miércoles, 26 de setiembre de 2007

El perro negro que miraba el cielo

Lo mismo que con la gente, los animales que se nos acercan también tienen sus propias historias. Esta es la historia que oculta Ramón, el perro negro, simpático, hiperactivo y curioso que me encontré ayer mientras caminaba por la calle San Pablo, casi llegando a la rambla de la Brava. En realidad no me lo encontré. Él me encontró a mí. Porque yo iba totalmente alelado escuchando en mi discman el concierto para piano número 22 de Mozart cuando de pronto me llevé el tal susto (porque le tengo terror a los perros de más de quince kilos): Ramón ya estaba trotando a mi lado. Este hecho forma parte de una constante de mi vida desde hace unos dos meses: el hecho de que invariablemente vaya por San Rafael en bicicleta o a pie y algún perro me salga al paso y comience a seguirme. Siempre pasa lo mismo. Los perros me siguen un trecho, me acompañan unas horas y luego siguen, corazones solitarios a la deriva, hacia otras compañías.
Había sol. Era la tarde perfecta para caminar luego del mediodía. Ramón tenía un collar verde hecho de lona. En la rambla nos encontramos con una niña que pasaba por allí y Ramón fue corriendo hasta ella. La niña lo vio llegar y empezó a abrir la boca toda rectangular para soltar un grito o el inicio de un llanto. Yo le grité que no tuviera miedo, que el perro lo único que quería era jugar. ¡Yo qué sabía! De entrada el perro me pareció bastante raro, pero era lo más humano que podía gritar a treinta metros. Y de hecho fue así. Ramón se puso a dar vueltas alrededor de la niña y esta se alejó riéndose y diciéndome "Es bueno, señor... Es bueno...".
Creo que con Ramón fui feliz. Y también creo que a él le encantaba estar conmigo. Cuando bajamos a la playa el viento que venía del este me llevaba casi en el aire y me daba en la nuca. Y estaba fresco y se llevaba festones de espuma que la resaca de las olas dejaba en la arena. Ramón correteaba enloquecido la espuma cuando el viento la liberaba de la arena y se la llevaba desgastándola. Pero Ramón, y en este punto me di cuenta de que sí, de que era muy parecido a Jonathan Swift, Ramón era misántropo. Fue al llegar a la calle Gorlero que me di cuenta del todo, cuando él no podía seguir a mi lado porque cada persona que le pasaba por al lado o veía llegar de lejos lo espantaba terriblemente. Yo lo iba a buscar y me lo traía casi a rastras. Pero para él el esfuerzo no valía la pena. Y se fue corriendo por una calle lateral para el lado de la Brava sin que yo pudiera ya alcanzarlo, con la desazón que ya no iba a ver a mis amigos y mostrarles ese perro con el que me llevaba tan bien. Ahora repaso algunas fotos que le fui tomando en la playa antes de llegar a la península. Me quedo embelesado observando unas en que aparece extasiado con la vista fija en el cielo purísimo y azul, mirando no sé qué cosa que haya encontrado o haya recordado. Estaba sobre un médano y se había quedado quieto. La cosa venía del cielo. No se movía. A veces torcía los ojitos como para saber si yo todavía estaba allí. Pero no se movía. Quería saber si yo también estaba sintiendo eso que caía sobre la tierra en la tarde. Eso era la inmensidad compartida. Eso que está ahí para salir a atacar. Porque la consigna antes de salir a caminar para mí había sido: si el día no llega hasta ti, tienes que salir a buscarlo. Peter Handke puro. Salir a buscar el día logrado.
Al rato ya estaba yo con Valentín. Nos teníamos que encontrar en un pequeño teatro a las tres y media para ver actuar a su hija Julieta junto con sus compañeritos del jardín de infantes. De entrada me encantó lo que vi. Una maestra narraba y los niños iban representando el cuento. No importaba de qué trataba el cuento, que quizás pueda ser una ingenuidad ecologista, pero el caso es que cuando llegó el "Había una vez..." caí como entregado en mi butaca. Miré alrededor. Los hermanos, los padres, los abuelos y los tíos, todos empezaron a quedar suspendidos. Los niños representaban a unos animalitos con una gracia y una entrega para sus cinco años que me dejó emocionado.En varios noté lo mismo: no eran niños con un sombrerito que les confería el poder de representar a un pez, no, ellos "eran" el pez. Pero lo mejor aún estaba por llegar. La maestra colocó unas láminas en el suelo. En cada una de ellas había dibujados distintos animales. Los niños tenían que pasar alternativamente al frente, tomar una lámina cualquiera e inventar una historia. Me quedo con tres historias que me dejaron arrobado de cuantas escuché... La primera me hizo saltar de la risa de mi asiento. Valentín me miró con cara de ojo-que-nos-corren-de-acá-al-toque... Y era así. Porque una niña tomó una lámina con tres mariposas azules y dijo que las mariposas se hacían (en vez de "se daban") vacunas. Y que volaban y se seguían dando vacunas entre ellas. Y eran felices y colorín colorado este cuento se ha acabado. Clap. Clap. Clap. Morite de la envidia John Lennon... La siguiente historia también tiene como protagonistas a las tres mariposas azules, y las encontraba masticando chicle todo el día. Y la última fue estrictamente mítica. Ahora morite vos de la envidia, Horacio Quiroga... Resulta que los peces jugaban a la escondida, pero como el que tenía que contar sólo sabía contar hasta dos, todos se aburrían porque los encontraban antes de que se escondieran. Entonces llegó un día en que los peces se enojaron del todo y se fueron al mar. ¡Pum! Ya está. Colorín colorado, este cuanto (también) se ha acabado.
Adriana, la madre de Valentín, hizo un desvío antes de que llegaran a Maldonado y me dejó en mi casa. Yo iba en el asiento de atrás con Julieta y ella miraba las fotos que yo había sacado mientras me contaba cómo se habían sentido ella y sus compañeritos actuando. Me bajé y los saludé cuando ya abría el portón. Tenía ganas de que Ramón estuviera allí y se pusiera a mirar el cielo del atardecer sobre los árboles del Kennedy.

sábado, 22 de setiembre de 2007

¡Llegó la abuela!

Ayer a la tarde recibimos con Franco a nuestra abuela, la madre de nuestra madre. Se llama Elcira Devitta y a nosotros nos parece todo un personaje. Tiene 85, una memoria y una lucidez implacables y un rasgo que la hace sobresalir entre la gente de su edad: cada vez que la vemos, jamás (pero jamás) nos cuenta las mismas cosas. Aunque hable de achaques, los achaques ni siquiera son los mismos. Elcira nació en Cebollatí y se crió en un lugar llamado Rincón de Aparicio, cerca de Aiguá, cerca del triple límite de Lavalleja, Maldonado y Rocha. Después, como mucha gente del campo en la primera mitad del siglo XX, fue a Montevideo con la esperanza de encontrar una salida económica. Allí se quedó por el resto de su vida (salvo algunos años pasados en Maldonado) porque conoció a mi abuelo, Ángel Bertolino. Elcira hizo sólo un par de años de escuela rural. Siempre dice que le hubiera gustado seguir estudiando, pero las cosas no daban como para eso. Pero de lo que sí se sacó las ganas en la vida fue de leer lo que le cayera en las manos. Cuando era niña o adolescente, y como no había casi qué leer en su entorno, correteaba cualquier papel que el viento llevara para ver qué tenía escrito. Hoy sigue siendo más o menos así. Si yo llego a tener en mi mesa de luz un libro, ella se acerca y me pregunta si me parece interesante. Cuando yo me voy a dormir, resulta siempre que no encuentro el libro, que fue invariablemente secuestrado por mi abuela. Voy hasta donde está ella y la encuentro acostada. Entonces me mira, me hace una sonrisita como disculpándose y me dice: "¡Dale, prestámelo un ratito! Si vos sabés que yo me duermo en seguida..." ¡Qué mentirosa! La escena se repite cada vez que viene. Así, por ejemplo, me acuerdo de que no pude terminar de leer "El gran Meaulnes", de Alain-Fournier, hace como cuatro años. Cuando me quedaban pocos capítulos para acabarlo, llegó mi abuela, me lo sacó y siguió con él viaje hacia Montevideo. Pero fuera de estas cosas, abstrayéndome un poco (¿?), caigo ahora en la cuenta de que cuando yo tenía unos diez años llegué a la conclusión de que era la única persona que yo conocía que me hablaba de libros o que veía leer. Ella, y no otra persona, fue quien me regaló "Don Juan el zorro", de Serafín J. García para que yo pasara mis días de hepatitis. Y si tengo que hacerle justicia, debo decir que en esta oportunidad me trajo de vuelta el libro que se había llevado hacía unos meses, una recopilación de relatos breves de William Henry Hudson. Anoche, antes de irse a dormir, comenzó de nuevo con el ritual de acercarse a donde están mis libros y preguntarme por ediciones con tipografía grande. Yo estaba en el cuarto de Franco, donde está la computadora, y a mi lado tenía una edición de "Jaula de costillas", de Valentín Trujillo, que había estado revisando a causa de la reseña publicada sobre el mismo ayer en El País Cultural y firmada por Carlos María Domínguez. "Abuela, ¿te acordás de Valentín?". "Sí, ¡cómo no me voy a acordar!", me contestó. Entonces le expliqué que Valentín había ganado el Premio Banda Oriental y que ese era su primer libro. Luego me fui a mi cuarto a leer. Resta decir también que cada vez que la abuela viene Franco le cede su cuarto y duerme en el sillón del living o en la casa de papá (al lado). Eso fue lo que pasó ayer. Franco tuvo un ensayo con su amigo el violinista y después siguió de largo con una sesión de billar de varias horas en algún club de Maldonado. Yo terminé de leer El País Cultural y seguí con la edición de la revista Granta en español dedicada a los nuevos jóvenes novelistas estadounidenses. De lo que leí hasta ahora (unos siete de los veintiún autores de la selección) disfruté muchísimo de los relatos "Periquitos", de Kevin Brockmeier, "La reclamación", de Judy Budnitz y "Donde se encuentran el Este y el Oeste", de Nell Freudenberger. ¡Qué bueno ver que en un país como Estados Unidos se sigue escribiendo tan bien y que los nuevos no tendrán nada que envidiar a muchos de sus predecesores! Yo leía algunas cosas y me repetía a mí mismo cuánto me gustaba la narrativa norteamericana. El relato de Brockmeier, por ejemplo, me hizo acordar tanto al poder de sugerencia y concisión de Carson Mc Cullers, que me conmovió. Es más, sentí eso inasible, mitad ternura mitad desgarramiento piadoso, que sentí en las primeras páginas de "El corazón es un cazador solitario". A eso de las cinco de la mañana llegó Franco y traté de dormir; pero ya estaba tan desvelado que poco me costó levantarme antes de las siete para desayunar con mi abuela, que ya andaba entre el cuarto y el baño. Cuando ya estábamos en medio del desayuno, me soltó una frase como si recién se acordara de algo: "¡Ah! Estuve leyendo el libro de Valentín anoche, m'hijo!". "Buenísimo", le dije "¿Y qué te pareció?". "Y... está muy lindo la verdad. Ahora... ¡Mierda que tu amigo ha tenido experiencias sexuales de todo tipo! ¿Eh?". "¿Cómo, abuela?". Yo no entendía muy bien el punto. Me parecía raro que ella confundiera ya no autor con narrador, sino autor con personaje o personajes. Pero ella seguía con su explicación: "Me asombró mucho, mirá, todas las cosas que pasó con homosexuales, para decirte la verdad...". "¿Eh? ¿Estás loca? ¿Qué estuviste leyendo?". Entonces fuimos al cuarto. Cuando le alcancé "Jaula de costillas" lo colocó de inmediato sobre la mesa de luz de Franco, donde además estaba "Desgracia", de Coetzee, y el libro con el que ella se había confundido el libro de Valentín, nada más ni nada menos que las "Confesiones", de Rousseau. Fiel a su costumbre, había leído varias partes de la obra al azar. Entonces empezó a reírse. "¡Ya me parecía a mí que un muchacho tan joven no podría haber tenido tanta experiencia!". Me gustaría dejar en este instante unos puntos suspensivos como reclamando la ayuda de algún lector, pero los voy a dejar ahora, cuando comento que mi abuela, dando la excusa de que al final con la confusión no había podido leer una sola línea de "Jaula de costillas", me pidió para llevárselo a Montevideo. "..."

miércoles, 19 de setiembre de 2007

Los devoradores de plástico (I)

Un encuentro informal entre dos de los integrantes de Los Devoradores de Plástico en el Upper side of Kennedy town. Fotografía de un paparazzo que andaba en la vuelta...


Recordados por su aparición breve, tempestuosa, salvaje e intempestiva en el liceo 2 de Maldonado una tarde de fines de noviembre (1) (2), Los Devoradores de Plástico salen al ruedo nuevamente confirmando las sospechas que habían circulado en las últimas semanas: SÍ: están grabando un disco.
Sin saberse todavía cuándo dicha placa saldrá al mercado, lo que se sabe es que ya han entrado al estudio a grabar algunas de sus nuevas canciones como "Mosquitos", "Happy" y "London moon", a lo que habrá que agregar la remasterización y regrabación de algunos primitivos clásicos de la banda, como "La gorda cumbiera", "All you need is oil", "Café con leche en órbita", "Yendo a comprar un chupa-chupa" o la versión notablemente limitada del clásico de Led Zeppelin: "Moby Dick", en la que uno de sus integrantes, adicto a la narrativa norteamericana, para despistar cuando le llega el solo de guitarra que Jimmy Page ha hecho tan bien, recita varios párrafos de la obra de Hermann Melville.
Esta vez con un bajista y productor a prueba, el señor FGB, hermano de DGB (guitarra rítmica), los Devoradores de Plástico van por su primera grabación. La agrupación (3) se completa con AG en guitarra líder y GS en batería.
Por otra parte, la gran mayoría de los críticos que han asistido a algunos de los ensayos y sus contadísimos conciertos en vivo (4) subrayan que están en presencia de gente que va a hacer historia. Pero Historia con mayúscula, ya que dos de ellos manifiestan una aguda pasión por la lectura de esta disciplina y no descartan la opción docente de aquí a un tiempo, cuando terminen el liceo. Según algunos, las influencias de esta banda no deben buscarse o rastrearse en ejemplos como los "Anthology band" de los Beatles, las performances de Frank Zappa o la onda "macaquito-way-of-life" típica de los bajos fondos de Maldonado, sino en la ingesta desmedida de sustancias como: el café con leche, el café con leche (bis), las tostadas con manteca Conaprole (5), tortas de chocolate o juguitos Baggio multifruta.

Algunas opiniones recientes sobre Los Devoradores de Plástico:

Tatiana Oroño (Brecha): "Yo los escuché y en seguida me puse a pensar en lo que había escuchado. Esa fue mi primera reacción. Después pensé que estos chicos trasvasaban los límites prefijados y legitimados de la cultura pop para adentrarse en una noción de juntura con la cultura dominante, un quiebre del paradigma de la irresolución post-modernista, y a muy pocos pasos del ludismo denegado y delegado de la nueva ola de jóvenes uruguayos que no quieren crecer nunca más en la vida."

Pedro Peña (El País Cultural): "A mí me encantaban los Red Hot Chili Peppers. Ahora me encantan también, no voy a decir que no. Pero desde que escuché a Los Devoradores de Plástico he visto otros horizontes. Viajé mucho. Me reconcilié con una tía lejana en Salto. A veces hay hechos en la vida que no por nada se dan en simultáneo."

Leonardo A. Cabrera (La Letra Breve): "Antes creía que era inmortal, ahora tengo dudas".

Valentín Trujillo (El Observador): "Un falso remedo de una banda anterior (y de la yo fui integrante) que tuvo DGB: The Omelettes. Todos los temas que están sacando ya los habíamos lanzado nosotros en nuestras sesiones. Todo plagio, loco. ¡Damián González Bertolino, sos un vigilante! Varias canciones son mías, las compuse en la parada 25 de la Mansa mientras mi hija jugaba con la palita y el balde."

Cacho de la Cruz (canal 12): Estos pibes son una maravilla. Con la Laura nos pasamos escuchando día y noche los demos que nos mandan por mail. Son una pinturita. Estamos haciendo gestiones para que toquen en el Show del Mediodía o, en su defecto (6), en Cacho Bochinche.

Osvaldo Fattoruso (ex-integrante de Los Shakers): ¡Qué hijos de puta! ¡Los temas que no nos salían antes de querer armar 'La conferencia secreta del Toto's bar'".

Dani Umpi (escritor, músico, performer): "Unos divinos totales. Si los agarro voy presa".

Miguel Ángel Campodónico (Búsqueda): "No sé, tengo mis muy serios reparos. No hallo divertido expresar mi opinión sobre este punto."

Ignacio Fernández de Palleja (escritor, www.chorizoderueda.blogspot.com): "¡Deja quieto, gurí! Estos se la dan duro y abierto, como dice mi colega Vasil. Por lo demás, réstame decir que no se andan con bajos pruritos a la hora de sazonar nuestros oídos. ¿Corrupción de menores?... ¡Bah!..."

Jorge Traverso (Subrayado, canal 10): "Así está la juventud, amigos... Un espacio para la imaginación y los buenos sentimientos, para confraternizar con el otro con sólo un parlante de cada lado de la oreja."

Julio Toyos (poeta under): "¡Juventud, divino tesoro!".

Notas:

(1) Se recuerda aún el gesto de la sub-directora, con los brazos en jarra, tratando de explicarse a sí misma qué era eso que seguía pasando en el centro de estudios que estaba bajo su égida, aun cuando ya no había estudiantes o público en general que oficiara de audiencia.
(2) Para hacerle justicia a la Verdad, así, a secas, hay que decir que en rigor esa no fue la primera presentación de Los Devoradores de Plástico en cuanto a la reunión de los mismo músicos, que ya se habían presentado un mes atrás en el mismo recinto bajo el nombre común y apurado de Los Tomates Rellenos. El motivo fue un concurso de cumbia y reggaetón del que salieron teloneros, pero del telón final. De hecho se consideró la primera vez en la música rock-progresiva que una banda dio un concierto de media hora que consistió todo el tiempo en que su guitarrista tratara de afinar su instrumento mientras los otros músicos lo soportaban con cajón peruano, percusión y armónica.
(3) "Agrupación": mote generalmente empleado para las bandas de cumbia que aquí pasa a resignificarse, a redimirse ante la casta lengua española...
(4) Fueron dos.
(5) Con sal, por supuesto.
(6) ¿El del Show?

domingo, 16 de setiembre de 2007

A la busca del día logrado


Revisando y cambiando de lugar unos libros hoy, encontré dentro de uno de ellos un papelito amarillento y ajado que en seguida recordé haber escrito en el año 2004, cuando yo vivía en Minas. El papel tiene escritas en tinta roja tres citas pertenecientes a uno de los libros más lindos y aleccionantes de cuantos leí ese año: "Ensayo sobre el día logrado", de Peter Handke. Me acuerdo también de que en ese año yo leía abundantemente a y sobre los románticos, y además buscaba, por aquello de la 'revolución interior' que promulgaban los ingleses, particularmente Coleridge, que los días fueran "algo" más. En Minas el tiempo me sobraba de una manera escandalosa. Yo hacía todas las cosas que tenía que hacer, y así y todo el tiempo me pasaba por delante. Junto con la reflexión, yo trataba de sacarle a los días que pasaban algo que pudiera llevarme al corazón de la experiencia misma, de la experiencia del pasaje por el mundo, así a secas. Tengo en mi memoria varios viajes en bicicleta hacia el Lavalleja profundo, viajes en los que, quizás ingenuamente, pero de seguro con la mejor de las intenciones, trataba de ser uno con la Naturaleza y anular el sentimiento de amargura que me provocaba notar la voluntad disgregada en todo lo que me rodeaba. Con todo, Peter Handke es uno de mis autores predilectos. Van las citas que aparecen en el papelito...

* "Que el día se logre o no es algo que parece depender además del modo como yo sopese las desviaciones de la línea, tanto las mías propias como las que el Señor Mundo depara".

* "El requisito para la expedición 'Día logrado' parece ser una cierta benevolencia conmigo mismo, con mi modo de ser, con todo aquello que en mí es incorregible, así como una visión clara de lo que, incluso en circunstancias favorables, nos da cada uno de los días".

* "(...) el hecho de que yo no resista el día, ¿no me dice algo? ¿Que yo tengo un orden falso en mí? ¿Que no estoy hecho para el día entero? ¿Que no debo buscar la mañana en la noche? ¿O bien sí?"

jueves, 13 de setiembre de 2007

Composición: Lo que hice el fin de semana

El fin de semana lo que hice fue que mi amigo Leonardo Andrés vino a verme. Él vive muy lejos, vive en otro departamento que queda muy lejos y entonces no puede venir siempre porque como queda tan lejos la casa es complicado para que venga más seguido. Pero al final vino el viernes de noche que con mi papá lo fuimos a buscar en la camioneta cuando se bajó del ómnibus, que esa noche hacía pila de calor porque lo que pasaba que se estaba haciendo una tormenta. Pero esa noche no llovió porque siguió igual con mucho calor y antes de cenar estábamos esperando que mi hermano llegara de Montevideo que él estaba allá y nos pusimos a jugar al ping-pong en la mesa de la cocina. Él me ganó tres partidos y cuando yo le iba a ganar otro justo llegó mi hermano y se pusieron a jugar juntos y yo me fui a hablar por teléfono porque me habían llamado. Después conversamos y no podíamos dormir y Franco dijo vamos a salir para afuera de la casa con una pelota y jugamos en la calle y Leonardo pensaba que molestábamos a los vecinos y yo le dije que no había, que en una parte había una iglesia y de la otra un bar. Jugamos toda la noche como hasta las tres de la mañana. Pero yo no podía jugar porque todavía me duele el dedo que me quebré hace unos meses y el doctor me dijo que no me pusiera a patear pelotas. Así que Franco y Leonardo se tirabana pelotazos de un lado a otro de la calle San Pablo y yo saqué un banquito y me senté en la vereda y puse un disco con los conciertos para corno 1, 2, 3 y 4 de Mozart y abrí la ventana para que se pudiera escuchar de la calle. Y cuando yo quise pegarle a una pelota la estaba tratando de dominar porque hace mucho que no juego a la pelota y Franco y Leonardo se empezaron a reír y Leonardo me dijo que me parecía a Buster Keaton jugando a la pelota y ahí medio que me enojé pero no dije nada y Leonardo me dijo que era joda y me pareció que estaba bien. A mí me gusta pila Buster Keaton. Vi una película de él que se llama "El maquinista de la General" y el tipo tiene que corretear de atrás un tren que se le va. Después nos fuimos a dormir.
Al otro día de mañana después de desayunar salimos a caminar a la playa y yo quería comprar el diario y encontraba todos los lugares cerrados o no encontraba el diario que yo quería. Y después volvimos a casa y yo me fui en la bici al supermercado a comprar algo de comer. En el camino me picó una abeja en el cuello y me asusté mucho porque cuando yo era chico, más chico todavía, un amigo de mi padre iba en la moto y lo picó una abeja en el cuello y se murió porque el veneno le fue al corazón o al cerebro no me acuerdo bien por una vena del cuello y entonces se murió andando en la moto. Yo cuando me picó la abeja me dio como un mareo y me bajé de la bici y me senté en el cordón de una vereda a esperar y después se me pasó pero me asusté mucho porque en la casa Leonardo y Franco me estaban esperando para almorzar. Cuando salí del supermercado la rueda de atrás estaba pinchada y me tuve que caminar hasta casa con el calor que hacía y las bolsas colgando del manubrio. En casa me estaba esperando Agustín, que Agustín es el guitarrista de mi banda "Los devoradores de plástico". Nos pusimos a tocar luego de almorzar cuando Franco se fue a Maldonado y tocamos "Be bop a Lula" o "Nostalgia" de Caetano Veloso o "I'm only sleeping" de los Beatles y Leonardo nos sacó una foto. Después nos fuimos a la playa y en la playa había una niebla rara y Agustín encontró un pedazo de reposera tirada que parecía un autito de fórmula 1 y agarró un casco de la moto y se lo puso y hacía como que manejaba el autito de fórmula 1. En seguida de eso nos fuimos porque esa noche era el cumpleaños de Felipe y queríamos ir para allá. Allá nos encontramos con otros más que fueron. Esos fueron Valentín y su hija Julieta y un pibe que yo conocía del ómnibus cuando yo iba en el ómnibus con mi hermana, pero el pibe no se acordaba de mí y me decía que no sabía dónde me subía y dónde me bajaba y yo le decía ahí adelante de toda la gente que nosotros siempre hablábamos y que nuestras hermanas también hablaban entre ellas una con la otra. Y me dijo que le dijera algo de alguna charla que teníamos pero a mí me daba vergüenza contar algo adelante de toda la gente porque se iban a reír y más tarde cuando hubo menos personas le dije que él una vez me había preguntado triste cómo era que se hacía para escucpir un pollo grande y parejo y bien armado porque a él los pollos le salían todos desparejos como una lluvia. Yo le había dicho que a mí me salían bien, pero en el cumpleaños le dije que yo también mentía porque no sabía que los pollos se armaban con moco. Después Felipe fue a llevar a la casa a Valentín y Julieta y Valentín me mandó en la camioneta un bajo que me prestaba para que yo tocara con Franco algunas canciones. Y después nos fuimos todos. En el cumpleaños también había estado el papá de Felipe que hablaba todo el tiempo sobre el discurso del Presidente y que el Presidente tenía los dientes blanqueados y había hablado mucho y no había hablado ni de Chávez ni de Fidel Castro o de Bush, no me acuerdo cuál era, pero era uno de esos dos. Y Franco tocó la viola y Julieta aprendió a sacar fotos y yo comí muchos postres porque había tres tipos de postres y Felipe y su mujer, Patricia, me dejaban comer todo lo que yo quisiera. Ellos dos tienen una perra que se llama Lila. Y en la casa tienen algunas paredes que están como pintadas de naranja. Al otro día después de que dormimos porque teníamos sueño cuando volvimos del cumpleaños nos fuimos con Leonardo y Franco a caminar a la playa para el lado de Punta del Este. En la playa me empezó a seguir una perra que se llamaba Jennifer y que después la perdimos de vista, pero anduvo mucho rato con nosotros y también se puso a oler un lobo de mar muerto que jedía a podrido y que estaba al lado de la orilla y nosotras la asustamos a la perra para que no se comiera de esa carne podrida. Después Franco se fue en una bici que había llevado y Leonardo y yo pasamos por una librería y luego vinimos para casa a comer. Después nos fuimos juntos para Montevideo. Y entonces él se fue para su casa y yo me vine para mi casa.

jueves, 6 de setiembre de 2007

Después del tercer café con leche

...miércoles a la noche ya a la madrugada yes we're going to a party party cantan los Beatles en el Álbum Blanco espero visitas de amigos Leonardo + Leonardo, Rodrigo Almeida desde Castillos y por supuesto Valentín el escritor soplando su trombón todos juntos de nuevo después de mucho tiempo y quizás alguna sorpresa de último momento grandes esperanzas para el fin de semana últimamente me han dicho si me he estado alimentando bien por lo menos tengo que reconocer que he estado abusando del café con leche como hacía muchos muchos meses que no lo hacía una de la mañana tercer café con leche en menos de dos horas cada café con leche debe llevar consigo tres tostadas con manteca si están hechas con pan lactal mejor suena Rubber soul bastante alto papá duerme lejos como a tres o cuatro paredes de distancia papá ronca corrijo escritos Franco y Karen (Karen toma un té solamente hecho con medio limón hervido dentro de la taza eso es actitud) intercambian cuerdas de dos de mis guitarras recuerdo la clase de mañana dos horas Roberto Fontanarrosa el anacoluto en "Wilmar Everton Cardaña número 5 de Peñarol" escribo corrijo leo escribo corrijo leo una cajera de Tienda Inglesa me preguntó si yo era Damián "No" le respondí "me llamo Norberto" vuelvo en la bici con cosas para la merienda paso por el club de golf miro el fairway reverdeciéndose anoche soñé que abría la puerta de una casa en la que viví y aparecía un muchacho yo lo saludaba dándole la mano y notaba que le faltaba el dedo meñique "Prefiero que me des un beso" me dijo esta mañana llama un hombre por teléfono preguntando si vendíamos caños para riego controlado equivocado señor mi padre se acerca y me dice que el intendente de Maldonado se quedó sin nafta de camino a una reunión importante el intendente no llega las radios reciben llamadas mi cuñado desde el sur de España me pregunta si los ambientalistas cruzaron otra vez ¿o sólo si cruzaron? al lado uruguayo no tengo idea le contesto no miro informativos sólo compro Clarín los sábados por su suplemento cultural "¿No leés noticias?" "No" nada más estoy releyendo a San Agustín como he dicho releo las noticias del alma me veo hasta donde el alma me lleva el final de este texto no es ninguna metáfora es así tampoco redondea ninguna idea ni remota ni alguna sucesión de pensamientos...

martes, 4 de setiembre de 2007

3 patas

Hace mucho tiempo, semanas, que no me puedo sacar de la cabeza un tema de Paul Mc Cartney. La canción se llama "3 legs" ("3 piernas"). Aparte de ser uno de esos temas de Paul que insuflan en quien lo escucha un sentimiento casi de euforia, tengo que decir que tiene una letra muy intersante, una letra que trata muy veladamente de una historia de amor y odio, y que puede ser también la historia de Paul y John. Ese perrito de tres patas que se nombra en "3 legs" me parece demasiado sospechoso como para dejar de ser una metáfora. Es entonces que percibo una cierta bronca en la manera en que Paul canta, una cierta desazón por algo que no pudo prosperar. En un principio está eso de "Mi perro tiene tres patas, / pero no puede correr". Pero luego, quizás revisando cómo pudo haber salido de la situación cada una de las partes, viene eso de la bronca: "Mi perro tiene tres patas / El tuyo no tiene ninguna". Va la letra en inglés...

"3 legs"
Well, when I walk, when I walk / on my horse upon the hill / (When I walk the horse upon a hill). / Well, when I walk, walk, walk, walk, / on my horse upon the hill / (When I walk the horse upon a hill). / And I lay me down, / will my lover, love me still. / A dog is here, (A dog is here). / A dog is there (A dog is there). / My dog he got three legs / but he can't run. / Well, when I thought, when I thought / when I thought you was my friend / (When I thought I could call you my friend). / When I thought, when I thought / When I thought you was my friend / (When I thought I could call you my friend). / But you laid me down, put my heart around the bend. / A fly flies in (A fly flies in). / A fly flies out (A fly flies out). / Most flies they got three legs / but mine got one. / Well, when I fly, when I fly, when I fly, / when I fly above the cloud / (When I fly above the man in the crowd). / Well, when I fly, when I fly, when I fly, / when I fly above the crowd / (When I fly above the man in the crowd). / You can knock me down with a / feather, yes you could. / But you know it's not allowed / (But you know it's not allowed) / A dog is here, (A dog is...) / My dog he got three legs. / Your dog he got none. / My dog he got three legs. / Your dog he got none. / My dog he got three legs / Your dog he got none.

Si alguien quiere escuchar el tema directamente de la web en este momento, puede hacerlo en www.youtube.com Aunque el sonido no es de lo mejor... El link es http://youtube.com/watch?v=cmGblSMH8Ug

*APÉNDICE*

Otro perro de tres patas (I)

Cuando yo tenía 16 años me encontré un perro negro de tres patas. Y tengo que decir en su honor que fue el perro más fiel de cuantos tuve. Una tarde me fui en bicicleta hasta la casa de Felipe en El Chorro (entre 10 y 15 kilómetros desde el Kennedy) y al rato de que llegué, digamos a la media hora o más, se apareció el perro. Nosotros nos asombramos de cómo pudo haber hecho una cosa así. Pero allí estaba, mirándonos, con la cola de un lado para el otro y con la lengua colgando medio muerta entre los colmillos. Había llegado cansado y sediento. A la vuelta, yo tuve que salir haciendo que Felipe encerrara al perro, porque si no la escena se iba a repetir. O no. La vuelta habría sido la muerte para el perro. También ya era de noche. Una hora después Felipe y su madre aparecieron con su automóvil por mi casa y me lo dejaron. Eso fue en el año 2000. A principios del año siguiente se murió. Yo estaba por unos días en Minas cuando una mañana mi padre me llamó y me dijo que lo encontraron muerto. Era un perro muy raro. Cuando íbamos a la playa, lo primero que hacía era correr hasta donde rompían las olas, frenar de golpe clavando su única pata delantera en la arena húmeda y comenzar a ladrar desaforadamente al agua. A lo primero yo me reía, pero luego empezaba a darme rabia que no se comportara como todos los otros perros. Todas las otras personas que llevaban perros en otoño, invierno y primavera (en verano es más complicado) caminaban y los perros los seguían olisqueando por aquí y por allá palitos, pingüinos muertos o simplemente la basura. Pero mi perro no, me seguía casi por compromiso porque le ladraba a las olas y eso le parecía mucho más importante. Entonces yo me volvía a casa y él se aparecía al rato y no me miraba porque sabía que había estado mal, que me había dejado de lado. Sin embargo, aparte de esa, tenía otras costumbres más raras. Costumbres que a mí, como dueño, y ante el resto de la gente, me dejaban mal parado. Como lo que pasó una vez que me siguió hasta Maldonado (eso era moneda corriente, porque a él le encantaba ir hasta Maldonado), cuando yo era estudiante de profesorado. Me acuerdo que en la zona de Cachimba del Rey, donde yo estudiaba, había suelto un rottweiler gigantesco. Yo les tengo terror a los rottweiler, y eso me parecía un peligro mayor. Cuando vi que mi perro, ya a lo lejos, se le arrimaba para comenzar con el olfateo mutuo, temí lo peor. Era obvio que si el rottweiler lo mordía me lo mataba. Yo tenía que entrar a clase de Teoría Gramatical así que apenas vi el comienzo de la escena. Y como vi que no pasaba nada más, me quedé tranquilo, porque el comienzo fue amistoso. Y qué amistoso que terminó siendo cuando salí de clase dos horas después y los que habían estado allí afuera porque había faltado algún profesor, o algo por el estilo, me decían que mi perro era un sodomita. Parece que fue la diversión del barrio en esas horas. El rottweiler era obviamente macho, por lo que se escabullía cuando mi perro le fue buscando la vuelta. Hasta que el rottweiler se puso a llorar ante la insistencia del otro y apareció el dueño y lo entró a la casa. Hubo otro caso similar una vez que fui a ver jugar al Kennedy a la cancha de Alianza, en la zona de Beverly Hills. Jugaba la tercera. En el entretiempo, los jugadores estiraban sentados llevándose las manos hasta la punta de los pies. En eso se apareció mi perro cruzando la cancha vacía, se frenó detrás de uno de esos jugadores, apoyó su única patita delantera en un hombro del tipo y comenzó a arremeter contra la espalda sudada. En seguida lo apartaron y se burlaron del hombre una y otra vez. Luego empezó el segundo tiempo y hubo que corretear a mi perro para que dejara jugar en paz. Yo estaba del otro lado de la cancha comiendo un choripán cuando sentí que un jugador me gritó: "¡Vo, Damián!... ¡Sacá a tu perro puto de acá!..." En fin... Mucha vergüenza después. Llamándolo. Mostrándole un choripán para coaccionarlo. Corriéndolo de atrás. Amagando con tirarle alguna piedra, luego con acariciarlo. Ese sábado el Kennedy perdió. Pero eso no tiene nada que ver.

Otro perro de tres patas (II)

En el buscador de Google me enteré de que Sandra Bullock había adoptado un perrito de tres patas. ¡¡¡Qué tierno!!!

domingo, 2 de setiembre de 2007

Sábado en el aire

(Y un día de sol llegó el mes de setiembre)

El de ayer fue el segundo sábado consecutivo en el que me levanté temprano. Eso significa a las 9 de la mañana. Significa además terminar de desayunar a las 10:30 como mucho y salir a andar en bicicleta o a pie luego de comprar el diario Clarín en San Rafael, en la esquina de San Pablo y Laureano Alonsopérez (ex- calle Las Delicias, como la sigue llamando la gente). Significa bajar hasta la playa a la altura de la 16 de la Brava y avanzar hacia el lado de la península. Hoy, igual que en el sábado pasado, hubo sol, mucho sol, sobre todo después de varios días sin verlo. El sábado pasado salí en la bici y seguí de largo hasta Punta del Este. Bordeando la rambla, cerca de la Virgen, me llegó al celular un mensaje de texto que decía "Está linda la rambla, ehhh". Por supuesto que miré para todas partes, pero no vi a ningún conocido haciéndome señas y riéndose. Por lo que todo se cerró en el misterio. Antes de llegar a la parada 1 de la Mansa para tirarme un rato a leer, me crucé con tres tipos (sí, lo juro por lo que más se quiera) que se parecían muchísimo a Ehrlich, el intendente de Montevideo. Esa noche estuve cenando con un amigo que me dijo que no le asombraba el hecho, porque de seguro en la capital a mucha gente le pasaba lo mismo, ya que lo ven tan poco que se lo confunden con gente que no es... Al final llegué a la 1 de la Mansa y me acosté a terminar un libro de tres comedias de Woody Allen reunidas bajo el nombre de "Adulterios". Apenas dejé de leer, puse el libro a un costado, me acomodé la cabeza haciéndome una especie de almohada con la bufanda y el gorro y el mundo se me fue en un instante. Me quedé profundamente dormido por lo menos una hora entera. Me despertó una respiración caliente y húmeda a la altura de la cara. Yo ya estaba por decir algo como "¡Buen día, cariño!", cuando noté que era uno de esos perros que andan de un lado para otro en la playa, y que se había recostado contra mi cuerpo. Pensé en seguida que se abría la posibilidad de una nueva amistad. Hasta ya estaba pensándole nombre y todo. Pero está claro que los perros no perdonan ciertas cosas cuando se tienen que ir. Apenas me vio la cara de recién despierto, se levantó y se fue con el primer tipo que pasaba por la orilla. Pero todo eso fue el sábado pasado, el último de agosto. El sábado primero de setiembre (ayer) fue más glorioso. Salí a pie a la playa luego de comprar el diario y caminé desde la 16 hasta la 8 o la 7. De allí subí hasta Roosevelt y luego hasta una placita de la parada 5 para leer el suplemento "Ñ", de Clarín. Al llegar a casa sonó el teléfono. Era Felipe, que me traía la computadora ya reparada. (¡¡¡Felipe es muuuuyyy crack!!!) Después de instalarla salimos a caminar por el mismo sitio que yo había hecho al mediodía y que nosotros dos habíamos recorrido el pasado miércoles. La idea de Felipe era también la de sacar algunas fotos, como la que incluyo en este texto, que tiene una perspectiva muy curiosa y que me hace parecer como un personaje de "El tigre y el dragón", o alguien en el momento de ser abducido, según se vea.. Ahora digo que salir a caminar con Felipe es muy divertido. Uno siempre se encuentra con cosas muy simples que terminan cobrando una dimensión importante. A las pocas cuadras nomás me comentó sobre una invitación que le hicieron para asistir a unas plegarias que se iban a realizar en un templo budista de una facción de la que él nunca había sentido hablar. El templo quedaba en las inmediaciones de Maldonado Nuevo, lo que ya de por sí es un poco gracioso para los que conocen ese barrio. Imagínense unos mantras emanando suavemente desde un local lleno de gente. Imagínense que esos mantras salen a la calle y se mezclan con el sonido ambiente, las puteadas de los que pasan en auto o en moto, las cumbias que van serpenteando desde todos los costados, tipo: "Vos sabés que te quiero, / vos sabés que te quiero, / así que entregame tu anillo de cuero... / Te comés la fiestita, / te comés la fiestita, / Somos veinte...". Lo que hay que agregar ahora es que a Felipe lo considero un tipo extremadamente inteligente en muchos aspectos de la vida, y que cuando me contó que asistió a la charla en el templo y que no entendió nada de nada, le creí. Sobre todo viniendo de él, que es una persona que tiene ciertos conocimientos sobre religión oriental. Al terminar la charla trató de saber por otros medios en qué radicaban ciertos fundamentos de esa facción budista, así que se encontró con alguien de los que dirigía el lugar y le pidió algunas explicaciones. Lo que ahora vale es que yo ponga los ejemplos que Felipe me dijo que le transmitieron, porque un buen ejemplo era mejor que cualquier exhortación. Entonces, a ver... Si uno ansía toda su vida tocar el piano, lo más probable es que en la próxima vida uno nazca en el seno de una familia en la que se toca el piano. Más... Si uno quiere tener doce mil pesos ("¿Doce mil pesos?, le pregunté, "¿Y por qué esa cantidad?". Felipe puso cara de "Yo qué sé. No me fastidies con esas preguntas", y siguió con el relato), si uno quiere tener doce mil pesos, entonces, uno piensa fijamente en tenerlos y al cabo de un tiempo es muy probable que uno termine por tenerlos. A Felipe le pareció rápidamente que todo eso era una ofensa seria hacia el Señor, y se quedó un rato más sin decir nada, esperando que la persona que lo había invitado decidiera irse de una vez, o algo así. Hablamos después de algunas cosas más y nos topamos en la esquina de la rambla de la Brava con Montecarlo con unos niños del Kennedy, vecinos míos, que se entretenían en tirarse rodando desde un inmenso talud. El pasto estaba un poco seco y áspero y los niños tenían algunos rayones en la cara, pero no estaba nada mal para un sábado de sol tibio. Le pregunté a Felipe si sabía que en la casa de ese talud se había quedado un par de días el presidente Bush (padre) cuando anduvo por Sudamérica en el año 1990. Felipe me dijo esto: "Cada vez que pasamos por acá me decís lo mismo". Creo que Felipe sufre de hiperbolismo... Cuando llegamos a la playa nos encontramos en seguida con que las huellas que yo había dejado hacía unas pocas horas aún estaban intactas, incluso aquellas que estaban cerca de donde llegaba el agua, en plena arena húmeda. Yo jugué un rato a pisar mis propias huellas y Felipe hizo algún chiste nombrando a Derrida o algo parecido; después se puso a sacarles fotos a varios de los cientos de peces muertos que han estado apareciendo en la costa desde hace semanas. Más adelante encontramos un paquete de spaghettis fabricado en China, pero lo que se dice chino-chino, todo en chino... Seguramente a algún marinero de uno de esos buques que se ven en el horizonte se le escapó por la cubierta o directamente lo tiró al mar. Pero la cosa daba igual; en lo único que se podía pensar era en lo que le podría pasar por la cabeza a ese chino mientras se tragaba cada tallarín. Más tarde subimos por Roosevelt hacia el lado del shopping con ganas de comprar algo para comer. Y en el momento en que pasamos por la rotonda entre Pedragosa Sierra y Roosevelt vimos una de las cosas más soprendentes de la tarde. Un par de championes número 376 (por lo menos). Iban en una chata tirada por un auto. No supimos de qué material podían ser, pero por lo menos cada uno medía un metro y medio. Felipe sacó la cámara, pero cuando tomó un par de fotos ya era tarde. Las imágenes quedaron irreconocibles y el auto se alejaba hacia el norte. En Tienda Inglesa, al final, compramos dos panes flauta y seis o siete mandarinas para ir comiendo ya en la vuelta. Sin embargo, eso no fue de lo más importante que nos pasó allí dentro. Esa tarde será recordada como uno de los momentos más tristes en la vida de don Felipe García Salaberry, la tarde en que oyendo el audio ambiente del supermercado confundió el primer movimiento de la sinfonía número 40 de Mozart, con un pasaje del concierto para piano número 21, también de Mozart. Pero él se la aguantó como un hombre, de frente, haciendo la cola en la caja como cualquiera de los que estaba allí, pagando como un ciudadano más, cruzando después Roosevelt y ofreciéndome la bolsa con las mandarinas como un gran amigo que es. El gesto estoico de Felipe, su dureza facial en la hora amarga, demuestran un espíritu hecho para los tiempos que vienen. Al final, humanum est, somatizó un poco a través de un tirón que le dio en un músculo de la espalda antes de que volviéramos a Pedragosa Sierra. ("Che, el piano no llegaba más"... "Sos un hijo de puta"... ). entonces subimos hasta Laureano Alonsopérez y nos fuimos acercando a casa en esa hora en que las copas de los pinos se van enrojeciendo y una atmósfera umbrosa y húmeda se va extendiendo por los jardines. Le explico a Felipe que cada vez que percibo esa hora incierta en que suceden esos fenómenos tan simples, me vienen siempre recuerdos de varias tardes de finales de los años '80. Yo podía pasar con mis padres en la camioneta o, a veces, muy de vez en cuando, con mi abuela materna a pie, y sentir esa especie de melancolía llegada de no sabía dónde y que se instalaba en mi pecho. Yo tendría siete, ocho, nueve años... Y siempre lo mismo. Sentía que el mundo estaba bien así. Podía ser triste, pero estaba bien. Le digo a Felipe que no puedo siquiera hacer el esfuerzo por transmitirle ese sentimiento, que es algo con uno mismo. Felipe hace que sí con la cabeza. El sábado se iba, dejando atrás la gloria de su sol, y a mí me llegaban otra vez palabras como las que releí hace unos días en las "Confesiones" de San Agustín: "Todas estas cosas las recoge la memoria, para evocarlas de nuevo y volver sobre ellas cuando sea necesario, en su vasto receptáculo y en no sé qué secretos e inefables recovecos suyos. (...) ¿Quién podrá decir cómo fueron formadas estas imágenes, aunque sea claro por cuál sentido fueron captadas y ocultas en el interior?".