miércoles, 31 de diciembre de 2008

Verano V (Dumplings)

Ayer vi una película que literalmente me afectó. Pero su influencia se dio más allá de determinados logros técnicos, más allá de la temática o más bien la cuestión ética que suscitaba. Lo que me dejó reflexionando hasta la madrugada, lo que me dejó dándome vueltas en la cama pensando en cosas y cosas fue la elaboración del argumento, un argumento que a primera vista parece innovador, pero que si se lo mira entrecerrando los ojos deja aparecer una referencia antigua, anclada en el seno de nuestra cultura.
La película es "Dumplings" (2004), del chino Fruit Chan y trata acerca de una ex actriz y modelo casada con un magnate. Esa es la señora Lee, una mujer que entra en la madurez repudiando lo que el tiempo pueda hacer con su cuerpo, sobre todo porque de fondo están el rechazo y la infidelidad de su marido. Es así que la Sra. Lee busca ser joven de nuevo y contrata los servicios de una mujer que le prepara unos platos con un ingrediente secreto que no falla para mantenerse joven: fetos humanos. Lo repugnante sobrevuela toda la película, pero la historia no se queda en actualizar la repugnancia, lo que habría hecho de la misma un producto más de tantos (por más que ese efecto de lo repugnante aumente hasta el final). Hay otra cosa que viene a ser lo repugnante mayor, algo que está por encima del canibalismo y que tiene que ver con el hombre ignorando su debilidad ante el tiempo, instalándose en un sitio de la experiencia que genera sofocamiento.
Lo primero que me impactó de esta película estuvo en el desarrollo del argumento. El relato no se queda en la resolución convencional, sigue un poco más, y ese es su valor, el valor de la vuelta de tuerca.
Lo segundo también estuvo en el argumento, pero en cómo la forma del mismo disimula un argumento conocido: el del mito del dios Cronos, o al menos un solo episodio de todo el mito, el momento en el que el dios devora a sus hijos, como muchos recordarán que aparece plasmado en la pintura de Goya. La Sra. Lee se traga los dumplings en su carrera por detener el tiempo, porque en el tiempo, en esos niños no nacidos, está el signo de la muerte, lo que está por venir y desplazar a lo anterior; así como para Cronos devorar su descendencia es asegurarse a sí mismo. Y esto me lleva a una de tantas aseveraciones de Borges (ya no sé de dónde, Borges es como una internet en sí mismo), una que sostiene que, al igual que las metáforas, las historias que se pueden contar son siempre las mismas, no pasan de un número acotado de proposiciones. A veces, por más que los estructuralistas, Lévi-Strauss y Joseph Campbell hayan demostrado la validez de esa idea, yo me resisto a pensar que sea del todo así, aunque más no sea para que la imaginación siga ilusa e ingenuamente, pero andando al fin. Me digo: no puede ser que todas las historias sean en el fondo griegas o judías, pero en fin... Lo que me llegó de "Dumplings" tan profundamente es que me hizo olvidar por un buen rato cualquier intención de comparación y posterior constatación. Creo que una buena historia te hace olvidar del modelo original, o lo vuelve parcialmente innecesario, o lo disimula tanto que lo borronea de la memoria arquetípica de cada cual. ¿Por qué di tantas vueltas en la cama como escribí al comienzo? Porque Fruit Chan me pegó directo donde más me dolía, en una parte de mí mismo que está hace días y días escribiendo un cuento largo y que se ha dado cuenta ahora de que esa historia no sólo debe tener otra vuelta de tuerca, sino que se parece mucho a una historia de esas arquetípicas, tanto, que con cada vuelta en la cama pensaba en una variante distinta.
(Una curiosidad: por la web me encontré con que Fruit Chan nació un 15 de abril, igual que yo, igual que Henry James, el patrón de la tuerca.)

Verano IV (elección de horas)

Ayer fue la elección de horas docentes de Literatura para el departamento de Maldonado. Uno puede ver a varios colegas conocidos y queridos, ex-compañeros de generación, ex compañeros de otros años en ciertos liceos... Hasta ahí todo lo más bien, pero después están el calor, los celulares sonando sin parar, las carcajadas en las que te muestra qué tan torcida tienen la campanilla de la garganta algunas grado 7, la impaciencia y más tarde la indecisión y la carga de tener que resolver los horarios que uno tendrá el año que viene. Por suerte me encuentro, año a año, con Felipe. Nos apartamos, tomamos o comemos algo en alguna mesa del patio, hablamos de literatura, de cine, de lugares con playas, etc. Este año Felipe se apareció con un panamá con un listón negro en la base de la copa. Parecía una foto que vi de Truman Capote.
Voy a ser sincero (¿?)... Si hay otra cosa que me llama la atención o me incomoda (no sé cómo precisarlo), es cierto vacío que se forma en la montonera. Lleno, llenito de profesores de literatura, y lo que más escucho son quejas sobre el precio del kilo de cordero a fin de año, o sobre los reglamentos de elección de horas o pasaje de grado, o lamentaciones sobre el marido o la esposa de turno... Cosas por el estilo... Pero muy pocas veces me topo con alguien que me hable de lo que está leyendo. Tampoco me quiero pasar para el otro lado y terminar con una actitud snob del intelectual que atomiza con actitudes imprescindibles y perentorias acerca de que no leer mata, causa impotencia, lo que sea... Nada que ver... Pero... Así que me gusta preguntar, con toda la discreción del caso, qué es lo que andan leyendo, no por que eso represente un tipo de "contienda del intelecto", sino por ese cierto voyeurismo que todos los que leemos tenemos. Al final de la elección de horas sólo tres profesores me hablaron de lo que estaban leyendo. El profesor F(elipe) leía una serie de artículos de Homero Alsina Thevenet sobre la censura en Hollywood. De ahí pasamos a hablar de la casa de brujas del comunismo, pasando por la censura a una película de Howard Hughes por mostrar demasiado los pechos de su actriz principal (lo que se puede ver en "El aviador", de Scorsese), volviendo de nuevo al comunismo y, en especial, a las películas de Chaplin, sus cortos para la Keystone y un dato que yo no conocía: "Candilejas" (Limelight) estuvo casi veinte años sin ser estrenada en Estados Unidos porque los notables del comité de censura no la habían considerado apta hasta entonces. El profesor F(elipe) es mi amigo, y esto me da cierta confianza para juzgar que dos por tres me sale con cualquier exageración, pero quizás sea así nomás... El profesor S. más tarde me comenta que está leyendo "Descanso de caminantes", una selección de los diarios de Adolfo Bioy Casares. "¡Qué putero era el viejo!", dice. "¿Viste?", dice el otro. Más tarde el profesor G. me habla de que terminó de leer dos cosas casi en simultáneo. Por un lado "Mascaró, el cazador americano", de Haroldo Conti, y destaca lo guimaraesiano de esa narración. Y por otro lado "Didáctica de la liberación" (editado por HUM), de Luis Camnitzer. De este libro se habló mucho hace un par de meses, cuando trascendió que en sus páginas se homologaban las acciones tupamaras como la toma de Pando con acciones performáticas propias del arte conceptual. Como se vio, a algunos (¿ex?) tupamaros la idea les desagradó de entrada, y a otros les pareció bastante pertinente. Para pensarlo, me parece, porque si sos o fuiste guerrillero y luego vienen y te dicen que lo que hiciste es un "como si" artístico, bueno, entonces es para pensarlo, como digo...
En cuanto a mí, me llevé para leer tanto el tomo con las primeras Novelas Ejemplares como "Agua viva", de Clarice Lispector; sin embargo terminé leyendo "Espacios de la memoria", de Fernando Aínsa, un libro que me compré en un puesto instalado dentro del liceo. Me pasa algo raro con la lectura de ensayos. Si estoy en medio de una multitud, como era ayer el caso, me es casi imposible leer ficción. No puedo, cierro el libro en seguida. Pero no me sucede lo mismo con los ensayos, que a mí parecen de lectura más complicada; puedo leer un ensayo con tres docenas de voces alrededor y es como si esas voces formaran al final un muro que me aísla. Creo que llegué, después de todo, a la lectura de este ensayo de Aínsa porque la noche anterior en la casa del 33, mientras esperaba que hirviera el arroz que le hacía a los perros, estuve releyendo algunas de las primeras páginas de "Las vueltas de César Aira", de Sandra Contreras. Allí Contreras habla de esa larga convención de la narrativa argentina de personajes que van al desierto, al sur, a la frontera donde está el "otro", el gaucho, la cautiva o el salvaje, en definitiva. Pero sobre todo, explica Contreras, esa construcción de ese espacio se hizo desde el exotismo, desde esa mirada de los extranjeros, en su mayoría ingleses (Darwin, Hudson, etc.). Eso le da pie para comentar qué es lo que hace Aira con novelas como "La liebre". Eso, a su vez, me dio para pensar cómo se dio aquí en Uruguay la cuestión. Para esta literatura, en principio, no había sur, sino norte. Es cierto que tuvimos las miradas foráneas (la de Hudson, también, en "La tierra purpúrea", y un siglo después la de Copi en "El uruguayo"), pero me quedé pensando en si pesaron más que las visiones "más uruguayas", como las casi inaugurales de Eduardo Acevedo Díaz, por ejemplo en esa entrada hacia el norte del país, levemente romantizada, que hace el protagonista de "Nativa". Esta lectura de Aínsa me cae en el mejor momento. Vuelvo a la cuestión una vez más antes de pasar a otra cosa. Hay una manera en que los textos literarios nos hacen sentir un espacio, un lugar que incluso no hayamos visitado nunca, de tal manera que esa construcción luego es irremovible. (Sigo pensando al vuelo, a los teclazos...) Si en Argentina la mirada exótica pesó de forma crucial en la construcción de un espacio, ¿ocurrió igual en Uruguay?... Me parece que un punto de partida hipotético puede ser pensar que no, que la construcción exótica no fue determinante, lo que me lleva a preguntarme sobre qué bases se dio entonces (porque, del mismo modo... ¿no estuvo siempre "el otro europeo" antes que el criollo?). (Ahora me digo, ¿tengo que dejar fuera de discusión el nacimiento mismo de un país que queda entre Argentina y Brasil, como un algodón entre dos vidrios colocado por un inglés?...) Hace poco leí una entrevista a Beatriz Sarlo en la que hablaba de la asombrosa semejanza que existe entre Argentina y Uruguay y cómo, al mismo tiempo, hay aspectos determinantes (en lo político partidario, por ejemplo) que los diferencian a simple vista. Bueno, ahí tengo un tema como para darle algunas vueltas con varias lecturas.
Esto anterior me lleva a unas cosas que conversamos con Felipe sobre los Beatles. Él dice que en una entrevista vio a Mike Myers (sus padres son de Liverpool) asegurar que los Beatles hicieron de su ciudad natal un lugar más alegre en el que poder vivir, que Liverpool no era así antes de ellos. Diría Aínsa según lo que estoy leyendo, que los Beatles lograron trocar la memoria del espacio del que surgieron. ¿Y qué tanto más se le puede pedir a un artista? Así que yo le conté a Felipe que hace un par de días se me dio por escuchar solamente canciones de los primeros discos y dejar de lado un poco la experimentación más manifiesta que se da desde "Rubber soul" (?¿) hacia el final. Para algunos las canciones de los primeros discos son más simples, para otros los Beatles no dejaron de hacer lo mismo, sólo que cambiaron en la parte arreglística, como sea... A lo que voy es que la alegría que se desprende de esos primeros discos es una cosa que no era de este planeta. Y para mí, lo bueno en arte, cuando además alegra, dos veces bueno. Ahí nomás, mientras hablábamos de esas cosas, Felipe sacó un ogo, que viene a ser un aparatito que tiene teléfono, internet y que tiene MSN y te sirve para saber la temperatura, recordarte todo en una agenda y avisarte cada cuántos segundos nace un poeta en Tacuarembó. Y también se puede oír música en él... Pusimos el disco "Love" y entre tema y tema empezamos a intercambiar anécdotas. Felipe me comenta una declaración de Paul sobre la época de la beatlemanía, cuando las cosas se salieron de curso y los Beatles comenzaron a entender que tocar el cielo con las manos costaba lo suyo. En un concierto de tantos, creo que tocando "I'm down", a Paul se le da por mirar a John tocando el piano y descubre que había algo que no encajaba, que John era presa de una alteración que ni siquiera tenía que ver con el frenesí rockero. Cruzó un par de miradas con George y Ringo y descubrió en los otros la misma sorpresa. Para Paul, eso no sólo fue un indicio de que cierto tiempo había llegado a su fin, sino de que John no iba a ser el mismo a partir de allí. Eso me recuerda un video de esos años en el que prácticamente todo el tiempo aparecen John y Paul en un mismo plano. Están tocando "We can work it out" en evidente y hasta grosero playback, pero el resultado está lejos de la seriedad de la anécdota de Felipe. Basta con ver el esfuerzo que hace Paul por no mirar a John.

domingo, 28 de diciembre de 2008

Verano III (siesta)

Anoche dormí poco y mal... Poco, primero, porque me quedé hasta bien entrada la madrugada leyendo y escribiendo. Poco y mal, en segundo término, porque el calor era insoportable, y la tormenta que llegó a las cuatro o las cuatro y media de la mañana no ayudó a refrescar el aire que entraba por la ventana. Así que hoy, después de almorzar, me acosté a leer y me quedé durmiendo una siesta impensada en la que soñé lo que sigue... Estaba en el patio de la casa de mis padres, pero al mismo tiempo ese patio era como una calle peatonal, con un montón de cahivaches tirados sobre la vereda, pero no exactamente basura. En eso veo venir hacia mí a tres personas, dos de ellas son niños varones, que sostienen a alguien más. Es decir, había que mirar con cierta atención para determinar lo que era en realidad ese "alguien más": otro niño, pero uno al que le ha sucedido una cosa que le cambió el aspecto físico de manera increíble. Lo que me hace acordar (en el mismo sueño) a lo que estaba escribiendo la noche anterior. Entonces les pregunto a los niños que van a los costados si ese que está en el medio es el que yo creo que es, o sea el personaje principal de mi cuento. Los dos niños abren los ojos demostrando no sólo sorpresa, sino algo de vergüenza ajena.
-¿En serio no te diste cuenta? -preguntan.
Y siguen de largo como ignorándome.
Cuando me desperté volví a la lectura de "La gitanilla", de Cervantes, y marqué en seguida un párrafo que me ha sorprendido por el cambio de la perspectiva del narrador. No se trata ya del narrador pudiendo opinar sobre cual o tal pensamiento o acción de un personaje, sino otra cosa que muchos podrán juzgar "cinematográfica", cuando sabemos que es al contrario: muchos recursos del cine son hallables en la literatura, si es que se puede dar hasta cierto punto eso de homologar recursos de un lenguaje a otro. Cuando el futuro Andrés Caballero, quien se sacrificará por lograr el amor de la gitanilla, lee por azar un soneto que le ha sido dedicado a esta por un paje, Preciosa no deja pasar el tiempo para infundir celos.
"-No es poeta, señor, sino un paje muy galán y muy hombre de bien -dijo Preciosa."
Hasta acá parece que vamos a encontrar la respuesta de Andrés o la reacción que tienen en él esas palabras. No del todo. Viene un aparte entre el narrador y Preciosa que crea una atmósfera de detención, como si todos los demás personajes se hubieran petrificado y sólo la gitanilla tuviera el don del movimiento. Parece ser un recurso que recuerda vagamente algo de la tragedia griega, pero acá es bastante cómico y no menos original. Dice el narrador a continuación:
"Mirad lo que habéis dicho, Preciosa, y lo que vais a decir, que ésas no son alabanzas del paje, sino lanzas que traspasan el corazón de Andrés, que las escucha. ¿Queréislo ver, niña? Pues volved los ojos y veréisle desmayado encima de la silla, con un trasudor de muerte; no penséis, doncella, que os ama tan de burlas Andrés que no le hiera y sobresalte el menor de vuestros descuidos. (...)"
Lo mejor, viene luego, cuando la cinta vuelve a rodar y el narrador ya nos presenta un Andrés distinto: "Todo esto pasó así como se ha dicho: que Andrés, en oyendo el soneto, mil celosas imaginaciones le sobresaltaron. No se desmayó pero perdió la color (...)"



sábado, 27 de diciembre de 2008

Verano II (Cervantes)

Estoy también con las "Novelas ejemplares", de Cervantes. Releyendo algunas y leyendo por primera vez otras. Con Cervantes me pasa que debe ser el único dentro de todos los clásicos que me vuelve frenético. Simplemente no puedo jamás dejar de asombrarme del nivel de creación que desplegó en toda su vida. No hablo siquiera de la cantidad que escribió, sino de lo variado de sus argumentos y de las escenas que ha imaginado. En eso está lo prolífico. Pero además en lo apasionantes que se vuelven esas creaciones. ¡Mire que ocurrírsele a un escritor un personaje que de repente se cree que está hecho de vidrio! ¡Vaya! Cosas así, puntos de partida de ese tipo con sus subsiguientes desarrollos son los que me conmueven y me dejan, como ya dije, en un estado de frenesí inigualable. Pensar en Cervantes es pensar en escribir. Como me pasa con otro autor que, más allá de las obvias diferencias, yo junto con Cervantes en las afinidades de mi cabeza lectora: César Aira. A Aira va a haber que leerlo un día como a Cervantes se lo lee hoy en tomos de Aguilar. Yo creo que ahí, cuando se recopile todo Aira, se va a tener la muestra cabal de lo que es su poder de imaginación.
Volviendo a Cervantes, quiero terminar sin embargo este apunte copiando algunas frases que aparecen en el prólogo a las "Novelas ejemplares", y que se me han pegado como un chorro de helado derretido entre las uniones de los dedos:
"Y así te digo (otra vez, lector amable) que destas novelas que te ofrezco en ningún modo podrás hacer pepitoria, porque no tienen pies ni cabeza, ni entrañas, ni cosa que les parezca (...)"
"Mi intento ha sido poner en la plaza de nuestra república una mesa de trucos donde cada uno pueda llegar a entretenerse sin daño de barras; digo, sin daño del alma ni del cuerpo, porque los ejercicios honestos y agradables antes aprovechan que dañan.
Sí, que no siempre se está en los templos, no siempre se ocupan los oratorios, no siempre se asiste a los negocios, por calificados que sean: horas hay de recreación, donde el afligido espíritu descanse."


Verano I (sebos)

Estoy en la playa Mansa con la niña M. Es Navidad y trajimos su flamante pelota verde de los Backyardigans para estrenarla. Hay algo de viento, y cuando la sacamos de la mochila se nos escapa de las manos y empieza a rodar hacia la orilla. La niña M se despespera y sale tras ella. Es su tesoro, es su vida. Corre y corre y no le importa nada. La pelota da uno tras otro tumbos cortos a ras del suelo y tumbos altos al pegar en la parte alta que dejó alguna huella. Yo la sigo con una actitud más moderada. Sé que el la pelota va a llegar al agua y que la ola la va a devolver. La niña M continúa pese a todo. Ya lleva diez o quince metros esquivando sillas, bolsos y toallas. En los últimos metros hay una mujer joven tomando sol, boca arriba. La niña M le pasa a menos de medio metro y la llena de arena. La mujer se levanta y mira con cara de que la hubieran cacheteado. Yo le paso por al lado sin darme por enterado de nada. En ese momento la niña M llega casi sobre la el agua y se inclina sobre la pelota, pero la resaca de la ola vuelve al mar, se la saca casi de las manos y la niña M cae al agua con su remera y short todavía puestos. Después regresamos de la mano. La mujer está sentada observándonos, yo pongo cara de circunstancia con una media sonrisa un poco hipócrita. Pero la niña M la ignora olímpicamente con la pelota asegurada contra la curva de su barriguita.
-¿Por qué me caí cuando fui a agarrar la pelota?
-Porque el mar te la sacó...
-¿Por qué el mar me la sacó?
(...)
Tratamos luego de jugar a pasarnos la pelota pero la niña M se aburre porque el viento es bastante molesto. Así que vamos al agua. Tiro la pelota hacia adentro y cuando la ola la devuelve la niña M va chapoteando y tropezando tras ella. Eso le parece más divertido, y también cansador. Así que volvemos adonde tenemos las cosas y le prometo que si se porta bien le compro un helado. Ella se sienta y juega a hacer tortitas con arena. Yo saco un libro de Clarice Lispector y trato de leer algo, pero no me concentro, el viento sigue firme y alrededor pasan cosas que me quitan el interés por la lectura, nada extraordinario, sólo la gente viviendo su vida común de todos los días en un feriado de playa. Familias numerosas, familias pequeñas, amigos adolescentes, adultos, niños. Novios, esposos, futuros novios. Una chica le pide fuego a un muchacho que pasa con sus amigos en busca de un lugar libre para jugar al fútbol. Él parece estar desinteresado más allá del favor. Ella lo mira todo el tiempo. Se da vuelta más tarde en su reposera y continúa observándolo. Tendrá 17 ó 18 años, y uno de sus hermanos le dice al padre o a la madre que la hermana gusta de fulano, etc. El fulano va al agua a buscar la pelota y el chico tiene una nueva oportunidad para acusar a su hermana.
-¡Ese malandro! -dice la madre apretando los dientes al hablar.
Pasan muy pocos minutos, levantan sus cosas y se van, como si hubieran recibido una orden o como si hubieran alquilado su parcela de playa hasta cierta hora, o como si se hubieran enterado en ese instante que el sol hace mucho daño, demasiado daño, etcétera.
Vuelvo a la única frase de Lispector que me quedó clara, aunque con ese libro ("Agua viva") no importa que haya cosas que tengan que quedar claras. Hay aspectos que corren por ríos demasiado subterráneos como para que uno pueda pescar todo. La frase estaba realcionada con la pesca, de hecho. No tengo el libro a la mano, pero decía algo así como que escribir es utilizar palabras, palabras que son sebos para pescar lo que no son las palabras. La frase era más larga y tenía algunas vueltas más, pero en esencia es esa. Me parece haber escuchado o leído algo similar en alguna otra parte y también se me vienen a la cabeza las palabras Ernest Hemingway. Así que me pongo a pensar qué sebos estoy tirando. Bueno, al menos tiro mil sebos por día para intentar pescar algunas no palabras. En este caso las no palabras son algo del comienzo de la adolescencia de mi padre, cuando Punta del Este era algo más pueblerino de lo que es ahora. Hablo de medio siglo justo hacia atrás. Estoy imaginándome a mi padre andando en una bicicleta regalada por Rincón del Indio. Estoy haciendo un esfuerzo por penetrar en algo que se vuelve un contorno indefinido a partir de las pocas cosas que sé de la relación entre mi padre y el suyo, algo que tiene capítulos, que tiene un capítulo que tengo que abordar con otros sebos distintos más adelante en el verano, porque la historia se hace otra historia veinte años después, con policías y ladrones.
Me tiendo boca abajo y con la cabeza hacia el lado en el que juega la niña M. Estoy por quedarme adormilado, pero sé que no puedo prolongar mucho la sensación con ella bajo mi cuidado. Entonces siento algo que retumba, hondo, muy hondo, pero de una hondura que parece más temporal que física. Y luego otro sonido similar, más alargado, que le responde. La niña M se quedó suspendida.
-¿Qué es eso?
Miro hacia el lado de la isla Gorriti y veo dos cruceros. Uno estaba cuando habíamos llegado, pero el otro, el que está más cerca, no. De pronto noto que el que está más sobre la isla está dando la vuelta para alejarse de la bahía. Y siguen los saludos. Son sonidos cansados. Parecen dos bestias colosales, inmemoriales, saludándose más allá del bien y del mal, por encima de la amplitud del tiempo, resignados a un próximo encuentro para el que saben que tendrán que hacer ese saludo, para que sea oído por la gente que desde la costa se imagina esa otra vida flotando allí a un par de kilómetros.
El heladero nunca apareció.
Subimos a la rambla y dimos unas vuelta en la bicicleta hasta llegar a una panadería cerca de casa. En el camino nos cruzamos con uno de tantos ómnibus que pasan hacia Montevideo.
-Ese ómnibus pero con otro sonido -dice la niña M.
Ella prefirió un helado vasito de crema y chocolate, y yo me compré un sandwich triple. Nos sentamos bajo el toldo de la panadería, viendo el tránsito de la avenida y fijándonos en las personas que entraban a comprar. Hacía tiempo que no sentía el sabor de la oblea contra la crema. Siempre hay un flash cuando reincido en alguna experiencia placentera luego de mucho tiempo. Y eso ocurre allí mismo. Recuerdo algo difuso, cualquier cosa de hace muchos años estando en casa con mis padres, también en verano. Y listo, creo que una cosa así, que me llena el pecho de aire, cierra bien la tarde de playa.

jueves, 18 de diciembre de 2008

Predicciones

Aries: ¿Y ese viaje nunca realizado a Burkina Faso? Su luna entra en la casa de Acuario, ideal para nadar. Así que anímese. Del otro lado del Atlántico lo esperan los negros".

Tauro: Yo sé que está bien respetar nuestra parte infantil, esa cálida llama que ilumina nuestra vida, pero hágame el favor de comer bien, con la boca cerrada y sin salpicar, ¡me cachendié!

Géminis: Ha ido dejando acumular tantas pequeñas deudas, tantas tareas incumplidas y promesas truncas, que hoy vive en el caos. Sugerencia: cambie de identidad y empiece de cero en Bahamas.

Cáncer: Usted odia el sol de diciembre casi tanto como detesta el frío de julio. Una persona de media estación o, yo diría, a la que nada le viene bien. Como si la primavera y el otoño fueran la gran cosa.

Leo: El león. Como la propaganda esa, en la que un tipo con cabeza de león anda por ahí, entre la gente, de traje y corbata. Creo que promociona celulares. No la entiendo.

Virgo: La amistad está sobrevalorada. Los amigos están en las buenas. Los que se quedan a las malas es porque quieren aprovechar para verlo mal y gozar en secreto. Sépalo.

Libra: ¡Qué año, mama mía! No se mueva. No chiste. No respire. Ya termina. Ya se va pa’ no volver. El problema es que viene otro. ¿Y si es peor? ¡Úpale! ¿Y si gana el Cuqui! ¡A la mier...!

Escorpio: Ese dolor en el pecho no es nada. Viva la vida. Dinero: 151 a la cabeza, 5 pesos. Amor: desista, no es lo suyo. Consejo: no imite más a Frank Sinatra en el espejo del baño.

Sagitario: Reflexión: la vida es como un mantel, con manchas de tuco y todo. ¡Piénselo! ¡Vamos, piénselo! Dinero: nada, muy poco. Salud: menos. Amor: Sin dinero y sin salud, mejor olvídelo.

Capricornio: Usted es de los que no van a hacerse los análisis «por las dudas de que les salga algo». Eso le pasó al tipo aquel de Alien. Aguantó y aguantó todo lo que pudo, pobre hombre...

Acuario: No sabe por qué, pero comprará un rastrillo antes del fin de semana. Trate de no evitarlo. Amor: lo más bien. Dato curioso: el half derecho de Bayern Leverkusen soñó con usted.

Piscis: No salga de su casa en toda la semana. Lunes: pinchará la bici. Martes: se encontrará con un promotor de una AFAP. Miércoles: mormones. Jueves y Viernes: su ex suegra. Repiten "Telma & Louise" en el cable. Buena opción.

(DGB & LAC)

jueves, 11 de diciembre de 2008

El sur del norte




El siguiente diálogo se produce en el cuarto para fumadores de un tren que cruza el estado de Louisiana:
-Entonces, ¿usted quiere que vuelva? ¿La recibiría? -Pero no necesitó mirar la cara del otro; dijo rápidamente. -Disculpe, retiro eso. Es más de lo que cualquier hombre puede contestar.
-Dios mío -dijo el otro -. ¡Dios mío! Debía abofetearlo. -Y añadió con un tono de atónita incredulidad: -¿Por qué no lo hago? ¿Puede decírmelo? ¿No entiende que un médico, cualquier médico, es una autoridad en glándulas humanas?

---Cuando estaba en segundo del liceo una profesora pidió que estudiáramos algo sobre blues y jazz. Éramos el peor segundo del año '93. Nos cambiaban de salón a cada mes. Hasta los otros grupos se quejaban de nosotros. Terminamos en el último piso, en el único salón que tenía el último piso. No sé por qué, quizás por hacer un buen papel delante de mi madre al verme estudiando, me puse a leer algo sobre los orígenes del blues. Allí se hablaba de una canción de Bessie Smith, no me acuerdo cuál. Lo único que recuerdo es que se comentaba la letra, y se decía que en ella Bessi Smith se quejaba de dolor de muelas. ¡Buena!, me dije. Eso era distinto. No era nada parecido a "Jugate conmigo", con Cris Morena y su corte de adolescentes pavotes. Llegó el día del oral. Nadie levantó la mano. Sólo yo. Eso era raro. Hablé de lo que había leído y me encargué de que quedara claro de que hablaba una canción de Bessie Smith. Dolor de muelas. Eso era real.---

De pronto Wilbourne oyó su propia voz hablando con asombrada y quieta incredulidad. Le pareció que los dos estaban alineados en orden de batalla y sentenciados y perdidos, ante el entero principio femenino:
-No sé. Tal vez le haría bien.

Me ocurre leyendo a Faulkner, a Carson Mc Cullers, a Flannery O'Connor... Hay una intención de no querer mostrar todo el mundo, de reservar la porción de misterio ajustada... ¿Para qué? ¿Para condescender con cierta idea literaria acerca del alcance limitado de la representación? Creo que algo más... Para decir que estamos ante el misterio de un mundo que ya no existe, que dejó de existir o existía a impulsos ciegos cuando ellos escribieron sobre el sur. Nunca voy a entender "Enoch y el gorila", de Flannery O'Connor, y ni quiero entenderlo. O quizás el único entendimiento que me satisfaga esté en un nivel subterráneo, lejos de lo mensurable... Un par de hombres se escapan de la cárcel. Hay algo mítico. Esa fuga es de algún modo la primera fuga de dos hombres en la historia. La siento así.

Pero pasó el momento. Rittenmeyer se dio vuelta y extrajo un cigarrillo del bolsillo y sacó a tientas un fósforo de la caja pegada a la pared. Wilbourne lo miró - la espalda elegante; se sorprendió preguntándose si el otro deseaba que se quedara y lo acompañara hasta que el tren llegara a Hammond. Pero de nuevo Rittenmeyer pareció adivinar su pensamiento.

---Como en el período Gótico, muchos siglos antes, en el Sur de entre el XIX y el XX ya no hubo una Verdad; la Verdad única fue desplazada por una verdad laica, o sea múltiple. Los valores religiosos y patriarcales cedieron ante los cambios económicos y sociales instalados a partir de la Guerra Civil. La mansión del patriarca protector, iracundo o no, se transformó en la casa del heredero gangrenado. (Ese es el drama faulkneriano, duro, pero no tan novedoso, de "Manderlay", de Lars von Trier) bla bla bla---

-Vaya -le dijo-. Váyase al demonio y déjeme solo.

A veces pienso qué veo en los viajes por el campo nuestro, en las lecturas de Morosoli. ¿Hay alguna relación entre aquello del sur del norte y el campo de este sur que aparece en las narraciones de Morosoli, donde vemos los efectos de la modernización luego de una Guerra Civil, donde vemos que un tiempo que ya no volverá aparece evocado como en "Muchachos" (1950)? ¿O es sólo un ready-made que me invento para pasarla bien y sentirme una especie de Monsieur Bovary gótico mientras miro el paisaje a través de la ventanilla del ómnibus?

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Duerme o no duerme


Quedaban dos chicos por terminar la prueba de fin de año. Eran K y Á. Estaban sentados muy cerca. El viento caliente pasaba entre la puerta y las ventanas de ese salón del segundo piso. Todo me estaba resultando incómodo o penoso... la ansiedad de que a los chicos les fuera bien, las partículas de tiza que se desprendían del pizarrón y que me llovían sobre la cabeza, el resplandor del lado del ventanal, la silla, las patas alternando de un lado a otro por el desnivel del piso de portland... En realidad había una explicación un poco más simple.
-¡Profe!... ¡No se duerma, profe!... -dice de pronto K.
Entonces me sacudo y los miro, ambos con los lápices apenas levantados de sus hojas. Me sonríen, les sonrío y cada cual regresa a lo suyo. Ellos, quizás, al final de la respuesta 3, yo, seguro, a bambolear la cabeza.
-¿No durmió?...
Hago un gesto como para que no se preocupe y siga escribiendo. K sacude la cabeza como diciendo: "¡Qué cosa!".
Si le contara le tendría que señalar antes la novela que tengo sobre el escritorio y cuya lectura no quiero continuar: "En busca del Rey", de Gore Vidal. La madrugada anterior estaba leyéndola en la cama, luchando con el cansancio, y cuando creí que me quedaba dormido del todo, surgió algo, una cosa que me hizo estar despabilado cinco minutos más hasta que concluí el pasaje.
"En busca del Rey" está ambientada a finales de siglo XII y trata acerca de la vuelta de Ricardo Corazón de León desde las Cruzadas. Lo acompaña su fiel Blondel, el trovador que se termina transformando en el personaje principal del libro. En un reparto de botines en Palestina, Ricardo ha afrentado a otro monarca y, consecuentemente, es acusado del asesinato de otro. Esto lleva a que el Rey se cuide las espaldas en la vuelta a Francia, dejando de lado atravesar todo el Mediterráneo y haciendo tierra en el Adriático para atravesar Austria a pie. Hasta ahí no echo a perder ninguna expectativa, porque eso es lo que ocurre en las tres o cuatro primeras páginas, sino antes. Pero lo que pronto cautivó mi atención, más allá de las reflexiones de los personajes y sus conflictos, es la constante narración de su desplazamiento por los bosques, día y noche. Los bosques protegen a los personajes de muchos peligros, pero al mismo tiempo los exponen a otros, a ciertos peligros propios de la Naturaleza y a otros que estaban instalados en las creencias o supersticiones del hombre medieval. De hecho, la representación de uno de esos temores asociados con lo supersticioso es lo que me hizo relegar el sueño esa noche. A lo que quiero llegar es que hay narraciones que solamente me han atrapado por la descripción del bosque, de un bosque en el que un hombre o un grupo de hombres se cuidan de algo. Me sucedió con "La comunidad del anillo" de JRR Tolkien, sobre todo con el final del mismo y el pasaje a "Las dos torres", cuando los protagonistas , un poco antes de separarse, pasan una noche junto a un río, sintiendo el acecho terrible de las criaturas enviadas por Sauron. Es más, no me olvido jamás del momento en que sienten una oscuridad que aletea en medio de la oscuridad de la noche y Legolas levanta su arco, apunta y dispara. Y luego la preciosa tensión del paso de las palabras que no termina de definir qué sucedió, hasta que sí, terminamos por saberlo.
Es lo que me gustó de "La chica que amaba a Tom Gordon", de Stephen King; lo que me fascinó de "El río dos corazones" de Ernest Hemingway, en el que Nick Adams simplemente hace cosas comunes y corrientes para alguien que acampa y busca pescar algunas buenas truchas. Pero allí cerca, detrás de todo aquel ramaje, hay algo que late, que permanece innominado y que sin embargo intuimos, porque lo conocemos de larga data. Es un temor ancestral, emparentado quizás con las leyes más elementales que aseguran nuestra supervivencia, pero también vinculado con algún anhelo terrible. Copio un fragmento de "En busca del Rey" que me parece relacionado con esto: "Cuatro figuras blancas, despojadas de sus recuerdos y sus historias, moviéndose en las negras aguas negras de un bosque encantado donde no gorjeaba ningún pájaro, donde no se movía criatura alguna salvo ellos y las imágenes creadas por la magia. Esto era mejor que la vida, y tal vez era semejante a la muerte". Aquí aparece la idea de la detención y el peligro como orillas donde finaliza la vida, y, por el contrario, donde la vida se hace más intensa ante la proximidad de la muerte.
Esto me hace acordar a mi infancia en el Kennedy. Yo crecí en un barrio que estaba (está) rodeado de bosques. Quizás hoy los bosques no sean tan profundos como antes, pero si alguien pasa por el Kennedy puede hacerse una idea de lo que digo. Antes en el Kennedy había mucha menos gente. Uno podía meterse en un bosque y pasar toda una tarde sin siquiera escuchar algún sonido vinculado con lo humano. Yo no tendría diez años cuando me escapaba de mi casa y me iba a un monte corría todo a lo largo de los fairways de los hoyos 12 y 13 del campo de golf. A veces, si uno no se dejaba ver, se podía cruzar esa parte del campo de golf y pasar a otro monte de pinos mucho más profundo, que terminaba en algún sitio de Rincón del Indio. En mis caminatas, muchas veces tratando de encontrar pelotas de golf perdidas para venderlas luego en el estacionamiento del club, empezaba a conocer cosas que no estaban en los libros, que no estaban en la televisión y ni siquiera en las charlas de los adultos. Con el tiempo mis padres se escandalizaban de que yo anduviera tan solo por esos lugares. Al principio, digamos que los primeros años, yo pasaba maravillado entre los árboles o las trabazones que formaban los arbustos y las enredaderas, pasaba extasiado por las galerías que se hacían naturalmente entre la vegetación. Me tiraba en medio de un pastizal y disfrutaba minutos enteros el ruido que me envolvía. Por eso me emocioné casi hasta las lágrimas muchos años después cuando leí "Andrada" de Morosoli. Si sentía algún paso, simplemente me quedaba quieto. El pasto era tan alto que yo me quedaba sentado y no se me veía un pelo. Y una sensación extraña, única, me recorría la espalda. Eso era lo mejor. Sentir que yo estaba ahí y de algún modo no lo estaba. Pero un día eso se terminó. No sé por qué y cuándo. Sé que una tarde percibí algo que no era bueno. Algo que ya no tenía nada que ver con el placer de siempre. Había una cosa que no encajaba, o que me acechaba. Desde entonces caminar solo por los montes me da generalmente pánico, y el pánico quizás se transmute en placer, al fin y al cabo, pero es una cosa que no puedo resistir por mucho tiempo. La única vez que me pasó algo por el estilo fue leyendo un cuento: "El pueblo blanco", de Arthur Machen.
Hubo otra época, sin embargo, cuando yo tendría 20 ó 21 años, en que salía a caminar por los montes en plena noche, y en verano. Eso fue en Minas, en ciertas vacaciones. Llegaba un momento en el que no me importaba si me mordía una víbora o me sucedía alguna otra desgracia. Sólo salía de la casa de mis anfitriones y daba unos pasos hasta el alambrado, después pasaba a través de los hilos y seguía rumbo a un monte de eucaliptos. Cuando llegaba a un eucalipto donde un hombre se había ahorcado quince años atrás, me detenía y me quedaba un rato. El eucalipto parecía una pluma negra recortándose contra el cielo de la noche. Nunca crecía demasiado, me decían, porque los vecinos lo podaban cada tanto. Después de unos minutos junto a ese eucalipto continuaba mi trayecto. Es cierto que me daba algún arranque de romanticismo bobalicón y escribía en seguida un poema que describía las sensaciones que juntaba en el camino, pero hasta el día de hoy no puedo traducir lo irresistible de esa experiencia.
Finalizo recordando el mito del dios Pan. De hecho, del nombre del dios deriva la palabra "pánico", que expresa la sensación de temor que nos invade en determinadas circunstancias, sobre todo si nos sentimos perdidos. Se dice que el dios Pan siempre estaba al tanto de lo que hacían los que visitaban un bosque (en especial si eran doncellas); pero lo que más me gusta de su conducta es que se retiraba a lo profundo para dormir, y que si alguien lo sorprendía en ese estado y lo despertaba, eso significaba la muerte. Por eso dejo para el final "The Pan piper", de Miles Davis, tema que pertenece al disco "Sketches of Spain". Esto me lleva asimismo al final de "La flauta", un hermosísimo soneto de "Los éxtasis de la montaña", de Julio Herrera y Reissig: "Upilio se confía dulcemente a su flauta / sin saber que de amores, tras un álamo, incauta, / contemplándole Fílida muere como un cordero".
¿No es como el "anhelo terrible" del que hablaba más arriba? En los bosques somos Fílida. Nos dejamos llevar, arrebatar por algo que, como en ese caso el amor, nos arroja con toda nuestra inocencia de cordero a lo fatal.