viernes, 31 de agosto de 2007

Siguiendo a la liebre, siguiendo a Levrero


Otra vez muchos días sin poder colocar un post. La computadora de casa se ha roto y venir a un cyber y pasar algún texto en limpio nunca deja de ser engorroso. Dentro de unas horas quizás Felipe me arregle la máquina y pueda escribir más sueltamente. Ahora van un montón de cosas inconexas...

como una caminata con Felipe hasta la playa Breva el miércoles. Bajamos por la avenida San Pablo, doblamos por Montecarlo y de pronto, ¡zas!, una gran liebre sale disparada del jardín de una casa y comienza a correr por Montecarlo rumbo a la rambla, que cruza salvándose por un pelito de que una camioneta la matara. Después de caminar por la costa, encontramos un caballo atado en lo profundo de unos matorrales entre los médanos. El caballito, quizás un poco enano, no sé mucho del asunto, tenía una pata enredada en la cuerda. Cuando hicimos el descubrimiento todo pareció tener la sustancia de un pasaje de una película en el que las cosas cambian. Quizás alguien viviera en el médano, pensó Felipe. Quizás sea complicado tener que desenredar al caballo sin que este se ponga bravo y nos liguemos algún golpe. Quizás esté el dueño cerca y uno teniendo que dar explicaciones. El descubrimiento fue tan delicado, con todo eso del sol oblicuo e invernal patinando sobre el pelaje del animal, que pareció un detalle de una novela china, o me pareció a mí.

como frases que voy anotando y que les escucho a los alumnos: "Me tocaron amigos por sorteo", "Tengo una crisis de goma"; o que escucho en un ómnibus rumbo a Montevideo cuando un hombre llama a una barraca desde su celular y pide un metro cúbico de arena para una casa de la calle Arenal Grande, o que escucho en una librería de 18 de julio en la capital, cuando una madre octogenaria discute con su hija de cincuenta años acerca de si vale la pena comprarse un libro de $500, porque al fin y al cabo un pantalón cualquiera que "una" se pueda comprar sale $1.200... "Y bueno", dice la madre "el pantalón lo precisás para no estar desnuda"....

como los autos que pasan por la calle San Pablo muy de vez en cuando, mientras releo en el sillón del living a San Agustín o leo "El profeta imperfecto", de Fernando Butazzoni...

como las palabras de la profesora Graciela Mántaras anoche en el homenaje a Mario Levrero realizado en la Asociación de Prensa del Uruguay: "En Levrero el acto de escritura es función fundante del Ser"... o cuando dice que Levrero clausura ya todo un camino de la literatura uruguaya y que ya hay que entender que de ahí en más se tiene que ir por otro lado...

jueves, 16 de agosto de 2007

Posibilidades de las islas


El pasado sábado encontré en la "Ñ" (nº 202) una nota del escritor argentino Alberto Manguel sobre la relación que se da entre Viernes y Robinson Crusoe en la novela de Daniel Defoe. Entre otras cosas de interés dice lo siguiente: "Entonces Defoe introduce a Viernes. Sin Viernes, sin el inculto, primitivo, salvaje Viernes, las hazañas de Robinson serían tristemente secretas, no tendrían público. Sin su sombra (porque al fin y al cabo ¿qué es Viernes sino un Robinson sombrío, rústico, igual de solo y de desdichado?), Robinson se desvanecería, se volvería, como aquel precursor griego que erró de isla en isla durante diez largos años antes de volver a Ítaca, un Nadie."(…) "Lo cierto es que Viernes es necesario para que Robinson exista".
Hace un tiempo, en el inicio de mi última convalecencia, anoté en el "Diario del dedo gordo del pie derecho" algunas ideas que también se me ocurrieron sobre la figura de Viernes y que ahora me dan ganas de rescatar a partir de la lectura del texto de Manguel…


"Diario del dedo gordo del pie derecho", día 2: 27 de junio [fragmentos]:
"Ayer, luego de uno de esos silencios entre tema y tema, mientras esperábamos que el traumatólogo me llamara, Felipe me dijo: ‘¡Tenés largo el pelo, eh!’. Y tiene razón, lo tengo largo como hace años que no lo tenía. La verdad es que hace por lo menos un mes y medio que estoy amagando con ir a la peluquería y cortármelo seis o siete centímetros, pero me he dejado estar. Hoy Franco me dijo que no lo tenía tan largo desde el año 2000. La idea del pelo largo, y de la barba larga como la tengo, también, me lleva a la otra idea del ermitaño (un poco de los pelos, ¡ja!), el que se deja estar en su recinto por fuera de cierto "contrato social" y cultiva la soledad. La idea también está cerca de la del náufrago, aunque el náufrago, generalmente, acaba por volver al "contrato social". Robinson Crusoe fue una de las novelas que más me impactaron y me cautivaron. La leí en 1998, cuando yo estaba saliendo del liceo. Hace poco leí un ensayo acerca de que Robinson Crusoe encarnaba algo así como un ideal, una utopía adolescente. Creo que todos, en mayor o menos medida en nuestra adolescencia o juventud, hemos tenido la necesidad de abrigarnos del mundo, la necesidad del aislamiento extremo clausurando las vías de acceso hacia nosotros. Creo que el suicidio adolescente (…) es en parte un extremo triste de ese sentimiento. Estar en la cama durante todo un mes es un poco como ser Robinson Crusoe y estar en la isla. Victoria y las demás personas que se me acercan mientras tanto, y los objetos de los que dispongo a poca distancia son algo así o funcionan como ese barco que había naufragado a pocos metros de la costa y del que Crusoe había recuperado algunos objetos que le irían a servir para estar en la isla. Crusoe tiene que recrear la civilización. Yo tengo que crear una parte de la civilización, tengo que escribir un relato en el que la gente muestra sus pasiones básicas (por llamarlo de algún modo).
(…) Vuelvo ahora a Robinson Crusoe porque me acuerdo de una de sus partes más famosas: el momento en que Crusoe encuentra la huella humana en un rincón de la isla. Recuerdo que la tapa de esta novela en la colección Robin Hood retrataba este pasaje, lo que al final me parece un error o una impostura ante el lector. ¿Por qué sentimos cierto terror cuando Crusoe descubre la huella? Porque sabemos que eso cambia la narración para siempre, porque sabemos que esa utopía empieza a desmoronarse. Esa sensación de paraíso recuperado se desbarata por la impresión de un pie sobre la arena. Y ese es de algún modo el factor que adelanta que el protagonista y la novela entran en otro orden. Crusoe se prepara para volver al "contrato social". Pero Defoe sabía que tenía que insinuarlo, sacar de ese ensueño al lector pero de la manera menos terrible, aunque terminó siendo algo inquietante. Y la solución fue muy inteligente. Luego de la huella, que da paso a la aparición de los nativos con sus ritos caníbales, llega Viernes. Defoe presenta al lector europeo medio de la época a Viernes como algo preparativo para la vuelta de Crusoe. Viernes es una especie de hombre-desprestigiado, un proyecto o un casi hombre para el europeo de la época: un salvaje. Cuando Crusoe le inculca a Viernes determinados valores europeos-occidentales-protestantes, está preanunciando su vuelta. El retorno al orden del contrato social europeo está cercano."

lunes, 6 de agosto de 2007

Saliendo del vientre de la ballena

Hoy es el día en el que saldré del vientre de la ballena.
Luego de una convalecencia por un percance que a casi todo el mundo le pareció ridículo, luego de todo un tiempo de reposo que parece desmedido al lado del hecho que lo ameritaba, yo vuelvo al mundo, a las obligaciones normales y corrientes de todos los días. La vuelta se demoró. Hace unos diez días el traumatólogo me había negado el alta mostrándome en una pequeña placa cómo el hueso estaba demorando en cerrarse algo más de la cuenta. Sin embargo, todo estaba dentro de lo posible. Se había formado un cayo, las dos partes se iban uniendo poquito a poco… Hoy, por ejemplo, el día en que puedo caminar para donde me dé la gana, siento que el dolor todavía está allí. Atrás ha quedado un mes y medio de quietud en varios sentidos, una especie de negación del tiempo y sus particularidades. Mirando para atrás trato de recordar alguna otra instancia parecida. Recuerdo la neumonía de 2003, con sus quince días horribles de fiebres y problemas para sacar el aire de los pulmones. Y recuerdo también aquel mes y algo de 1990, una hepatitis bastante fuerte que llegó justo en el comienzo del Mundial de Italia. Pero eso era distinto. Aquel reposo fue para aquel niño una forma más de estar en el mundo materno. El mundo, todavía, esperaría unos años más para llegar con todas sus fuerzas.
La imagen evocada más arriba del “vientre de la ballena” viene, de entre otros lugares, de un libro de la Biblia que es uno de mis predilectos, tanto como lo debe ser de mucha gente. Se trata del libro de Jonás, del Antiguo Testamento. En él, Yahveh escoge a Jonás como profeta para que cumpla una misión en Nínive. Jonás se niega y se sube a una embarcación con rumbo a Tarsis (que para los hebreos era prácticamente el confín del mundo). “Pero Yahveh desencadenó un gran viento sobre el mar, y hubo en el mar una borrasca tan violenta que el barco amenazaba romperse. Los marinos tuvieron miedo y se pusieron cada uno a invocar a su dios; luego echaron al mar la carga del barco para aligerarlo. Jonás, mientras tanto, había bajado al fondo del barco, se había acostado y dormía profundamente.” Como se sabe, también, más tarde los marineros descubren que Jonás es la causa de que Yahveh hubiera desatado esa tormenta, y lo arrojan al mar. A punto de sucumbir a la fuerza de las olas, Jonás es tragado por un pez gigante (o ballena) que su dios le envía. Tres días y tres noches está Jonás en el vientre de la ballena meditando su situación hasta que decide que tiene que afrontar el mundo, y eso es aceptar la palabra que Yahveh ha hecho bajar sobre él: ir a Nínive y advertir a sus habitantes de lo que les va a ocurrir si siguen viviendo en el pecado.
La imagen del vientre de la ballena se ha correspondido de allí en más con un estado de penitencia del alma. Pero también con un estado de reposo equiparable a una muerte de la que se sale renovado, afrontando de nuevo el mundo y sus obligaciones. Una tregua del mundo, o de uno mismo. Para los románticos, por ejemplo, la imagen de la caída total, de tocar fondo, era el paso previo a la renovación verdadera, a la ascensión liberadora. Hay unos versos de William Wordsworth en su “Preludio” que ahora me vienen a la cabeza y que son una ilustración perfecta de todo esto. Pero me vienen a la cabeza los versos y no sus palabras precisas.
De todos modos, hay otro aspecto del libro de Jonás que me conmueve tanto como lo del vientre de la ballena, y es la de Jonás durmiendo en el fondo del barco en lo más terrible de la tormenta. Es una imagen de una sensualidad como pocas pueda haber. Esa es la exacta síntesis del individuo que escapa o niega al mundo y sus vicisitudes por sentirlos demasiado. Es ese repliegue en nosotros mismos que esperamos tener siempre que vamos a dormir. A mí, desde niño, mucho antes de saber cualquier cosa de Jonás y su misión, me llega de vez en cuando, en los momentos previos al sueño, la sensación de que estoy en una especie de embarcación que boga a merced de la corriente. La sensación se intensificaba más (o se intensifica, como en estos días) al escuchar en la noche profunda el ruido del mar.
Fue un mes y medio extraño. Un mes y medio en el que la sensualidad de ir durmiendo en el fondo de una nave que boga nunca faltó. Esto puede querer decir entre otras cosas que nunca madrugué, que, como me pasa normalmente cuando no tengo que ir a trabajar, me acuesto después de las cinco o las seis de la mañana luego de quedarme leyendo, escribiendo o escuchando música. Pero llega un momento en el que el mundo llama demasiado fuerte. En este mes y medio escribí un libro que terminó teniendo extrañas coincidencias con todo lo que me pasaba. (¿Extrañas coincidencias?). En ese libro aparece literalmente el vientre de la ballena, y su protagonista es de algún modo una especie de Jonás para con las obligaciones de todos los días. Pero en vez de un barco, lo que es protagonista tiene es un tanque de oxígeno. En este mes y medio por primera vez vi la versión de Disney de “Pinocho”, que me pareció una gran película. Eso me lleva a recordar no sólo lo que yo escribí, sino la lectura de “La invención de la soledad”, de Paul Auster, hace unos meses. En ella Auster hace referencias explícitas y extensas no sólo acerca del libro de Jonás, sino también acerca de “Pinocho”. Se sabe que ese libro de Auster gira en torno a la figura del padre. Por si fuera poco para mí, en este instante me doy cuenta de que mi convalecencia me llevó asimismo de vuelta hacia mi padre. Miro a mi padre comer, encender la estufa, salir a cortar leña bajo la higuera del fondo y veo cómo el paso del tiempo ha hecho cosas sobre él que me duele ver. Ya no es el hombre del que yo escuchaba historias de otros lugares cuando era adolescente. De a poco recuerdo una de las reflexiones cruciales del libro de Auster, y que dice algo así como que, llegados a cierto momento de la vida, nos terminamos transformando en el padre de nuestro padre. Algo así como Pinocho, que tiene que ir a rescatar a su propio padre del vientre de la ballena. Ahora sí me acuerdo de todas las palabras de un verso de Wordsworth: “The Child is father of the Man”: “El Niño es el padre del Hombre”.

Posdata

Quizás este fue el sueño más importante que tuve durante toda la convalecencia. Ocurrió el domingo 29 de julio.
Yo era niño y estaba en el fondo de mi casa, bajo la higuera. Era de noche. Tenía una sensación de malestar; algo como si no pudiera ver a mi madre por ninguna parte. De pronto levanto la cabeza hacia el cielo y comienzo a ver un espectáculo que me llena de emoción. Decenas de estrellas fugaces cruzaban toda la bóveda. Cada una más sorprendente que la otra. Brillantes, enormes, veloces. Mi padre, más joven, se me acerca, me rodea con un brazo y me pide que preste la mayor atención posible a las estrellas fugaces. Me pregunta si son hermosas y yo le digo que sí, que lo son. Hasta que en cierto momento una en particular asume protagonismo. Se acerca de a poco hacia nosotros, brillando ferozmente. La estrella, cada vez más cercana, empieza a ocultar el resto de la noche. Dentro de la luz de la estrella se recorta una figura humana. Mi padre extiende un brazo hacia arriba. Un segundo antes de que la estrella caiga sobre mí, mi padre dice “¡Mirá! Es el arcángel Gabriel que viene…”.

Ese 29 de julio yo miraba el cielo nocturno y vi una estrella fugaz grande y anaranjada cruzar desde el este hasta el nordeste. Esa estrella me hizo acordarme del sueño.