tristán Narvaja; aunque una parte de mí se resiste y me dice que puede existir la mínima posibilidad de que ese libro haya sido comprado en la feria de los domingos de Maldonado. Pero la particularidad más sobresaliente de este libro como objeto es la dedicatoria del propio autor a la viuda del narrador Víctor Dotti. Dice así: "Para Irma G. de Dotti, amistosamente y con el recuerdo de Víctor y su admirable narrativa. Arturo Sergio Visca. Montevideo, 28, V, 79". Las páginas siguientes están llenas de presuntos subrayados de la viuda y, en muchos casos, se limitan a asociar lo que plantea Visca con el pensamiento de José Ortega y Gasset. Es más, al final de un ensayo titulado "Un rostro y su enigma", la lectora escribió lo siguiente: "Excelente, pero ortegasiano". Pasando a la obra en sí, cuando uno lee el prólogo del autor parece interesante, más que nada porque aparece allí planteado el procedimiento de escritura que va a animar todos los ensayos que vendrán a continuación: "(...) para una justa intelección de las intenciones que han orientado la elaboración de estas páginas no debe olvidarse (...) que en las mismas se ha procurado fundir sensibilidad y conceptuación." Sin embargo, cuando empecé a leer el libro, de inmediato, en los primeros ensayos, encontré un esquema típico que se va reproduciendo una y otra vez. 1- El autor mira su entorno y se siente ensimismado, o sobrecogido por el ambiente que lo rodea 2- Se sucede una serie de metáforas más o menos evidentes, más o menos interesantes, para detallar, recrear ese momento de sobrecogimiento. 3- Por último, se plantea la "tesis", lo que el autor pretende decir (ideas sobre la soledad, sobre la relación del hombre con las cosas, etc.) 4- Conclusión. Bien... debo decir que en la mayoría de los casos me ha extrañado encontrarme con reflexiones que, aunque probablemente ciertas, me han parecido evidentes o, en los casos más soprendentes, plenas de un panteísmo (creo que ateo) medio trasnochado. Seguiré leyendo...

lunes, 13 de noviembre de 2006

Devoradores II


Hemos vuelto de la playa con Felipe. Ahora él anda por algún lugar de la cocina preparando unos fideos. Después de nadar un rato y sacar unas fotos, le leí el comienzo de "Devoradores de plástico", primero en portugués y luego traducida al español, y lo cierto es que en la segunda oportunidad no nos daba tanta gracia... (Antes que nada quiero aclarar que todo esto no se trata de eso que los estudiosos de la lengua llaman "prejuicio lingüístico"; muy por el contrario, me fascina la lengua portuguesa). Acá va el comienzo... (entónese con la prosodia de un narrador de radio, y si es deportivo, mejor).

"Eram sete horas da noite no bairro do Harlem, em Nova Iorque. Os moradores do lugar (que trabalhavam no centro de Manhattan) regressavam a suas casas para jantar, quando das luzes das ruas se apagaram. Havia muito tempo que nao acontecia nenhum defeito nas instalacoes elétricas e os transeuntes ficaram surpreendidos. Mas aquilo nao era suficiente para incomodá-los. As luzes dos faróis dos carros passaram a iluminar as ruas escuras. Mas o contratempo aumentou, quando a outra metade do bairro também ficou imersa na escuridao. Já preocupados com o insólito acontecimento, alguns moradores do Harlem telefonearam para a polícia, exigindo providências.
E, de repente, todos os telefones deixaram de funcionar! Isso já era mais grave! Nunca acontecera uma 'pane' geral nos telefones de Manhattan e ninguém sabia a que atribuir o defeito. Sem comunicacoes com o resto da cidade, os habitantes do Harlem comecaram a se assustar. Nao havia luz elétrica, nem telefones! Que mais estaria para acontecer? A resposta nao se fez esperar. (...)"

Primero quiero decir que los signos de esclamación me han conmovido profundamente. Segundo, que si uno se fija cómo empiezan generalmente este tipo de historias uno encuentra un manual de todos los pasos que hay que recorrer para captar al lector, lo demás es el arte que uno le ponga al asunto.
Hoy, más temprano, cuando coloqué en el blog el texto "Devoradores I", dije que tenía casi la total seguridad de que se trataba de extraterrestres... ¡¡Error!! Tres o cuatro páginas más adelante aparecen los verdaderos responsables de los desastres en "Nova Iorque"... Me parece que varios ya habrán adivinado... Continúa...

"Enquanto isso, muito longe dali, num 'Laboratório de Pesquisas Científicas' instalado em um subúrbio de Pequim, o General Mio-Kang-woo, um dos dez primeiros na hierarquia do Partido Comunista Chinês, visitava uma sala secreta do prédio, onde era recebido pelo Professor Ham-fong, perito em guerras bacteriológicas. Nesse momento, o cientista estava debrucado sobre uma grande tina de vidro, cheia de água espumejante. Seus assessores, que conduizam o general naquela visita, mantiveram-se respeitosamente de pé, perfilados contra a parede do laboratório.

-Que é que o senhor quer me mostrar? -indagou o general, aproximando-se do professor.

-Olhe, general! Quero que o senhor conheca os meus truques!

O militar olhou para a água e nao viu nada que lhe chamasse a atencao. Mas nao quis passar por ignorante.
-Virus? Bacilos?
-Nao, general. Bactérias artificiais! Eu consegui aperfeicoar a descoberta do meu colega, Professor Herbert Caldwell, de Londres! E usarei, contra o Ocidente, uma arma criada no própio Ocidente! Mas muito mais eficaz, sem dúvida alguma...
-Nao comprendo. Nao estamos em guerra como eles... ainda.

-Nao se trata de uma guerra... ainda.

-Entao, o que é?"

Más o menos hasta esa instancia llegué. Habría leído más si no me hubiera pasado gran parte de la tarde rascándome las picaduras de unas aguavivas chiquitas en la espalda. Pero, como siempre que uno lee este tipo de novelas, da para pensar en muchas cosas. El sábado a la noche estuve en la Feria del Libro hablando con Milton Fornaro, cuya última novela "Cadáver se necesita", me gustó mucho. Precisamente me decía cómo gran parte de nuestros narradores actuales (los uruguayos) descuidan el factor de la acción, mejor dicho, la necesaria continuidad de los hechos. Y también, y esto creo yo que está íntimamente relacionado con lo anterior, me hablaba de esa suerte de estigma que entre nuestros narradores poseen géneros como el policial y el thriller. Casualmente (y no tanto) estoy leyendo "Abril rojo", de Santiago Roncagliolo, y me he encontrado con una gran historia, muy bien narrada, y por sobre todo, con un thriller, con un thriller que no le falta el respeto (por el tema que trata) a otros novelistas peruanos como Manuel Scorza...
Mañana o pasado mañana sigo hablando de los devoradores.

Devoradores I

Primero, un comentario de una estudiante esta mañana de lunes. Me contó que fue a la Feria del Libro de Maldonado con su madre y le pidió que le comprara un libro de poemas. "¿Y para qué querés un libro de poemas?", le preguntó la madre. "¿Para qué lo voy a querer?", respondió la hija "¡Para leerlo!". Dejo las conclusiones en manos de los lectores.
Pero, de todos modos, quería hablar de lo que me pasó el fin de semana... Este fue el fin de semana de los devoradores...
Mª se había ido a Minas a visitar a su madre, así que a la tarde aproveché para reunirme con tres de mis estudiantes a tocar algunas canciones. Hasta la misma tarde de ese sábado banda tenía nombres tan dudosos como "Los tomates rellenos", "Gagá Dadá" o "Porjobi". En una de esas, mientras ensayábamos, apareció Ignacio Fernández, al que había visto relativamente poco luego de su vuelta desde Pelotas (había ido invitado por Aldyr Garcia Schlee a la Feria del Libro de esa ciudad, que aún no ha terminado). Apenas llegó nos sacó unas fotos y sacó su pequeño grabadorcito para captar algunas muestras de nuestras canciones. Antes de irse me pasó unos libros en portugués que había traído. Yo le había pedido algunas cosas de Murilo Rubiao y Moacyr Scliar, pero no me consiguió nada en particular; así que me pasó un par de libros "Orgias", de Luis Fernando Verissimo (¡qué apellido impertinente para un escritor!) y una de esas novelas de bolsillo de ciencia ficción (que en lengua española solía publicar Bruguera) llamada "Devoradores de plástico", de Tony Manhattan. Cuando Ignacio leyó en voz alta el título de este libro poniendo esa voz de relator de fútbol brasilero, supimos que el nombre de la banda ya estaba asignado. ¡Hay que leer ese tipo de cosas en portugués! ¡Son muy graciosas! Sobre todo porque muchas frases, palabras o giros del portugués nos suenan arcaicos o ingenuos en nuestra lengua... Con Valentín solemos reírnos de un par de ejemplos buenísimos en los que se percibe esa extraña sensación: "Gasolina sem chumbo" - "Nafta sin plomo"; "O abogado do Mandinga" - "El abogado del Diablo"; "O planeta dos macacos" - "El planeta de los simios". Claro está que una de esas pronunciaciones típicas de presentador brasilero contribuye al efecto. ¿Dónde estaba? Ah!, sí... en la novela "Devoradores de plástico"... Resulta que se produce un gran apagón en New York y luego los automóviles comienzan a apagarse uno a uno... Está claro, un OVNI está entre los humanos. Leí un par de páginas, así que no puedo precisar con certeza si los devoradores de plástico son extraterrestres, pero tiene toda la pinta de que va a ser así.
[Amigos... Felipe acaba de llamarme para ir a la playa... La seguimos luego...]

jueves, 9 de noviembre de 2006

El feriado sincrético del Dr. Vázquez

Creo que muchos ya se habrán enterado de lo último que dijo el presidente Tabaré Vázquez. Yo había ido en la tarde de ayer, miércoles, a la casa de mi padre a merendar; y en eso, en medio del café con leche, vemos a Vázquez hablando en un acto en la ciudad de Salto. Su idea era (es... sigue siendo...) la de resumir todos los feriados del año concentrándolos en una sola fecha, la fecha del natalicio de José Gervasio Artigas (19 de junio). La intención es algo así como la de aunar todos los hechos que se festejan en cada feriado (con sus respectivas convicciones) en un solo festejo, el festejo del nacimiento del máximo líder de los uruguayos. Ademas, el presidente manifestó haber tratado la idea con un grupo de asesores... O sea que la cosa ya está bastante maquinada, de manera que cuando uno tenía la esperanza de que todo esto fuera sólo el producto de una insolación salteña, se descubre que hay más gente que está en la misma.
Digamos algunas cosas al respecto.
1- Es un tremendo disparate, de los más grandes que he escuchado en este año.
2- Es cierto que uno de los males de los uruguayos es esa especie de carnavalización de la vida (y del año). Siempre buscando huequitos y oportunidades para hacer lo que realmente se tiene ganas de hacerse (muchas veces nada)... Siempre contabilizando los fines de semana largos que traerá el nuevo año... Siempre empezando el año después de la semana de Turismo... Pero esto de que haya un feriado por año es abusivo; como si a uno le fueran a dar una paliza en las nalgas y, en vez de recibirla con una vara, se la recibiera con una de las columnas del Palacio Legislativo.
3- De aprobarse esa medida, estaríamos llegando al punto final de un degeneramiento que lleva algún que otro lustro. Hace tiempo que los uruguayos venimos observando cómo las fechas de los feriados cercanos a un fin de semana (y ni tanto) se corren hacia un viernes o un lunes y nos dejan trotando a lo bobo, despreocupándonos del valor real y efectivo del feriado en cuestión y persiguiendo la zanahoria del fin de semana largo que nos cuelgan delante. Las fechas patria, los feriados, o como se les quiera llamar, son puntos de referencia para una comunidad. Cada comunidad mide el ritmo de su Tiempo, de sus procesos, según fechas en que las actividades se detienen, marcando la llegada de un "no-Tiempo", la llegada de una mirada que viene del pasado que nos revisa; el arribo, en definitiva, de una instancia en la que dejamos de hacer lo que hacíamos para medirnos como comunidad, para tomarnos el pulso ante el mundo y sus acontecimientos. Pensemos en cualquier tipo de sociedad que consideremos medianamente modélica y veremos en seguida que son indisociables de esos "tiempos-sin-tiempo" en los que todo se detiene y cada ser se vuelve sobre sí mismo por causa de una fecha pasada, remota... En la Biblia, encontramos en el Salmo 90 las siguientes palabras: "Devuélvenos en gozo los días que nos humillaste, / los años en que desdicha conocimos." La idea que se desprende rápidamente de estos versículos es la del temor de caer en arrogancia, la clara conciencia del dolor fructífero que, reconocido, se transformará en gracia. La creación de un feriado sincrético (un feriado que condense todos los feriados) es uno de los pasos más peligrosos (arrogantes) que podemos dar como comunidad, y sería un trastocamiento sensible de nuestro ciclo. Es cierto que los feriados y sus significaciones en nuestro país puedan estar deprimidos, pero esta medida acentúa ese estado, pues hay cosas que operan a un nivel muy profundo en la sociedad. Además, desplazar los significados de varias fechas y hacerlos reposar en un lecho artiguista es otro error. Hay fechas que, si bien no son irreconciliables, de juntarse, de convertirse en una sola, borrarían los necesarios límites que existen entre ellas. En otras el ejemplo se vuelve aun más escandaloso: reconocer que el 19 de junio es, también, de algún modo (?), el 1º de mayo y el 12 de octubre (me sigo preguntando todavía si todo esto es verdad) es alterar estructuras complejas, delicadas. Por otra parte, ¿cuál es la imagen de José Artigas que el Gobierno está legando? ¿La de un ser inconmensurable que atraviesa la Historia y se expande en todas las cosas? ¿Un "panartiguismo"? No quiero ser exagerado, pero he leído cosas parecidas en algunas novelas de ciencia-ficción o de anticipación... cosas del tipo: "En Él se resume todo. Él ya lo hizo. Estuvo antes que todos y lo hizo (...)".
Por si fuera poco, hoy me enteré también de que Chávez, el presidente de Venezuela (una suerte de hermano-mayor-sábelo-puédelo-todo para Vàzquez) ha prohibido la Navidad en cualesquiera de sus manifestaciones que huelan a Yanquilandia...
Tenía para el final una serie de chistes que aparecían en un diálogo entre padre e hija en el Uruguay de 2037. Cosas como Artigas en el palo mayor de una carabela gritándole "¡Tierra!... ¡América!" a Colón. O la escena sobrecogedora de una noche de 1886 en Chicago, cuando la Divina Gracia de Artigas asiste a un grupo de trabajadores, días antes del desastre.
Pero ya ni me dan ganas de reír.

miércoles, 8 de noviembre de 2006

La caca y el terror

Bien, han continuado los días de alejamiento de tartatextual...
Ahora, debido a los trabajos que me ha llevado la edición de la revista Iscariote del mes de noviembre.
He recibido comentarios (por fuera del medio del blog) acerca de mi última entrada, sobre todo de ese comentario acerca de un pacto con el Diablo. El primero fue de Leonardo Cabrera, diciéndome si la figura de ese gordo no era en realidad un fiolo cualquiera del barrio Kennedy que me había extorsionado (por decirlo de una manera delicada)... El segundo comentario fue un mail de mi propia madre, implicada directamente en los hechos. ¿Por qué nunca le había contado nada?, me preguntaba. Y sobre todo, quería saber por qué diablos (sí, "diablos") el carnicero no me había cobrado aquel kilo de chorizos... En realidad, no he tenido tiempo para responder a esas inquietudes... Pero seamos justos, tampoco me lo he tomado como para pensarlas...
¿Qué estoy leyendo?... Estoy leyendo en estos días, y estoy casi a punto de terminar, una novela del escritor uruguayo Milton Fornaro: "Cadáver se necesita". Creo que puede ser la mejor novela uruguaya del año. Aún no leí "Diario de un demócrata moribundo", de Fernando Loustaunau... Pero esto de Fornaro me parece de lo más entretenido y bien escrito que ha dado la narrativa uruguaya en, digamos, los últimos diez meses. Aun cuando tenga algunas frases o giros expresivos que me suenan a verdadero cliché literario, la estructura (sobre todo eso) y la suspensión de esa Verdad que todos queremos saber y que se va escamoteando a lo largo de las páginas es lo que me hace sentir que estoy en presencia de una muy buena novela. Hay una buena manera de medir una buena novela, y es sentir que lo primero que queremos hacer cuando lleguemos a casa es masticar algo en la merienda y sentarnos cómodamente a leer ese libro del que hemos estado pensando en algunos instantes del día... y si es posible no comer nada y empezar a leer. Bueno, eso me pasa con "Cadáver se necesita". Así que, amigo Fornaro, has subido conmigo un par de escalones hacia mi Cielo... JA!
Hoy me escribió un mail muy lindo Mauricio E. Pagola (colaborador rutilante de Iscariote). Creo que lo poco que tiene de íntimo es de todos modos compartible, es decir publicable sin riesgo de que Mauricio salga a la calle y sea identificado y lapidado por activistas feministas. Aquí va...
Damián: para este número no te mandé nada, creí que estaba a tiempo. Mi intención era abordar con una nota el libro "Filosofía del Terror o paradojas del corazon", del filósofo norteamericano Nöel Carroll. Lo que pasó, o lo que pasa, es que todavía estoy leyendo el libro. Quiero, necesito releer ciertos pasajes y capítulos enteros. Después, comenzar a escribir todo lo que ya tengo escrito en la cabeza, siempre y cuando el bebé ya tenga tomada la memita, haya hecho su provechito, y haya olor a cremita y no a caca en su ropita. O sea mi espíritu y mis ganas siguen estando con Iscariote, así que disculpas.
P.D : Qué lindos y qué jovenes quedaron en las fotitos, esos pelos...tienen un aire tan lennonmacartniano, o sea a lo mejor de la década de los 60.
Abrazos.

Bien, creo que es toda una definición de nuestro amateurismo intelectual. Ya lo saben, estimados seres pensantes, asediadios por los problemas cotidianos que nos quitan el tiempo... Se puede cambiar los pañales del nene de cuatro o cinco meses y pensar en la estética del terror en el cine. Gracias, Mauricio, me tocaste el corazón con un dedo.

can-sa-do

Estimados lectores de tartatextual:

Lamento profundamente haber hecho un silencio por algo más de diez días... Aunque, si no había nada para decir, no veo por qué persistir en publicar cualquier cosa... Pero, como sea, sí había algo para decir, en realidad había mucho para decir... Bueno, se me está yendo la mano... a decir verdad, había muchísimo para comentar sobre estos días... Muy mucho (verbi gratia)...(Digamos que ahora estoy en mi cyber preferido, el de la calle Camino de los Gauchos, el cyber más indómito en doscientos metros a la redonda de mi casa. Es un cyber atendido por una simpatiquísima inmigrante boliviana y sus dos hijos rebeldes (adolescentes). Algún día tendré que hacerles la debida fama a estos personajes que condimentan cada día que entro a la web. ¿Por qué no? Y también tendré que hablar de todos estos chicos que me rodean desde hace un año o más y que se la pasan todo el día jugando a la computadora... A cualquier hora que yo llegue al cyber ellos están acá jugando a unos juegos extrañísimos de tácticas y estrategias y magia y persecusiones y acumulaciones siderales de puntos y créditos para luego salir del cyber y encontrarse con que ¡opa! ¡el sol seguía brillando ahí afuera!...)Hace días que he estado trabajando para Iscariote, diseñando, leyendo notas y ocasionalmente escribiéndolas... Todo contacto con internet quedó restringido a algunos mails a los colaboradores y la búsqueda de imágenes para pegar en la revista. Hasta estoy leyendo muy poco y viendo pocas películas (creo que lo último fue "Mr. Arkadin", de Orson Welles y "Vértigo", de Alfred Hitchcock). Ocasionalmente he salpicado mis días con lecturas de "El éxtasis de la montaña", de Julio Herrera y Reissig. Lo que más he hecho con toda certeza ha sido escuchar música. Si la música se pesara en gramos, tendría un par de camiones llenos. Redescubrí incluso un disco que había escuchado parcialmente hacía unos años, un disco en el que los Beach Boys tocan en una fiesta. Uno escucha las risas de aquellos hombres y aquellas mujeres de California que los estarían rodeando con sus blancas sonrisas y sus cabellos llenos de sal y dañados por el sol. Allí está la famosa "Barbara Anne". Pero también se encuentran sorprendentes versiones de tres temas de los Beatles, "Tell me why", "You've got to hide your love away" y "I should have to know better". Probablemente sea "Tell me why" la más linda versión de las tres... (Mañana me voy a arrepentir de lo que digo). Y hay algunas joyitas más, como un cover de un tema de Bob Dylan, "The times they're are they changing", y una versión grandiosa, hecha ahí nomás, de "Blueberry Hill" un clásico standard de jazz del que Louis Armstrong hizo alguna versión memorable. Pero por sobre todo, no he podido dejar de escuchar un disco de John Coltrane llamado "Coltrane plays the blues". Es un disco hermoso, pleno de intereses y sentimientos diferentes que terminan reuniéndose en un sólo punto. (¿No sienten que cualquier cosa, cualquier opinión que uno haga sobre una composición musical, en realidad, no quiere decir nada? ¿Qué fue eso que dije de que todo se reúne "en un solo punto"? Dejo fuera de esta crítica, obviamente, a los estudios técnicos sobre música, del tipo: "si nos detenemos en estos compases observaremos que el cambio en la tonalidad... etc., etc.) Hoy estuve en Punta del Este con Alfonso Larrea (amigo mío desde la época del liceo y colaborador de Iscariote) y me dijo que casualmente hacía poco que se había comprado ese disco y que no podía dejar de escucharlo... Hablando de Iscariote, la semana pasada fue la presentación (el jueves 26) y tengo que decir que fue moy emotiva, porque no sólo se apareció por allí gente muy querida, sino gente que ni conocía y que se mostró muy interesada. Incluso, algunas preguntas del público motivaron un debate muy interesante acerca de la situación de los contenidos o medios culturales en el interior de nuestro país. Al final, cuando nos estábamos sacando unas fotitos posando con todos aquellos ejemplares de la revista, Mª empezó a vender revistas con un sentido salvaje y conmovedor de lo que es el capitalismo. Y vendió muchas... Nos fuimos contentos... ella, Valentín, Francisco (el hermano de Valentín), Felipe y yo terminamos comiendo unas hamburguesas gordotas en un quincho de comidas en la Avda. Joaquín de Viana, al lado de un pelotero lleno de niños. De vez en cuando caían algunas pelotitas al lado de la mesa. Incluso había algo muy cómico. Había una columna de las que sostenía el techo al lado de donde estábamos comiendo y que tenía un adhesivo que marcaba la altura en centímetros. Como en el metro cuarenta de altura había una línea roja o de otro color chillón y acusador, al lado estaba escrita una leyenda que prohibía el ingreso al pelotero a todo aquel que sobrepasara dicha línea. La idea estaba muy buena. Estuvimos un rato coleccionando el recuerdo de personas adultas que habíamos conocido y que estaban por debajo de la altura que marcaba esa línea. Pero no valía citar enanos. El que citaba enanos perdía... Igual, creo que ninguno conocía un enano. el único enano que conocí yo fue el enano "Puchito", que vino con un circo a mediados de este año a Maldonado. Era un circo aburrido. Me acuerdo que había ido con Romina, mi sobrina de cuatro años, que estaba emocionada porque nunca en su vida había ido a un circo (sobre todo porque, ella no lo sabía, tenía cuatro años). En cierto momento de la función, cuando estaban actuando los payasos, la miro y me doy cuenta de que estaba mirando el techo concentradamente. A la salida le pregunté si le habían gustado los payasos. "No", me respondió "Estaba mirando el techo"... Bueno, mi sobrina es un poco especial...¿En qué estaba? Ah, sí... Estábamos hablando de gente de baja estatura (aún con el peligro de que Valentín se enojara). Y nos acordamos de una conocida que casi se ahogó en las termas de Salto, en una piscina que no superaba el metro treinta o cuarenta de profundidad en toda su superficie.¡Ah! Hoy pasé por la iglesia de Punta del Este y vi los arreglos que le han hecho, más que nada la nueva pintura, una especie de celeste. Estaba buscando al Presbítero Pablo Maguna para darle un ejemplar de Iscariote. No había nadie en la iglesia. Me senté en uno de los bancos y me quedé allí un rato. La iglesia de Punta del Este tiene un aire decididamente anglosajón, igual que la del barrio San Rafael. Lo que no me doy cuenta aún es si el estilo es del todo gótico. Voy a tener que repasar algunas cuestiones o preguntar por ahí. La cuestión fue que me dieron ganas de ser cristiano de verdad, no un tipo que vive con la carga de querer serlo. (Por favor, que después de esta afirmación nadie me mande mails asegurándome la pronta Salvación). Esta semana, además, a alguien se le dio por decir que yo había hecho un pacto con el Diablo, y esa afirmación corrió por el liceo donde trabajo, y unos alumnos vinieron en medio de un recreo queriendo saber cómo había sido, ni siquiera preguntando acerca de la autenticidad del comentario. ¡Qué honroso eso de creer ciegamente en esas cosas todavía! "¿No le van a contar nada a nadie?", "No, no, profe... Se lo juramos"... "Bueno, resulta que una noche cuando yo vivía en el Kennedy mi madre me mandó a comprar chorizos a la carnicería. En eso veo que uno de los bosques había una lucecita naranja que bajaba y subía... Y sentí una voz que decía: 'Damián. Damián. Ven sólo un momento, Damián' Entonces fui y llegué a ver un hombre gordo vestido de traje. La lucecita naranja era de un habano que estaba fumando. '¿Quieres ser grande?', me preguntó. 'Sí, sí, quiero ser grande, señor', le contesté... 'Entonces ya está', dijo 'ya estamos hecho... Tú y yo tenemos un trato.' Y eso fue todo. Después fui hasta la carnicería y el carnicero no me quiso cobrar. Ahí empezó todo, más o menos".Esa fue la historia.
Bueno, no cuento más: ya me puse muy confesional por hoy. (Ampliaremos)
Son casi la una de la mañana. Estoy cansado, me voy a dormir.
Sólo quedarán aquí estos chicos jugando sus juegos en la computadora. Aguantando la noche.

jueves, 19 de octubre de 2006

Chicle textual

No sé por qué, pero la escena se ha repetido, salvo unas pocas excepciones, siempre de la misma forma. Voy por la bajada de la calle de mi casa, estoy volviendo del liceo. Brilla el sol del mediodía. Mientras freno (el estado de los tacos de los frenos es lo que puede variar en todo este asunto), veo que el cartero me ha dejado sobre el muro, apenas resguardado por el contador de luz de mi vecino, un paquete con el envío mensual de la revista La Letra Breve. Hoy me llegó el número correspondiente a este mes, el número 22. Lo abro de inmediato al entrar en la casa y, como se me sale el egocéntrico por los poros, hojeo buscando las páginas en que aparezca la tercera parte de mi novela corta "Los trabajos del amor" (lo de "novela corta" es una denominación de uno de los editores de la revista: Leonardo Cabrera). Veo un cuento de Leonardo de León ("Fantasmas de agua") que aún no he leído y sigo hasta encontrar mi texto. Miro la fotografía que le han puesto para ilustrarlo y me parece muy acertada. Es una ruta vacía, iluminada con agunos focos casi sobre el fin de la tarde. Pero además me gusta que la imagen esté tomada desde uno de los costados de la ruta, y justamente desde un lugar como aquel en el que imaginé estacionado el automóvil de los protagonistas. Sigo pasando las páginas. Veo un cuento de Hernán Casciari, que tampoco he leído. Luego aparece un artículo de Pedro Peña. Lo mismo: no lo he leído. ¿Qué leí? Pues solamente mi texto. Y para mal... El primer párrafo me pareció de una torpeza molesta. Sobre todo cuando podría haberse arreglado agregando un "luego" o un "entonces" (aun cuando tengo la íntima convicción de que abuso de la palabra "entonces"). Y haber dividido ese párrafo en cuatro o cinco también me habría hecho muy feliz. La primera página, en definitiva, no me parece gran cosa. Me gustó mucho más la segunda y última. Pero es en esta donde noto la peor torpeza: un error en el orden de los diálogos tal que lo que debe decir un personaje termina atribuyéndosele a otro. Así que para el próximo número voy a tener que escribir una "fe de errata" que diga algo así como: "Estimado lector: tendré en muy alta consideración que sepas disculpar el orden de los diálogos en el tercer capítulo de "Los trabajos del amor", específicamente en la línea 61 de la columna 1 de la página 5. Deberás omitir el diálogo que dice: '-Estás de gracioso...' y sustituirlo por 'El Toto empezó a reírse'. Gracias."
Más tarde me encontré con Fiorella en la librería Libros-Libros, del centro de Maldonado. Trató de consolarme diciéndome más o menos lo siguiente: "¿Y qué querías? ¿De qué te quejas?... ¿No querías hacer esto, ir escribiendo sobre la marcha y apurado por un plazo de entrega?"... En efecto, el corazón de Fiorella no cabe en esa librería... Yo le respondía que sí, que claro, pero que había que sacar aquellos errores. Después me puse a pensar que un error esperable del hecho de escribir por entregas pueda ser perder la perspectiva que se tiene sobre la historia, salvo que seas Dumas o Tolstoi, claro... Pero las entregas de Dumas o Tolstoi eran, creo, cuando menos, semanales. Ahora, cuando uno tiene todo un mes por delante para que se le ocurran cosas, eso ya es otra cosa. En un principio, "Los trabajos del amor" fue pensado como un cuento, días después, mientras caminaba con Valentín Trujillo en unsa fría pero soleada tarde de julio, por la Playa Mansa, surgió la posibilidad de que fuera una novela. En realidad la idea fue de Valentín. Fue él el que me dijo que en esa historia que se me había ocurrido pasaban tantas cosas que ya era posible hablar de novela. (Voy a tener que hacer un alto para decir que mientras caminábamos entre los médanos en esa tarde en que no se veía a casi nadie por ningún lado, encontramos de pronto, agachados en círculo como rodeando alguna cosa, unos niños cuyas edades no pasaban de ocho o nueve años a lo sumo. ¿Qué rodeaban esos niños? ¿No había ningún adulto por allí? Eran cuantro niños, tres varones y una niña. En el centro, cuando nos acercamos, vimos una tortuga de mar enorme, muerta, hinchada de pudrición y como a punto de reventar. Había un pozo improvisado junto a un médano y los niños trataban de empujar el animal hasta allí. Nos pidieron ayudar y empezamos a rodear la tortuga buscándole gusanos o algo por el estilo. Valentín le dio suavemente con la punta de un zapato. Yo hice lo mismo, y la impresión fue la de pegarle a una bolsa de agua caliente rellena de dulce de leche. Valentín decía que nos fuéramos. Yo hice un intento de mover la tortuga empujándola con un pie, pero era demasiado pesada, había que cargarla con los brazos para llevarla hasta el pozo contra el médano. Me daba asco, pero esa sensación se entreveraba con la cara de Valentín haciéndome señas para que siguiéramos camino y con las voces de los niños pidiéndome que por favor llevara la tortuga hasta donde ellos me decían. Me olfateé las manos y fui tras Valentín, que bajaba el médano. Allí nomás, del otro lado, como a unos veinte o treinta metros, encontramos una niña de unos cinco o seis años, con cara de enojada y sucia, despeinada. Estaba sentada al sol y escarbaba con un palito en el médano. "¡Hola!", dijimos. Pero la niña nos miraba y no nos decía nada. Es más, comenzó a obervarnos de una manera insoportable. "¿Te peleaste con los otros niños", le pregunté. Ella no dijo nada y siguió escarbando con el palito. "¡Qué horrible estos niños solos en la playa! ¿Dónde están los padres?", decía Valentín. Luego agregó: "¿De dónde habrán venido?". "De las profundidades de la tierra", dije. "¿Eh?..." Lo que mencioné es un título de un cuento de Arthur Machen que recomiendo ampliamente. Pero eso sí, después de leerlo te vas a tener que pensar tres o cuatro veces el hecho de tomar sol en una paya solitaria, sobre todo si de repente ves que empiezan a aparecer algunos niños sucios o desprolijos a tu alrededor. ¡Pero, bueno!... Creo que debe ser la tercera vez consecutiva que menciono a Machen en este blog.) Sigamos con la charla sobre "Los trabajos..." en aquella caminata de julio. Valentín me insistía en que mi idea podía transformarse en una novela de algo así como cuatrocientas o quinientas páginas. Íntimamente yo sabía que no podía dar para tanto, pero esa noche diseñé un esquema de trabajo distribuyendo el argumento en una serie de hechos con posibles variantes que se me iban ocurriendo. Así calculé que "Los trabajos..." podía distribuirse en ocho partes, de aproximadamente dos o tres páginas cada una. Lo que significa que quizás ni estemos en presencia de una novela corta ni una nouvelle. Es cierto que la esencia de una novela no está dada necesariamente por su extensión, sino, como dice Eco, por una serie de movimientos semejantes a los de la respiración. Pero creo que mi persistencia en llamar simplemente relato a "Los trabajos..." tiene que ver con mi aversión a una costumbre tan de nuestras letras uruguayas por estos días: la cantidad de novelas de setenta o cien páginas que inundan las vidrieras de la librerías. En efecto, a veces "menos" es "más", y lo cuantitativo puede transformarse en cualitativo. ¿Como imaginar entonces esas magníficas obras que son "La guerra y la paz" o "El conde de Montecristo" sin sus tiempos muertos y sus lagunas?
Sucedió por esos días que le planteé a Leonardo Cabrera la posibilidad de publicar un nuevo cuento en La Letra Breve (el anterior había sido "El clavo en la cruz", en dos entregas). En un principio, "Los trabajos..." estaría constituído por dos partes que saldrían en los números de agosto y setiembre. Leonardo, con una confianza ciega que me honra y me conmueve, recibió la primera parte y la publicó. Días antes de que le enviara la segunda, me animé a decirle que no eran dos partes, sino ocho, por lo cual el relato se extendería hasta el mes de abril del año siguiente por lo menos. Fue un delicado abuso de mi parte hacia la figura del editor. Leonardo, como es lógico pensarlo, me quería matar, pero no encontró ningún ómnibus que le facilitara las combinaciones posibles entre San José y Maldonado. Pero instantes después empezamos a sentirnos cómodos con la idea. Ahí fue cuando tuve la sensación, sostenida por el compromiso que marca la publicación mes a mes, de estar escrbiendo un "texto-chicle". Durante todo el mes tengo el tiempo suficiente como para hacer lo que quiera con la idea que ya había establecido sobre lo que pasaría en cada capítulo. Así que me la paso masticando y hago con el chicle un globo o un símil de tallarín. Como Leonardo me permite escribir hasta dos páginas (lo ideal para él sería una) en agosto me di cuenta de que el capítulo tres debía subdividirse necesariamente en dos, por lo que la cantidad de capítulos pasó de ocho a nueve. (En este momento en que estoy escribiendo esto siento olor a quemado... Era el arroz que estaba preparando para los perros, quedó hecho un mazacote...). Quería decir también que exste un capítulo, el 8, que está escrito y al que le voy a agregar muy pocas cosas. Es algo así como una recreación del pasaje de Paolo y Francesca de la "Divina Comedia". El Toto y Morales son alternativamente ambos personajes de la obra de Dante. Pero ya estoy mostrando demasiadas cartas... Hoy, por ejemplo, iba en bicicleta bajando por la calle Arturo Santana y se me ocurrió cómo contar la cuarta parte de "Los trabajos..."; y espero darle un cambio significativo.
En fin, la escritura de "Los trabajos..." me divierte muchísimo y me debe quedar como un pasaje de experimentación. Y eso debe ser el escribir, ¿no? Un ver hasta dónde llegamos... Y si no llegamos a donde esperábamos, bueno, a lo siguiente entonces. Hace unos días miraba "Octubre", de Eisenstein y me acordaba de otras películas y algunos de los escritos de este notable director. En "El sentido del cine", por ejemplo, postulaba la necesidad de que, para llevar a un espectador a donde se lo quiera llevar, era imprescindible que las imágenes concitadas estuvieran en permanente tensión. Eisenstein recurría en sus explicaciones a los componentes de la tagedia griega y sobre todo al concepto de dialéctica para la filosofía de Hegel. Para Eisenstein las imágenes tenían que ser presentadas, a partir del montaje, en conflicto. En ese sentido, más allá de "El acorazado Potemkin", recuerdo mucho otra de sus películas: "La huelga".
Para el final, me pongo a pensar ahora en que me estoy contradiciendo con lo que calificaba hace unos meses como "texto-chicle". Porque me fastidian los narradores que toman un elemento del argumento y lo estiran y lo estiran y lo estiran y lo estiran y lo estiran y lo estiran y lo estiran (dije "lo estiran" siete veces, con esta son ocho...) pues en verdad no tienen mucha idea de a dónde llevar la narración, entonces: "como cosas nuevas no tengo, con lo que hay me mantengo". Por lo tanto, la idea del texto-chicle me parece muy sugerente como para dilapidarla en narradores que a uno no le gustan mientras podría ser utilizada para orientar lo que nos gustaría hacer.

viernes, 13 de octubre de 2006

El mundo de arena

Hoy ya volvió a hacer frío. No mucho. Pero la sensación primaveral se retiró. Desde ayer a la tarde que el cielo se quedó gris y sin movimientos. Mª me dijo que para anoche estaba anunciada una alerta meteorológica. No sé qué está pasando en este país en materia meteorológica. Desde el 23 de agosto de 2005, cuando algo parecido a un huracán se llevó muchas cosas de la zona sureste del país, a los meteorólogos se les ha dado por anunciar alertas con una regularidad de una o dos cada un par de meses o menos. Y no pasa nada. Cuando la alarma debió haber cundido, aquel 23 de agosto, ¿por qué no se dio? ¿Por qué nos sorprendió aquel temporal? ¿Qué son estas alarmas constantes? ¿Una culpa? Siento tantas alarmas que me parece estar viviendo en la isla de Java. Digo Java como quien dice un lugar cualquiera en el que pueden pasar cosas complicadas, aunque las tengamos a la vuelta de la esquina.
Esto último me lleva a recordar una noticia que leí en el Clarín de Buenos Aires el sábado. Un grupo de climatólogos reunidos en Bournemouth, Inglaterra, reportó que en 2100 la Tierra será un enorme desierto, como resultado del (re)calentamiento global. Es una noticia terrible y vergonzosa, sobre todo vergonzosa. El domingo, un día después de haberla leído, seguía sin poder dejar esa idea de lado. Estaba nadando. Giré la cabeza y miré la isla Gorriti, luego los bosques que se extienden por todo Maldonado. La noción de que todo eso podría o va a desaparecer en algo más de nueve décadas me dejó apesadumbrado. Creo que por eso mismo traté de amargar un poco a la gente que me rodea con ese pronóstico. Yo repetía esta frase: "El mundo, tal cual lo conocemos, va a desaparecer". Sin duda, es una de esas frases que le puede estropear la jornada a cualquier Miss Mundo. También me pareció que de tanto repetirla y ver el efecto que causaba en los demás empecé a sentir un placer perverso. Debe ser el placer perverso de los que traen las malas nuevas. Ahora entiendo a los que se meten de pastores y salen a predicar. Sí, los comprendo tiernamente.
Y ya que he dicho que la Tierra va a ser un desierto, me acuerdo de otra noticia con otro pronóstico que leí hace algunas semanas. Tenía que ver con los problemas que hay hoy en Europa a causa de la inmigración. Sobre todo con la inmigración musulmana. El domingo Rodrigo Almeida me contó que en un canal de televisión de España vio una entrevista a un musulmán que vivía con todas sus esposas e hijos en un apretado apartamento. Cada mujer tenía asignada una habitación. Cuando los vecinos se enteraron todo llegó a un nivel de discusión antropológica. La noticia de la que hablé al comienzo del párrafo decía algo así como que en unas dos o tres décadas los musulmanes se constituirán en el grupo de mayor población en Europa. Por supuesto que no es para asustarse (como he visto por ahí). Si nos asustamos tendremos que ver dentro de nosotros qué porción de nuestro ser cae en la intolerancia y cuál otra es una defensa de nuestra occidentalidad (?), me refiero a una defensa honesta con respecto al otro que es diferente y que, por lo tanto, es de alguna manera nuestro. Como sea, es una cuestión extremadamente delicada y a la vez muy interesante. ¿Qué caminos tomará el pensamiento, la filosofía, la literatura? Sólo asocio la idea de la venida del desierto y de la cultura musulmana porque me acuerdo con insistencia de unos versos de Walt Whitman (ahora sí, un profeta de verdad) que hablan de la llegada de Oriente sobre el resto del mundo. ¿Era en "Passage to India"? ¿O en alguno de los poemas de "Song of myself"? Tengo prestada mi edición de "Hojas de hierba", de modo que no puedo verificarlo ahora... Un buen motivo para volver a Whitman, entonces.

jueves, 12 de octubre de 2006

"O", de Olivetti (Lettera 30)

Como con cualquier objeto sobre el que recaigan ciertas emociones, de las máquinas de escribir deben de contarse miles de historias. No importa si el dueño de la máquina es un escritor o no. De las computadoras, ahora sí, cuando uno habla de escribir, no sé si se puede decir lo mismo. Todas las partes que componen el hardware hacen de la computadora un objeto demasiado disperso. La máquina de escribir concentra y simplifica varias funciones en una sola pieza.
La primera máquina de escribir que utilicé me la prestó un amigo del liceo cuando tenía diecisiete años. Era una Olivetti de un color verde oliva en la que empecé a escribir una serie de cuentos de fútbol (todos bastante malos, pero de divertido recuerdo). Me gustaba escribir a máquina, era una experiencia rarísima que con su sonido le informaba a los demás habitantes de la casa que si no me molestaban todo andaba mucho mejor. A veces el ruido se salía por las ventanas abiertas en la noche. Supongo que sería un ruido extraño para el barrio. Alguno pasaba por la calle y gritaba: "Seccional..." o "Marche preso...". Luego de un tiempo le devolví la máquina a mi amigo. Pero meses después volví a pedírsela para hacer unos trabajos del último año liceal.
Fue en enero de 1999 cuando mi madre se dio cuenta de que la cosa me gustaba mucho. Me regaló una Olivetti modelo "Lettera 30"de color rojo, que fue pagando en cuotas. Era verano. Yo trabajaba desde la mañana en el club de golf y esperaba que llegaran las ocho de la tarde para llegar a casa y escribir cualquier cosa... escribir por escribir... Es la máquina en la que estoy escribiendo la primera versión de este texto, antes de pasarlo al blog. Es la máquina que acabo de traer hace un par de horas del taller en que la arreglaron luego de cuatro años de desuso. Y qué placer me da, luego de tantos y tantos meses de usar computadoras, volver a escribir en este blanquísimo y apretado teclado.
En el mismo año de 1999 participé en mi primer concurso literario. Era el Premio Nacional de Narrativa de la editorial Banda Oriental. A los cuentos de fútbol que tenía sumé un conjunto de relatos que iban desde lo onírico a la ciencia-ficción y lo fantástico. Como cualquiera puede comprobar, el certamen de ese año fue declarado desierto por el jurado. No me importó demasiado, aunque algunas noches, ingenuamente, me desvelaba la ansiedad por saber el resultado. Por otra parte, fue a finales de ese mismo año cuando escribí tres relatos que no tenían nada que ver con lo que había hecho antes. Entonces me di cuenta de que el libro que había enviado al concurso era sólo una prueba de escritura que me había impuesto a mí mismo. "Escribir un libro no es difícil", me dije. Pero yo quería escribir un libro que no me diera vergüenza luego de tres meses de terminado. Aquellos tres relatos eran muy raros y me dieron la pauta de que podía hacer cosas distintas. Se llamaban "Ana y la tortuga de patas plásticas", "El baño del viejo Giménez" y "Los paseadores de bestias".
Cuando un par de años después Felipe García, Valentín Trujillo, Rodrigo Almeida, Ignacio Fernández de Palleja y yo creamos el M.A.T. (o sea, el Movimiento del Agujero de la Tortafrita), cada uno de los números de la revista del mismo nombre fue escrito con esta máquina más la de Felipe García, otra Olivetti, pero mucho más robusta, como si la mía fuera un gallo y la suya un pavo. Escribíamos los textos en hojas de tamaño carta y se las entregábamos a Felipe, que las fotocopiaba reduciendo el tamaño hasta darle la forma de la página de la revista. Era un trabajo que nos llevaba muchas horas y el dinero que no teníamos, y que hacíamos cuando el quiosco de la madre de Felipe cerraba. Tendríamos entre 20 y 22 años. Había que ver cómo resistíamos tantas horas hasta el amanecer para hacer esas revistas. Horas y horas de escribir textos que de repente faltaban, recortar, pegar, fotocopiar y volver a fotocopiar y luego a recortar y pegar de nuevo. Es que éramos tipos durísimos... (sic) Para poder soportar y soportarnos nos veíamos obligados a ingerir grandes cantidades de galletitas dulces, agua mineral (a veces jugo) y a escuchar de manera interminable los mismos discos de los Beatles, Pink Floyd, los Doors, Beethoven, Rachmaninov u Bach. Y así era, éramos incorregibles.
En el año 2002 se me ocurrió relatar más extensamente una historia que había escuchado en la sede del equipo de fútbol del barrio Kennedy. Era algo sobre un partido que se suspendió cuando un juez de línea manco y un delantero sordomudo se tomaron a golpes de puño. Eso tuvo que haber ocurrido antes de que yo naciera, en la época de la dictadura, cuando en Maldonado existía aún la divisional C.Yo había hecho un relato de media página con esa anécdota el año anterior. Pero de pronto me di cuenta de que había algo mayor escondido allí. Así que me propuse desenterrarlo hasta donde pudiera. Era el último año de la carrera de profesorado que estaba estudiando y no me quedaba mucho tiempo para escribir; aunque en vez de "tiempo" debí haber escrito "concentración". Me planteé, por lo tanto, que no debía pasar una sola semana sin que escribiera algo referente a esa historia, que terminé llamando "Historia de la agresión". Además, había una fecha que podía ser tomada como un aliciente: el 15 de noviembre. Ese día cerraba el plazo de entrega de obras para un nuevo Premio Nacional de Narrativa, que se entregaría al año siguiente. Y yo quería volver a participar. La historia de cómo me fue con ese concurso termina una tarde en que me carcomía la fiebre; había contraído una neumonía muy fuerte desde hacía una semana y casi no podía sacar el aire de los pulmones para volver a inspirar. Se me acercó mi padre y me dijo algo raro, como que Carrasco me había llamado para la Selección. Carrasco era en esa época el técnico de la selección uruguaya de fútbol. Pero cuando mi padre te dice algún disparate de ese tipo es que en realidad sí hay algo importante por detrás. Luego me dijo que me habían otorgado una mención en el Premio. Fue una convalecencia muy rara. Esa noticia cayó en mi conciencia como si estuviera viendo una mancha de humedad que se deforma constantemente. Todavía me acuerdo de los libros que leí en esos días. "Final del juego", de Julio Cortázar; "Introducción a la literatura fantástica", de Tzvetan Todorov; "La caja de hueso", de Antoinette Peské e "Informe sobre probabilidad A", de Brian Aldiss. Todo literatura fantástica o al menos terriblemente ambigua (incluído el ensayo de Todorov).
(Shhh... Me parece que ya me fui de tema... pero... ¡total! ¿No estoy escribiendo por escribir?)
La anécdota de mi máquina de escribir, en definitiva, es la siguiente.
Al comienzo, escribía "Historia de la agresión" a mano y al día siguiente, o sin falta el fin de semana, corregía y transcribía todo a máquina, en esta Olivetti. Me acuerdo de que por esos días en que la historia empezó a desarrollarse sostenidamente yo leía una antología de cuentos de Arthur Machen y que en especial me había fascinado uno llamado "N". El trabajo empezó a acumularse. También era la época en que teníamos parciales y algunos exámenes amenazaban con su cercanía. Ya por esa época, María José, mi novia, se quedaba en mi casa por muchos días. Estudiábamos juntos y luego de un rato ella se iba a mirar televisión y yo me quedaba escribiendo en el cuarto en una cuadernola o en hojas sueltas. Con frecuencia ocurría que yo me iba a dormir y María José (alias Mª) pasaba en limpio en la máquina lo que yo había escrito a mano. En una de esas noches en que yo dormía y Mª escribía a máquina, ella me despertó y me dijo que no podía seguir escribiendo: la máquina se había roto... un martillito de los que pegan contra la cinta de tinta había saltado por los aires, arrancado por la fuerza de un teclazo (¡había que ver la fuerza que Mª ponía en esa actividad!). "¿Qué tecla es?", le pregunté. "La de la 'ene'", dijo. Al principio pensé que si se trataba de una "equis", una "doble uve" o hasta una "zeta" me podría arreglar bien. Pero con la "ene" no había remedio. Porque, ¿cuántas "enes" usamos promedialmente en una sola línea? Al otro día fue cuando me di cuenta de que la tecla de la "ene" era la "N" del cuento de Arthur Machen que me gustaba. Y con cierta amargura empecé a descubrir que la idea de "Historia de la agresión" era la misma de "N". (Por eso, cuando tuve que preparar todo para presentarme al concurso, elegí un seudónimo muy pomposo, pero que trataba de explicar aquello que me había pasado: Arnold, Perrott y Harliss... los personajes de ese cuento de Machen...). Tuvo que pasar un fin de semana para que Mª fuera a su casa de Minas y me trajera una de sus máquinas de escribir, una Tippa alemana, gris y de teclas color crema. En esa máquina terminé de escribir "Historia de la agresión", y escribí todo lo que se me ocurrió el año siguiente. Cuando en 2004 me mudé a Minas, dejé esta Olivetti guardada en un armario del cuarto de mi hermano. En Minas usé también una Olivetti Linea 98 (grande como la máquina-pavo de Felipe) y, ocasionalmente, alguna de las siete Underwood de comienzos de siglo XX que Mª tenía guardadas en la casa de su madre y que unos tíos le habían regalado luego de comprarlas por lote en un remate, la mayoría de ellas esperando una restauración postergada. Pero cuando casi a finales de ese año Mª compró la computadora, me olvidé por completo de las Olivetti o las Underwood.
Hace un par de meses, mi hermana hizo una limpieza en la casa de mi madre y apartó esta máquina que nunca trasladé en ninguna de mis mudanzas. Le faltaba alguna tecla más, estaba llena de polvo y tenía algunos resortes vencidos. Cuando la llevé a arreglar, la empleada que me atendió me dijo que estaba a la miseria. Yo la miraba como si me estuviera confundiendo con Corín Tellado (nada más que por haber dado tanta tecla, nada más...). Así que ahora vuelvo a tener mi Olivetti Lettera 30, la que me regaló mi madre, casi como desde el primer día. Las teclas suenan con otro eco distinto, el carrete se desliza con facilidad aceitosa, la mugre se fue...
Hace un año me pasó otra cosa. Hacía mucho tiempo que quería leer la novela "Misery", de Stephen King. Una estudiante me la prestó. Creo que es una gran novela, sobre todo una gran novela sobre el oficio de escribir; deja muchas enseñanzas en ese sentido. ¿Y cuál pudo haber sido mi reacción cuando descubrí, bien avanzada la historia, que la mujer que tiene secuestrado a su escritor favorito le entrega a este una desusada máquina de escribir a la que le falta la tecla "N"?

lunes, 9 de octubre de 2006

La arena del fondo

¡Uf!

Ya hacía unos tres meses casi que no tocaba este blog. Quizás pueda, aparte de mi pereza, agruparse varios motivos, entre ellos el hecho de que mi computadora ha estado convaleciente todo este tiempo, si a esto se le suma que me exaspera escribir en los cybers la salud del blog también se ve resentida.
¿Qué ha pasado en estos tres meses? Bueno... 1: Iscariote ya parece un proyecto de nuevo firme... Este viernes 13 de octubre volvería a salir a la venta luego de alrededor de diez meses. 2: El documental sobre Morosoli entró en una zona de inacción peligrosa, que se agravó cuando me llamaron desde Minas para avisarme sobre la muerte de don Mario Morosoli, el hermano del escritor que aún quedaba vivo. 3: Otras cosas más...
(Ahora tengo que luchar con el sentimiento de despojar de intimidad al blog, así que voy a contar algunas reflexiones de estos días...)
El sábado llegó desde Castillos (Rocha) Rodrigo Almeida. Cuando al día siguiente, el domingo más caluroso quizás desde que terminó el invierno, fuimos a la playa. Hace mucho tiempo, sobre todo desde bien entrado el otoño, que añoraba esa extraña sensación que uno siente cuando se hunde en el agua y se va hasta el fondo y se queda allí, muy íntimamente consigo mismo (valga la apología del "yo"). Creo que fue lo primero que hice. Luego nadé de espaldas simplemente mirando el cielo mientras Felipe y Rodrigo nadaban más cerca de la playa. Como siempre, cuando estoy con Felipe, me viene esa idea de que en cualquier momento, mientras me dejo llevar, va a aparecer un tiburón y me va a morder abarcando con su dentadura mi vientre y mi espalda. Como soy tan flaco, es probable que abarque muchas cosas más de un solo mordisco. Pero yo trabajo con la idea de que va a ser solamente en el vientre y en la espalda. Felipe no puede nadar solo en el mar. Casi... Antes de ser profesor se dedicaba a hacer morey. Una vez, tomando una ola, del lado de la Brava, vio cómo un tiburón pasaba justo debajo de él. Alcanzó rápidamente la costa y se fue sin decirle nada a nadie. Entonces tardó muchos días en volver al mar. Una vez, muchos años después, Valentín Trujillo le insistía con que tenía que leer la novela "Tiburón", de Peter Benchley, y, sobre todo, su final. Felipe se resisitía a que Valentín le prestara el libro aunque se moría de ganas de leerlo. Su argumento para negarse tanto era que podía venirle tal miedo que ya no pudiera nadar nunca más en la playa. (Cuando yo era chico, tendría unos seis o siete años, mi madre me llevaba a la piscina del Campus Municipal. Como no sabía diferenciar la realidad de la ficción, o, mejor dicho, la piscina de la televisión, me daban frecuentes ataques de pánico porque pensaba como si fuera una verdad sobreentendida, que alguien había venido de madrugada y había puesto en la piscina un tiburón. Yo me contenía y nunca le decía nada a mi madre. Creo que por eso nunca aprendí a nadar, todos los niños que habían empezado junto conmigo las clases, al promediar el año, ya habían pasado al nivel 4 ó 5 cuando yo era el único en el 1. Y así hasta fin de año. Porque fui el único al que no le sacaron ni uno de los tres flotadores. Eso tenía la ventaja de que cuando los otros niños me saludaban desde el sector 8 ó 9 yo no podía hundirme. recién aprendí a nadar hace unos cuatro o cinco años. Felipe me enseñó.) Creo que estaba en la discusión entre Felipe y Valentín. Como fuera que se daba, porque ya hartaba escucharlos, me parece que de algún modo traté de resumirla en un cuento que escribí en 2003: "La hora del nadador"; quizás el mejor de todos los cuentos fantásticos que ya no me gusta escribir. Pero vuelvo a la emoción del mar. A la emoción de anticipar el verano y las idas a la playa un 8 o un 9 de octubre, cuando hace poco que comenzó la primavera. En ese cuento también le dediqué algunas líneas al placer que sentía el protagonista en flotar de espaldas y dejarse llevar al interior del mar por la corriente. Era un muchacho de no más de diecisiete años. En esos momentos, le gustaba recordar todas las penurias del invierno y de las clases (soporíferas) liceales. En todo sentido ese comportamiento es mío. Al menos en lo que tiene que ver con gozar (por oposición) de las inclemencias del frío... En fin, a eso se reduce mi fin de semana, al momento en que entré al agua un poco fresca y me fui hasta el fondo y me hice todas esas preguntas que uno no se puede hacer ni siquiera cuando camina por la calle en el anonimato de un grupo de peatones. Y luego emerger y flotar y dejarse llevar. Felipe dice, en frases que en un comienzo pueden sonar ingenuas, pero que nos gusta repetir, que la vida es un poquito menos complicada entonces. Ergo, somos unos sibaritas asquerosos. Hoy hicimos lo mismo. Cancelé mi cita con la dentista y nos fuimos cerca de las cinco de la tarde al muelle de la parada 3. Un poco en honor de Rodrigo, que a esas horas estaría rodando bajo el sol de Castillos. A la vuelta hicimos el camino andando en bicicleta por la parte donde la arena se hace más dura, por la misma ribera. Pasó algo muy extraño. Dos niñas de unos seis, siete u ocho años se le escaparon a la madre (que les gritaba que no hicieran lo que iban a hacer y que volvieran) y empezaron a perseguirnos. Al principio parecía un juego. Pero había que ver las caras de esas niñas cuando la carrera se extendía y se iba transformando en otra cosa... Yo bromeaba y les decía que no nos siguieran porque íbamos hasta Montevideo y se cansarían. Pero no se reían. Corrían y corrían y corrían. Hasta que Felipe, desde adelante, me gritó: "Los niños de Arthur Machen..." (eso sí que me asustó: me acordé de un cuento llamado "De las profundidades de la tierra), y entonces aceleramos y las cansamos del todo. El sol se ocultaba y dejaba anaranjada la bahía de Maldonado. Por aquí saltaba una lisa, por acá un lobo de mar la atrapaba.

miércoles, 12 de julio de 2006

Una cabeza familiar


El fútbol cuenta

Si, como se ha dicho, el fútbol es un relato en sí mismo, parecería muy difícil o riesgoso crear una narración que suplante o se superponga a un partido ya visto. Cuando miramos un partido de fútbol por televisión (como le pasó a la mayoría del mundo en este último Campeonato del Mundo) nos enfrentamos a algo codificado. Un partido de fútbol es una película cuyo montaje se va realizando en la marcha, una película que es todo presente (un presente que elige o condesciende a su propia memoria en los replays), una película que sólo nos deja la posibilidad del comentario. Hay una frase de Mario Arregui refiriéndose a Jorge Luis Borges que viene bien para el caso: "un eunuco, un tipo que en vez de contarte un cuento te lo explica". Porque... ¿cuántos grandes (o al menos "buenos") cuentos de fútbol existen? ¿cuántas novelas legibles hay sobre fútbol?... Al parecer, la potencia del discurso que es el fútbol nos deja transformados en eunucos narrativos.

Zidane y yo

¿Por qué hinché por Francia en la final del Mundial jugada el domingo 9 de julio? No tenía en mí motivos de ascendencia gala... más bien todo lo contrario, la sangre italiana por parte de madre, el recuerdo de aquellos que llegaron de Milano o Trento, pudieron haber inclinado mi fervor hacia la "azurra". Pero no, nunca me gustó el fútbol de Italia, una selección en la que siempre primó el efecto por sobre el desarrollo. En cambio Francia, sobre todo a partir del trinfo 2-0 ante Togo, se fue consolidando, a medida que el campeonato avanzaba, en una selección que cada vez más mostraba un nivel de juego colectivo óptimo (si exceptuamos el ejemplo de la malograda selección de Argentina). Hay que agregar el detalle revelador: la mejoría de Francia estuvo signada por el renacimiento futbolístico de su capitán y líder, Zinedine Zidane, en los octavos de final ante España. Zidane es un jugador subyugante; no sólo es un jugador completo (prácticamente ambidiestro, notable para cabecear, definir de pelota quieta o en movimiento, habilitar o recuperar el juego), sino que es poseedor de un magnetismo que no tiene nada que ver con el que generan las publicidades de indumentaria deportiva. Zidane posee un hieratismo insondable, de una tranquilidad propia de los que saben a dónde van las cosas. Esto es lo que ha definido a Zidane como jugador y lo que define a todo líder, profeta o padre: la capacidad de guiar manteniendo la tranquilidad cuando los signos desfavorables amenazan con hacer del rebaño una turba precipitada. ¿Por qué hinché por Francia en la final de Mundial? Porque Zidane es uno de esos jugadores que hacen que uno mismo sienta horror ante su posible fracaso. Digamos que no nos disgusta o no nos deja de dar placer que el héroe mate a todos los malos y se quede con la más linda.

La cólera del pelado

Desde que Grosso selló la definición por penales a favor de Italia no he querido (a menos de una semana de jugada la final) ver una sola imagen del partido. El solo recuerdo me causa ya una sensación de malestar raro e indescriptible. Sin embargo, ayer, en la sala de espera del dentista, escuché la conversación de cuatro mujeres comentando por algunos minutos las causas y las consecuencias del cabezazo que Zidane le metió en el pecho al defensor italiano Materazzi. Esto le valió la expulsión al capitán de Francia en la parte final del segundo tiempo, con su selección jugando bien y haciendo méritos por lograr un segundo gol que les daría la segunda Copa del Mundo. Una de las mujeres de la sala de espera dijo no haber visto la final y otras dos admitieron que el fútbol no les gustaba. Pero en todas había como una sensación de triste extrañeza... Y a mí me volvió el malestar...
En "La Ilíada" se comienza cantando (o contando) acerca de la cólera de Aquiles, "que infligió a los aqueos mil dolores, / y muchas almas de héroes esforzados / precipitó al Hades". El origen de la palabra "cólera" en griego está asociado a "bilis". Así que podemos anotar que dejarse llevar por la bilis es una respuesta más instintiva o más ligada a los apetitos que el hecho de dejarse llevar por la discreción o la inteligencia en el uso de la cabeza. Pero Aquiles ha perdido la cabeza, su cólera ha llevado a los que confían en él a la desazón y al padecimiento de las saetas de Apolo. Zidane también tuvo su segundo de cólera al agredir a Materazzi, precipitando con su ausencia al resto de los franceses al Hades, el reino de los muertos. Y es que eso es una final, una instancia última donde se debaten términos trascendentes como "todo" o "nada", o "vida" o "muerte"...

El nombre del padre

Zidane fue un padre pródigo, un padre que conducía, jugaba y hacía jugar bien, como repartiendo los sumos bienes en su grupo. Zidane le había dado a Francia el título mundial en 1998, metiendo dos veces la cabeza para anotar dos de los tres goles con que dejaron por el camino al temible Brasil de Ronaldo. Los nuevos campeones del mundo tuvieron suerte distinta cuatro años después, en el Mundial de Japón y Corea del Sur. Francia no pasó la primera fase: empató 0 a 0 con Uruguay y perdió con Senegal y Dinamarca. ¿Era el fin? ¿Francia se había colado entre los ganadores históricos de los mundiales para quedar con un solitario título de local a la manera de Inglaterra en 1966? No. Cuando la campaña del Mundial de 2002 parecía repetirse, Francia venció a Togo y luego, con la destreza pasmante de un Zidane de 34 años, a España, Brasil (que había ganado el Mundial antes de jugarlo) y Portugal. Antes de la final, los jugadores franceses disfrutaban del don de estar con el padre Zidane. "Ellos no tienen a Zidane", dijo un jugador francés dirigiéndose a los italianos. Y era la verdad... ¿Quién iba a poder desbancar a Zidane? ¿Totti?... La respuesta íntima debió haber sido un "tutti" tímido.
A los siete minutos de empezada la final Zidane marcó el camino al patear un penal con una delicadeza suicida. La pelota pegó en el horizontal y se introdujo menos de medio metro en el arco italiano para salir inmediatamante. ¿A quién le pareció arriesgado el tiro mientras la pelota viajaba al arco? Los franceses sonrieron: el padre sabe. A pesar del pronto empate italiano, el partido lograba con los minutos una tersura de cosa destinada. Francia jugaba mejor y tuvo oportunidades para pasar a ganar la final, como cuando Zidane metió la cabeza tras un centro de Sagnol, forzando una atajada extraordinaria de Buffon. El padre estaba tronante. Era su último partido; ya desde antes del Mundial había anunciado su retiro. El padre estaba guiando hacia el fin de su tiempo. Pero llegó la cólera del héroe. El replay reveló algo que la inmediatez había ocultado. El padre perdió la cabeza. Ahora Zidane le metía la cabeza en el pecho a Materazzi... mejor dicho, Zidane le entregó su cabeza a Materazzi. El padre había fallado. La pantalla gigante del estadio repetía desde distintos ángulos el hecho. El padre había quedado degradado en sus funciones. El juez Elizondo consulta a un asistente: Zidane es expulsado de inmediato. El padre había fallado, se tenía que ir... Ahora el padre era todo ausencia. Ya no estaba en casa.
Y aquí viene entonces el malestar, el sentimiento incómodo, no de reprobación, sí de desconcierto, cuando se recuerda el segundo en que Zidane perdió la cabeza en una (¿su?) final del mundo.
En la novela "Hadjí Murat", de Tolstoi, cuando un alto rango ruso aparece sorpresivamente en medio de la noche con la cabeza del líder Murat, varios personajes (quizás el narrador, quizás el lector) se sumen en un desconcierto desagradable. (He contado el final de la novela: perdí la cabeza). La ausencia o la muerte del líder se transforma en el pánico de sus seguidores, los límites y objetivos se borronean. Es necesario aferrarse a algo, porque la ausencia es la muerte. Con Zidane fuera de la cancha, ¿dónde encontrar al padre? ¿En Barthez, que heredó el brazalete de capitán? No, Barthez es más una madre que un padre. ¿En Vieira, Ribery o Henry? Ya no estaban tampoco, las lesiones o los cambios se los habían llevado. ¿Dónde y con quién hacer al menos una presencia fetiche que recordara al menos vagamente la imagen de un padre? La respuesta podía ser Trezeguet, un remanente de aquella Francia de 1998. Pero a Trezeguet el técnico casi ni lo había puesto en todo el campeonato; jugó la final gracias a que Saha estaba suspendido... Pero Trezeguet ya era algo, un ídolo suplementario, un becerro de oro, un líder en la ausencia. ¿Qué esperar entonces cuando llegan los penales y los jugadores italianos se sienten más enteros? Cabía esperar que ningún francés fallara su penal, especialmente Trezeguet. Y el tiro penal de Trezeguet que se levanta, pega en el horizontal y al bajar recuerda de pronto otro penal, otro momento, cierta presencia; pero la pelota pica del lado de afuera del arco, dentro de la cancha. Ahora sí se nota, el padre se fue, se fue para siempre.

domingo, 9 de julio de 2006

Volviendo

Hace ya tres meses...

La última entrada en el blog había sido aproximadamente a mediados de abril, precisamente en las vacaciones de Turismo o Semana Santa. Ahora, justo en la mitad de las invernales vacaciones de julio, retomo, cuando menos para darle un sacudón al blog, la intención de la costumbre de querer publicar ciertas ideas u ocurrencias... La ausencia de la revista "Iscariote" ha tenido mucho que ver en esto. No me he sentido con ganas de escribir para el blog. El hecho de no escribir para "Iscariote" me sacó de entrenamiento. De todos modos, la revista volverá en agosto. Estuve la semana pasada en Montevideo realizando algunos trámites (que no llevaron a mucho) para poner en marcha la segunda época de "Iscariote". No es sencillo... no se trata de registrar simplemente la idea de "Iscariote" en el Ministerio de Edcucación y Cultura (MEC). La revista debe tener un propietario, y ese propietario debe poseer una empresa registrada tanto en BPS como en DGI. ¡Uf! Por suerte un muy buen conocido tiene una empresa que pondrá a disposición de "Iscariote". Dicha persona será a partir de unos meses "el propietario" de "Iscariote", y yo pasaré a ser el redactor responsable. Nada mal, teniendo en cuenta que era esta situación o que la revista no viera más la luz del sol.
"Iscariote" viene con muchos cambios. Cambios en el enfoque, algunas secciones nuevas, algunos colaboradores menos y algunos colaboradores nuevos. Desde hace un tiempo estamos con Valentín Trujillo discutiendo acerca del desarrollo de una sustancia que tenía la publicación, y que sólo se apreciaba muy de a poco debido al formato restringido que teníamos. Anoten en las expectativas que "Iscariote" no sólo será una revista literaria. Es más, nunca quiso ser y nunca fue concebida como una revista estrictamente literaria, pero mucha gente se ha empeñado en anunciarla con ese rótulo; quizás escapando al rótulo que ya aparece en el subtítulo de la publicación: "(revista de mitologías)". Hay que decir que nuestra publicación debe tapar un enorme agujero que existe en los medios gráficos de nuestro país (por no pasar al resto de ellos). Quizás esta decisión de encarar la publicación hacia artículos más narrativos, más "etnográficos" podía haberse visto en los números de enero y febrero, si el diario Serrano (de Minas) hubiera tenido tiempo de publicarlos en el correr del presente año. (Ahora se me ocurre que una excepción haya sido Carlos Mª Domínguez y su excepcional serie de crónicas reunidas en el libro "El norte profundo". Pero a no exagerar con las serpentinas: Domínguez es argentino.) Creo que perdí un poco el rumbo. Lo que quería decir es que es necesario rescatar una forma de escribir en este país (no ya solamente en el interior), o de crearla de una vez por todas, en la que primen palabras como "creación", "humor" (nuestros medios conocen sólo la acepción antigua del término), "consustanciación" e "irreverencia".
"Iscariote" tendrá mayor tamaño y más páginas. Incluso llegará a nuevos departamentos del país. ¡El imperio continúa! Saludos a David Foster Wallace, Tom Wolfe, la revista Playboy norteamericana, Carlos Mª Domínguez, Norman Mailer, Juan José Morosoli, Charles Dickens...