domingo, 24 de agosto de 2008

Grácil


Hace algunos días leí lo siguiente: "Acabó por recordar bruscamente que en su primera infancia, cuando preguntaba de dónde había venido, su madre le mostraba siempre el pozo cercano a la casa como la fuente primera de su existencia. Desde entonces, cada vez que oía pronunciar las palabras 'pozo' o 'fuente', nacía en su alma esa singular sensación que solemos experimentar cuando recordamos algún objeto de nuestra infancia más remota." Dicho pasaje corresponde a "Andreas Hartknopf", de Karl Philipp Moritz.
En cierto modo, leerlo me devolvió la intención de escribir una serie de textos que serían algo así como unas etimologías personales. De vez en cuando me sucede que escucho una palabra aislada, o incluso si esa palabra se aísla sonoramente dentro de un discurso, y empieza a abrirse ante mí el recuerdo de la primera ocasión en que la oí, soldado para siempre. Tuve la consciencia de que eso me sucedía justamente con la palabra "grácil", que escuché, que yo sepa, por primera vez, en 1994. Esa deriva de la palabra "grácil" no sólo se establece en ese año, sino que lleva a dos palabras más: "Cecilia Bolocco". Explico.
Durante 1994, al menos, dieron de lunes a viernes en el canal 7 de Maldonado una especie de periodístico chileno (¿o mexicano?) amarillista llamado "Ocurrió así". Había un conductor general, otro más encargado de ciertas noticias especializadas o de último momento, y Cecilia Bolocco, que conducía como un micro fashion o farandulero de unos pocos minutos. En uno de esos micros, Bolocco habló de una colección de zapatos que se había presentado en un desfile de un diseñador. Los zapatos eran todos estrafalarios, muy kitsch. Por ahí venía la noticia y las sonrisas cómplices de Bolocco como pidiendo perdón y regodeándose en el mamarracho de la noticia que presentaba. Entonces la cámara vuelve al conductor principal, que juzga mal esa colección de zapatos y dice que prefiere el modelo clásico y "grácil" de siempre para los zapatos de las mujeres. Hay un nuevo cambio de plano y Bolocco, quizás con el micrófono ya inhabilitado, sonríe como una reina. Reaparece el rostro del conductor y el programa sigue su curso normal. Allí apareció en mi vida la palabra "grácil", por lo tanto.
Pero todo esto me ha traído más recuerdos. Porque el televisor en el que yo miraba "Ocurrió así" estaba en la parte más alejada de la casa, y a la hora en que lo pasaban ya mis padres y mis dos hermanos se habian ido a dormir, por lo que me tenía que quedar solo. Y eso no estaba tan bien, porque "Ocurrió así" trataba de cosas que me causaban terror, principalmente de avistamientos de ovnis y encuentros con extraterrestres. Claro, yo miraba cada una de esas noticias con un placer morboso, porque en realidad era un tema que me interesaba desde muy niño. El hecho de vivir, además, rodeado de bosques, hacía que ese miedo fuera más allá de lo meramente psicológico: era, en efecto, una posibilidad que estaba allí, detrás de cualquiera de todos aquellos pinos o eucaliptos. Morbosa también era la delectación con la que yo tomaba los vasos de jugolín que me preparaba. Mi madre me tenía prohibido agregarle más azúcar de la que ella le colocaba a cada jugolín que hacía. Entonces yo, a escondidas, consumido por los nervios que me generaba el programa cuando anunciaban para después de la pausa comercial una noticia sobre un extraterrestre o el chupa-cabras, agarraba un vaso de jugolín y le vaciaba dentro por lo menos una cucharada sopera de azúcar, a veces dos, creo. Obviamente la solución quedaba saturada y en el fondo del vaso quedaba un colchón de azúcar anaranjada o enrojecida que luego apuraba garganta abajo. Recuerdo también que hacía frío y que prefería tomarme un vaso tras otro de jugolín en vez de un buen café con leche. Y otra cosa: tomaba el jugolín con la misma cuchara sopera, como si fuera, evidentemente, sopa. Así quedaba yo después de todo ese cóctel de sensaciones. El programa finalizaba y me veía con la televisión encendida ya sin ninguna utilidad, y con la casa en un silencio insoportable, a varias habitaciones de distancia de mi cama. Yo, por ejemplo, para llegar hasta mi cuarto, tenía que atravesar el almacén que tenían mis padres. Al comienzo caminaba normal, dándome ánimos, pero de pronto se me instalaba en la mente algún croquis de un extraterrestre aparecido en el programa, o la filmación de la autopsia en el caso Roswell, y apuraba cada vez más el paso hasta que ya me llevaba por delante, a oscuras, paquetes de harina, envases vacíos de refrescos o casilleros, escobas, palas, etc. La otra consecuencia era que dormía poco, porque al otro día me tenía que levantar a las siete de la mañana para ir al liceo. A mis padres les empezaba a fastidiar por lo tanto que me quedara mirando televisión, porque me costaba despertarme. Pero así y todo yo iba, no faltaba nunca, tengo esa seguridad. En invierno, a la hora en que sacaba la bicicleta y salía, aún era de noche. Salía del Kennedy por la calle Francisco Salazar y me adentraba en todos aquellos bosques hasta llegar más o menos a la periferia de la ciudad de Maldonado. Era un viaje de unos quince o veinte minutos, pero atormentador. A veces había niebla y parecía que había cosas moviéndose en el aire. Una de esas mañanas con niebla yo pedaleaba en un repecho con la idea fija en la aparición de un chupacabras. En determinado momento, vi un par de manchas pequeñas y negras que se agitaban en el aire, casi a la altura de mi pecho, a unos tres o cuatro metros. Al principio la visión me dejó sin respuesta, y continué avanzado, pero cuando estuve a una distancia menor me di cuenta de que eran dos ojos. Primero sentí que la piel se me erizaba y que mi cuerpo se calentaba rápidamente. Después vi las formas de un caballo con unas pocas manchas marrones y sentí cómo el aire a mi alrededor se alteraba con la fuerza de su reacción al dar un respingo. Escuché los cascos chocando sobre el asfalto y en seguida, al alejarse, sobre la tierra húmeda del monte. El corazón me daba vueltas enteras dentro del pecho. No podía dejar de pedalear cada vez más fuerte. Era como si el caballo hubiera resuelto andar tras de mí. Y un sabor entre amargo y picante se me había instalado entre la lengua y el paladar. Ese era el sabor de la adrenalina.


lunes, 18 de agosto de 2008

Otro día del niño

Pasó otro Día del Niño.
Y... me regalaron... ¡un cuaderno rojo de tapas duras!

sábado, 9 de agosto de 2008

Clínica de apoyo al escritor trabado (1)

Recibimos el siguiente mensaje:
Lic. Johan Bombay:
Soy (o intento ser) un escritor. Estoy frustrado porque hace tiempo intento finalizar algunos relatos y sólo queda en mí un sabor amargo de inconformidad. He estado escribiendo pero ninguna palabra representa dignamente las ideas que acometen mi cabeza. Puedo especificar algunas de mis fallas para facilitarte la ayuda y los consejos:
1- Finales truncos, no resuelven correctamente.
2- Brevedad cuantitativa.
3- Complejidad extrema en algunos enunciados.
4- Demasiada síntesis, poco desarrollo, desenlace inmediato.
Espero me pueda asistir...
Cariñosamente
Archiduque de Applecore
* * *
Estimado Archiduque de Applecore:

Por supuesto que te quiero agradecer el hecho de que escribas buscando consejos a esta página, así como te quiero felicitar por escribirme, porque por lo visto sos un muchacho/escritor con ansias de llegar a cosas tremendas.
Leí con interés sumo tus inquietudes. Después las leí de vuelta...
Lo que manifestás de tus preocupaciones acerca de no poder conseguir ciertos detalles en tus narraciones no es para preocuparte tanto, es normaaaaaaal, diría yo, porque esas cosas un día se terminan, por una cosa u otra, pero se terminan. Bueno, sigo... A ver...
Te cito: "He estado escribiendo pero ninguna palabra representa dignamente las ideas que acometen mi cabeza."... Ahora, digo yo, ¿y qué tal si las representa "indignamente"? En una de esas nos sale por ahí un Henry Miller, qué sé yo, algún tipo así de retorcido.
Continúo comentando el punteo de lo que considerás "fallas":

1- Finales truncos, no resuelven correctamente. (No te precupés, m'hijo, los finales son lo de menos, como en el tango, ¿viste?... Dos notas y a otra cuestión... Bueno, en literatura es similar, hay finales buenos, no te voy a decir que no, pero por lo general los lectores no leen libros por el final que tengan, sino por el comienzo, así que dale para adelante...)
2- Brevedad cuantitativa. (¿Eso qué quiere decir? ¿Qué escribís poco? ¿Qué falta desarrollo? ¡¡Es normaaaaaaaaal!!... A mí me pasó mucho en una época. Seguramente querés escribir relatos largos tipo Hemingway o directamente novelas; y bueno, listo, para eso lo que se precisa es el ripio. O sea, en criollo viejo: el relleno, mi negro, el cascoterío más o menos fino que tiene que haber en toda historia. Para eso te recomiendo que te hagas instalar frente a la ventana de donde escribís una volqueta con desperdicios de alguna construcción. Es muy útil. Si estás trabado te levantás, salís y mirás todo el cascotaje distinto. Es interesante. Ahí nomás te imaginás cosas distintas que entren en la volqueta de tu imaginación.)
3- Complejidad extrema en algunos enunciados. (Seguramente eso sea, cuando no un gongorismo mal curado, una influencia desmedida del ciego Borges... Vas a tener que darle al contrapeso, viejo, y para empezar te recomiendo "La bruja de Portobello" de Paulo Coelho. La verdad que la prefiero de entre todas sus novelas porque hay algo que la hace distinta, que es la teta que hay en la tapa.)
4- Demasiada síntesis, poco desarrollo, desenlace inmediato. (Te podría decir que releyeras mi consejo para la preocupación 2, pero sería poco ético de mi parte, como no querer aplicar todo el tiempo posible en tu ayuda. Así que yo te digo esto... Pensá, pensá, Duque de Applecore, que un cuento, un relato, lo que quieras, es un repollo arriba de una mesa, y que vos agarrás y vas desgajando el repollo. Un cuento sintético es un repollo cerrado, sin pelar.
Gracias por tu consulta. Espero tus resultados.
Lic. Johan Bombay

viernes, 8 de agosto de 2008

El limo de los sueños


a Gloria
Hace poco en un blog amigo me encontré con una idea que también me estaba rondando. La idea se me hizo tan persistente que no sólo la encontré en el blog amigo, sino también en algún que otro libro. Hablo de cómo a veces el placer que nos generan ciertas lecturas forma una especie de contralor al influjo de nuestras preocupaciones laborales, afectivas, físicas, etc. Algo así como un escudo protector. Bueno, desde luego que eso no lo genera cualquier libro, y por eso creo que a veces tenemos rachas. Normalmente miro hacia atrás en mi vida y recuerdo períodos en los que me veo regresando a casa en la bicicleta o a pie y apurando el recorrido porque sé que al lado de la cama me está esperando una historia encerrada en un libro. Después esa sensación se extiende hasta mis sueños o hasta las ensoñaciones diarias cuando me distraigo. Por ejemplo, ahora que estoy convaleciente por una infección en la garganta (luego de una exitosa infección pulmonar hace seis semanas) y que me paso el día entero mirando por la ventana, me quedo hasta tarde en la cama presintiendo el frío que puede hacer afuera, y en ese estado de semivigilia me vienen solas las imágenes de los libros que estoy leyendo. Forman como un limo, un depósito grueso como un acolchado bajo el que me escondo de cualquier desánimo. Estoy por ejemplo soñando o pensando con los personajes de "Las palmeras salvajes" de Faulkner. Estoy por allí frente a la playa, y es de noche, y un personaje acude a un médico, y hay una mujer que sangra. Es una sensación dulce, por definirlo de algún modo. Son las diez de la mañana, soy todos los personajes, soy el espacio de la narración, o todo eso está sobre mí y me contiene. Si me muevo, si cualquier pensamiento extraño llega, el limo se sacude y sus partículas vuelan hacia todos lados, y tengo que mantener cierta calma, cierta entrega, hasta que el conjunto vuelve a formarse. Y entonces estoy una vez más en el sur de Estados Unidos. En cierto modo vivo con "Las palmeras salvajes" una conexión indirecta. Es una novela que empecé y que no puedo continuar porque me la dejé olvidada en la casa del Kennedy. Mi madre llegó de Estados Unidos, estuvo casi tres semanas de visita, y cada día que yo iba a estar con ella me olvidaba de traerme el libro. Algo similar me sucede con "Los siete pilares de la sabiduría", de Lawrence de Arabia. Es una novela que tengo en la casa del 33, adonde generalmente voy casi todos los días a leer o escribir o darle de comer a Molly y a los perros F y B. Hace más de una semana que no puedo ir al 33. Mi hermano se encarga de ir a alimentar a los animales y me tiene al tanto de cualquier movimiento. Pero la novela sigue allí. Es un ladrillo de papel colocado sobre una mesita azul muy pequeña, donde escribo. Enfrente hay un ventanal por el que pasa el sol del invierno. El libro está sobre una de las esquinas de la izquierda de la mesa. Un movimiento distraído con la mano y se va al suelo. Hace unas noches me desvelé. Era muy de madrugada. Entonces me acordé de aquellos hombres arrastrando por el desierto sus cuerpos despreciables como un castigo. La sensación de desmesura me invadió. Yo me imaginaba que agarraba el rifle y veía algo a lo lejos y hacía que todos los demás se agazaparan, creo que también mezclé escenas de "La patrulla perdida", una película de John Ford que me gusta mucho. Luego me quedé dormido.
La cuestión con todo esto se me terminó de revelar cuando llegué a las "Confesiones", de Rousseau. No sé por qué, pero siempre que estoy enfermo o algo por el estilo este libro siempre anda en la vuelta, este y las otras confesiones, las de San Agustín. Pero el caso es que estiré un brazo hasta la biblioteca y saqué el libro de Rousseau y me puse a leer siguiendo subrayados y esas cosas. Y encontré un pasaje que viene muy al caso, porque yo creo que desde niño, tal como lo plantea Rousseau allí, tenía una actividad o una actitud similar con respecto a las historias que leía. No sé si en mi caso, como en el de Rousseau, se haya tratado de una sensualidad desplazada, en fin.... Pero bueno, va la cita. "En tan extraña situación, mi inquieta fantasía tomó un partido que me salvó de mí mismo, calmando mi naciente sensualidad. Consistió en alimentarse de las situaciones que me habían interesado en mis lecturas, recordarlas, variarlas y combinarlas, apropiármelas de tal modo que me convertía en uno de los personajes que imaginaba, viéndome colocado en las situaciones más adecuadas a mi gusto, en fin, el estado ficticio en que lograba encontrarme me hizo olvidar el verdadero, de que tan pesaroso estaba. Este cariño por los objetos imaginarios y la facilidad de embeberme en ellos acabaron de disgustarme de cuanto me rodeaba y determinaron este amor a la soledad, que desde entonces jamás me ha abandonado." ¿Qué tal?... ¡Toma y lee!, como le dijeron a más de uno.
Sigo leyendo y, media docena de páginas más adelante, me encuentro con algo que había pasado por alto en otra lectura y que ahora me deja perplejo. Pero para esto tengo que contar un poco sobre mí mismo. Cuando yo tenía doce años comencé a trabajar en el club de golf de al lado de mi casa como cuidacoches. Del club me dieron autorización para atender una pequeña explanada al borde de un monte donde los automóviles se quedaban cuatro o cinco horas al sol y a la sombra hasta que sus dueños terminaban los dieciocho hoyos y se los llevaban. Ahí me caían las propinas de todos colores, de los feos y de los lindos, se entiende. Ese comienzo fue en el verano del '92, y seguí trabajando allí hasta que pude tener cierta independencia económica como para no necesitar trabajar en verano, digamos el verano de '03. Pues bien, el asunto es que todos los que me conocían pasaban por la calle, me miraban o paraban a conversar conmigo y se mataban de la risa cuando me comparaban con otros cuidacoches. Porque en realidad, a primera vista, yo no parecía estar cuidando los coches. La mayoría de los que cumplen ese trabajo pasan en la calle o en al vereda yendo de un lado a otro, cobrando, corriendo, gritando, etcétera. Yo no tenía porqué hacer nada de eso, porque, como dije, los coches tardaban horas en moverse. Así que me sentaba en mi silla de playa y arrancaba a leer, muy temprano en la mañana, mientras desayunaba allí mismo. Paraba al mediodía con el cambio de automóviles y alguna ayuda extra que necesitaba algún socio, y volvía a la lectura cuando los de la tarde ya estaban todos instalados. Tengo muchas anécdotas, recuerdos infelices y felices de esos años, y sobre todo el grato conocimiento de algunas personas que me ayudaron mucho. Como el señor E., por ejemplo, un argentino al que yo le cuidaba un Renault, o un Mercedes Benz, o una Toyota... Me acuerdo de que de inmediato el señor E. se me representó como una persona que, atravesando cualquier ilusión de diferencia de clases, se comprometía realmente por el otro. Era algo que excedía cualquier idea previa de solidaridad, porque con E. llegamos a tener una especie de amistad que tenía mucho de paternalismo por su parte. Casi siempre hablábamos de literatura. Él era fanático de Proust, por ejemplo, y cuando me veía leyendo a algún clásico siempre tenía algo para decir. Si yo me enfermaba, iba hasta mi casa, me llevaba algo para leer y se quedaba un rato. Cuando llegaba el fin del verano, había un día en el que me dejaba un par de bolsas de libros recién comprados. Eso, para un adolescente que ama leer y que añora formar una bilioteca personal, es, más o menos, como ofrecerle el paraíso. Eran libros que yo empezaba a desentrañar en el invierno. Al verano siguiente hablábamos de ellos. Una vez, por la época en que estaba terminando el liceo, me ofreció irme a vivir a Buenos Aires para estudiar en la UBA. Pero las cosas se complicaron un poco. Su vida cambió de repente y se mudó a otro país. Y mi propia vida se alejó también del club de golf. Así que no lo vi más. Algunas veces lo recordábamos con personas del ambiente del club y nos referíamos a él con el término de "prínicipe", porque había algunos que lo llamaban así. En realidad no había metáfora, porque E. pertenecía a una familia noble francesa muy antigua y había heredado un título como de príncipe, o algo por el estilo, de alguna provincia o condado de Francia. Sigo leyendo las "Confesiones", de Rousseau, entonces. El Rousseau adolescente de dieciséis años, tan febrilmente aficionado a la lectura, se escapa de la casa de su patrón, adonde su padre lo había dejado confiado, y sale de Ginebra. Luego de encontrarse con un cura católico que lo trata con recelo, este lo envía con una carta de recomendación a una mujer noble separada de su marido y protegida por un rey. Se trata de una mujer que va a ser muy importante en la vida del autor. Cuando leo su apellido de soltera, me doy cuenta de que pertenece a la misma familia noble de E. Y veo más coincidencias cuando se habla de su carácter, de su trato con los demás y hasta, increíblemente, de su aspecto físico. Es el año 1728.

* * *

Más caminos hacia mi infancia-adolescencia.
Estoy recostado leyendo. Llega el niño B (cinco años) y se para en el umbral de la puerta. Está llorando. Está en calzoncillos y medias. Me pregunta si los chicles pueden tragarse y le respondo que no. Entonces se va. Siento que le comenta algo a la niña M (su prima, cuatro años). Ambos están acostados en la cama de su abuela, mirando dibujitos en el cable. A los pocos minutos llega la niña M. Me pide que por favor vaya al cuarto con ellos y sale corriendo. No hay nadie más en la casa, salvo la madre del niño B, durmiendo en su habitación una siesta. Dejo el libro a un costado, me calzo y salgo. Cuando llego al cuarto de la abuela encuentro que el televisor está apagado, hay un silencio triste. El niño B y la niña M están sentados en la cama, con las frazadas tapándolas hasta las barriguitas. Están abrazados y en silencio. Al niño B le ruedan unos lagrimones gruesos por ambas mejillas. La niña M llora despacito y hunde su cara en el cuello de su primo. "¿Qué pasa?", pregunto. La niña M me contesta que su primo se va a morir porque se tragó un chicle. Y estallan en un llanto renovado y más amargo. Termino de rodear la cama, los abrazo fuerte y les digo que esas cosas no pasan, que el estómago se encarga de desintegrar el chicle, y que yo me he tragado muchos y no me ha pasado nada (mentira). Como ya se estaba haciendo tarde y quería animarlos un poco, me fui hasta la cocina a preparar una merienda para los tres. Fue una merienda agradable. Tomamos yogur de frutilla y comimos unos sandwiches de pan integral con queso. Ellos pusieron el canal RETRO y vimos un capítulo de HE-MAN. Y acá viene lo otro: porque no sé los años que hará que no veía completamente un capítulo de HE-MAN. Algunas veces haciendo zapping, he visto algunos segundos con una semisonrisa y he seguido de largo. Pero esta vez quedé impactado. Es cierto que HE-MAN, fuera de muchas otras cosas, es un dibujito muy "guerra fría" (es decir, esa polarización de rubios buenos de un lado y malos y feos [comunistas] del otro), pero lo cierto es que de niño, cuando lo miraba a fines de los '80, todo eso se me escapaba. A la niña M también le gusta HE-MAN, y me encanta cómo lo pronuncia. De esta manera, nos pusimos a ver un capítulo en el que uno, no sé quién, crea una máquina capaz de duplicar cualquier objeto, pero sólo con la mitad de su tamaño. Esto lleva a que Skeletor, el malísimo malo, sin saber ese pequeño detalle que tiene la duplicación, robe la máquina para duplicarse a sí mismo. Así, aparece un montón de Skeletor enanitos, muy irrisorios, que ayudan al original a estar a punto de obtener cierto dominio del mundo. Lo que hace He-Man, al final, es lograr cierta sedición entre los enanitos para que todo se vaya al diablo. En realidad He-Man se vuelve medio subversivo, pero bueno, no importa. Ese es el capítulo, a lo que habría que sumarle cierta ambición de Skeletor por un tipo de diamante verde que se llama "bambita" y que pertenece a unos ositos tipo ewok. Una suerte de kriptonita plantígrada que no sé para qué le puede servir a Skeletor, eso no me quedó muy claro... Sin embargo, disfruté muchísimo viendo todo el capítulo, tanto como los niños. Por un intervalo muy extenso de tiempo logré sentir cierta paz que me precedió, cuando yo también fui niño. Creo que eso no sólo se debió al diseño del dibujo, sino a la continuidad misma de la historia y si se quiere a la sonoridad propia del doblaje, el mismo obviamente de cuando yo lo miraba hace veinte años. Sentí a mi alrededor cómo el aire se acomodaba de la misma manera en que se acomodó en un cuartito muy pequeño en el Kennedy. Había una cama grande, había dos camas chicas, una para mí, la otra para mi hermana. Había un televisor Philips 14 pulgadas, blanco y negro. Había una ventana cuadrada con una cortina azul con flores blancas. Las paredes tienen las marcas de la unión de los bloques. Llega mi madre, coloca una mesa y me da algo de comer, mientras miro televisión. Tiene que ser un sábado de mañana. El canal es el 4. Mi madre tiene la misma edad que yo tengo hoy. En ese recuerdo es una mujer muy joven a la que aún le falta dar a luz un hijo más. Es inevitable ver cómo se va de una cosa a otra. Hoy, 8 de agosto, es su cumpleaños. Yo estoy en una casa en Maldonado, escribiendo esto. Ella está en una casa en un campo cerca del límite entre New Jersey y Pennsylvania. Llega tarde del trabajo. Quizás se siente a una mesa a comer y mire hacia afuera, hacia cualquier tipo de horizonte, sintiendo el aire fresco del final de una tarde de verano. Y hay un tipo de distancia, hay un tipo de amor, hay un tipo de conocimiento de lo que es el aire común a dos personas, y eso sólo pertenece a una madre y a su hijo.

martes, 5 de agosto de 2008

Clínica de apoyo al escritor trabado (presentación)

El benemérito e infalible Lic. Johan Bombay

El servicio que los asiduos lectores de la tartatextual estaban esperando. El crucifijo que viene a ahuyentar al vampiro de la falta de ideas. La bala de plata en el pecho del hombre-lobo de la página en blanco. La caricia de la madre que enciende la luz del cuarto para que el cuco de la inseguridad no se atreva a sacar sus afiladas garras de debajo de la cama. Basta, señores escritores, de amilanarse ante su propia ineptitud
Es tiempo de dejar en el pasado esa condición que tan famosos los ha hecho a los ojos del mundo: la condición de seres pusilánimes, aterrados ante el duro desafío de contar una historia.
"Uy, uy. Qué miedo. Quiero contar algo pero no sé cómo empezar, no sé qué palabras usar, no sé dónde meterme el punto y coma, no sé si quiero que el protagonista se llame Waldemar o Asdrúbal, no sé si quiero que use lentes de carey y sombrero de bombín, no sé si quiero sonar como un nihilista o como un creyente empedernido, ¿imito a Bukowski o a Tom Wolfe?, no sé, es todo tan difícil, ah, ah, qué insoportable sufrimiento el del artista que aspira a la fama y la fortuna.
¡Pero por Cheever! ¡Basta de autocompasión! Desde este blog nos hemos propuesto transformar a estas personas (más para no tener que seguir soportando sus desgarradores quejas que por un espíritu altruista que no poseemos) en gente más recia, más confiada, menos pelotuda. Así que damos comienzo a partir de este momento al curso on-line y gratuito para escritores bloqueados: la Clínica de Apoyo al Escritor Trabado.
Para ello hemos hecho el esfuerzo de contratar a un especialista infalible en la materia: el Lic. Johan Bombay, conocido en el ambiente como "el maestro", pero que se define a sí mismo como el plomero que ha destapado las cañerías creativas de cientos de autores discretos en los cinco continentes.
De aquí en más los lectores de tartatextual, más precisamente aquellos que tengan en sí el germen, la voluntad de traspasar a papel aquello que aparece en su cerebro, tendrán en Bombay el receptáculo idóneo para depositar sus inquietudes.

(idea y producción: DGB y LAC)


lunes, 4 de agosto de 2008

USB + Uruguay


La verdad sea dicha: el famoso puerto usb de las computadoras nos está cambiando la vida. A través de él no sólo podemos introducir en una máquina determinada información, y, obviamente, realizar el proceso inverso... No, no se trata de eso solamente, ya que en realidad el verdadero potencial está en lo que puede generar el puerto usb hacia el exterior. Por ejemplo, recuerdo hace más de un año haber escuchado la noticia de que se había inventado un dispositivo que permitía a cualquier oficinista tipo poder mantener su café o té caliente con la ayuda de un cable usb especial para el caso. Era sencillo: era un cable que se vendía a bajo costo y que se conectaba a la computadora, por un extremo, y se dejaba caer hacia el fondo de la taza por el otro. Y listo, la bebia siempre caliente.
Navegando en la web el otro día me encontré con un nuevo invento. Se trata de un cable usb que termina en una especie de circulito o espiral que se aplica debajo del nudo de la corbata. ¿Cuántas veces hemos sentido, tras horas y horas de trabajo y decorosa vestimenta, que el cuello palpita queriendo liberarse de cualquier tipo de plus valía? Pero acá está la solución. Como se puede apreciar en la imagen que encabeza esta entrada, este nuevo dispositivo emite determinadas ondas que mitigan la presión que se concentra en la zona de contacto con el nudo de la corbata, haciendo de cualquier oficinista medio un ser humano más light.
En fin, movido por mi curiosidad, que me llevó a preguntarme hasta dónde llegaría este tipo de aplicaciones de los USB, y sobre todo en nuestro país, entré a la página líder en software nacional (www.softwareuruguayo.com). Y la verdad es que quedé sorprendido, porque me topé con creaciones de interés 100% charrúa. De entre todas las que vi detallo las siguientes.
Cabe resaltar, en primera instancia, dos tipos de cables USB de carácter doméstico. El primero de ellos, incluso, está recomendado hasta para los estudiantes. Se trata del USB-Mucus V-2. ¿Cuántas veces hemos estado en alguna reunión familiar importante o en alguna clase silenciosa y hemos sentido que la nariz está a punto de gotearnos como una catarata? Es una situación decepcionante que todos hemos vivido en mayor o menor medida. Entre el miedo a la vergüenza de que nos vean sacando un pañuelo (a veces hasta medio sucio) y el terror de no tener con qué limpiarnos y tragarnos los mocos así nomás, el nuevo cable USB ofrece un un mecanismo de succión con dos cañitos, uno para cada narina, que extraen cualquier secreción de manera rápida y discreta. Se puede utilizar desde un i-pod o MP3.
El siguiente cable USB, de uso estrictamente masculino, termina en una especie de red más o menos dura y consistente. Es el USB Andros-H2, y se coloca directamente en el interior del calzoncillo evitando todo tipo de estrangulamiento ante una mala elección de la talla de dicha ropa interior. Está altamente recomendado para jugadores de ping-pong y de los clubes grandes del país.
Por otra parte, la literatura, y en particular nuestra narrativa, no podía escapar a todos estos progresos. Banda Oriental, Planeta Uruguay y Alfaguara ya firmaron contratos para aplicar en sus ediciones las ventajas de la tecnología USB. En todos los casos el cable USB irá desde la computadora hasta una entrada ubicada en la parte baja del lomo de cada ejemplar. Alfaguara ya adelantó que los próximos libros de Milton Fornaro y Andrea Blanqué vendrán con un función especial para el caso, con palabras que se subrayarán y brillarán automáticamente mientras el lector esté leyendo para que se pueda dar cuenta de por donde puede estar el significado de lo que lee. Planeta, por su parte, anunció que la próxima novela de Mercedes Vigil, "La olla podrida", saldrá al mercado con una función USB que le permitirá al lector no tener que leer el libro. Simplemente tendrá que conectar el ejemplar al puerto USB de su computadora para que el libro se "lea solo", ya que la propia voz de la autora comenzará a leerlo de principio a fin. Los lectores, además, van a poder elegir entre tres versiones distintas de entonación: 1-Hot; 2-Monja y 3-Tupamara enojada. En tanto Ediciones de la Banda Oriental ya dejó entender a través de Heber Raviolo que el próximo libro de cuentos de Valentín Trujillo incluirá imágenes interactivas del autor haciendo nudismo en playa Chihuahua con algunos de sus admiradores más cercanos.
Pasando a lo periodístico, hay dos novedades interesantes. Tenfield firmó con www.softwareuruguayo.com para la distribución de un cable que una computadora con televisor en las emisiones en directo de partidos del fútbol uruguayo, particularmente importantes para los relatos de Rodrigo Romano y los comentarios de Juan Carlos Scleza. El cable permitirá eliminar y de inmediato sustituir las frases hechas de Romano ("Frutilla", "Baja"; "T.Z.: Terrible zapatazo"; "S.P. Sin palabras"; "Está calenchu", etc. etc.) y los comentarios perifrásticos de Scelza (El partido está vibrante... Vibrante por el trámite, vibrante por la hinchada, vibrante por la entrega de los futbolistas, vibrante por todo lo que está en juego, vibrante por todo lo que significa este partido, etc. etc.) por opciones más elaboradas.
El otro medio de comunicación que ofrecerá a sus usuarios la novedad USB va a ser el diario La República. Con una mínima conexión a internet y entrando en la página web del citado medio, el cable USB indicado será uno que termina en una especie de círculo de tela de unos veinte centímetros de diámetro. Fasano, director de La República, indicó que en un comienzo este dispositivo está pensado para ser ubicado bajo los platos de sopa de letras, con la finalidad de que las mismas puedan ser acomodadas mediante una señal desde la redacción, ofreciendo en tiempo real a los comensales servicios como el horóscopo, resúmenes diarios de los discursos de Chávez, aforismos de Eduardo Galeano y, desde luego, los principales titulares que se podrán leer en la edición impresa de la fecha.
Por último, www.softwareuruguayo.com da la primicia de dos bandas uruguayas que darán beneficios en sus próximos discos. El dispositivo USB indicado será tan simple como un cable que se pegará en un extremo sobre la carátula del CD, permitiendo, en todos los casos, consecuencias distintas e interesantes para los adolescentes de hoy. El próximo disco de Trosky Vengarán tendrá como novedad que, una vez conectada su tapa al USB, esta se abrirá dejando ver cómo el mismo cd comienza a girar vertiginosamente hasta tomar cada vez mayor altura y volar al carajo. En cuanto a La Vela Puerca, su nuevo disco desprenderá en cuestión de sólo segundos una bruma de auténtico humo de marihuana, que se formará a partir de una reacción química entre el plástico de la tapa y la corriente entregada por el USB. Teseyra, el líder del grupo, explica que los fanáticos además escucharán en el instante un bonus track con un número cómico realizado especialmente para el disco por Jorge Batlle y José Mujica, titulado: "Dos en uno: Vos la metiste y yo no".

sábado, 2 de agosto de 2008

Jetattore

"Jetattura" es el nombre de una obra de Gregorio de Laferrére que fui a ver al teatro hace un par de noches. Cuando en el transcurso de la misma vi de qué iba a la cosa, empecé a entender que ciertas suposiciones que yo tuve sobre algunas personas en particular también fueron sostenidas por otros. Siempre me había parecido (vanidad de vanidades) más o menos original y mía la idea de que cierta gente era capaz de generar en su entorno hechos desgraciados. En fin, más que "idea" en sí, era una especie de ensoñación. Aunque, desde luego, sí tenía en cuenta que ciertas personas eran consideradas "causantes de mala suerte". En el fútbol es bastante común. Pero ese es otro asunto. Porque "Jetattura", la obra, gira en torno al tema de una persona que es considerada como terriblemente influyente en sus seres allegados. Es una comedia muy divertida, pero cuando salí del teatro me quedé pensando en un cuento que escribí hace más de cinco años. En seguida, en el estacionamiento, me encontré con una conocida que me preguntó en broma si yo había conocido alguna vez un "jetattore". Respondí que sí, en serio, y eso motivó algunas risas, y muchas más cuando me di vuelta hacia donde estaba mi bicicleta y me pegué en la cabeza con uno de los espejos del ómnibus que transportaba a los actores. Cosas que "pasan".
Mi cuento, en definitiva, se llama (o se llamó, o se llamaba) "Los que están ahí". Sin embargo, lo que me importa es que ese cuento está basado en una experiencia real, porque yo, como dije, conocí un "jetattore".
Hace muchos años mi hermana tenía un novio que, llegado un momento, empezó a llamarme la atención por algo en particular. Un día llegaba y decía que había presenciado un accidente. Otro día se aparecía y decía que había estado cerca de un incendio donde alguien había muerto. Otra vez comentaba que un vecino o un conocido se había matado. Cosas por el estilo. En un principio eso era llamativo. Pero acá va algo más. Estamos hablando del año '99, y por esa época yo ya llevaba un diario personal. Un día pasó algo desgraciado, y recuerdo que lo comenté a varias personas y al final del día lo consigné en el diario. Al poco tiempo, otra cosa similar. Y así de nuevo a los pocos días. Y, más adelante, un par de veces la misma historia. Entonces se me vino una idea a la cabeza. Los hechos desgraciados se continuaban en una serie ininterrumpida porque mi discurso lo permitía. Es decir, cada vez que yo le comentaba a alguien un episodio desgraciado, esa sola enunciación generaba un vacío a posteriori que iría a ser colmado por otra enunciación. Era como pensar que el mismo discurso estaba creando otra realidad, idea por demás borgiana, por otra parte, ¿no? El punto es que se me ocurrió que si yo podía resistirme a comunicar el hecho infausto, de inmediato la serie se interrumpiría. Y eso era todo un tema, porque, que yo sepa, hay en el ser humano una innata fascinación por lo lúgubre o lo triste, lo que, como sabemos, estira bastante bien muchos resortes narrativos. Creo que resolví aguantarme y no manifestar lo último de lo que me había enterado. Así que el ciclo se interrumpió. O eso creo que pasó para que todo esto que cuento quede lindo. Lo siguiente a todo eso fue entender (¿entender?) que aquel novio de mi hermana alimentaba al mundo de hechos penosos porque tenía la capacidad de crearlos con su habla, porque realmente, el maldito disfrutaba contándolos, lo juro.
Por todo esto escribí aquel cuento titulado "Los que están ahí", que empezaba con una cita que, para mí, en aquellos años, era más de Borges que de su propio autor, Chesterton: "A cloud that is larger than the world / And a monster made of eyes". A mí siempre me gustó Chesterton y llegué a él antes de haber leído a Borges, lo cual es toda una suerte, pero no conocía la "Balada de Santa Bárbara" donde están esos versos y la citaba derecho de alguna conferencia de Borges. En mi historia, que integró un libro de relatos llamado "Historia de la agresión", un escritor más o menos fracasado o por fracasar entraba en contacto con una persona que gustaba de narrar sucesos desgraciados. De ahí en más el relato se disparaba hacia una trama de sectas con poderes que excedían cualquier entendimiento humano. Hasta que el propio narrador se daba cuenta de que generaba desastres en su entorno y en sus propios seres queridos. Los integrantes de la secta se denominaban "los incidentalistas", y se extendían por todo el globo como una especie de causa de aquellas cosas que se tenían que dar para que el mundo siguiera siendo mundo, por triste que fuera... Me acuerdo de que lo comencé a escribir en un cuaderno en el Kennedy mientras mi madre y mi hermano miraban la entrega del Oscar el 24 de marzo de 2002. No tengo cómo olvidarme, porque en la madrugada entrante nació mi sobrina, única hija de mi hermana. Cuando le ponía el punto final a la reescritura inmediata del cuento en la máquina de escribir, sonó el teléfono. Mi madre me decía que Romina había llegado al mundo. Colgué y me apronté para ir al sanatorio mientras se acercaba un nuevo amanecer.