lunes, 20 de octubre de 2008

Sobre voz

Después de varias semanas bastante ajetreadas en las que mi blog quedó de lado, lo retomo en la quietud obligada de una nueva enfermedad (esta vez broncoespasmos). Para ponerme realmente al día tendría que haber puesto antes de este post otro mucho más extenso y sustancioso sobre los que nos pasó a mi hermano y a mí en Rocha hace dos fines de semana. Una de las experiencias más delirantes, mágicas, enternecedoras y cómicas de nuestras vidas, y todo en una sola noche y un resto de la mañana siguiente, incluyendo un piano, una bicicleta, dos viejitas clonadas, allanamientos policiales, etc. Hoy domingo, mientras la fiebre me viene y se me va, me llegan mensajes de texto y llamadas de Franco cada cierta cantidad de horas. No ha podido venir a visitarme, pero de todos modos se hace presente. Entonces me pongo a repasar algunas de las fotos que tomamos en Rocha y encuentro una en la que estoy tomando un café con leche en una cafetería frente a la plaza. Es ya de noche, una noche tibia de comienzos de primavera en una ciudad del interior, con la gente que va y viene sin apuro. Hace un rato que yo llegué y que me encontré con Franco en la plaza. Mientras me tomo el café con leche él, que ya merendó, saca la cámara y me toma algunas fotos al mismo tiempo que suena en el ambiente una versión de "The way you are" por Barry White. Un tipo enorme, todo vestido de blanco, con los pelos parados y una barba de dos semanas, nos mira sin ningún disimulo del lado de la pared opuesta, en una mesa que está junto a la puerta del baño. Tiene cara de metelío, pero cuando me fijo en que sólo está tomando agua mineral con gas me entra cierta ternura. Vuelvo a la foto. No tiene mucha luz, pero creo que eso le da una atmósfera que la hace más especial. Es la representación de un momento muy especial en nuestra relación de hermanos. Hablamos de pronto de que nos parece muy raro que nos encontremos en Rocha, así, como si nada, y luego empiezo a pensar para mí mismo que el verano se acerca y que el año entra como en un tobogán y que en poco tiempo mi hermano se va a ir a vivir a otra parte del mundo. Tengo la sensación de que todo a mi alrededor adquiere una voluminosidad extra. Observo todo. Franco me dice que se nos hace tarde, pero yo sigo deleitándome con todo lo que pueda ver. En cada cosa, en la gente que va y viene por la plaza o por las calles angostas, en el tipo que tenemos al lado, en el vidrio con marcas de dedos, en los sobrecitos de azúcar abiertos y tirados sobre la mesa, en todo eso veo el momento. ¿Quién sabe cuántos instante de estos nos queden antes de fin de año y en qué lugar vayamos a revivirlo dentro de un año exacto?
Como sea... Hoy es domingo. Miré tres películas con la niña M: "La cenicienta", "Pollitos en fuga" y "Buffalo 66", de Vincent Gallo. La niña M también está enferma, pero más cerca de reponerse del todo que yo. Como "Buffalo 66" no tiene doblaje al español tengo que resumirle con mis propias palabras cada veinte segundos lo que los personajes dicen o alguna escena que a mí me causa gracia. Cortamos para merendar y ella se durmió por suerte antes de la escena del club de strip-tease. Así que se quedó acurrucada contra mí, mientras yo terminaba de ver la película y me ponía a leer de un tirón "La familia de Pascual Duarte", de Camilo José Cela. Había comenzado a leerla hace algunos días, pero sólo diez o quince páginas. Por lo que puedo decir que hoy me la leí prácticamente toda. De inmediato transcribí en mi libretita de apuntes una frase que me gustó, sobre todo por el contexto, y que es esta: "Los habitantes de las ciudades viven vueltos de espaldas a la verdad y muchas veces ni se dan cuenta siquiera de que a dos leguas, en medio de la llanura, un hombre del campo se distrae pensando en ellos mientras dobla la caña de pescar, mientras recoge del suelo el cestillo de mimbre con seis o siete anguilas dentro..." Después se me vino otra idea, que es la de la "sobre voz", como le puse entre mis pensamientos de ida y vuelta con la fiebre. Seguro que ya hay acuñado un término en teoría literaria al respecto, pero si lo supe y lo manejé en algún momento, ahora no me acuerdo. Debe ser porque mi voz hoy no parece mi voz. El punto es que Pascual Duarte, narrador, es un campesino que narra las memorias de su vida (en principio parece sólo ese el móvil de su escritura) aclarando, como en una especie de convención, que él no es ningún letrado y que va a hacer las cosas como le salgan, siempre sin apartarse un punto de la verdad, como dicen. Y acá me puse a pensar que este es un viejo simulacro de la literatura, el del narrador que se quita de encima cualquier posibilidad de ser tomado tal como un narrador experimentado, léase: como un escritor. Y todo con la finalidad de que el relato acceda a ciertos mundos distintos. Creo que pasa a menudo con los relatos en los que los personajes son niños. Ahí está el simuacro mucho más en la superficie. Me pongo a pensar en novelas de César Aira como "Cómo me hice monja" o "Yo era una niña de siete años", en las que, si uno se pone frío, intransigente, descubre que los narradores, que son niñas, abren un discurso con una capacidad de abstracción y de teorización del relato de dificilísimo acceso a niños de edad escolar. Obviamente hay allí un filtro. Y por ahí está eso que llaman la perspectiva: el narrador en perspectiva de niño, etc. Pero en realidad todo esto me llevó a la otra idea, la de idea de si sería posible que un escritor elabore una obra en la que, dentro del conjunto de su producción, no deje ningún tipo de rastro que lo pueda vincular con lo ya hecho, como si pudiera tomar una voz nueva. Se me dirá: "¡Pero cada vez que un escritor comienza una nueva obra trabaja con una nueva voz, hay modulaciones! Y yo diré: "Sí, pero yo hablo de que el escritor se separe del todo de la lógica de su lenguaje, de su sintaxis, que haga de cuenta que es otro". Se me dirá: "Eso no se puede". Y yo diré: "Perdón. Cosas que se me ocurrían con la fiebre". Por eso me puse a pensar que cuando se da esa "sobre voz", cuando el escritor le da paso en una de sus obras a un narrador que corresponde con un tipo humano distinto al suyo hay allí una fractura. Si la fractura es pequeña, me parece que estamos en presencia de un buen escritor. Mmmm... Tampoco me digo a mí mismo que esto no quiere decir que un hombre que trabajó toda su vida de panadero no se pueda sentar un día y escribir una buena novela sobre algo vinculado con su oficio, por poner un ejemplo crocante. Pero yo me sigo diciendo cosas acerca de cuando el escritor trabaja con la mentalidad de alguien que no es y quiere ser. En "La familia de Pascual Duarte", por ejemplo, tenemos y no tenemos a un campesino que nos habla. Cela recorrió muchísimo toda España para conocer casi a la perfección sus tipos humanos. Logra en esta novela hacer sentir el aire que pasa entre las casas en el campo de las afuera de Almendralejo.
Después encontré dos frases más para subrayar, y que me cautivaron porque resumen, o plantean de otra forma, algunas cosas parecidas que se me ocurrieron en un cuento largo que escribí al final del verano:
1: "Es de noche, pero por la ventana entra el claror de la luna; se ve bien. Sobre la cama está echado el muerto, el que va a ser el muerto. Uno lo mira, lo oye respirar; no se mueve, está quieto como si nada fuera a pasar."
2: "El odio tarda años en incubar; uno ya no es un niño, y cuando el odio crezca y nos ahogue los pulsos, nuestra vida se irá."
Otra cosa que se me ocurrió leyendo esta novela es una discusión más o menos cómica que tuve con V. y algunos amigos al fin del verano, sobre "El túnel", de Ernesto Sabato. Resulta que era de lo poco que me quedaba por leer del autor. Ya había leído "Abbadón, el exterminador" y me había parecido interesante en líneas generales. Después leí "Sobre héroes y tumbas" y quedé deslumbrado con el capítulo "Informe sobre ciegos". Por ahí entonces algún amigo me decía: "Cuando leas "El túnel" vas a ver lo que es eso"... Bueno, esta frase quiere decir, al estar incompleta, que el libro es notable. Sólo que la ambigüedad del final de la misma te puede matar. [Se me acaba de desayunar la memoria... el término de teoría literaria del que no me acordaba es "autor implícito"] La cuestión es que "El túnel" no me gustó nada, pero nada de nada. Por momentos hasta llegué a reírme de algunas cosas. Estábamos en la playa con V., por ejemplo, y ella me miraba fijamente. Yo le decía: "¿Qué habría pensado Bioy Casares cuando leyó esto?". Tal cual. Un tiempo después Leonardo de León me contó que Sabato le había dado una copia de "El túnel" a Bioy para que le diera una opinión. Bioy le devolvió el texto todo subrayado y lleno de anotaciones y enmiendas. Sabato se enojó y Bioy, justificándose ante alguien, dijo: "¿Qué quería que le dijera? ¿Que era una obra maestra?" La conexión con la novela de Cela, en este caso, viene por el lado de que tanto "La familia de Pascual Duarte" como "El túnel" son apologías, o de otro modo, largas fundamentaciones de un crimen. Pero en "El túnel" la fractura de la sobre voz se me hizo insalvable, sobre todo con todas esas exclamaciones (por ejemplo: ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡!!!!!!!!!!!!!) y esa intención permanente de hacer sentir en el lector la eterna y sublime solemnidad de todo cuanto acontece. En eso es donde "La familia de Pascual Duarte" salva la petiza.