martes, 29 de mayo de 2007

Retratos del artista cimarrón


Creo en Morosoli.
El fin de semana pasado estuve en el Centro Cultural de España y me encontré con una muestra dedicada a Juan José Morosoli, a ya medio siglo de su fallecimiento.
Lo que de inmediato atrajo mi atención no fueron tanto la exhibición de primeras ediciones o los textos (preparados por Óscar Brando y entre los que se leía una frase nada inocente como "Allá lejos, está el mar"), sino las fotografías del autor, entre las que se encontraba una cantidad sorprendente de imágenes que nunca había visto y que tanto la familia como los encargados del archivo Morosoli en la Facultad de Humanidades (archivo de PRODLUL) cedieron. En todas esas imágenes que yo desconocía por completo (y que pueden verse hasta el sábado 2 de junio) Morosoli aparece retratado en instancias predominantemente cotidianas, nada de poses en el estudio del fotógrafo del pueblo: reuniones de amigos, altos en tareas de campo, tomando el mate con su esposa o al lado de sus hijas, María Luz y Ana María. En todos los casos, lo que me resultó más llamativo es esa especie de "in media res" que tienen todas esas instantáneas. En ellas Morosoli parece desprenderse naturalmente de su entorno, y, paradójicamente, estar como arraigado a cuanto la fotografía dice que ha acontecido. Sobre todo me ha dado esa impresión una imagen en la que está junto a dos hombres entre unos arbustos. Por lo que se ve han estado realizando algún tipo de faena y se sacuden un poco el cansancio ante el fotógrafo. Por momentos parece imposible no ver al escritor, al hombre que está sintiendo y de algún modo atesorando la palpitación de un mundo. Morosoli no sólo parece formar parte, naturalmente, de ese mundo, sino que también parece estar vigilándolo, resguardándolo del olvido; algo como un orgullo secreto de ser parte de todo eso. Eludiendo el riesgo de las ñoñerías del tipo "¿Qué cuento se le estaría ocurriendo en ese momento?", lo que importa es ver al creador en su medio, entre aquello a lo que le dio y, a su vez, le dio a él vida. Y, sin embargo, las fotografías tienen para mí otro misterio agregado en muchos de sus ejemplos, sobre todo en aquellas en las que posa junto a algunos paisanos: Morosoli no es un escritor. Recuerdo en este preciso instante una anécdota que me contó una profesora de literatura de Minas, en el año en que yo viví en esa ciudad, año 2004. Cuando muere Morosoli en 1957 esta mujer ve a su abuelo, por única vez en su vida, llorar. El hombre entró en la casa cabizbajo (cismando, diría el autor) y no dijo nada más que "Se murió el Pepe". Luego se sentó y se puso a llorar y nadie más le pudo decir nada ni consolarlo en el resto de la noche. Esta anécdota, que es morosoliana por donde se la mire, expresa, y no lo dije antes, otra cosa: el abuelo de aquella profesora no lloraba ni por lejos al Morosoli escritor, sino al barraquero, aquel que atendía solícito desde un mostrador en la calle Sarandi, casi llegando a 18 de julio. Probablemente aquel hombre que lloraba esa muerte no supiera que el finado había sido un gran escritor. Como no lo supo tampoco otro hombre ya anciano que vi ese año y que, desvariando y ante mi total sorpresa, empezó a hablar de un cierto "Pepe" como si aún estuviera vivo. Cuando me dijo que estaba hablando de Juan José Morosoli, el dueño de la barraca Morosoli, y cuando le dije que era además escritor, no me creyó. Me dijo algo así como "¡Qué va a ser escritor ese!". El hecho de que Morosoli fuera una figura literaria, hecho inocultable en la proximidad de la gente de pueblo, era casi desconocido en cierto modo entre la gente de tierra adentro, aquella gente que él atendía a diario y a la que invitaba a matear o a compartir un asado en los fondos, donde se contaron muchas historias que el autor de "Los albañiles de Los Tapes" fue resguardando y en donde, si mal no me acuerdo, hay todavía una palmera. En Minas también supe que luego de su muerte, cuando el mobiliario de la barraca fue llevado a remate, quien compró los tablones del mostrador encontró al dorso y en los bordes de los mismos algo así como anotaciones que Morosoli hizo al pasar mientras atendía a la gente que llegaba del campo. Si la historia es falsa o no, mejor no someterlo a prueba, porque es bastante solidaria con su imagen, o la particular imagen que dejó como escritor. Ahí tenemos algo similar al caso de las fotografías: Morosoli se desprende apenas de su contexto. O mejor: es el contexto expresándose en la figura de ese hombre. Es el contexto resumiéndose en él. En las fotografías Morosoli no es un escritor: es una expresión del ambiente y sus tipos humanos que atrae hacia sí misma a los lectores. No hace el movimiento de llevar a los lectores, de ir con los lectores hasta ese mundo. En la construcción de "escritor" que Morosoli hizo de sí mismo (y que se puede rastrear en sus ensayos de "La soledad y la creación literaria"), el autor se ve a sí, o a la voz que creó, como alguien que llega desde el mundo del que pretende dar cuenta, no como alguien que llega del exterior y busca acomodar su mirada. Eso es lo que expresa el intento realista de su narrativa, dinamitar también cualquier figura previa, preestablecida de "escritor". Antes que cultivar una figura de escritor Morosoli quiere fundirse con el mundo que lleva a la literatura, quiere ser tan sólo un cronista, un cimarrón que escribe y otorga el cerno de su realidad. Morosoli se siente en la misma huella, bajo la misma sombra de lo que narra. En el comienzo de su ensayo "La novela de masas" dice: "Se sabe aquí que no soy un literato –de lo cual Dios me libre y guarde". Pero hay más, porque se revela en ese texto de 1945 el carácter que le quiere dar a su escritura: "Yo deseo hablar de aquella forma de novelística que revele lo popular para lo popular, tal como si el pueblo se novelara a sí mismo. ¿Quiero decir que los artistas están demás? No. Vamos despacio (...) si el pueblo supiera escribir lo que piensa estaríamos demás los poetas. (...) Lo que pasa es que hay que encontrar esa expresión que el pueblo anda revelando en forma vaga a veces." Creo a ciegas que en estos fragmentos está todo el proyecto narrativo de Morosoli: su necesidad de asunción, y finalmente su asunción, a secas, en o de los otros, esa gente del medio rural o de las periferias de los pueblos del interior que debido a una maltrecha política de estado andan como pedazos de carne bautizada por sobre los campos. Parte de esto creo que tiene que ver con esa mirada desdeñosa que siempre le dirigió a los círculos literarios montevideanos que cultivaron, para bien y también para mal, del intelectual, del hombre de letras uruguayo del medio siglo que en nada se avino con sus preceptos. Morosoli nace, vive y muere en Minas. Desconfió a rajatabla en la posibilidad de transformarse en una especie de maestro generacional (como lo pudo ser para Domingo Bordoli o Julio C. da Rosa), quizás por el horror con que veía a muchos actores de la generación del ’45, por momentos verdadera patota masturbatoria de Joyce, a sus ojos. Morosoli murió en su ley. Y su ley fue la de los otros. Fue los otros. Y eso es de una honestidad y entrega humanas que pocos pueden soportar, en especial cuando sobrevienen los reconocimientos y los elogios. Cuando uno recorre sus ensayos por primera vez, puede sentir que de ellos se desprende una humildad que puede llegar a resultar fastidiosa. Pero al tiempo esa humildad se transforma en la conciencia de que Morosoli está diciendo todo el tiempo que él no es lo que los demás creen que es por ser un escritor, es parte de su proyecto: él es verdaderamente el artista cimarrón. Si se hace la breve comparación con el Borges que habla de sí mismo en sus conferencias y que pretende llegar a la humildad socavando su propia figura de creador, es posible ver que en el argentino existe por detrás un orgullo de su propia grandeza (y eso tampoco está mal), con lo que la humildad se vuelve ironía, el doblez de la grandeza de lo que era Borges. En Morosoli, la humildad en sus conferencias no tiene nada que ver con grandezas mutiladas o expresadas subrepticiamente, es ni más ni menos que un aspecto que nos lleva a su credo, a su capacidad de compasión, ante lo que narra, su capacidad de acompañar la "pasión", de estar y ser parte de la "pasión" de los otros.
La mesa de la narrativa uruguaya podría tener tres patas. Una pata es Onetti, la otra Felisberto Hernández, y la restante es Morosoli. Creo que cada una representa las grandes líneas de nuestra narrativa. Si la mesa pudiera tener cuatro patas, se me ocurre que la cuarta sería intercambiable y podría llamarse Eduardo Acevedo Díaz, Horacio Quiroga o Mario Levrero. Pero no quiero ir más allá. Por encima de esas tres patas, como subidos sobre los hombros de los gigantes, andan el resto de los narradores uruguayos, deambulando hacia el sector que les dé más acomodo: hacia una de las patas, o en el medio de ambas, o, quizás más raramente, buscando una equidistancia. Morosoli es, plenamente, la pata realista de la mesa. En Onetti el realismo también ocupa su lugar, pero en una gradación, el realismo de Morosoli me parece más concentrado en sí mismo. El tema de qué es y qué no es el realismo puede revestir ciertas escabrosidades, pero en Onetti, aparte de su veta notablemente realista, también existe otra cosa, algo como un cuestionamiento del propio realismo y sus formas, donde también entran las ensoñaciones. Cuando uno repasa los a veces muy breves cuentos de Morosoli hay una cierta perplejidad ante el habla de sus personajes. Frases que en otros casos sonarían como torpes o redundantes son en boca de esos personajes verdaderos pasajes, embudos a un tiempo y un espacio precisos. Morosoli encuentra en esas frases un dolor y una sabiduría que sólo él conoce y que nosotros por momentos entrevemos.

martes, 22 de mayo de 2007

Escuela de editores

Hace unos días encontré una cosa extraña en un libro. Algo que por lo menos me llamó la atención de tal modo que tuve que leerlo un par de veces luego de la primera lectura.
Se trata de la entrada asignada a la poesía de Juan Ramón Jiménez en la segunda edición de "Laurel", una antología de la poesía moderna en lengua española con prólogo de Xavier Villaurrutia y epílogo de Octavio Paz, publicada en los ’80 por la editorial mexicana Trillas. La edición que tengo incorpora en su totalidad la primera parte, aparecida en editorial Séneca en 1941. En ningún caso hay algún tipo de biografía del poeta antologizado previo al despliegue de sus poemas (las biografías aparecen luego, como ya mencionaré). Allá por la página 111 encontramos, sin embargo, que, antes de iniciarse la selección de poemas de Juan Ramón Jiménez, y debajo de un dibujo de este en el que parece que va a reírse en cualquier momento, hay un texto firmado por lo editores. Dice así: "Juan Ramón Jiménez había manifestado a Editorial Séneca su deseo de no aparecer en este libro. Editorial Séneca se ha dirigido insistentemente al poeta solicitando un cambio de actitud. No ha obtenido respuesta alguna: favorable ni adversa. Estando ya en prensa el original de esta Antología, Editorial Séneca ha preferido interpretar este silencio favorablemente, es decir, como un tácito otorgamiento al interés general y en beneficio de los lectores de este libro.
"Editorial Séneca considera, por su parte, que haber excluido de esta Antología los trozos poéticos de Juan Ramón Jiménez que van en ella no hubiera podido hacerse in grave detrimento y menoscabo de su propósito. Y, aun a riesgo de equivocarse al interpretar el silencio del poeta, se ha decidido a publicar estos trozos seleccionados de su obra sin su autorización expresa y contrariando, tal vez, su deseo, pero sin desconocer ni tratar de lastimar con ello su derecho."
Fuera de que no logro atrapar el sentido del último enunciado, me pregunto cuál habrá sido la reacción de Jiménez. Con los editores invocando lo sacrosantos derechos de los lectores y arrogándose el cuidado de ellos no se puede, no hay poeta que valga. Creo, sin embargo, que este fragmento transcripto es, a la manera de Sancho Panza, un buen ejemplo de cómo decir algo diciéndolo y haciéndolo pasar como la cosa contraria de eso que se está diciendo.
Ya entrados propiamente en la segunda edición, en la segunda selección de poetas, la más reciente, la de los ’80, encontramos, en el sector de las notas bibliográficas, el siguiente texto entre paréntesis: "Los autores de esta Antología incluyeron en ella a los poetas Pablo Neruda y León Felipe. Cuando estaba en prensa este libro, esos señores solicitaron de nuestra Editorial no aparecer en él. Lamentándolo, cumplimos su deseo)." ¿Una nueva generación de editores? ¿El aprendizaje sobre un hecho triste? ¿Se calentó al final Juan Ramón Jiménez?

lunes, 14 de mayo de 2007

En el medio del camino (Yo soy la loba...)

El sábado a la tarde estaba en Montevideo. Como tenía un compromiso a las ocho de la noche y ni siquiera eran las cuatro de la tarde, anduve desde Tres Cruces hacia Ciudad Vieja buscando en qué ocupar mis horas. Digamos que estaba licencioso. Fui derecho hasta 18 de julio y fui entrando alternativamente en librerías y disquerías (bueno… conseguí después de tanto tiempo la versión de "Porgy and Bess" hecha por Ella Fitzgerald y Louis Armstrong) hasta llegar al Centro Cultural de España, donde observé una muestra sobre Juan José Morosoli, recordado a propósito del medio siglo de su fallecimiento, muestra sobre la que creo que voy a tener que hablar en otro momento. En el tránsito entre estos lugares, en las veredas, me fui viendo asediado por muchachos que, apostados contra umbrales en desuso o contra paredes de comercios cerrados, me interceptaban para darme papeles soltando un breve rumor entre cómplice y subordinado. Me refiero a aquellos que reparten esos pequeños y discretos volantitos que promocionan las gracias de algunas damas que fumando y mirando el techo esperan al hombre que llene la tarde [verbi gratia]. Mi reacción común es aceptar los papeles (al fin y al cabo es imprescindible que uno los recoja para que ese sea el trabajo de esos muchachos) guardarlos en el bolsillo y allí estrujarlos hasta pasar por un tacho, en el que termino por tirar cuatro o cinco bolitas. Pero esta vez elegí guardarlos y después leerlos cuando estuviera en un asiento de la terminal o del ómnibus de regreso a Maldonado. Así que acá van los textos, como señas de un derrotero no sólo personal, sino de cualquiera de los transeúntes de esa tarde, o de los derroteros probables de muchos.
Veamos el primero. Es azul, mide unos cinco por seis centímetros y en el centro hay un recuadro de dos por tres con una fotografía del rostro de una muchacha de pelo negro. Nada propiamente lascivo, todo insinuante. Dice: "Te invitamos a pasar por nuestro apartamento…", y luego viene un teléfono. Los puntos suspensivos con que termina la frase, más la familiaridad y el desplazamiento que connota la palabra "apartamento", parecen hablar de algo entre casero y picantito, levemente pecaminoso, pero muy poquito. Nada de lupanares o serrallos. Claro que el plural del sujeto del enunciado, contrapuesto a la singularidad de la imagen del volante, sugiere que la chica vive con varias amigas o algo de eso. ¿O está con el marido? Me pregunto también qué tan inocentemente, en un ejercicio imaginativo, se puede tomar el texto: "Te invitamos a pasar por nuestro apartamento…" (más el teléfono). Imaginemos un adolescente que no sabe nada de nada, qué sé yo, un distraído crónico… A mí el plural tampoco me puede dejar de sonar a mafia. En fin… pasemos al siguiente ejemplo.
Segundo ejemplo: "Todos los días desde las 10 AM a tu entero placer… SENSACIONES… [luego vienen el teléfono y la dirección, más un dibujito de una fachada de una casa] T.V. Aire acondicionado". Todo en tinta roja sobre fondo blanco. ¿La foto de la chica? Es una rubia de pelo lacio, vuelta y mirando por sobre su hombro izquierdo con una sonrisa que está por empezar o está por terminar. El pelo se agita en el aire. Bueno, ¿qué me llama la atención de este volantito?... En primer lugar lo del horario. Como no se dice hasta qué hora, me imagino un tipo que, munido con lo que deba munirse, empieza a esa hora y termina veinticuatro horas después, cuando todo vuelve a estar dispuesto a su "entero placer". La hora parece la de un punto muerto que se hace un punto lleno de vida. Una muerte que se hace nacimiento. Lo otro que me parece significativo son las palabras "tu entero placer". El placer para esta gente no está compartimentado, ¡ojo al gol!. Es una cosa indivisible, única. ¡Ah! Otra cosa, las ventanas de la casita que aparece dibujada tienen rejas. ¿Un anuncio residual de la contemplación de desviaciones o conductas juguetonas del tipo "Yo soy la milica y vos el malandro"?
Tercer ejemplo: Este ejemplo me gusta. Papel blanco con tinta negra. En un cuadrito de tres por tres unas nalgas con una bombacha en parte hecha jirones, transparente en cierto modo. A través de la transparencia, en la unión de las nalgas, entreveo muy dificultosamente algo. Juro que no es un consolador, y eso me desconcierta. No sé por qué pienso en una cajita de chicles. Como sea… Sobre la cintura, a la izquierda, está la parte baja de un tatuaje casi irreconocible. El texto dice así: "LA CLINICA… aquí hacemos tus fantasías realidad only here your fantasies come trae… [luego la dirección] de Lunes a Sábados"… En el ángulo izquierdo y superior hay una cruz médica pero en el mismo negro del resto del volantito. Pasando a la consideración del texto, no puedo dejar de ver algo psicoanalítico, prácticamente freudiano, entre el nombre de la casa y su leyenda (más allá del bilingüismo). Aparte, si consideramos la fotito y dos o tres aspectos psicoanalíticos, esas nalgas son el fin de la angustia de Occidente (o al menos el fin de la angustia judía y burguesa). Ya está más que claro, la fantasía ya deja de serlo, luego no es ni más ni menos que la pura "realidad". ¿Sublimación?... Además, seamos sinceros… hablando de traumas y esas cosas, ¿quién fue el que le reveló a Edipo la fuente de sus pesares y lo trajo a la "realidad"?... ¡Pues el oráculo! ¿Y qué es lo que vemos en la fotografía del volantito! Un oráculo (el tilde no se lo saco a esa palabra porque soy fanático de la ortografía)… En lo que tiene que ver con los días de atención al público, con eso de "de Lunes a Sábados", digamos que en el séptimo día el Señor se tomó un descansito.
Cuarto ejemplo: El cuarto ejemplo lo recibí por partida doble. Papel negro satinado con tinta blanca. En un recuadrito de dos por tres aparecen dos chicas morochas y pelo enrulado, de espaldas, pero un poco dadas vueltas y mirando por encima de sus hombros. Se toman de la mano, las nalgas quedan en un lugar destacado, y a cada una se le ve un seno. La de la izquierda tiene cara de que se va a reír en cualquier momento; la de la derecha tiene una cara como si estuviera diciendo "Ya te dije que la comida estaba pronta. No te voy a llamar de nuevo." El texto dice: "AMIGA’S y algo más… Autorizado por la I.M.M Y M.S.P. … Abierto todos los días de 9 a 1 hs." Después hay otro recuadro más grande con un plano para poder llegar al lugar, luego el teléfono y la dirección y, en letra muy pequeña: "No arrojar en la vía pública". Está bien eso… Bueno, si la leyenda "AMIGA’S y algo más… se refiere a las chicas de la fotografía, es una pura reafirmación que no viene al caso. Parece estar dirigido a alguien más o menos dormido. Por otro lado: lo de "Autorizado por la I.M.M. Y M.S.P." crea una especie de inquietud y suena a pica entre varios comercios del ramo.
Quinto ejemplo: Tinta verde sobre papel blanco. Texto: "Privée… Mes de Promoción… a pasitos de Tres Cruces… Las 24 horas [luego la dirección y el teléfono]". Estos parecen ser los únicos laburantes, están las 24 horas. Casi a todo lo largo del volantito aparece una chica, también en tinta verde, y, como las otras, como todas diría ya a esta altura, vuelta sobre sí misma, mirando por sobre el hombro derecho. La boca parcialmente abierta. Si no fuera verde sería rubia.
Sexto ejemplo: El sexto ejemplo me vino por partida triple, y debe ser otro de los que más me llamó la atención. Letras e imágenes blancas sobre papel negro satinado. Texto: "Disfrutá de lo que más querés. El mejor staff de chicas las 24 hs. Todo el año. … DIVAS… habitaciones con baño privado y aire acondicionado… ABIERTO LAS 24 HS. … NUESTRA PÁGINA WEB: [y la dirección]… [luego la dirección del local y el teléfono]… Local habilitado… Visítanos. Evitate molestias. … [y más chiquito, de costado, sobre el borde izquierdo] Se entrega en mano. No arrojar en la vía pública.". La chica que aparece está recostada "panza abajo", tiene facciones delicadas y orientales, unas flores en el pelo a la altura de la oreja izquierda y ambas manos reunidas bajo el mentón. El texto que anuncia la página web va desde los codos apoyados hasta el final de sus nalgas. La frase que quiero comentar es la que dice: "Visítanos. Evitate molestias." Creo que en ella reside todo el marketing y, por qué no, el proyecto ético de la empresa que brinda ese servicio. Más allá de la alternancia confusa entre el tuteo ("Visítanos") y el voseo ("Evitate") que revisten esas palabras, creo que eso de ir hasta allí para evitarse molestias es el centro duro de la cuestión. ¿Cuáles son esas molestias? ¿Una culpa masturbatoria? ¿Pelos y cayos en las manos? ¿El terrible riesgo de engañar a la mujer con la vecina y de vivir con la permanente acechanza de la verdad? Como sea, DIVAS propone un espacio neutro donde la moral judeo cristiana no entra. Un no-lugar que suprime las diferencias…
Séptimo ejemplo: Esto de que hayan sido siete ejemplos, siete tipos distintos de volantitos es, por lo menos para mí, fruto de un designio que se me escapa… El que tenga ojos que mire. Tinta azul sobre papel blanco. (Me dieron dos volantitos). Texto: "LOBAS… ¡¡¡para tu mejor momento!!!... Te esperamos con las nenas más dulces en el mejor lugar de la city… [y luego la dirección y los dos teléfonos, uno de línea y otro celular]". La chica de la foto cruza la pierna izquierda por sobre la derecha y se lleva ambas manos hacia la cabeza revolviendo allí sus cabellos castaños. Tiene puesto un bikini, y de la parte de abajo cuelgan algunas cadenitas de fantasía. No tengo mucho para decir de este volantito salvo una observación de cómo el habla coloquial masculina al referirse al otro sexo desplaza a veces frases o nociones que en otro contexto sonarían a franca pedofília… ¡Bah! En la poesía amatoria hay otro tanto… Pero lo de "LOBAS", así, en medio de un tránsito, me parecía demasiado. Otra vez la cuestión de los valores y los "contra-valores". Se hacía de noche. Tenía que llegar al Centro Cultural de España. Dante… Dante… Per me si va a la cittá… ¿a la "cittá" qué?...

martes, 8 de mayo de 2007

La cocoa mecánica

Era un mediodía frío, quizás de uno de los días más fríos en lo que va del año. Pero al sol, en el patio del fondo de la casa, se podía leer. Contra una pared blanca puse una silla y, frente a esta, otra más para apoyar los pies. Leía unos ensayos sobre la poesía erótica en el 900 uruguayo. Desde dentro de la casa sale muy tenuemente el sonido de un clavicordio. Franco ha puesto “El arte de la fuga”, de Bach. Por momento el sonido del clavicordio se pierde en el rumor que hace el viento al pasar por las enredaderas. Unos gorriones muy atrevidos empezaron a bajar de la higuera y a remover con sus picos la tierra apenas húmeda. A través de las ramas de la higuera, que ya no tienen hojas y que parecen los brazos retorcidos de un muerto implorando, la luz tibia bajaba y hacía brillar todo, también el plumaje de los gorriones. Eran varios. Unos siete u ocho, quizás algunos más del otro lado del galpón. Todos removiendo bajo las hojas podridas de la higuera.
Luego de almorzar me acosté para seguir leyendo. La luz seguía entrando en mi cuarto. A veces se oscurecía todo cuando una nube pequeña pasaba por el barrio. A través de la pared podía sentir a Franco haciendo unas escalas en su viola.
Después de algunas horas me levanté para ir a comprar algunas cosas para la merienda: pan, leche, cocoa y una nueva lamparita de 40 watts para la portátil que tengo al lado de la cama, imprescindible para poder seguir leyendo en el resto del día. Antes de salir estuve unos minutos tratando de elegir un disco para llevar en el discman. Como a esa hora no había ningún almacén abierto en todo el Kennedy, tenía que ir hasta Tienda Inglesa, lo más cerca que tenía, sacando algún que otro comercio de San Rafael. Pero tenía ganas de hacer un trayecto de cierta extensión en la bicicleta. Así que tenía que elegir un buen disco como para el trayecto, acorde al clima, a mi estado de ánimo (el estado de ánimo era cierta melancolía), etc…
La 9ª sinfonía de Ludwig van Beethoven, ejecutada por la Sinfónica de Berlín y dirigida por Herbert von Karajan. Me preguntaba hacía cuánto tiempo que no escuchaba la 9ª de Beethoven y también cualquiera de sus otras sinfonías. Mucho tiempo. Creo que lo más que he escuchado de Beethoven en los últimos tiempos ha sido todo de música de cámara. Me alejé del Kennedy por San Pablo rumbo al mar. Uno hace ese trayecto y cruza mo0ntes de eucaliptos, luego el club de golf y después más montes de eucaliptos y más tarde montes de pinos. San Rafael, como muchos otros lugares de Maldonado, está metido dentro de un bosque. Parece un sitio levemente europeo. Tiene una torre de nombre francés y estilo normando que sobresale varios metros por sobre los pinos. Tiene una iglesia que parece una iglesia de las afueras de Londres. Tiene una calle llamada Brighton. Tiene largas calles flanqueadas por cipreses y álamos. ¿Hacía cuánto tiempo que no escuchaba la 9ª? El primero movimiento… Siempre me conmovió el patetismo del primer movimiento… Recordaba aquellos fines de semana en que con Felipe nos íbamos a su casa del balneario El Chorro. Estábamos estudiando profesorado. Llevábamos las cosas para estudiar. Y yo llevaba una caja con las nueve sinfonías de Beethoven en vinilo, dirigidas todas por Karajan. Me acuerdo de que subíamos del todo el volumen del equipo cuando la madre de Felipe se iba a La Barra a hacer algún mandado y nos preguntábamos si alguna vez alguna banda de rock pudo provocar un estruendo tal como el del primer movimiento de la 9ª. Doblé en la calle San Remo, que desemboca en la Avenida Roosevelt, a la altura de la parada 8 de la Brava. En la calle San Remo me acordé de que por esos años nació mi pasión por el Romanticismo. Sentía el rigor frío del viento que llegaba desde algún lado del sur. Desde esa época viene también mi promesa incumplida hasta el día de hoy de estudiar alemán. El rigor del invierno que se aproxima. Me acordé de una edición bilingüe, alemán-español, de “El viaje en invierno”, de Müller y de lo que significó para los poetas, artistas y pensadores románticos intuir en la cifrada superficie de la Naturaleza la presencia de un signo oculto. Lo que significó ver el poderío inconmensurable del destino y de la Naturaleza en las expresiones más adversas de la Naturaleza, como en las tempestades que se van comiendo los barcos en las pinturas de Turner, como en la pintura “Monje junto al mar”, de Friedrich, como en el caso del poeta inglés William Wordsworth, mirando los insondables abismos de los Alpes en su “Preludio”. Y recordé también a Rousseau. Simplemente a Rousseau caminando. ¿Por qué los románticos se replegaban en la Naturaleza? ¿Por qué ese énfasis? ¿Una nostalgia de Dios buscándolo en su más firme creación? ¿El paso previo al reconocimiento de su abandono?... Cuando entré a Tienda Inglesa yo también empecé a caminar. Como llevaba el discman en la campera, no escudaba a la gente que hacía sus compras, no escuchaba el audio del supermercado. Había empezado el segundo movimiento de la sinfonía, el molto vivace. En ese momento vino a mí la imagen de Alex, el protagonista de “La naranja mecánica”, en la versión de Stanley Kubrick. Sobre todo aquel momento en que está en la tienda donde compra una golosina y mira algunos discos. La tienda en donde conoce a las dos muchachas que se llevará a su casa. A mí, como a Alex, mientras paso por las góndolas del supermercado, nada me toca, todo me pasa por los costados; vivo la exaltación de la tarde en que Beethoven está conmigo, en que he sentido estrechamente a la Naturaleza en la medida de mis posibilidades. Pasé por la sección panadería. Una mujer elegía pan lacteado. Doblé hacia la parte de lácteos. Vi a una profesora que hacía sus compras. No me vio. De haberlo hecho me habría interceptado y me habría hablado insostenibles minutos. Di la vuelta haciendo un rodeo hasta llegar a la parte de lácteos por el lado opuesto. Estuvo eso que me mostró mi padre en el diario El País del día de ayer. En realidad me pasó todas las secciones para que las vichara. Había una pregunta del formulario Proust realizada a una periodista deportiva uruguaya. Algo así como “¿Si viviera de vuelta, que vida tendría?” La mujer tiene la imaginación suficiente como para contestar que sería la misma persona. Yo habría contestado eso si me hubiera llamado Walt Whitman… pero no es el caso… Yo habría contestado que me hubiera gustado una vida en algún lugar del sur de Alemania o de Suiza, más o menos a mediados o fines del siglo XVIII.
(Pip… Pip… Apenas sentí a la cajera… Pip… Pip… Setenta y cinco pesos. Pip... Se llamaba Claudia la chica.)
Cuando salí del estacionamiento puse intencionadamente el último movimiento. Salteándome el comienzo del tercero y el cuarto. Yo hacía ese recorrido en bicicleta hacía siete u ocho años. Y escuchaba también a Beethoven y su 9ª. No conocía tanto a la gente. Yo salía a caminar por los bosques de pinos y eucaliptos en invierno y bajaba hasta el mar. Y sí, podía suceder que todo, aunque fuera la ilusión de una ilusión, estuviera unido.
Cuando llegó la merienda me hice una leche con cocoa, hirviendo. Me preparé también un trozo de pan con manteca y repuse la lamparita de la portátil. Saqué de la biblioteca las “Confesiones”, de Rousseau, uno de mis libros más queridos. No lo he leído todo, me tomo su buen tiempo, pero lo quiero. Lo abrí al azar y descubrí las siguientes palabras, prácticamente al inicio del Libro Sexto, correspondiente al año 1736: “Me levantaba con el sol y era dichoso; me paseaba y era dichoso; veía a mamá y era dichoso; me apartaba de ella y era dichoso; recorría los bosques, las cuestas, divagaba por los valles, leía, estaba ocioso, trabajaba en el jardín, cogía la fruta, ayudaba al arreglo de la casa y por todas partes me seguía la felicidad; no se hallaba ésta en ningún objeto determinado; estaba toda en mí mismo sin poder abandonarme un solo instante. “Nada de cuanto me sucedió en aquella grata época, nada de cuanto hice, dije o pensé en todo el tiempo de su duración se ha borrado de mi memoria. Los tiempos anteriores y posteriores se reproducen en ella por intervalos; los recuerdo desigual y confusamente; pero a éste lo tengo tan presente como si durase todavía. Mi imaginación, que en mi juventud iba sin cesar adelante y ahora retrocede, compensa con estos dulces recuerdos la esperanza que he perdido para siempre. Nada veo ya en lo porvenir; sólo las excursiones a lo pasado son capaces de halagarme, y estos recuerdos tan vivos y verdaderos de la época a que me remonto me hacen vivir frecuentemente feliz a pesar de mis infortunios.”

jueves, 3 de mayo de 2007

Cosas con los Beatles


Este puede ser un post polémico o superfluo, según se vea... Igual... quería expresar algunas sensaciones que me vienen constantemente escuchando a los Beatles.
Estábamos ayer a la tarde (serían las 19:30) con mi hermano Franco, merendando, cuando nos pusimos a escuchar un disco de los Beatles que hacía tiempo que no escuchábamos. Decir esto quiere decir que quizás, como mucho, haría un mes o tres semanas que no colocábamos ese disco en el equipo. Ese disco era el segundo de la discografía: "With the Beatles". Franco había llegado recién de Maldonado y traía consigo, feliz, algunas partituras, como el "Pierrot lunaire", de Arnold Schoenberg, "Aventures", de Ligeti o "Ionisation" y "Octandre", de Edgar Varèse.
El asunto de la merienda, cuando estamos juntos, es todo un tema en cuanto a música, porque, si bien tenemos un gusto en común por los discos de ambos, buscamos siempre "ese" disco especial que amortigüe el clima de su chocolatada y mi café con leche. Así que él quiso poner una versión del "Pierrot lunaire" editada por Harmonia Mundi, pero yo me adelanté con "With the Beatles".
La cuestión fue que, en cierto momento, mientras yo sacaba unos bizcochos recalentados del microondas, empezó a sonar el cuarto tema del disco, una canción de Harrison titulada "Don't bother me". Lo que le dije a Franco de inmediato fue lo siguiente: que hace quizás unos diez años que conozco este disco y que ese es uno de mis temas preferidos de los Beatles. Franco juntó las cejas. Era obvio, porque ¿quién se puede aventurar a hacer un ránking de canciones de los Beatles? Si bien es, ante todo, un hecho emocional, puramente emocional y circunstancial, yo creo que sería un ejercicio interesante pensar cuáles son esas canciones que a uno (perdón por el antiacademicismo) lo matan... Y es que a mí "Don't bother me" es una de esas canciones que me matan.
Antes de pasar a señalar otras canciones que me generan ese sentimiento, tengo que decir, para que quede claro, que los Beatles con para mí una suerte de Biblia estética y de lo que podríamos llamar el impulso y la actitud artísticas. Si estoy en un comercio y suena por la radio cualquier tema de los Beatles (sobre todo si tiene ese condimento extra de sorprenderme, de no tenerlo previsto) me quedo aunque me queden mirando o pido permiso o compro cualquier otra cosa... Me acuerdo ahora de una novela de Tabajara Ruas llamada "El cerco" (en realidad, el título en portugués es "O amor de Pedro por Joao"). Hay un pasaje en el que un militante de izquierda en plena dictadura roba un banco en Porto Alegre, creo, y en medio de la redada policial, manejando un taxi robado escucha por la radio "Lucy in the sky with diamonds", y le parece que, extrañamente, todo es perfecto. Es un pasaje muy lindo de la novela (no sólo por la alusión a "Lucy...", que es más que nada un detalle). Recomendado.
Ahora, ¿cuáles son esos temas que, fuera de que amo las canciones de los Beatles, me hacen vivir una "pequeña muerte" en medio del día?
Bueno, son: "I saw her standing there"; "All I've got to do"; "Don't bother me"; "No reply"; "What you're doing?"; "Anytime at all"; "Things we said today"; "If I felt"; "I should have to know better"; "I need you"; "The night before"; "You're going to lose that girl"; "Ticket to ride"; "Norwegian wood (this bird has flown)"; "The word"; "If I needed someone"; "I'm only sleeping"; "She said She said"; "Good day sunshine"; "Doctor Robert"; "I want to tell you"; "Paperback writer"; "Lady Madonna"; "The inner light"; "Getting better"; "Fixing a hole"; "Lovely Rita"; A day in the life"; "The ballad of John and Yoko"; "Dear Prudence"; "Glass onion"; "Martha my dear"; "Piggies"; "Julia"; Sexy Sadie"; Long, long, long"; "Savoy truffle"; "Something"; "You never give me your money"; "She came in through the bathroom window"; "The end"; "For you blue"; "I've got a feeling"; "Hey bulldog"; "Only a northern song"; "Flying"; "Your mother should know"; "I'm the walrus"; "Strawberry fields forever" y, de lo último, "Free as a bird" y "Real love"...
¿Una exageración? ¿Una grosería? ¿Algo imperdonable? No lo sé... Tenía ganas de escribirlo y de hacer una lista que puedo tirar abajo mañana de mañana...