jueves, 28 de diciembre de 2006

Mariconadas animadas de ayer y hoy


Cuando yo iba a la escuela (hablo de la segunda mitad de los ’80) si uno miraba telenovelas era medio maricón. Mejor dicho, nos gloriábamos de haber visto todo lo de Schwarzenegger salido hasta la fecha, soñábamos con Robocop y envidiábamos la dureza de aquel moco que Rambo lanzó para darle a una lamparita (creo que en “Rambo III”, cuando los yanquis peleaban contra los rusos en Afganistán, apoyando a los talibanes). Pero ninguno quería confesar que nos matábamos con las producciones de O Globo, aquellos novelones brasileros inspirados en obras de Jorge Amado. Cómo me acuerdo de eso. Yo me las miraba todas. Dos por tres se venía anunciando algún capítulo medio zafado en el que Beija Flor se bañaba en una cascada y se le veían las tetas. Entonces uno se las arreglaba para ver ese capítulo prohibido. Hoy esto suena a risa. Sobre todo porque para las generaciones recientes es del todo imposible no ver tetas apenas uno deja la lactancia.
Desde la mitad de la tarde hasta las once de la noche estuve en una elección de horas de profesores. Si hubo un comentario recurrente, aparte del calor, fue que esta noche pasaban el último capítulo de “Montecristo”, la telenovela del canal argentino TELEFÉ. Con Mª llegamos tarde a casa; ella (que ha seguido la serie) se lamentaba de la hora y pensaba que se había perdido todo… ¡Pero no!... Prende la tele y se encuentra con algo parecido a “Operación triunfo”… ¡Está Marley en exteriores conduciendo el preámbulo al capítulo final! ¡Hay como 7.000 personas ahí para mirar en una pantalla gigante el final de la vendetta interpretada por Pablo Echarri!
Ahora ha transcurrido por lo menos media hora desde que todo empezó. Yo salí a hacer unos mandados, volví y me senté a escribir estas palabras. A mis espaldas están Mª, su televisor y esa historia. Para que el ruido no me moleste me conecté los auriculares y escucho bien alto un disco de Charles Mingus.
Debo decir que nunca miré ni dos minutos seguidos de “Montecristo” A decir verdad, me ha aburrido cada vez que me le he acercado). Sí soy un apasionado lector de “El conde de Montecristo”, la novela de Alejandro Dumas en la que dicen que la serie se basa. La leí cuando tenía 19 años; me la habían prestado. Mi entusiasmo fue tanto que se lo contagié a mi hermano, siete años menor que yo. Era un niño que estaba en su último año escolar y que con unos pesos que tenía se compró una edición en tapa dura que terminó de leer en dos o tres semanas.
(En este momento, en un tiroteo, ha muerto uno de los buenos a balazos. Mª me dice que se llama Ramón… ¡No! ¡Alto! Era una actuación… Parece que después de que todo terminó se dedicó al cine. Menos mal, porque se había dejado matar prácticamente.)
Como llegamos tarde y no teníamos ganas de cocinar, yo fui hasta un 24 horas que queda a unas cuadras de acá. Tenía que comprar agua, fiambre y mayonesa. Así que pedaleé hasta la calle Camino de los Gauchos, una calle que detesto, sobre todo a la madrugada, cuando puede ponerse peligrosa; pero sobre todo porque todo en ella respira suciedad, más allá de la mugre. Cuando ingresé al supermercado entraban junto a mí unos muchachos que saldrían de trabajar a esa hora. Allí había un televisor, con “Montecristo”, volviendo de la pausa, como no podía ser de otra manera·Por los uniformes supe que los muchachos trabajaban en una casa de instalación de toldos del centro de Maldonado. Venían hablando entre ellos y uno por lo visto embromaba al otro diciéndole “¡Dejá! ¡No seas puto!”. El que dijo esto, se abalanzó de repente sobre una cometa de Peñarol y estampó un beso sobre su escudo. Me dieron ganas de no ser de Peñarol. Luego de que fui hasta las vitrinas del fondo por una botella de agua, me arrimé hasta la entrada, hacia el lugar en que despachaban el fiambre y estaba el televisor. Una precisión: las dos mujeres que trabajan en este supermercado me parecen levemente hombrunas. Simplificando, son machonas. Tuve que estar parado por lo menos un minuto hasta que ella por casualidad me viera y apartara la vista de la tele. Yo estaba en un estrecho pasillo, de frente al televisor y de espaldas a la caja. Por allí andaban los muchachos del comienzo.
-¡Vo! ¡Sabés qué! Llego a las casas y me pongo a ver “Montecristo”… -dijo el que había besado la cometa de Peñarol.
-Pero apurate porque termina –dijo la machona.
Y bueno, las verdad es que me gustó eso de que la gente estuviera enganchada con eso de un relato y sus desenlaces. Se nota que el ser humano tiene hambre de esas cosas, como para salir muerto de trabajar y quedarse hasta tarde viendo la tele para saber qué pasa. Sentí algo de envidia como alguien que intenta crear historias.
-¡¡Echarri!!... ¡¡Qué actorazo!! ¡¡Por Dios!! –de nuevo el muchacho del beso.
Por mi cabeza pasaron los apellidos de varios actores que me fascinan…
Mientras tanto, la machona cortaba el fiambre que le había pedido (algo de salame), pero yo miraba la tele. Cuando le pedí que me cortara algo de queso un tipo casi sin dientes y con un aliento que me pareció parecido al del vino se me acercó y me preguntó si estaba atendido. Le dije que sí. (En este momento, estando con Mª acá en casa, Santiago le clava algo en la panza a Marcos [el traidor]… Me parece que lo está por matar). La siguiente vez que saqué la vista de la pantalla y la dirigí a la machona, me di cuenta de que ella colocaba sobre la bolsa de nylon la última feta de queso… con-la-mano… La verdad es que me dio repulsión… ¿Eso qué quería decir? ¿Que había colocado también el resto del queso y todo el salame con la mano? No lo sé… Ahora estamos masticando ese fiambre bien metido entre dos panes. A Mª no le dije nada, por supuesto. ¿Qué derecho tengo para estropearle la noche?
1: 20 AM Mª come su pan con fiambre mientras Pablo Echarri se reencuentra y se besuquea con Paola Krum. Finale con tutti…
De pronto, Mª me toca el hombro.
-La verdad es que hay que ser maricón para mirar esta novela –dice.
¡!...

domingo, 24 de diciembre de 2006

Parábola de la higuera

Estas palabras están dedicadas a todas aquellas personas con las que me crucé esta noche en el centro de Maldonado, todas aquellas personas histéricas, que se empujaban unas a otras en medio del fragor de las compras de Navidad. Estas palabras van para aquel gordo de aquel Fiat que quería llegar cuanto antes a un comercio y se insultó con otro gordo porque este le había sacado el lugar para estacionar. A todos ellos, ¡Feliz Navidad!

"El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán". (Mateo 24:35)

jueves, 21 de diciembre de 2006

Peluquerías


Algunos comentarios que tienen que ver con lo que tenemos sobre la cabeza.

1- Hace un par de días iba caminando por la calle 24 de Punta del Este. En cierto momento giré la cabeza hacia una peluquería que había por allí. La peluquería tenía una sola clienta. Una mujer, creo que era una matrona judía, que me miraba fijamente como tratando de decirme algo. Le sostuve la mirada algunos segundos hasta notar que, efectivamente, sus ojos me estaban recriminando. Yo estaba haciendo algo que no debía: MIRARLA. En la cabeza tenía una especie de batido, como si le hubieran vaciado un tarro de helado de dulce de leche y crema. Además, había una especie de nylon grueso que cubría algunas partes. De algunos huequitos sobre distintos puntos salían disparados unos pinchos rubios y blancos. Evidentemente, la peluquera la había dejado sola por un instante. Y allí estaba la doña, como algo frágil, pero una fragilidad hecha de ridículo. Mientras me daba el ángulo no dejé de mirar un solo segundo la cabeza de aquella mujer. Sus ojos me decían de todo, me excomulgaban, me decían que era siete veces maldito, que maldito sería al levantarme y maldito al acostarme, maldito al almorzar y maldito al cenar. Me acuerdo ahora de un cuento de Giovanni Papini, “El espejo que huye”. Es un cuento en el que se plantea lo triste que sería el hecho de que de repente el mundo se detuviera y sin embargo permaneciéramos con la conciencia intacta, de tal modo que pudiéramos contemplar con total tranquilidad eso que estábamos haciendo cuando el mundo se detuvo. Difícil rehuir la idea de la ridiculez, ¿no es cierto? Yo, por ejemplo, apenas terminada la oración pasada, estaba matando un mosquito, si el mundo se hubiera detenido yo habría quedado con las palmas abiertas, iluminadas por esta lamparita que me alumbra el teclado (además, le erré al mosquito: mayor ridículo aun).

2- Volvía de jugar al fútbol antes de anoche y tomé por la calle 25 de Mayo, en Maldonado. Quienes puedan, vayan y vean el cartel que está sobre una peluquería que queda en esa calle, a pocas cuadras de Joaquín de Viana. En realidad, son dos carteles. El más grande es extraño, llama la atención, si eso es lo que se quiere hacer con un cartel. Se ve la cabeza de una rubia de bucles inclinada sobre una almohada o un colchón (no importa qué). Es una chica muy linda. Pero… ¡le falta un ojo! Es decir, lleva un parche, como un pirata, como Daryl Hanna en “Kill Bill”. ¿Conclusión? Debe de ser una chica mala, una chica atrevida, por eso va a esa peluquería. Ok. Pero el cartel que está abajo, más chiquito, me conmueve. Aparece allí la típica familia contenta. Papá, mamá y la nena. Mamá, luce como recién salida de la peluquería, y la nena también. Pero mamá se ve recatada. La nena, por otra parte, exaltada en su ser de “nena”. ¿Y papi? Bueno, este… Papi es un pelado…

3- Siguiendo por las calles de Maldonado, pasemos ahora a una peluquería que queda por la calle Sarandí, más específicamente entre las calles Treinta y Tres y Arturo Santana. Bueno, no es necesario que pasemos al interior de la peluquería. Solamente démonos una vuelta por la calle y miremos hacia la puerta. Como hago yo de vez en cuando al volver de ver a Felipe en su trabajo. Si tenemos suerte (yo la he tenido en este sentido) vamos a ver que la dueña, o al menos la peluquera-alma-mater, está afuera, tomando el sol de la tarde o refrescándose, no importa. Se la puede ver de lejos. ¿Por qué? Por su peinado, que es una especie de peluca de cotillón, esas que tienen la parte superior aplastada y ambos costados llovidos hasta el nacimiento de los hombros. El color es una mezcla entre el fucsia y el violeta. Algo así. La verdad es que uno supone que el peinado se lo hizo ella misma, o al menos se lo hicieron bajo su atenta mirada. Si alguien que está al frente de una peluquería luce de esa manera, tiene que llamar la atención. Para empezar, como publicidad de la propia peluquería es bastante ambigua. ¿Qué hacer, señora, si usted se encuentra en el trance de acceder a la casa y se encuentra con que la encargada tiene eso en el cuero cabelludo? Entiendo, depende de lo que usted busque. Yo, por lo menos, me quedo pensando en que uno ve cada vez más este tipo de peinados en mujeres que ya no son tan jóvenes; hablo de mujeres de entre 40 y 50. Pensar que cuando uno era chico le pedía a sus padres alguna peluca como esas para poder disfrazarse en Carnaval o sencillamente para asustar en una fecha cualquiera. Hoy en día ese chirriante objeto de deseo está por sobre nuestras madres, un poco inaccesible como para apropiárselo.
(Cosa rara: acabo de escribir las líneas anteriores y en el equipo de audio Muddy Waters canta “She’s all right”)

viernes, 15 de diciembre de 2006

Just LOVE

Ayer Valentín me había enviado un mail en el que me decía que allí en donde trabaja, al lado, tenía el último disco de los Beatles: “Love”. “Love” es un disco que surgió a partir de la intención que los productores del Cirque du Soleil tenían de incluir un espectáculo basado en la banda de Liverpool. La palabra de Valentín para definir lo que sentía fue: “I-M-P-R-E-S-I-O-N-A-N-T-E”. Cuestiones de permisos mediante, George Martin (para mí sin duda ninguna el verdadero 5º beatle) y su hijo Giles realizaron una mezcla y una remasterización de varias canciones. Hoy Mª fue hasta Punta del Este y se apareció con el disco. Me trajo de regalo además (como una suerte de Papá Noel adelantado y fuera de tono) una antología de Medesky, Martin and Word, que casi ni escuché. Hace unos instantes que terminé de escuchar completamente los casi 80 minutos de “Love”, y ya estoy escuchándolo de nuevo. Es cierto que Valentín y yo somos un poco traumados. Pero él se quedó corto… Esta nueva colección de canciones es (un) S-U-E-Ñ-O… El concepto del disco es además muy psicodélico, altamente psicodélico, lo que no podía dejar de ser si se trata de música destinada a un espectáculo circense. Al escuchar mezcladas varias canciones entre sí uno vuelve a redescubrirlas o, como en algunos casos, a descubrir aspectos pasados por alto. Es la vieja técnica de la yuxtaposición o la comparación: uno pone cosas al lado de otras y ahí recién nota las características particulares de cada una. Escuchando estas mezclas me sorprendí notando tonalidades en común, escalas recurrentes, etc. Hay momentos gloriosos, como el pasaje en que se unen “Drive my car”, “The Word” y “What you’re doing” (¡¡con el solo de guitarra de “Taxman” unido al final del solo de “Drive my car”!!). O el pasaje previo que va desde “Get back” a “Glass onion”. Me impactó escuchar juntas canciones como “I want you (she’s so heavy)” y “Welter Skelter”, o “Within you without you” con “Tomorrow never knows”. O las versiones de “Lady Madonna” y “Strawberry fields forever”. Ayer entré en Google luego de leer el mail de Valentín, queriendo saber más sobre el disco, y me encontré con un blog en el que un crítico de música, creo que chileno, comentaba particularidades de cada tema. En un momento dijo que le sorprendió la batería en “Within you without you / Tomorrow never knows”, como si tuviera algo de los Chemical brothers. Al punto le escribió alguien diciéndole “Ignorante!!!”. Y es que cuando uno piensa en la música electrónica o “trance”, etc., empieza a rascar para encontrar algo parecido a sus orígenes y ¿a dónde llega, por ejemplo?: a “Tomorrow never knows”, precisamente. Es un lugar bastante común lo que voy a decir, pero este disco nos recuerda la vigencia incontrovertible de esta música, su carácter clásico, el sonido que muchos, hoy, cuarenta años después, quisieran obtener. Sólo algunas veces había sentido algo parecido a lo que me pasó hoy cuando escuché este disco. Y había sido durmiendo. Recuerdo algunos sueños absolutamente disfrutables en los que escuchaba canciones de los Beatles, pero por alguna razón esas canciones eran inapresables, eran una canción y en seguida eran otra y luego ambas y otra distinta al segundo. Este nuevo disco logra por varios minutos esa unión utópica, esa síntesis de la esencia de la obra de uno o varios artistas que uno sólo concibe a veces en la tierra de los sueños.

martes, 5 de diciembre de 2006

Otra versión de Judas Iscariote

Hoy martes a la tarde di algunas vueltas por el centro haciendo mandados, etc. Antes de llegar a casa pasé por el Super Market de Avda. Aiguá para comprar algo de comida para los perros. En seguida, apenas me bajé de la bicicleta y mientras la trancaba, se me aparecieron dos niños que sin siquiera saludarme me pidieron plata para el Judas. Uno, el más alto, tenía la cara mugrienta, y el otro, el más bajo, tenía los dientes más o menos partidos. Olvidándome de que que no tenía ni una moneda encima y de que iba a hacer la compra con una tarjeta, les dije que si me cuidaban la bicicleta les daba algo. Antes de salir del supermercado me di cuenta, y resolví comprarles un par de barritas de chocolate. Al regresar al estacionamiento, le di una barrita a cada uno. Las pelaron y se me quedaron mirando.
-¿Saben quién fue Judas? –pregunté mientras iba destrancando la bicicleta.
Los chicos se miraron y empezaron a reírse; pero era una risa rara, como si las barritas de chocolate les dieran hipo.
-¡Qué sé yo! –contestó el más alto.
-Pero si ustedes piden plata para el Judas tienen que saber quién fue… Averigüen por ahí… Es fácil…
El más alto se repone…
-Yo sabía –dijo –pero ahora me olvidé…
De pronto el más bajo habló.
-Para mí que es Dios…
-¡Opa! –dije –Eso sí que es una respuesta fuerte.
-¿No es Dios, entonces?
-No… no es Dios…
Me fui diciéndoles que averiguaran para cuando volviera, y entonces les daría plata para el Judas.
uando llegué a los semáforos en el cruce con Bulevar Artigas, me pregunté por qué no podía ser Dios… Y si hubiera sido Dios tendría que haber pasado lo siguiente… Como Jesús se endulzó demasiado con el eso de ser el Mesías, Dios Padre calculó que la Pasión no iba a producirse como tenía que producirse y la redención del género humano corría serios riesgos. De modo que (Él, que todo lo puede) tuvo que asumir otra forma más para poder hacer que el Plan siguiera como estaba previsto. Y se hizo Judas para poder entregar aquella parte de Sí mismo que no se resignaba a cumplir con su cuota (Jesús). En definitiva, Dios Padre se sacrifica hecho carne, pero un poco más elaboradamente, como si todo hubiera sido una simple agitación en el Espíritu del más alto, una agitación de un espíritu que se rebela contra Sí y que es preciso sofocar.
Es como decía Vaz Ferreira, “Los únicos dioses buenos resultaron los hechos a base de hombres.”
Entonces llegué a casa y me comí la barrita de chocolate que me había comprado para mí.

viernes, 1 de diciembre de 2006

Adiós, Fulano...



Quevedo dijo que el amor era más poderoso que la muerte… Para no dejar mal parada a la muerte, voy a decir que ella es por lo menos un poco más poderosa (depende del caso como siempre) que la pasión con que algunos lectores se enfrentan a sus libros, como se verá a continuación.

Hoy hizo mucho calor, volvió a hacer mucho calor. Como ya no estoy trabajando, ahora me encuentro en el pleno trance de luchar contra mi cuerpo, porque trato de levantarme temprano (digamos que 9:00 ó 9:30 está bien…) para aprovechar mejor el día… Siempre me pasa lo mismo en verano, el alma se me separa tanto del cuerpo que al final termino ansiando el tedio de los horarios… Lo cierto es que hoy me levanté a eso de las 10:30 luego de haber apagado el despertador a las 10:00. Como Ma está en Minas, en casa no hay ruidos y se puede dormir mucho mejor. Apenas me levanté seguí con la lectura de “Leviatán”, de Paul Auster (muy buena…). A eso del mediodía me llegan un par de mensajes de Felipe desde la playa, anunciándome lo hermosa que estaba el agua. Me pedía que nos viéramos a eso de las 19:30 en la parada 3, luego de que él saliera del trabajo… Pero como hoy era día de cobro, yo también tuve que hacer mis cositas mientras Felipe se dedicaba al ejercicio de la burguesía, mientras soñaba con el mar. Tuve que ir al liceo (lo que implicó encontrarme con el desolador panorama de varios administrativos metidos en sus oficinas y escuchando la radio, ¿soñando con el mar?), ir al banco, a una casa de fotografía y a un supermercado. Luego volví a mi casa, me cambié y junté una bolsa con ropa sucia para llevar al lavadero. Cuando llegué allí vi un espectáculo conmovedor, similar al que había visto en el caso de los administrativos del liceo o en los cajeros del banco o en las cajeras del supermercado: el Agobio. La mujer que atiende el lavadero (que es tan, pero tan, pero tan flaquita que parece un personaje de "El extraño mundo de Jack") se queja del calor que hace allí dentro debido al aire caliente que sueltan las máquinas. Su marido también andaba por allí. De repente ambos me miran y me dicen "¡Se nota que vas para la playa!" . ¿Qué debía sentir yo exactamente? ¿Piedad? ¿Culpa? ¿Indiferencia?... No lo sé, quizás un licuado con las tres cosas, pero con muchos cubitos de hielo. Llegué al mar a eso de las 17:30. El agua no estaba tan encantadora como me había dicho Felipe en sus mensajes del mediodía. Además, desde el lado de la playa Brava soplaba un viento que levantaba algo de arena. Esto último a mí no me molestaba mucho, pero sí irritó un poquito a cinco turistas españoles que había a mi derecha (dos parejas y un hombre solo, todos entre los cuarenta y los cincuenta). En el agua no había nadie. El agua estaba un tanto fría y tuve que nadar y entrar en calor para poder pasarlo lo mejor posible. Recién cuando salí del agua el viento que arrastraba arena me molestó... la mochila se me había llenado de arena. De los cinco españoles, cuatro estaban leyendo. En uno de los matrimonios, ella leía la antología (?) "La vida te despeina" y él leía la última novela de Carlos Fuentes. El hombre solo leía una guía del Uruguay con fotografías básicas y el hombre del otro matrimonio leía un libro que no pude espiar lo suficiente como para saber cuál era. Entonces yo saqué mi ejemplar de "Leviatán", de Auster para matar sus últimas cincuenta o sesenta páginas. En eso, mientras todos leíamos, una mujer vieja pasó caminando por la orilla en el momento justo en que sonó su celular. Algunos dejamos de leer de inmediato para escuchar lo que decía la mujer, el resto de los lectores lo hizo más paulatinamente. Antes debo aclarar que era imposible no escuchar a la vieja, porque no hablaba, GRITABA.

"Hola. ¿Quién habla?" (esto no nos decía mucho, no nos compensaba lo suficiente por la interrupción...).

"¡No te puedo creer!" (esto otro ya era algo...).

"¿Te vas a quedar a dormir acá entonces?" (nada que decir...).

"¿Hoy mismo es el sepelio?" (¿Y ahora?...).

Los turistas intercambiaron miradas entre sí... La vieja se alejaba con sus gritos hacia el lado del muelle pero ya era imposible oírla. Yo miraba a los turistas, ahora los turistas me miraban a mí. El sol seguía bajando por el cielo de la playa Mansa. Luego me acordé de los administrativos... Y luego, naturalemente, pensé en el muerto. En el que se había ido. Ese que para mí no iba a ver más, nunca más, brillar el sol sobre la tierra. ¿Qué son estas palabras en total? ¿Algo como esos ingenuos graffitis que dice que vivamos la vida porque es una sola? Por supuesto que no. Eso es una guasada. Hay que comer, hay que trabajar, hay que criar hijos. Hay muchsa cosas elementales, que las hay, las hay... Luego llegó Felipe, pasadas las 19:30, comentando cosas que se le ocurrían mientras atendía el kiosko. Es que a veces nos dedicamos a hacer reflexiones taradas pero no menos necesarias sobre qué hacemos con el tiempo y por qué...


Ahora me acuerdo de algunas cosas más que tienen que ver con todo esto. Anoche leía en "Leviatán" un diálogo entre el narrador y Ben Sachs (su amigo), hablaban acerca de lo que es de repente saber que a uno no lo separa nada, o muy poco, de la mismísima muerte. ¿Qué cosas se lamentaría uno?... Hoy de tarde, en medio de los quehaceres luego de salir del banco, pasé a ver a Fiorella en la librería del centro de Maldonado, donde trabaja. Entre una cosa y otra (somos muy divagados cuando conversamos) me habló de un poema de Raymond Carver que habla de algo parecido, habla de esa sensación que a veces podemos tener de vivir ciertas cosas "de propina", es decir, vivir ciertas cosas buenas inmerecidamente pero vivirlas al fin y al cabo... En fin, lo de siempre... son temas tan delicados, que uno parece oscilar entre el lenguaje zen o el lenguaje de la Reader's Digest.