domingo, 23 de diciembre de 2007

A tarta regalada...


A tarta regalada no se le ven las cremas... (¿?)
Mañana, con motivo de la llegada de una nueva Navidad, tartatextual le regala a sus lectores otro capítulo nuevo de "Los trabajos del amor", el número diez, para que no haya que esperar hasta enero.
Que el espíritu de Cristo descienda implacable y certero sobre todos nosotros.
¡Feliz Navidad!...

jueves, 20 de diciembre de 2007

De pesado


Hace ya algunos días, en estas vueltas del blog, un lector señalaba que yo le estaba dando muchas vueltas en mis textos a lo que pasa actualmente en las letras uruguayas, quizás dándole demasiada importancia. Creo que es bastante cierto. Además, el comentario viene de una persona cuyo trabajo, que sigo de vez en cuando, estimo mucho, alguien en quien tengo ciertas esperanzas. De paso, en ese comentario del que hablo, se me citaba a Roberto Bolaño y su obra póstuma "2666". Esa cita representaba de algún modo, trasladándola a nuestro ambiente, una crítica certera. Hoy casualmente, estaba tirado en la cama leyendo otro de los volúmenes póstumos del escritor chileno: "El secreto del mal", un libro que recoge relatos que el escritor dejó a medio hacer o a medio revisar o a poco de publicar. Como sea, algunos son de lectura bastante interesante, como el caso de "El hijo del coronel", pero también hay textos en los que los aspectos ficcional o de género son sacudidos, como es el caso de "Derivas de la pesada", un texto sin desperdicio que en once páginas funciona como una especie de compresión de las virtudes y las miserias de la literatura argentina del siglo XX, una especie de compendio o metonimia tan lúcida como hilarante sobre las letras del vecino país, y nada menos que a manos de un chileno. Allí encontré unos pasajes que creo también se pueden aplicar (mutatis mutandis) a algunos detallecitos de nuestras letras. Por ejemplo esto, a partir de Arlt: "La literatura de Arlt, considerada como armario o subterráneo, está bien. Considerada como salón de la casa es una broma macabra. Considerada como cocina, nos promete el envenenamiento. Considerada como lavabo nos acabará produciendo sarna. Considerada como biblioteca es una garantía de la destrucción de la literatura. O lo que es lo mismo: la literatura de la pesada tiene que existir, pero si sólo existe ella, la literatura se acaba."
En sí, creo que esta frase puede muy bien ser un punto a considerar para quienes pretenden (lectores, críticos especializados, etc.) ascender a veces a un autor o a una obra en particular hacia determinado lugar en un supuesto canon. Porque el resultado puede ser a veces bastante forzado y el escritor en cuestión quedar como un monigote prendido con alfileres de un cañamazo que se deshilacha en ciertas partes. (Claro, ahora me acuerdo de que el texto de Bolaño arranca con el asombro [falsamente ingenuo] de cómo determinado cúmulo de intelectuales porteños aristócratas y burgueses entronizaron al Martín Fierro de José Hernández.) El caso de Levrero, acá, se le parece bastante, por lo de ese apresuramiento que se tiene de que quede resplandeciente como una placa de bronce. Y no tengo porque tirar la piedra y esconder la mano: hace varias semanas escribí en mi columna para la revista Freeway de Montevideo una nota sobre Levrero, su novela luminosa y sus epígonos (http://blogs.freeway.com.uy/noviembre2007/pozo/). Como es una columna en la que tengo que hablar de lo que me gusta leer, así, sin aspavientos y yendo al fondo visceral de mis gustos de lector de cada día, recuerdo que empecé jugueteando con la idea de que en nuestra literatura había como una inversión, algo así como que la "rareza" (eso que quizás sembramos en el impoluto corazón de un poeta que le regalamos a Francia) se transforma en "norma", en lo "intelectualmente bien visto", en lo "común". Bueno, la frase de Bolaño de más arriba, creo que hace pensar que, como en el fútbol, hay escritores que tienen que jugar en su puesto y no salir de ahí, o no considerárselos con valoraciones que son más pertinentes para otros escritores.
Lo otro, leyendo "Derivas de la pesada", es esa confirmación incesante de la riqueza y variedad de las letras argentinas. Bolaño habla de parejas de autores como Borges-Soriano, Arlt-Piglia y O. Lamborghini-Aira y uno se da cuenta de que allí pasa algo, de que la literatura es además un campo de batalla. Así, se me ocurrió que la literatura uruguaya hoy, según leo hasta en los suplementos culturales (quizás digo "literatura uruguaya", cuando debo decir "narrativa uruguaya", mayormente) es como una especie de casa grande heredada en sucesión y habitada por muchos futuros beneficiarios. Todos comparten los espacios de todos, duermen bastante cerca. Unos roncan, otros hacen el amor, otros se masturban, y siempre, indefectiblemente, eso se siente a través de las paredes. Si alguna chispa de discordia saltara entre ellos, si eso sucediera, ellos creen que la pelea haría que la misma casa, incluso, se viniera abajo.

lunes, 17 de diciembre de 2007

33


Me mudo de nuevo. Ahora vuelvo al barrio "Treinta y Tres", donde viví en los años 2005 y 2006, luego de vivir en Minas (2004). Así que en estos días he estado bastante atareado con las cuestiones vinculadas a los pasos previos a la mudanza, por ejemplo el de la limpieza. No he escrito mucho y no he podido leer tanto como he querido. Me urge mi amigo con el que estoy escribiendo una novela: él quiere seguir escribiendo, y es lógico, porque yo siempre quiero seguir después de que él escribe. Me urgen también el Toto y Morales, a quienes dejé corriendo en medio de la noche de Cerro Pelado, lo que, como sabemos, hay que pensárselo. Es que, una vez que abrí la puerta de la casa donde voy a vivir, para comprobar cómo estaba, descubrí tal desorden, tal deterioro y tal cantidad de mugre, que me he tenido que poner en campaña para dejar todo lo más habitable posible antes de traer los muebles. Ayer, por ejemplo, llegamos muy temprano con Felipe y comenzamos a pasarle brocha con agua y cloro a las paredes y a los techos del cuarto y del baño. Ordenamos luego algunas cosas más hasta que al mediodía Felipe se tuvo que ir a San Carlos. Vi que de a poco en la casa se estaba respirando otro aire, que se sentía más el olor a limpio y que se hacía más habitable. La casa del Treinta y Tres, como yo le llamo, puede ser muy acogedora. Recuerdo algunas semanas en mi infancia cuando mi abuela materna me iba a buscar a la escuela 50 del barrio San Martín, el barrio de al lado, y me traía a esta casa. Nos levantábamos muy temprano y veíamos la salida del sol sobre el arroyo Maldonado, a través de la ventana de la puerta de la cocina, mientras desayunábamos. Después salíamos a caminar hacia esa parte y pasábamos por un aljibe abandonado en la mitad del campo. Anteayer, al bajar por la calle en la camioneta con Felipe & Patricia, vimos que al fondo de la calle los árboles de ese campo ya no estaban. Todo había sido arrasado para la construcción de un complejo de viviendas. La tierra removida se veía de lejos. Pero regreso a la casa y a su irradiación de bienestar. Ahora mismo, al escribir este texto, me encuentro en una habitación vacía. Las baldosas son claras. La luz del comienzo de la mañana (digamos que son algo más de las 9) entra por un ventanal a mi derecha. En la habitación no hay mucho. Hasta hace un rato estaba completamente vacía. Ahora hay una mesa azul muy pequeña, toda despintada. Sobre esa mesa está mi notebook, desde el que además salen las notas de unas grabaciones de Bix Beiderbecke del año 1928. A la izquierda de la computadora está mi pañuelo marrón, lleno de mocos. A la derecha están el teléfono celular, una libretita de apuntes, una lapicera negra, un yogur de frutilla CONAPROLE de medio litro y un paquete de galletitas de copos y fibras. Me olvidaba de decir que la mesa está renga y tuve que poner una fotocopia de un capítulo de un libro. La encontré en una caja que tenía las únicas pertenencias que dejé aquí en mi ausencia, fuera de algunos pocos muebles. Es una fotocopia de un capítulo llamado "INÉDITOS DE G. GARCÍA MÁRQUEZ. De cómo el joven Gabriel descubrió al coronel Aureliano Buendía y a la novela juntamente", del libro "La riesgosa navegación del escritor exiliado". Gracias, Ángel Rama. Las otras cosas que hay en la habitación son la silla medio descuajerigada en la que estoy sentado, y, sobre su izquierda, en el piso, mis zapatos, los suplementos culturales "Ñ" y "adnCULTURA" del sábado pasado y el libro de cuentos "El exilio y el reino", de Albert Camus, lo que estoy leyendo ahora. Hace un rato Molly, mi gata de dos años, entró por el ventanal y cruzó la habitación rumbo al living buscando su tarrito con la ración. (Paro con la desciripción de la habitación porque si no esto va a parecer un elogio a Robbe-Grillet).
Cuando ayer se fue Felipe también me puse a escuchar a Bix Beiderbecke. Tengo una colección de catorce discos y me propuse agotarlos mientras me dedicaba a terminar de pasarle brocha al resto de la casa. Pero me ocurrió que barriendo y sacando telas de araña de la cocina, me vino un ataque de asma. Fue el primer ataque de asma del año. El último había sido, creo, a fines de 2005 o comienzos de 2006. Literalmente, quedé doblado. Me tendí unos minutos sobre una frazada vieja, en el piso y esperé en vano que se me pasara. Salí al fondo y tampoco hubo alivio. Como estaba solo y no tenía carga en el celular para llamar a mi padre para que me llevara al sanatorio, seguí esperando. Pensé en acudir hasta alguno de mis vecinos y pedirles ayuda. Pero conozco tan sólo a un par y parecían no estar, o durmiendo la siesta de la tarde del domingo, vaya uno a saber... El caso es que me parecía también bastante engorroso todo el trámite de tener que explicar qué me pasaba y ver cómo a mi alrededor se formaba un pequeño revuelo. Esperé más aún y maldije todo ese tiempo en que estuve por comprarme el inhalador y no me lo compré. Hasta que decidí salir en la bicicleta. Junté algunas cosas en la mochila y subí el repecho del comienzo del camino con la bici a un costado. Durante todo el trayecto, haciendo todo lo posible por dar la menor cantidad de pedalazos, sentí que había avanzado en mi vida medio siglo. Sé que cuando tenga entre 75 y 80 años me voy a sentir como me sentí ayer al querer ir al sanatorio.
Pero lo más interesante, como tenía que ser, ocurrió en el sanatorio, donde me tuvieron retenido un par de horas. Recuerdé que hacía un par de días había ido hasta allí, por otra complicación. (Olvidé decir que estoy con otitis en el oído derecho) Pero fue recién ayer cuando se me hizo bastante clara la idea de que ir al sanatorio con una crisis asmática no es lo mismo que ir por cualquier otra cosa. En mi caso, tiene que ver con la seguridad, porque cuando tengo una crisis asmática me vuelvo, me siento un ser absolutamente vulnerable. Pierdo la confianza en todo. Esa sensación me comunica inmediatamente con mi niñez. Yo tenía cinco años cuando enfermé de neumopatía aguda en el pulmón izquierdo. Pasé mucho tiempo internado. En esa época el sanatorio Mautone estaba sobre la calle que hoy es Joaquín de Viana (antes Avenida Artigas). Me acuerdo bien de algún domingo en que me abrían la cortina de la habitación y veía a poca distancia el ajetreo de la feria. Algunos sonidos traspasaban el vidrio y me ponían contento. Había sol. Recuerdo también una noche en que mi hermana Andrea fue con mi padre a visitarme y mi madre le pedía que no hiciera ruido porque me iba a despertar. Mi hermana tenía tres años. Trataba de llegar a una mesita en la que había algún juguete mío, creo que un autito. Cada tanto, mientras mis padres hablaban, mi hermana se movía, decía alguna cosa y volvía a intentar llegar hasta ese juguete. Entonces mi madre le repetía a mi hermana la advertencia. Tenía miedo de que yo me despertara. Lo que ninguno sabía era que yo estaba bien despierto y me hacía el dormido. Debe de ser el primer momento de mi vida del que tengo conciencia de haber ejercido esa práctica. Lo otro que me quedó bien fijado en la memoria, fue la noche que me desperté y me senté de golpe repitiendo "No me quiero morir... no me quiero morir". Mi madre, que dormía sentada al lado, se despertó también y me abrazó diciéndome que yo no me iba a morir, que ella estaba allí conmigo y que me iba a cuidar mucho. Ella creía que todo era producto de una pesadilla. Pero el hecho es que yo recuerdo muy puntualmente que sentía la angustia de la posibilidad de morir. No era una frase hecha o algo aprendido hacía unos días y que yo ponía en práctica para ver cómo era. Cuando vi "Annie Hall", de Woody Allen, me llamó la atención, aparte de reírme muchísimo, esa escena en que aparece el Woody Allen chiquito sentado en un banco de escuela y empieza a reflexionar sobre el valor de la muerte en nuesta cultura, o a preguntárselo, que es más o menos lo mismo. Yo era muy chico cuando pasó aquello, pero ya tenía esa conciencia, sabía que un día me iba a morir y que no iba a haber vuelta atrás, que después de morir no iba a pasar más nada, que todo se iba a ir o a perder, y que al menos necesitaba de la presencia de alguien a quien amaba para mitigar esa sensación. Veintidós años después no puedo cambiar mucho esa visión. De esa experiencia de la neumopatía me quedaron al menos, dos secuelas más. La primera fue el dejar de ser el niño más o menos rollizo de papá y mamá y transformarme en un flaquito enfermizo. La segunda fue un asma a veces furiosa, que me dejaba morado, al borde de la asfixia, y que hacía que mis padres agotaran recursos para poder tratármela o curármela, en el mejor de los casos. Gran parte de mi infancia es como una especie de tortuosa peregrinación hacia la soledad de verme a mí mismo esperando en salas con sillones que yo examinaba puntillosamente, o esperando que tras una puerta apareciera un doctor. Pero no sólo médicos vi, sino también, y esto creo que fue de las experiencias más extrañas de mi vida, toda una serie de expertos en sanación. Ya la palabra "sanación" tiene un reverso que es la palabra "curandero". Mis padres estaban verdaderamente despesperados. Yo casi ni podía respirar el aire del exterior. Cuando me llevaban a la escuela me envolvían en un montón de bufandas y los niños me miraban a la entrada como si llegara un emisario de Oriente. Allí mismo, en la escuela, yo tenía que pasar muchas veces los recreos dentro del salón. Había un par de maestas que me decían que yo era un niño muy imaginativo, que bajara de la luna por un rato. A mí esas palabras siempre me sonaron un poco injustas, quizás peyorativas. Como sea, para mí la imaginación estaba al alcance de la mano, y esta idea me viene de haber mencionado recién a los "sanadores" o "curanderos". Porque, ¿quién le puede explicar a un niño qué es la realidad, qué es lo normal y lo que no, cuando pasa por una experiencia como la que sigue?... Una vez mis padres me llevaron a un campo donde vivía uno de estos curanderos. El hombre tomó una "hoja" de tuna, le sacó las espinas y la abrió en dos mitades como si fuera un pan felipe. Luego colocó ambas mitades en el suelo y me pidió que me parara con los pies desnudos sobre cada mitad, como si fuean unas chancletas. Después de eso el hombre tomó las tunas, las santiguó y se las dio a mis padres con la instrucción de que las colgaran a los pies de mi cama durante determinado tiempo. No sé cuánto tiempo fue. Ahora arriesgo que fue un año, quizás. Lo cierto es que durante todo ese período yo me despertaba y veía a los pies de la cama, colgando de un piolín, a las dos tunas amarronadas, resecándonse, enroscándose la una con la otra en un abrazo cuya fuerza era la fuerza de querer hacerme algo o quitarme algo.
Vuelvo de nuevo al día de ayer, porque cuando el médico de guardia me examinó me vino súbitamente la vulnerabilidad. Y más cuando muy extrañado, el doctor me pidió que repitiera el número 33 indefinidamente mientras se fijaba con el estetoscopio en mi pulmón izuqierdo. La extrañeza le venía de que al revisarme ese pulmón, no lo escuchaba. La conclusión era medio obvia: no lo estaba utilizando. Así que me pasaron a otro consultorio para hacerme nebulizaciones y prepararme para una placa. Ese consultorio, que en realidad eran dos paredes de yeso que partían de otra de material, cuyo frente era un cortinado, era el "B3", que, ahora que lo pienso, es un 33, pero con el ceño fruncido. Inevitablemente, la concentación de la nebulización me comunicó otra vez con las experiencias previas. Otra vez esas horas de estar siempre mirando lo mismo, de saberme de memoria la variedad y las formas de los enchufes, las conexiones para el oxígeno. Otra vez ese tiempo muerto. La aguja del medidor de oxígeno y yo. Siempre. Y en seguida la certidumbre de la limpieza. La asepsia. Creo que por eso me gusta tanto la asepsia, la limpieza total en una casa. A mí el polvo me destroza, me deja como ayer. Cuando me voy tanquilizando, cuando salgo de mi vulnerabilidad en el sanatorio, entro como en una ensoñación en la que la asepsia es su marca. Ayer, entre las nebulizaciones y los varios disparos con Ventolín, el ritmo cardíaco me empezó a subir, las manos me hormiguearon y se pusieron a temblar. Un dulce mareo me hizo recostar en la camilla y dejar la vista en cualquier lugar del techo, tan blanco... Y entonces me di cuenta de una cosa que me gustaba de tener asma, cuando era chico. Eran las historias que comenzaban a llegar. Porque ayer también llegaron. Yo recostaba mi cabeza y miraba el techo mientras el suero goteaba sin apuro, y escuchaba las voces que llegaban de los otros consultorios, voces que le hablaban al mismo médico que me había atendido a mí hacía unos instantes, y que en ese momento empezaban a construir vidas, otras vidas muy distintas que se reunían con la mía a lo largo de los consultorios. Eran vidas que yo iba sintiendo a través de las paredes de yeso y que lo disgregaban al punto de que yo hacía un esfuerzo y lograba ver los rostros de esas voces. Pasaba a vivir las vidas de los otros a partir de esas voces y lo poco o mucho que le contaban al médico. Yo no lo podía evitar ni ocultar, era como si me saliera un grano en la cara. Mi madre me hablaba y yo no le daba bolilla. Y así se iban las horas de internación. Ayer había dos niños. Uno había pasado corriendo y se había hecho algunos cortes muy profundos en la cara al darse contra algo. El otro se había caído de la bicicleta. El médico y sus padres estaban a la espera de unas placas o no que confirmaran o no la fractura. Luego llegó un hombre de unos cincuenta años, quizás. Un obrero que salía de la construcción y empezaba sentir un dolor muy intenso en el brazo. Cuando llegaba a la casa no podía más. Como ayer era domingo y no trabajó, no le dolía tanto. Después llegó el cirujano para coser la cara del primer niño. Apenas dijo unas palabras ya me vi venir el resto de la historia, lo que pasaría en cinco minutos más. "Hola. Vos y yo somos amigos y vamos a estar juntos y tranquilos ahora. Vas a ver que no te va a doler nada". Yo me preguntaba por qué el hombre hablaba gritando. Cuando le fue diciendo al niño cosas como "Mi vida" o "Mi amor", me pareció una versión más o menos científica de Susana Giménez. No había duda de lo que iba a suceder. Lo primero en que pensé fue un pasaje de la primera parte de "Mientras escribo", de Stephen King. Allí King habla de su infancia y de su detestable experiencia con los doctores, y en especial con la frase "Esto no te va a doler". El autor entonces cuenta que luego de una frase como esa le metieron la aguja de una jeringa dentro de un oído y sintió cómo le reventaba todo dentro de su cabeza. Se ve que estaba para acordarme de libros. Cuando empecé a sentir los gemidos del niño me imaginé al doctor aplicando sus intrumentos sobre aquel rostro ante la mirada permisiva de los padres. Y entonces me acordé de "La isla del Dr. Moreau", de H.G. Wells, en la parte en que el protagonista siente a través de las paredes los gemidos lastimeros de los animales al ser operados sin anestesia e injertados con partes de otros animales.
Cuando pude respirar normalmente me hicieron la placa. Al final, resultó que todo estaba bien en el pulmón.
Salí del sanatorio, me subí a mi Ondina y pedalée lentamente hasta el Kennedy. Allí estaba mi padre.

martes, 11 de diciembre de 2007

Gusto a perro

El domingo, creo, tuvo que haber sido uno de los días más importantes de mis últimos cuarenta años... Todo aconteció en un taller de bicicletas y motos de Punta del Este, uno que queda al lado del liceo. Quienes pasan a esa altura de Bulevar Artigas tienen que conocerlo, y tienen que haber visto alguna que otra vez el perrazo enorme que hay allí. Se trata de un gran danés negro casi de mi tamaño. Si lo ponen en dos patas yo creo que termina siendo más alto que yo, que mido un metro ochenta y cuatro. El asunto es que yo tenía mi ONDINA con una pinchadura en la rueda trasera y con los tacos de los frenos de ambas ruedas totalmente gastados. Cuando llegué ese domingo al mediodía, la bici todavía no estaba pronta, así que me tuve que aguantar por ahí mientras un chico me la arreglaba. Tenía un ensayo de Montesquieu sobre el tema del gusto, así que me apoyé en una barra de hierro que aguantaba el techo de chapa que luego al cerrar se transforma en portón, algo de eso. Yendo a lo del libro de Montesquieu, ¿verdad que es una reverenda estupidez esa frase que dice que "Sobre gustos no hay nada escrito"? Porque sobre gustos, sobre gusto, hay mucho escrito, camiones de camiones. El tema es que Montesquieu escribió ese ensayo para la Enciclopedia de Diderot y D'Alembert, y yo lo estaba leyendo lo más bien, porque se nota que Montesquieu andaba volando, ¿no?, la rompía el pibe... Estaba en eso digo, cuando con mi vista periférica detecté una especie de tormenta al nivel del suelo que se aproximaba ni muy rápida ni muy lenta. Recuerdo que muchas veces yo pasaba en bicicleta por Bulevar Artigas y miraba hacia la calle lateral adonde da el taller y me detenía a observar a ese perro inmenso, durmiendo en medio de la callecita, ocupando todo, y me asombraba de que la gente le pasara por al lado como si fuera de bronce. A mí me daba cierta envidia esa gente. Hasta que me llegó el momento. El perro se me acercaba. Noté que ya no era joven, porque caminaba como si tuviera las extremidades flojas. O a lo mejor las tenía entumecidas de tanto dormir... y se levantaba con ganas de comer algo o de pura acción. Yo hice como que seguía leyendo, y de pronto sentí que me tocaba el muslo derecho con su nariz húmeda. Me dejó una mancha del tamaño de una aceituna en mi pantalón claro. A mí se me aflojó todo. Pensé que si esa situación se prolongaba un poco más, me iba a terminar desmayando, y ahí sí, el perro me iba a apretar el cuello y me lo iba a desgarrar. Pero el perro empezó a mirar hacia los costados como buscando algo más y se alejó. ¡¡¡Se alejó!!! ¿¿¿Entienden lo que eso significa??? ¡Que no me hizo nada! ¡No me mordió!... Bueno, más tarde le conté todo a Victoria y me dijo que en realidad no había ningún mérito en lo que había pasado, porque lo que suele ocurrir cuando uno se queda quieto ante un perro es eso: lograr la indiferencia del animal. Yo entonces le expliqué que eso no era así, que los perros tienen un mecanismo en su capacidad de olfatear que les permite detectar no sé qué reacciones químicas que se producen en nuestro cuerpo cuando sentimos miedo. Además, agregué que es mentira eso de que para que a uno no lo muerda un perro, tiene que quedarse parado. Mi madre me hizo ese mismo consejo cuando era chico, y la primera vez que lo puse en práctica, tendría yo unos 8 ó 9 años, no más, terminé con los colmillos de una perra hundidos en mi nalga izquierda. Y todo por ir a buscar una pelota al fondo de lo de unos vecinos. Todo por meterme sin permiso, a lo malandro, pero bueno, no era ese el punto después de todo... Para mí lo del domingo fue un hecho que me va a cambiar la vida, lo sé...
Después siguieron las cuestiones con los perros... Por ejemplo, ayer me encontré con Felipe y lo acompañé junto con Franco al supermercado. En el camino, a la vuelta, me contó que casi lo corrieron de un cumpleaños más o menos íntimo de un tipo que no era tan conocidio suyo. Es decir, Felipe se rio de algo y al parecer no tenía tanta confianza como para reírse así, de la forma en que él se ríe. Porque quienes conocen a Felipe saben que en determinado instante le viene como un acceso y se queda literalmente "trancado". La risa se le congela, los ojos se le contraen, la frente se le arruga y empieza a quedar del color de una zanahoria. En medio de todo ese cuadro se escucha una risa como de hiena. Al final, a Felipe le dio uno de esos accesos al enterarse de la triste vida de un perrito caniche (mini-toy) que era epiléptico y estaba medicado de continuo. Hasta ahí era sólo el anuncio de lo que estaba por venir, pero cuando los dueños comenzaron a detallar los distintos aspectos emocionales de su mascota y las situaciones en las que le llega la epilepsia, Felipe no pudo más. Explotó. Se imaginó al bicho dándose vuelta y cayendo de espaldas, metiéndose la lengua contra la garganta y convulsionándose. El resultado, en un caniche, sí, es conmovedor. Todo esto me recuerda dos cosas más de Felipe en relación con los perros. Ambas de los primeros tiempos de nuestra amistad, cuando éramos estudiantes. La primera tiene que ver con un librito que yo había encontrado en la casa de otro amigo, y que era un manual para adiestrar perritos pequineses, que son unos perros muy feos con cara de integrante del Foro Batllista que se pueden ver en las casas de algunos jubilados. Resulta que el libro era de una lectura apasionante. Cuando teníamos la revista MAT y hacíamos vanguardia fotocopiada, nos reuníamos también a leer cosas, de todo... Una de esas cosas que nos causó mucha gracia en un tiempo fue ese librito, porque leído con un mínimo de malicia, cada enunciado parecía contribuir a la formación de un mini-tratado de zoofilia. Era increíble, pero era así. La ambigüedad de las proposiciones y las formulaciones era tal, que me acuerdo de ver a Felipe "trancado" por minutos y minutos. ¡Ojalá pudiera encontrar yo ese libro entre varios de los cahivaches que hay acá en el Kennedy! O también está la posibilidad de que yo pueda conseguir un ejemplar del número del MAT en el que reprodujimos una página de ese manual. Esto me trae a la memoria otro episodio de la vida de Felipe fuertemente vinculado a su relación con los caninos. Un día su madre se apareció con una perra que a Felipe, con los días, le pareció absolutamente insoportable. Entonces llegó un día en que encontró una foto que la madre le había sacado al animal. Felipe había estado comiendo y tenía a mano un cuchillo, y, medio en broma o medio en serio, le hizo una cruz en cada ojo a la imagen de la perra. A los pocos días desapareció. Nunca se supo cómo ni qué fue de su vida. Esos fueron los inicios de Felipe en la macumba.
Otra cosa más, y esto lo voy a decir por puro interés de divulgación, por el hecho de que este blog no olvida nunca su función de mantener informada y al tanto a la comunidad. Hace algunas semanas, mi padre me consiguió un perro. Es un pastor catalán al que le puse Bob. Con los días notamos que Atenea, la perra de mi hermana, que también está acá (la perra, no mi hermana), se le sube encima a Bob como para hacer cachorritos. ¿Podrán creer?... Bueno, ayer una profesora de química (lo de química no tiene nada que ver, es sólo una cuestión de identidad) me dijo en el liceo que en su casa pasa lo mismo. Y entonces me explicó que el veterinario, a su vez, le dijo que eso significaba que la hembra trataba de dominar al macho. ¡Qué tierno! ¿No?... Sólo que lo que le causaba más ternura a esta profesora era el hecho de que su perrita cimarrona, pobrecita, era muy chiquita, y no le daba la altura para subírsele al perro de la casa. ¡Pero qué ambiciosa!, ¿no?... Tan chiquita y ya con la idea fija.

jueves, 6 de diciembre de 2007

Highways # 60 & 12 revisited


(Gracias a Leonardo, Roberto y G(e)orge & Rose)
A) Amigos: muy hermoso volver a verlos a todos y haber pasado esos breves aunque vibrantes momentos de conversación y cariño. Hare Krsna!!...
B) Bob Dylan: Gracias Bobby... ¡Qué se te puede decir! Cantaste para nosotros a la ida y a la vuelta... Lo tuyo es realmente muy bueno, eh... "Highway 61 revisited", "From a Buick 6", "It takes a lot to laugh, it takes a train to cry", "Tombstone's blues" y, sobre todo, "Dirty road blues". Shalom!!...
C) Conejos blancos: caminábamos en la hora muerta de la noche sobre el pasto, en la falda del cerro. Dijo Victoria: "¡Los conejos!". Y allí estaban, al lado de un árbol, quietos, con sus ojos rojos prendidos en la noche como botones.
D) Duchas femeninas: un cartel decía *NO MALGASTE EL AGUA. SOLAMENTE TRES MINUTOS EN LAS DUCHAS *RETÍRESE VESTIDA DE LAS DUCHAS *NO GOLPEE LAS PUERTAS *CUIDE SU VOCABULARIO *GRACIAS.
E) Elefante de cemento gris: Estaba en un jardín en Piriápolis. Daban ganas de bajarse y abrazarlo.
F) Fotografías: lindas, pero pocas. Nos olvidamos del cargador de las baterías y las que llevábamos se agotaron.
G) Guanaco: Había una llama... ¿Pero el otro era un guanaco?...
H) Historias de amor: cuando llegamos a la administración del camping, interrumpimos a la encargada, que leía sobre el escritorio, con el pelo oloroso de recién lavado cayendo hacia ambos costados, una novelita de Corín Tellado sosteniendo un cigarrillo en alto, como esperando un desenlace.
I) Inglés:
-I don't wanna climb...
-Yes, you must...
J) Julepe: el de Victoria con una araña pollito del tamaño de su mano, bajando del cerro. Las briznas de pasto crujían bajo sus patitas.
K) Kilómetros: 250.
L) Lagarto: Medía quizás un poco más de medio metro. Estaba tomando sol sobre una piedra gris en la cima del cerro Arequita. Nosotros nos acercamos y sentimos el sacudón en la hierba seca de la cumbre, la oscilación enojosa de la cola; todo rumbo a lo profundo del monte. Victoria gritó. Yo también, pero me las ingenié para que el "¡¡¡Ah!!!" se continuara en un "¡¡¡Ah!!! ¡El lagaaaartooo! ¡Qué lindoooo!...". (Shhhh...)
M) Minas: Minas es una ciudad que me sigue fascinando. No sé bien por qué; creo que me trae siempre, me actualiza, una suerte de pasado indefinido, ni feliz ni triste, anterior a mi existencia, como una marca de cómo era todo antes de que yo naciera o cuando yo era muy niño. Es la ciudad de Morosoli, también. Morosoli sigue vigente más allá de los cambios que uno pueda suponer. Allá están los conflictos íntimos de esa gente del pueblo que el escritor transmitió en muchos cuentos (me acuerdo de "Mujeres"), allá están los cerros al final de cada calle.
N) Nubes: pinceladas de abajo hacia arriba. Había una con la forma de una trompeta.
Ñ) "Ñ": del diario Clarín del sábado pasado. Muy buena la nota de tapa, la entrevista a Josefina Ludmer.
O) Ómnibus: El de ida, por la 60: lento, ruidoso, se llovió en el asiento de Victoria luego de que la lluvia terminó. El de vuelta, por la 12. rápido, con el ruido imprescindible, con el panorama del atardecer a todo lo largo, esquivando vacas sueltas, con muchas interrupciones en el discman por los mensajes de texto de los celulares.
P) Palmera: la palmera perdía sus palmas... Un petizo saltaba con machete y en el aire hacía "¡¡¡Iiiiaaaahhh!!!! a lo ninja y cortó un par de palmas.
Q) ¡Qué liga!: encontramos un peso tirado...
R) Ravioles: riquísimos... Como Victoria no los pudo terminar yo fui solidario.
S) Sol: el primer día no. El segundo sí: glorioso, sobre todo llegando a Minas. ¡Vamos por más!...
T) Terminal: la gente se despide, se va a trabajar, regresa... Siempre es interesante mirar las caras por la ventanilla del ómnibus.
U) Unicornios: no había. (No existen)
V) Vecinos: unos con un auto azul y con un niño que pasó corriendo una vez. Después otros, en otra cabaña más alejada, pero sólo vimos el mantel amarillo que habían dejado en la mesa de afuera. "¡Hay gente que trae mantel!". No más.
W) Wi-fi: no había. (No necesitábamos) Lo más parecido era cuando uno de los que se encargaban de cuidar los animales te gritaba "¡Guay! ¡Ay!", cuando algún bicho se enloquecía.
X) Xuxa: en la administración del camping había una biblioteca improvisada con libros y revistas de todo tipo para que los turistas puedan pasar sus horas. Había una revista de chimentos con Xuxa en la tapa. ¿Hace cuánto que Xuxa fue por última vez tapa de GENTE?
Y) Yogur: Conaprole, de frutilla, 500 cm, de desayuno. Más o menos el 58% de la dosis diaria recomendad de calcio por día.
Z) Zzzzzzzz...: (de dormir, de estar cansado a la vuelta y caer rendido...)

lunes, 3 de diciembre de 2007

Phil y su cama del tiempo

Luis Alberto Lacalle reflexiona acerca del paso del tiempo, en exclusiva para tartatextual

Como Felipe (Phil, para los íntimos) está convaleciente, ha hecho de su habitación una especie de búnker del niño mediático medio de estos tiempos, una suerte de versión en miniatura de su casa allí en su cuarto, siempre con la audaz ayuda de su mujer, Patricia. Destaca principalmente el hecho de que se llevó la computadora y la conectó al televisor. Así que este texto trata de esa relación de la computadora y el televisor, porque entra en escena la página www.youtube.com
Hace unos días, el jueves, luego de almorzar en la cama, nos tiramos a ver algunos videos. Empezamos por Peter Capusotto y luego seguimos con algunas cosas de Paul Mc Cartney, en especial unos videos raros, todos con el mismo formato, en los que Paul toca en su guitarra, sentado en un taburete sobre un fondo blanco, temas de su último disco:"Memories almoust full"... (Pero cómo nos emocionamos también con el video de "Mull of Kintyre"... Es sencillamente hermoso.) Los recuerdos casi completos pertenecían a nosotros dos cuando nos dimos cuenta de que youtube tenía más y más para darnos. Es decir, pasamos a recuperar una parte del pasado, a completar algunos vacíos. Curiosamente, la mayoría de ellos se colmaron viendo propagandas políticas para la campaña presidencial de 1989, que terminó ganando Luis Alberto Lacalle. Eran tiempos raros. De a poco, con cada video nos hizo sumirnos en un silencio en el que las cosas cambiaban de forma, la gente que nos rodeaba era otra. He aquí algunas ideas sueltas a propósito de ciertos videos, seguidas de los links respectivos.
Empecemos con este:
http://youtube.com/watch?v=QS0y6hvh36I&feature=related
Es la primavera de 1989... Puede ser un día cualquiera de calor... Felipe y yo no nos conocemos, no tenemos ni idea el uno del otro; tenemos 10 y 9 años. Yo estoy en el Kennedy, probablemente haya vuelto de la escuela y haya dado una vuelta hasta el campo de golf con mi hermana Andrea. Quizás estuviéramos cuidando a Franco. Podemos estar también en el cuarto de nuestros padres, donde estaba el único televisor y ver esta propaganda, subidos en la cama matrimonial, porque no había ni sillas ni sillones. Era así, nos sentábamos en la cama para ver la tele. Felipe está en una casa de la calle San Carlos, muy cerca del centro de Maldonado. Está en el patio dando vueltas bajo la parra, mientras sus abuelos maternos sacan el televisor hasta allí mismo y se sientan a tomar mate. La propaganda en cuestión nos hizo (ahora, 2007) reír mucho, no sólo por lo que dice Lacalle, a todas luces ingenuo (sobre todo eso de cómo incluir a los chicos en la lucha contra la drogadicción), sino por ese comienzo "in media res", como si ya estuvieran charlando del tema antes de que el director dijera "¡Acción!" y el Cuqui sacudiera su pelito accediendo al primer plano.
Sigamos con este otro:
http://youtube.com/watch?v=dsFKAwppuU8&feature=related
Millor acompaña a Pacheco. No hay mucho que decir al respecto. Millor da su palabra de honor... Pero fíjense en la escasa luminosidad de la filmación. Con Felipe terminamos heridos de pasión melancólica. Millor parece una especie de Petrus onettiano, un tipo que quiere convencer cuando al mismo tiempo todos sabemos que no, así, a secas.
Volvamos a Lacalle, a la misma elección...
http://youtube.com/watch?v=RNf1RfjEV3Q&feature=related
Sin duda, el que se roba la película es el camionero. Con Felipe vimos esta propaganda varias veces. Mezcla imprecisa entre el Zorro, el Herrerismo y las tecnologías inminentes.
Dejemos ahora la política de lado. Pasemos a las marcas que dejaron una huella en nuestro inconsciente colectivo post-dictarorial. Veamos las cosas que nos podían hacer unos niños superados, niños que estaban más allá de la bolita, los trompos y las cometas, niños más sofisticados. Por ejemplo: uno tenía que tener los armatodos de Pepsi y toda la colección de vasos de esa bebida que salió de forma paralela: http://youtube.com/watch?v=iKZfqbtKkl8&feature=related
Además, si te agarrabas piojos, soñabas con que no te pasaran querosén y te raparan y que, en cambio, te aplicaran QUITOSO y tu mamá fuera como la de esta publicidad para que nuestra pulsión edípica no se fuera al traste:
http://youtube.com/watch?v=MFkuWu6iF2Q&feature=related
Por otra parte, estaba el tema de los championes... Los chicos de hoy se pueden matar de la risa. Pero si teníamos championes FLECHA, nuestras posibilidades de hacer terapia psicoanalítica dentro de veinte años disminuían considerablemente, aún más que poniéndonos los TOPSY: http://youtube.com/watch?v=sGrEQH3GC6Q&feature=related
Éramos unos pibes y no fumábamos (bueno, a Felipe por esa época no le faltaba mucho), pero acá está esta publicidad de CORONADO LIGHT en donde vemos a un futuro sex-symbol argentino de telenovelas (¡a ver si adivinan quién es!), en una puesta en escena que nos recuerda un borrador de la taberna de Moe en los Simpson.
¡¡Los televisores SAMSUNG!! ¿Quién no tenía un televisor SAMSUNG? Bueno, yo no conocí a nadie con uno y Felipe sabía de un niño solo cuyos padres se habían comprado uno. De esta publicidad me acuerdo porque la pasaban incansablemente en los días previos al Mundial de Italia '90, evento que le daba cierta razón de ser a esta publicidad. Fíjense lo galán que era Humberto de Vargas por esa época. ¡Dios mío! Las décadas pasaron y desperdiciamos uno de nuestros mejores super-hombres tan sólo por la ineptitud de no tener una industria de telenovelas establecida. Y encima tuvimos el orgullo de no venderlo Buenos Aires para que fuera una especie de Osvaldo Laport adelantado. Bueno, yo veía esta publicidad varias veces de tarde y de mañana, creo que en canal 9 (hoy, canal 7), que retransmitía del 10 de Montevideo. Yo tenía hepatitis y me miraba todo el Mundial acostado frente a un televisor blanco y negro Philips, chiquito y de ciertas mañas. Una de las mañas era la de demorar para encenderse. Dice mi madre que eso se debía a que una vez entré desde el patio con una manguera y lo regué. Afortunadamente estaba apagado, desafortunadamente, el surrealismo ya había sido inventado. Ahora me acuerdo también de que a esa tele yo le debo mi formación en westerns. Me levantaba los sábados de mañana y ponía el canal 11. A veces lloraba porque me despertaba solo en la habitación. Mis padres estaban trabajando en el bar, al frente de la casa. Entonces ocurría que venía mi madre y hacía girar la perilla hasta el 11. Un día me desperté y pensé que lo podía hacer yo solo, pero la tele estaba desenchufada. Cuando traté de enchufarla, recibí la primera descarga eléctrica de la que tengo memoria. Fue muy fuerte. Así que a mí no me vengan con eso de que nadie se olvida de su primera relación sexual... ¡Pavadas! Esa patada que me dio el enchufe me dio la dimensión de lo que era el mundo. Así que bueno, gracias Humberto de Vargas por hacerme recordar tantas cosas. Sos la vainilla que uno hunde en la tacita. Algunas cosas más de esta publicidad de los televisores SAMSUNG. 1: En definitiva, es una publicidad de una casa de electrodomésticos que se llamaba CENTRO ELÉCTRICO... A Felipe y a mí casi se nos pone la piel de gallina. 2: Fíjense la pista que esta publicidad nos da de nuestra economía... ¡En cuotas de 26.300 pesos!... 3: El cabezazo y la sonrisa de de Vargas, o sea, lo que le faltó al Chengue en el Mundial de Japón y Corea 2002. ¡Ah!... Acá está el link: http://youtube.com/watch?v=t9KE8SoisjA&feature=related
En fin, pasaron los años y nos hicimos adolescentes. Entonces quisimos demostar que éramos jóvenes y que nos llevábamos el barrio por delante. Teníamos nuestra TARJETA JOVEN. Dicen que hay gente que la ha usado de forma constante. A mí siempre me pareció un poco patotero sacarla a relucir en un comercio. Nunca lo hice. Dice Felipe que él dos veces. Pero el tema acá es otro. ¿Por qué las publicidades que se refieran a los jóvenes suelen mostrarnos como boluditos? Porque eso es lo que veo en esta publicidad de hace quince años o menos... Miren la chica vestida de tenista y con las trencitas al lado. ¿Los padres le pegaban con una raqueta en las nalgas? Esta cuestión no se detiene. Me trae a la memoria una vez que leí en un diario algo así como una cobertura de una "movida de arte joven" que se hizo en Montevideo. Y ahí estaba el lugar común, parece que en la "inteligencia" de los medios las palabras "arte" y "joven" pronunciadas una al lado de la otra significan aptitud para tirar pelotitas para arriba en cualquier semáforo o pararse hecho una estatua viviente. Ok... Respetable. Pero, ¿no hay jóvenes que hagan otras cosas?... http://youtube.com/watch?v=r1IYNqDoi14&feature=related
Ahora regresemos a la política con los tres últimos ejemplos del youtube. Para comenzar esta propaganda de Jorge Batlle con el ya consabido lema de que Batlle "le canta la justa". Lo que me llama la atención es que el formato de dicha propaganda hoy en día, aparte de obsoleto, es en realidad el formato que se utiliza en cualquier programa televisivo de humor para reírse de un político. ¿Lo sabría Batlle? ¿Una autocrítica lúcida? Que el lector juzgue en: http://youtube.com/watch?v=uYhdu_IW37Q&feature=related
Esta que viene a continuación me gusta mucho. Despidamos a Lacalle con esta presentación de su familia bastante reciente. Pero no se pierdan por favor la reacción del perrito cuando el ex-presidente empieza a hablar sobre los valores de su familia, como tampoco dejen de apreciar y valorar en su justa medida el denodado esfuerzo de su hijo por hacer que el chicho siga dentro del encuadre: http://youtube.com/watch?v=EuvUIQIsGJ0&feature=related
Y como dijo Bob, "los tiempos están cambiando". La política que fue a finales de los '80 ya no es la misma que ven nuestros hijos. No adelanto nada de este último video: http://youtube.com/watch?v=P_Sja_O3kCU&feature=related