viernes, 29 de febrero de 2008

Sleepy time Dam


Sigue lloviendo, hace días que llueve.
Parece que el verano ya nos dejó. Y eso me da un poco de tristeza.
Estos días han sido todos muy parecidos. Luego de alguna de las comidas me viene una pesadez extrema. Miró por la ventana y veo la gente pasando por la calle, con paraguas o con un pilot echado sobre la cabeza. Me siento como el gato Tom en ese capítulo de Tom & Jerry que se llama "Sleepy time Tom". Hace cuatro o cinco días los niños lo estaban mirando en DVD y y me sentí feliz. Tom todo lo que quiere es dormir, ya no le importa Jerry ni lo que diga la negra cascarrabias. La noche anterior salió de parranda con otros gatos y volvió sobre el amanecer. Me acuerdo de alguna vez en que sentía lo mismo cuando era estudiante, o me había pasado toda la noche leyendo o escuchando música o había estado conversando con algún amigo. Al otro día en la clase los párpados se me caían solos. es extraña esa sensación, como si la voluntad de uno se partiera. Está la voluntad que pretende demostrarle cierto interés a los otros, y está la otra más sensual, más entregada al sueño. Me gusta mucho entonces ese pasaje en que Tom baja los párpados y se pinta unos círculos con pintura amarilla encima de ellos. La negra pasa y piensa que Tom, que está parado al lado del agujero de Jerry, está haciendo bien las cosas. Pero el gato ni se entera. De momento el artilugio ha dado resultado. Estaba acostado en la cama viendo esas imágenes cuando me sonreí. Creo que todos en la vida, en algún momento de dificultad, queremos encontrar ese exacto artilugio que haga notar en los demás que estamos en guardia. Es una tentación fuerte. Depende para qué se use, claro está. Los políticos saben de esas cosas un montón.
Pero bueno, el "sleepy time" que viene en estos largos días de lluvia tiene que ver con otras cosas. Es la forma en que uno ve que el mundo pasa por la ventana.
He estado escribiendo mucho y leyendo poco. Llevo unas 45 páginas del primer capítulo de "Nos cagaron a piñas". Y anteayer, casi insospechadamente, escribí un cuento más. Se trata de un cuento muy breve, de menos de dos mil palabras, ambientado en algún lugar del límite entre Lavalleja y Maldonado. La única persona que lo leyó hasta el momento es mi hermano Franco. Me dijo que le pareció muy Morosoli y que el final era lo más flojo. Creo que tiene razón en las dos cosas. Para empezar, el final está un tanto endeble. Anoche lo estuve retocando y va en camino de ser un final más o menos presentable, acorde con lo que lo precede en el argumento. Lo otro en lo que tiene razón es lo de Morosoli. Cada vez que me propongo escribir un cuento breve siento esa pasión por lo elíptico que me viene de Morosoli. Trato de desmarcarme todo lo posible de su "huella", digamos. Pero aparte hay otra cuetión, que es la del campo. El campo (ayer casualmente estuve leyendo algo sobre el campo en el imaginario del uruguayo "medio" [¿existe ese fantasma?]) es una especie de lugar virtual donde se juegan muchas de nuestras pasiones. Digamos que la pleitesía que solemos rendirle al campo viene del hecho de que nuestro país (más allá de que subsista económicamente por él) fue hecho en el campo. En el campo se hizo un país que terminó quedando más al sur, donde hoy es Montevideo. Es parecido a cuando uno iba a la escuela y un problema que se suscitaba en ella era resuelto no allí, sino en un campito a la vuelta. Yo nunca viví en el campo, apenas si he pasado algunos días de mi vida. Pero mi familia, una parte grande de ella, viene de allí, y siento que en el campo se abre un misterio que es muy mío, o que puede ser mío el día en que lo asuma. Algo así ya me había pasado con otro cuento que había publicado en este blog el año pasado, en abril, y que se llama "Matrimonio". Esto también me hace acordar a lo que impugnaban los críticos del '45, diciendo que era poco menos que insustancial aquella narrativa o poesía uruguaya que tenía como motivo el campo y que sin embargo era escrita por gente letrada de la capital que se iba a una estancia un fin de semana y quedaba arrebatada de romanticismo tardío. Uno de los que decía eso era Mario Benedetti. Claro, el tema es que Morosoli se murió, Espínola se murió, Julio C. da Rosa se murió... y el campo dejó de tener una representación honda en nuestra narrativa y hecha por gente que lo conocía desde adentro. Cuando aparece, está filtrado por otras cosas. Es la novela histórica, o es el doblez irónico (Julio César Castro) o el estertor de lo mágico (¿Delgado Aparaín?). ¿Y hoy dónde está el campo desnudo, crudo, realista? ¿Existirá?
Lo que he estado leyendo son cuentos de Hemingway. En la edición que tengo, hay unas palabras de García Márquez al comienzo, y sobre todo unas citas que rescata del escritor norteamericano que me infunden cierto placer y ánimo extra para escribir. "Una vez que escribir se ha convertido en el vicio principal y el mayor placer, sólo la muerte puede ponerle fin." Estoy escribiendo en la mesa de la cocina de mi casa del barrio 33, por ejemplo, y aparto el libro de Hemingway y lo dejo a un costado. En la tapa hay una foto suya, tomada por John Bryson. Está también en una cocina, sentado a una mesa. Pero en la mesa hay tres cosas. un vaso que es rodeado por los dedos de su mano derecha. Sin embargo, lo principal es un pato muerto. Y al lado del pato un cortaplumas. Hemingway está ya en Idaho y le quedan por delante nada más de un par de años de vida. Pero me mira insistentemente mientras escribo. Pongo un disco de jazz, uno cualquiera, uno de tantos, y Molly, mi gata, viene desde el living, al lado, donde estaba durmiendo sobre un acolchado tirado en el suelo, y se acerca y me roza los pies. Estoy presumiendo que a esta gata el jazz le gusta de veras. A veces algunos músicos la ponen especialmente feliz. Jelly Roll Morton, Fats Waller, por ejemplo. Sigo escribiendo entonces. Levanto la vista y miro por la ventana a través del jardín y veo las casas de algunos vecinos, y más allá el campo en la zona del arroyo Maldonado.

jueves, 21 de febrero de 2008

Messenger II (Puños II: cómo entrenar)

Una buena lagartija

damiano dice:
Nuevas consultas para el Prof. Leonardo Salaberry: Ejercicios Caseros y Potencia
damiano dice:
Hola, tengo 26 años y entreno boxeo hace 3 años como hobby. Durante este tiempo como complemento he hecho fierros y también ejercicios "caseros" (lagartijas, barras, sentadillas, etc.). La pregunta es ¿qué es mejor, los fierros o los ejercicios caseros? TERENCIO
Leo dice:
Los ejercicios caseros, mi viejo...
damiano dice:
(Ja....)
Leo dice:
Los fierros son para maricas...
Leo dice:
Además, es sabido que todos los que van a los gimnasios, tarde o temprano se terminan empernando una mancuerna en el upite...
Leo dice:
Por accidente o lo que sea, y después, casi siempre les gusta y reinciden...
Leo dice:
Y de ahí no hay quien los saque... escuchame bien... el empernamiento accidental o no con mancuerna metálica es un viaje de ida.
Leo dice:
Seguí haciendo lagartijitas en tu casa, y no te me olvides de sacar la lengua onda salamandra que queda remonono.
Leo dice:
Atte, Prof ( R ) Leonardo Salaberry.
Leo dice:
No hay más consultas?
damiano dice:
Sí...
damiano dice:
Yo...
damiano dice:
Profe: hola, leí su artículo sobre pesas, muy bueno pero la consulta que le voy a hacer es que si no tengo aparatos de pesas, ¿qué otro tipo de trabajos puedo hacer para tener potencia? ¿se pueden hacer sin tener eso?, ¿hay ejercicios que se hagan en el suelo o con una barra?, desde ya gracias. FILOMENO
Leo dice:
A ver, a ver...
Leo dice:
Rápido que no ando con tiempo de gilipolleces.
Leo dice:
Para tener potencia, pregunta el pibe... bueno, una forma es ir a la UTE y contratar potencia, 2.500 kw, ponele, por decir algo...
Leo dice:
Ejercicios en el suelo, querés... ah... mirá una cosa, pibe, una cosita nomás...
Leo dice:
Qué te pensás que es el boxeo...? Lucha-grecorromana? Esa con las mallitas bien ajustadas, con calzas, mostrando la poronga bajo el traje satinado...?
Leo dice:
No, pibe, no...
Leo dice:
No es lucha en el lodo tampoco, aunque se ve que te gustaría a vos...
Leo dice:
Acá, en el suelo que esté el otro, ese esl el fin, para eso entrenamos, para que el otro quede seco en la lona... bah, seco-seco no, un poco ensangrentadito...
Leo dice:
Y ahora salí de mi vista, no sé cómo Braulio te dejó entrar a mi gimnasio.
Leo dice:
Braulio, escuchame una cosita... ¿no te dije que paremos la mano con los boludos?
damiano dice:
ESTÁ bien, disculpe maestro.
Leo dice:
Por esta vez pasa.
Leo dice:
Soy misericordioso en mi magnificencia de regente de este cuchitril.

viernes, 15 de febrero de 2008

Puños


Quizás alguien ya lo dijo o lo escribió. Pero el asunto es que el hecho de escribir es casi ezquizofrenia. Uno pasa por una calle pensando en ciertas cosas y ve esas ciertas cosas en cada hecho mínimo, aislándolo de su situación original y reaprovechándolo. Una especie de ready-made, eso es para uno la realidad cuando se escribe. Entonces, el chiflido que un hombre da de una vereda a otra se transforma en el final de la trampa para un personaje. Pero puede pasar algo más, que es cuando las cosas empiezan a suceder. Y eso me pasa a mí, o me pasó ayer cuando más lo necesitaba. Me pasaron cosas. Ayer a la mañana estaba un tanto complicado con una parte de "Nos cagaron a piñas", es decir, cómo hacía yo para unir una parte con otra y para que el personaje supiera contarlo. Algo así. A eso de las cuatro de la tarde me había encontrado con mi padre en la Avenida Roosevelt, y de ahí me fui hacia el centro. Generalmente paso por un callejón detrás de un edificio y sigo hasta Sarandí para doblar a la izquierda. Pero ayer, no sé por qué, doblé dos cuadras antes, en Dodera. A la altura de la UTU veo tres chicos pegando afiches en una columna de alumbrado público. La única palabra que pude distinguir del afiche fue "BOXEO". Frené y di la vuelta. Eran tres chicos de no más de catorce años. Pegaban afiches anunciando unas peleas para hoy, cuatro combates de exhibición más una pelea internacional de fondo entre un salteño y un argentino. Le pregunté al chico que hablaba más si él boxeaba y me dijo que sí, pero que esta noche no iba a pelear porque no había entrenado bien. Le miré la nariz y traté de ver si tenía marcas de golpes, porque la nariz de un boxeador es muy importante para mí en estos días. Fue una sensación muy confusa. Vi muchas cosas más, vi la carne de todo el asunto sobre el que estoy escribiendo, y hoy espero ver más. Jamás fui a ver una pelea. De hecho, ¿cuánto hará que no hay en Maldonado un espectáculo público de estas características?... mucho tiempo... Y ahora esto, para mí... Llegué a casa y me di cuenta de que era más claro ese puente que quería hacer entre dos pasajes de mi historia, sólo me faltaba el estímulo, y para que este llegara precisaba a su vez que me pasaran y que me pasen ese tipo de cosas. A la noche empecé a escribir, pero justo nació el hijo de una amiga de V. y tuvimos que salir hacia el sanatorio, comprar pañales, bombones, esas cositas. En el sanatorio se estaba hablando mucho de un hombre que había llegado en emergencia del campo tras habérsele caído encima un caballo. Me acordé levemente del cuento de Valentín que hay en "Jaula de costillas": "Amor en febrero"... Febrero... El mes es un poco más corto, cuando ya de por sí el verano me parece corto. Los hechos se suceden rápidos, pegados entre sí sin distinción, y yo voy corriendo tras ellos hasta que el otoño me devuelva a otro lugar de mi ánimo. Como decimos con un amigo: "¡Aguante la ficción!"...

lunes, 11 de febrero de 2008

"El mejor juego posible"

Debo esta entrevista a la amabilidad de Pedro Peña, quien me la realizó para TALÓN DE ULISES, el suplemento cultural que él dirige en el diario Primera Hora de San José. Debido a su extensión salió en dos partes en el pasado mes de enero. Incluso Pedro tuvo que retirarle una pregunta y editar algunas respuestas porque era más extensa. Como ahora está de moda eso de que cuando algo aparece de nuevo aparezca con una especie de "bonus track", acá va la entrevista (previo permiso al editor) tal como la envié... Una especie de versión extendida, digamos. La foto también es la misma que salió en la primera entrega. Además, decidí dejarle el nombre con el que Pedro tituló la entrevista, que es el nombre que lleva este post. La segunda parte, dicho sea de paso, tenía un título que, yo no me acordaba ya, está extraído de una de mis respuestas: "No puedo dejar de ver nuestra narrativa como algo monocorde". Por supuesto que me refiero a la narrativa uruguaya actual, o a gran parte de la misma. Ahora que lo releo suena medio patotero, pero bueno... supongo que por algo sentí necesario responder así en ese momento. Va la entrevista...

por Pedro Peña

¿Qué es la literatura para vos?
En este instante me gustaría que fuera mía la definición que da Stephen King en el comienzo de "Mientras escribo". Porque allí dice que la literatura es telepatía. Pero yo tengo ganas de decir que a mí la literatura me parece magia. Sé que puede sonar poco previsible o poco original una respuesta de ese tipo, pero en realidad creo que la actividad literaria, el escribir o el leer, dependiendo de qué lado del mostrador uno se ponga, no se diferencia mucho de aquello que nosotros consideramos como magia. Porque, ¿qué es, radicalmente, la literatura, si se lo tuviéramos que explicar a un niño? Y bueno, digamos que por lo menos es un montón de manchitas de varias formas sobre un papel, y que cuando la gente se fija en eso se hace "la película", como dicen los adolescentes. Allí, en el papel que uno tiene en frente cuando lee, hay un montaje, una puesta en escena, una pura ilusión, y la gente proyecta sobre todo eso sus expectativas, temores, deseos, etcétera. Aparte, es necesario creer. Si voy a ver a un mago y no me creo nada de lo que hace, si me parece trucho, me voy porque no me ilusiona. Bueno, con los libros pasa lo mismo. Uno tiene que creer, y si no, no pasa nada; entonces la literatura no sucede, no ocurre. Y es así porque la literatura es algo personal. A veces, por ejemplo, me conmueven los esfuerzos de la teoría literaria por desentrañar qué es la literatura, pero en el fondo, la cuestión va a ser siempre íntima. El misterio de la literatura, o ella misma, va a ser eso: el hecho de que a alguien una obra no le mueva un pelo, mientras que al de al lado ya no le quedan pelos de arrancárselos debido a la emoción que está viviendo. Creo que ahora se me pueden empezar a ocurrir algunas preguntas como para complicar más lo que estoy diciendo, pero de última, el estatuto de la literatura no es algo que me esté replanteando todo el tiempo: simplemente escribo y leo, como mucha gente, en base a un recorrido que me es dictado por los intereses o las emociones de turno. Y tampoco es que los magos me gusten mucho. Si miro tele y ponen algún espectáculo de magia, seguro que cambio de canal. Más bien esas cosas me aburren; por eso quiero que lo de la magia se entienda sobre todo en un sentido más primitivo. Otra cosa que quiero decir de la literatura es que, para mí, es un lugar. Si bien me parece importante y he hecho de ella uno de los puntos en los que se apoya mi vida, también tengo que decir que no lo es todo. Porque obviamente está la vida, que es otra cosa. En la vida están las cosas más importantes. Así que la literatura se transforma en un lugar al que puedo ir, una especie de "vientre de la ballena" o un espacio de meditación mientras el mundo sigue esperando allí afuera. Es como cuando uno era chico y se enojaba con sus padres o se peleaba con otros niños y entonces se iba corriendo a una parte del patio que quedaba oculta tras un montón cachivaches. Algo así.
¿Cuándo fue que decidiste dedicarte a escribir?
De niño yo quería llegar a dedicarme a dos cosas. La primera tenía que ver con la zoología. Más tarde supe que la rama de la zoología que más me hubiera interesado era la entomología, la rama que se dedica al estudio de los insectos. En la época de la escuela yo tenía una libretita donde dibujaba los insectos que veía tanto en mi casa como en un monte que quedaba en frente, y anotaba debajo de cada dibujo observaciones acerca de las conductas de esos animales. La segunda cosa a la que me quería dedicar ya estaba presente también en esas libretitas, y era contar historias. Si miro más detenidamente hacia los recuerdos de mi infancia me veo a mí mismo sabiendo que siempre iba a estar tratando de inventar historias. Las escribía o se las contaba a mis compañeros de clase, que se las creían de la misma manera en que yo me creía las mentiras que ellos contaban. Porque yo era bastante ingenuo y crédulo. En realidad, creo que hoy en día sigo siéndolo, y que eso puede ser tanto un defecto como una virtud. La cuestión es que llegó un día en el que en la escuela dijeron que iba a aparecer una revista y pidieron que alguien se animara a escribir un cuento. Yo escribí un relato que hasta el día de hoy me causa gracia, porque no sé si al momento de escribirlo era consciente de lo disparatado que era. Se trataba de un tipo que estaba aburrido en la casa y salía de Maldonado con un perro y una escopeta rumbo a África para cazar un tití pigmeo, para cazarlo a balazos, una cosa que si uno se pone a pensar en las proporciones debe ser como querer matar a un hombre golpeándolo con una heladera. Bueno, el cuento se publicó, las maestras me dijeron algunas cosas elogiosas, mi madre se puso contenta, etcétera... Cuando salió el segundo y último número de esa revista yo ya tenía pronta mi siguiente entrega. Recuerdo que entonces una maestra me dijo que el mío no iba a salir, que iba a salir el cuento de otro niño. Me puse furioso y rompí mi cuento. Fue un berretín, pero a mí me parece que yo ya tenía esa idea fija, la de escribir, la de saber que mis textos no estaban completos hasta que no llegaban a alguien. A diferencia de la mayoría de los niños y los adolescentes, yo no tenía ninguna vergüenza de que se leyeran las cosas que escribía. Pero a lo que quiero llegar es que recuerdo estar sentado y tener el sentimiento claro y contundente de que siempre iba a estar escribiendo, de que eso no se acababa más. Así que por eso digo que no hubo un momento preciso en el que decidí escribir. Simplemente las cosas iban de ese modo. A todo esto hay que sumarle lo que yo experimenté en todo momento que escribía: placer. Un placer que no se deterioraba cuando una profesora de Idioma Español en segundo del liceo me tiró casi en la cara, y sin leer ni un renglón, un cuento de casi treinta páginas y con dos partes, la primera ambientada en Tanzania y la segunda en Rusia. El argumento de la docente fue que ella había pedido de tarea domiciliaria un cuento, no eso. Bueno, "eso" era lo que yo había pasado escribiendo dos noches seguidas en un estado febril y emocionado. Tenía trece años. Mi madre sacó plata de un monedero y me compró unas hojas de esas de escrito. La frustración que sentí luego de esa clase no pudo deteriorar lo que yo sentía. Yo sentía un impulso, algo parecido al síntoma de una enfermedad. Además, yo pasé una infancia y una adolescencia con muchas privaciones. No tenía casi juguetes, no tenía muchas cosas que muchos otros tenían. Pero cuando me encerraba en mi cuarto y escribía yo sentía que no podía ser más feliz, porque aquello era el mejor juego posible. Por eso digo que quizás el mejor regalo, o el regalo más determinante que me hicieron en la vida fue un pequeño diccionario de bolsillo que mis padres pudieron comprar cuando cumplí ocho años. Era increíble. Me parecía mentira que yo pudiera tener uno. Como todo niño obviamente busqué a escondidas palabras como "puto" o "culo", pero después de eso me leí toda la letra A.
¿Con qué otras actividades coexiste la escritura?
Por esta época reparto el tiempo entre la escritura, la lectura, nadar en el mar con mi novia o con mi hermano, andar en bicicleta y hacer algunos ajustes luego de mi reciente mudanza, como subirme a algunos árboles y podarlos o conseguir a alguien que me pueda pintar la casa. Cosas comunes y corrientes.
Muchas veces, en tu blog, repetís el concepto de diversión asociado a la labor artística (la literatura, la música). ¿El arte es sólo lo que divierte?
Por supuesto que no. En mi blog, cuando menciono esa idea, hablo de mi propia experiencia, como dije hace un momento. A mí escribir me genera placer, diversión. Hay veces en las que paro de escribir y me río de alguna cosa que se me ocurre, me levanto de la silla, doy unas vueltas por la casa y me vuelvo a sentar. Sin embargo, creo que lo de la diversión no es algo que se produzca instantáneamente, porque antes tiene que haber algunas cosas que estén definidas. Voy a poner un ejemplo cercano, que es el de mi hermano. Él es músico, toca la viola y siempre ha preferido la música de cámara a la orquestal. Quienes conviven con un músico saben que es todo un esfuerzo preparar la interpretación de una obra y que, también, ese trabajo puede ser un verdadero fastidio para el resto de la gente de la casa. Una cosa es escuchar un cuarteto de Haydn, pero otra cosa es tener a tu hermano comenzando y recomenzando una frase de ese cuarteto hasta dar con la forma adecuada en la sucesión de las notas. Eso cuesta mucho, pero hasta que eso no está definido no puede pasar lo que sigue. De hecho, mi hermano suele enojarse bastante cuando algo no le sale; pero después, al tocar en público, lo veo divertirse, cruzar alguna que otra mirada con uno de los violinistas sabiendo que está gozando, sintiendo que todo encaja. Para mí, en la escritura hay algo similar. Pensar en un problema y en la solución para ese problema puede llevar horas, pero cuando escribo el camino se allana y no puedo evitar ponerme feliz o satisfecho, porque, como dije, me encanta escribir, aunque a veces escriba sobre cosas tristes. Claro está que no quiero dejar de lado que la escritura también tiene que ver con otros procesos, distintos a la diversión. ¿Cómo desconocer y no entender el dolor? Todos, en algún momento de la vida, tenemos nuestra "temporada en el infierno", en mayor o menor medida. A todos nos alcanza el dolor del mundo. Como los judíos, escribiendo a pesar de y por la Shoah, o como James Ellroy, escribiendo de forma insufrible sobre una actriz que fue violada y descuartizada, tal como le pasó a su propia madre.
Carpentier manejaba la idea de que el escritor debía también dominar las nociones básicas de alguna otra manifestación creativa, pues eso le afinaría la sensibilidad estética. En tu caso, ¿cómo es la relación entre la música y la escritura?
Antes que nada tengo que decir que temo dejar en mi blog, cuando hablo de música, la idea equívoca de que soy un músico aficionado. Es un error. El músico de la familia es mi hermano. Yo, a lo sumo, soy un melómano, o algo similar. A veces agarro la guitarra, armo con tres o cuatro acordes una canción que canto desafinado sin darme cuenta, cierro los ojos y digo "¡Oh, sí! Soy George Harrison...". Luego viene mi hermano, me palmea el hombro y me dice: "Tranquiliza esos nervios". O mi novia: "Se te enfría el café con leche". Por eso no puedo hablar de que en lo que escribo haya correspondencias con nociones musicales, como cuando se dice de algunos pasajes de "Rayuela" que tienen recursos jazzísticos.. Me parece que no... Quizás en un género como la poesía pueda notarse en mayor medida. De todos modos, cada rama del arte tiene su propia sustancia, su propia lógica, y creo que desplazar recursos o aspectos de un campo a otro es algo que debe hacerse con demasiado cuidado, porque uno puede caer presa de las incompatibilidades. Es cierto que si uno mira, por poner un caso, la pintura y la literatura barrocas, encuentra correspondencias en los recursos que utilizan, pero eso se debe al espíritu de un tiempo. Hacer algo por el estilo de forma deliberada es peligroso. En cuanto a mi narrativa, no persigo ninguna emulación de recursos musicales de forma decidida, aunque el armado de la frase debe demostrar siempre un cierto "oído" que haga que se pueda pasar de una frase a la otra con naturalidad y no con esfuerzo, lo cual, como sabemos, bloquea la atención del lector. Creo que el caso más notable que me ha tocado leer es el de la prosa de "Cien años de soledad". La concatenación de sus frases me parece una proeza en nuestra lengua.
Hablemos concretamente de tus trabajos más recientes. Entre ellos se cuenta la novela "Los trabajos del amor", que aparece por entregas en tu blog. ¿Cómo surge la idea de una novela de esas características?
Primero que nada hay que aclarar que "Los trabajos del amor" empezó a ser publicada en la revista La Letra Breve entre agosto y diciembre de 2006. Cuando La Letra Breve dejó de salir tuve la idea de continuar la novela en mi blog, publicándola desde el primer capítulo. En principio, la historia surgió en una noche en que iba en bicicleta con mi hermano hasta el barrio Kennedy (el lugar donde me crié). Era una noche de invierno, y atravesábamos unos bosques cerrados y oscuros. Para reírnos un poco nos pusimos a contar anécdotas graciosas sobre malandros, cosas que escuchábamos en el barrio. Entonces salió la primera idea para "Los trabajos del amor". La idea de dos tipos que tienen el encargo de transportar un cadáver. Eso fue en julio de 2006 y yo estaba viviendo del lado de Maldonado. Así que cuando regresé a mi casa estuve hasta bien entrada la madrugada haciendo notas para trabajar la historia. Al comienzo pensé que era un cuento. Yo había publicado en los dos meses previos en La Letra Breve "El clavo en la cruz", un relato que había aparecido en dos entregas. Esa forma de hacer llegar un texto al público me había interesado. Sobre todo la expectativa que se había generado en muchos lectores acerca de lo que iba a hacer el protagonista, porque al final de la primera entrega yo lo había dejado en una encrucijada. Por lo tanto, eso me había entusiasmado de tal forma que me imaginé que "Los trabajos del amor" podía ser otra oportunidad de vivir una experiencia similar. Le escribí a Leonardo Cabrera, el editor de la revista, diciéndole que tenía otro cuento para publicar en un par de entregas, y la idea le gustó. Pero ocurrió que una tarde, unos días antes de enviar la primera de las entregas, salí a caminar por la playa con Valentín Trujillo y le conté el argumento total de "Los trabajos del amor". Me dijo algo que quizás yo no había querido aceptar. Que eso no era un cuento, era una novela. Y tenía razón. Cuando envié la segunda entrega ya era obvio que había muchas cosas por cerrar en la historia, y que una tercera parte iba a ser insuficiente. Entonces le dije a Leonardo que eso era una novela. Casi se tomó el primer ómnibus que salía a Maldonado para estrangularme. Fue muy cómico. Aunque lo cierto es que la idea le encantó y le deparó también ciertos desafíos como editor, desafíos que tomó de buena gana. Si uno se fija en las tapas de esos números, se puede dar cuenta de que "Los trabajos..." pasa de ser anunciado como cuento a ser anunciado como novela. Entonces emepezaron a pasarme cosas muy emotivas. Pero la principal fue estar disfrutando de ese modo de escritura que se extendió sobre todo en el siglo XIX, y me refiero básicamente a una relación entre el autor y el lector que termina influyendo decisivamente en la misma construcción del relato. Dickens, Tolstoi y Dumas, que son escritores que me apasionan, publicaron novelas por entregas e hicieron patente un vínculo con el público que llega a ser muy especial, ya que el autor está prácticamente mostrando la obra en el tiempo real de escritura. Eso tiene tantos encantos como riesgos. El mayor de los encantos está vinculado con lo que los lectores suponen que va a suceder, porque a quien escribe, esas opiniones le permiten conocer lo que sería el ingenio o la sabiduría popular para el relato, que es la manera que tenemos de articular la realidad. Todos tenemos, seamos personas dedicadas a la literatura o no, una noción de relato, en el sentido de que esa noción nos permite tener determinadas expectativas acerca de lo que nos va a pasar; es algo genético. "Los trabajos del amor" surgió, por lo tanto, mediante la puesta en práctica de un procedimiento específico derivado del hecho de que es publicada por entregas. Ese procedimiento consiste en tener en cuenta las reacciones de los lectores, de tal modo que el curso de la narración pueda estar supeditado a las mismas. Y eso ha sido así, efectivamente. Algunas apariciones o reacciones de los personajes las he tomado o creado a partir de cosas que me plantearon algunos lectores. Hace poco tiempo Leonardo de León, que también fue colaborador de La Letra Breve, me escribió en un mail que para él el Toto va a matar a Morales. Quizás decir esto sea una infidencia. Leonardo me lo dice al término del décimo capítulo, y la verdad es que no sé qué pensar de esa especulación. La tengo en cuenta, la guardo, la estudio, pero el caso es que siempre va a estar regida por algunos aspectos que de todos modos son inamovibles, y que tienen que ver con el final de la historia.
Los personajes, particularmente el Toto y Morales, son básicamente impredecibles, y el fluir de los hechos que tienen lugar en la novela es avasallante. Supongo que uno de los riesgos a la hora de escribirla tienen que ver con la incongruencia. ¿Cuál es el proceso de escritura de cada capítulo?
A las consideraciones de los lectores que tenga en cuenta o no, tengo que sumar en el proceso de armado de cada capítulo un par de cosas. Antes que nada una estricta coherencia con ciertas tensiones o cosas pendientes que se generaron en los capítulos anteriores. Porque cada capítulo nuevo tiene que ser solidario con los previos. Otra cosa que nunca quiero descuidar es, como decís, el carácter sorpresivo de los hechos, eso de que el lector no pueda asegurar con contundencia qué va a pasar, por más que muchos ya saben cuál es el final que les espera al Toto y a Morales. Pero lo que yo me propongo es que en cada nuevo capítulo pase algo nuevo, algo que no esté dentro del horizonte de expectativa generado por el capítulo precedente y que, al mismo tiempo, sea coherente con todo el conjunto. Es difícil, sí. Muchas veces he estado al borde de la incongruencia, si no es que en algún pasaje caí en ella. En cuanto a algo específico como lo imprevisible de las acciones del Toto y Morales, debo reconocer que son personajes que suelen ser contradictorios o, mejor dicho, poco consecuentes. Y eso es algo que he hecho a conciencia. Lo de las conductas de los personajes en el género novelístico ya pasa a ser todo un tema. Hace unos días leía una entrevista a Julian Barnes en LA NACIÓN. Barnes decía que, a la luz de los nuevos descubrimientos en neuro-psicología que están haciendo tambalear lo que pensábamos acerca la conducta humana, la novela por venir iba a tener que ponerse a la altura de esas revelaciones al momento de presentar sus personajes, porque cabe la pregunta de si un individuo puede ser reducido a un patrón uniforme. La preocupación no es nueva, pero parece que se acentúa cada vez más. Leyendo esa entrevista fue que me acordé de estos amigos nuestros que tienen que llevar un cadáver, porque yo creo que para algunos lectores son algo así como entrañables, cuando en sí no hay que olvidar que son dos verdaderos hijos de puta. Otra cosa que no dejo de tener en cuenta cuando escribo un capítulo es el final del mismo, para que funcione como puente al siguiente, manteniendo la tensión en la lectura. Lo que pasa es que para algunos eso es insoportable. Tengo amigos que se han disculpado diciéndome que no piensan leer un solo capítulo hasta que la novela tenga el punto final, porque sencillamente no aguantan la duda o la espera. Mientras tanto almacenan cada capítulo puntillosamente, aguardando la publicación del último. Eso es gracioso, ¿no?...
A través del humor presente en la novela, de determinados giros inesperados, incluso del lenguaje, es posible encontrar un cierto aire de picaresca española. Pienso, por ejemplo, en "Rinconete y Cortadillo". ¿Qué influencias reconocés a la hora de analizar tu trabajo?
Lo de la picaresca puede ser. De hecho, mencionás una de las Novelas Ejemplares de Cervantes que a mí más me gusta, junto con "El coloquio de los perros". En algún instante, de hecho, escribiendo "Los trabajos..." me acordé de algunas cosas de "Rinconete y Cortadillo", pero la leí hace muchos años y no la recuerdo toda. Si entendemos por picaresca un género en el que prevalece la noción de abrirse paso en el mundo orillando o directamente franqueando los límites de la ley y la moral, ya sea para ganarse el pan como para asegurarse una cierta comodidad de vida, agregando lo jocoso, entonces "Los trabajos..." puede tener que ver, aunque más no sea ligeramente, con eso. Siguiendo con las influencias, un amigo me apuntó que algo le hacía acordarse a Jules y Vincent, dos de los personajes principales de la película "Pulp-fiction", de Tarantino. Y puede ser, porque es una de mis películas favoritas. Hubo un tiempo en que tenía una copia en DVD, y hasta la colocaba cuando me iba a la cocina a lavar los platos, sintiendo los diálogos solamente. Así que como quien no quiere la cosa creo que tuve que haberla visto más de treinta veces. Otra cosa, los diálogos me parecen el principal prodigio de esa película. Porque, ¿a quién le importan las banalidades que Jules y Vincent comentan acerca de la droga en Holanda o acerca de los masajes de pies? Pero cómo quedamos enganchados de esas palabras, como si fueran las buenas nuevas. Lograr eso es dificilísimo, y Tarantino lo hizo. Siguiendo con el cine, creo que habría otro ejemplo de supuesta influencia o afinidad. Es la película "Bajo el peso de la ley", de Jim Jarmusch. Hace un par de semanas volví a verla y al otro día ya estaba con el frenesí de querer seguir escribiendo. Lo que pasa es que siempre me pareció afín con la atmósfera de "Los trabajos..." la visión que se muestra de la noche y de los problemas con la ley en esa película. Sin embargo, por sobre todas estas supuestas influncias, creo que hay que rastrear la principal en la vida misma, en las cosas que viví o que he sentido que otros han vivido. No es que haya hecho una copia fotográfica, pero cuando pienso en "Los trabajos del amor" pienso que sus hechos formen parte de una realidad que he frecuentado de algún u otro modo. No hay mucho misterio en decir que viví veinticuatro de mis veintisiete años en un asentamiento, el "famoso" barrio Kennedy, de Punta del Este. Es obvio que escribo sobre cosas que he conocido, que podría haber conocido o que voy a conocer. Voy a contar una anécdota... Hace un tiempo alguien me dijo que era una exageración o un error de apreciación el hecho de que a un personaje le llamaran "Cara con semen". Sobre todo porque quienes lo llamaban así eran el Toto y Morales, personajes que, por su procedencia social, utilizarían la palabra "leche" antes que la palabra "semen". Bueno, queridos amigos, tengo algo para contarles: "Cara con semen" existió. Cuando yo era niño había un hombre al que le decían así, vaya uno a saber por qué, y los que lo llamaban de esa manera no eran egresados de la carrera de filología, sino los caddies del club de golf que queda al lado de mi casa. Lo que sucede es que hay que tener mucho cuidado, porque si uno subestima la realidad se le cruzan todos los cables. Yo conocí delincuentes, malandros o como se los quiera llamar que sabían poemas de Benedetti de memoria. Me acuerdo de uno que era fanático de "El conde de Montecristo", de Dumas, y otro que solamente leía la novela "Papillón", una y otra vez, la terminaba y al otro día la comenzaba una vez más.
Hoy por hoy el Toto y Morales están metidos en un problema bastante serio. Cualquier error les puede costar caro. ¿Qué podemos esperar para el final?
¿Puedo prometer algo?... No sé... Cuando esta entrevista se publique es probable que me vaya a arrepentir de esto que voy a decir... Así que acá va... Dejen toda esperanza...
¿Qué reflexión te merece la literatura uruguaya actual?
¿Qué querés decir con "literatura uruguaya actual"? Yo por eso entiendo "literatura montevideana". Y mi reflexión es que me parece bastante triste. Aunque en realidad me parece que en mi caso tengo que sustituir la palabra "literatura" por "narrativa", que es lo que más sigo. Generalmente no suelo estar al tanto de qué se está publicando en poesía en este país como sí lo estoy de la narrativa, al menos por esta época. En cuanto a la dramaturgia, lamentablemente, menos que menos. Así que hablemos de narrativa para volver a decir que me parece "bastante triste". Hay narradores que me gustan, que respeto y que sigo, como Lissardi, Fornaro, Carlos Mª Domínguez o Henry Trujillo, quizás Juan Carlos Mondragón. Pero en general siento que hay cierta falta de fuerza en la narrativa y una cierta repetición en los enfoques o los procedimientos. No puedo dejar de ver nuestra narrativa como algo monocorde. Además, a todo esto hay que sumar el factor crítica. Uno lee los suplementos culturales montevideanos y en seguida nota entre líneas las rencillas provincianas de aquel lado, los favores, los compromisos adquiridos. Eso da como resultado un ambiente en el que la discusión se hace difícil. En estas últimas dos semanas las notas de Ignacio Bajter y de Roberto Echavarren aparecidas en BRECHA, a partir de una novela de Ercole Lissardi, dan la pauta de toda la tierra que estaba escondida debajo de la alfombra. Entonces esa disusión me pareció valiosa. Hay que recordar también el tema de los "levreristas", los seguidores de Levrero que llevan a cabo una especie de apostolado publicando libros que son una falsa sombra de la obra del maestro. La muerte de Levrero, entendida como la clausura del crecimiento de su obra, trajo consigo un rompecabezas que las nuevas generaciones tienen que armar, porque cierto tipo de relato se agotó con el autor de "La novela luminosa". Y me estaba olvidando de la narrativa que revisa el último proceso dictatorial, que es poco generosa con el lector, ya que se deshace en otros cometidos que dejan lo literario por el camino. La novela sobre la dictadura que a mí me parece una obra maestra, y que debe ser insuperable en cuanto al abordaje de ese tema en nuestras letras, es la novela "Las ventanas del silencio", de Amílcar Leis Márquez. Pero estamos hablando de un libro que debe ser de 1983, creo. Por eso digo que la actual narrativa uruguaya, con las excepciones que hice, me parece aburrida, poco original. Me parece que esa abstracción llamada "literatura uruguaya actual" en algún momento va a tener que reventar, es preciso que así sea. O saltar por los aires, a ver qué baja...
Cinco libros que te gustaría recomendar a los lectores de T. de U. ...
Bueno, van cinco libros que se me ocurren ahora, sin ningún propósito canónico ni nada de eso. Son obras que se me vienen a la cabeza en este instante, como mañana pueden venírseme cinco distintas... De todos modos, son libros que yo aprecio considerablemente. La balada del café triste, de Carson Mc Cullers; La costurera y el viento, de César Aira; "Confesiones", de San Agustín; "Los viajes de Gulliver", de Jonathan Swift, y "Naufragios", de Álvar Núñez Cabeza de Vaca.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Ctrl-Z


Bueno, ¿en qué estábamos? ¡Ah, sí!... Anteayer llegó a pasar unos días el amigo con el que estoy escribiendo la novela a medias. Yo ya había terminado de escribir el capítulo IX en los días anteriores, y, como dije, hace unos días acá en el blog, me dediqué a escribir en un cuaderno verde "Nos cagaron a piñas". Yo tenía como tres comienzos distintos para ese relato, y por eso no podía empezar a escribirlo el 1º de febrero, como había querido. Tuve que esperar a tener ciertas revelaciones, como estar en la playa Brava en una tarde en que se vino una tormenta y los rayos caían con toda su fuerza a la altura de la Isla de Lobos, y regresar a Maldonado y encontrarme con que V. me trajo un libro de Arthur Conan Doyle. Fue un libro que de algún modo me marcó un rumbo, porque aparte tenía que ver con lo que yo iba a escribir (más bien el tema). Así que empecé con media docena de páginas en el cuaderno encontrando la voz del narrador. Al otro día me crucé en la calle con Mauricio E. Pagola (un ex-Iscariote), y cuando le dije qué estaba leyendo, me respondió: "Siempre lunático, vos... Se ve que te encantan los ingleses... Monty Python, los Beatles... Todos lunáticos...". Viniendo de Mauricio, el término "lunático" es algo más que una palabra al vuelo, así que me gustó mucho eso que dijo. Hacía años que no leía a Conan Doyle, y la verdad es que no me acordaba que fuera tan extravagante. Este libro que leí, que no es de la saga de Sherlock Holmes, me hizo reír y asombrarme mucho. Me parece que estoy en una época en que vuelvo a los ingleses. Hace un rato, acá en el Kennedy, estaba buscando algo para leer entre mis libros (los libros que todavía no me he llevado a mi casa) y saqué "The veil painted", de William Somerset Maugham, un escritor al que yo había leído creo hace cuatro veranos y me dejó sorprendido. El título era "The vessel of wrath"; lo leí en español, pero no me acuerdo de cómo era la traducción del título. Bueno, ahí había un retrato de un personaje holandés, una especie de cónsul de una colonia en el Pacífico a fines de siglo XIX. No me olvido más de la cara de ese holandés desquiciado. Lo más parecido a Humpty-Dumpty que me acuerdo. Mi amigo mientras tanto escribe sobre una mesa de planchar, al lado del baño, en mi computadora, un relato que comenzó anoche. Dice que se acostó a las cinco de la mañana. Yo llegué al Kennedy al mediodía y lo hallé durmiendo. Ayer, por ejemplo, en el mismo lugar, en la tranquilidad de la tarde luego de volver de la playa, se puso a revisar el capítulo que yo había escrito para nuestra novela, y discutimos un par de cosas interesantes y sacamos algunos pasajes para aligerar un poco la narración. Todo muy productivo. Este amigo, que por una razón de comodidad y para reservar su identidad, llamaremos LAC, tiene una teoría interesante, o más bien un deseo interesante. En la primera de las noches que pasó acá, mientras cenábamos, aclaró para los que no sabían que trabajaba de diseñador gráfico, y que había un comando que le permitía en algunos programa (o en uno, no recuerdo bien) deshacer todo lo hecho noventa y nueve pasos atrás. Es "Ctrl-Z". Entonces dijo que hay momentos en la vida de uno en que se desearía aplicarle el Ctrl-Z a la misma vida. Pero nada solemne en los ejemplos, sino situaciones graciosas. Así que de sobre mesa todos nos pusimos a pensar en los momentos más Ctrl-Z de nuestras existencias. El narrador de "Nos cagaron a piñas", sin embargo, ya resolvió desde el principio que el "Ctrl-Z" puede ser algo a la mano para analizar su vida pasada, pero no, él se la banca y va a contar todo lo que le pasó en otra parte del mundo sin pelos en la lengua. Además, eso mismo lo llevó a una historia de amor, porque creo que en el fondo "Nos cagaron a piñas" es una historia de amor. El hecho es que leyendo este libro de Conan Doyle, que es "Relatos del cuadrilátero", me pasó otra vez eso de las conexiones. Yo había dudado en el comienzo del realto acerca de determinadas conclusiones a las que podía arribar el protagonista después de ciertas experiencias, pero igual lo escribí como forzándome. Al otro día, leyendo uno de los cuentos de Conan Doyle, encontré una frase bastante similar aplicada a la misma situación, algo como la misma idea afirmada de otro modo. Así que eso fue otra piedrita más para cruzar el estanque. ¡¡Ah!! Me olvidaba de algo sobre lo que leí y escuché mucho tiempo, pero que nunca había visto, que es la pelea en que Archie Moore dejó el título a manos (a puños) de Cassius Clay. Bueno, como www.youtube.com es el aleph, ahora podemos ver cualquier cosa que se nos ocurra, y encontré este video (http://youtube.com/watch?v=qk6empXU4EA) en el que, sorteando el audio en japonés, se puede observar la pelea. Son siete minutos que valen la pena. Cuando uno ve entrar a Clay al ring de inmediato intuye que se lo come a Moore. Moore, además, mientras se agacha para quedar en guardia, queda con unos rollitos en la panza a la vista. Clay es todo un atleta. Parecen dos épocas distintas golpeándose por la supremacía de los tiempos. Le hablo de eso a LAC saliendo de un supermercado en la Cachimba del Rey la noche en que llegó, rumbo al Kennedy. Me recuerda un cuento sobre boxeo que tiene y que a mí me gusta mucho. Se llama, simplemente, "Puños". LAC me dice que lo que a él le gusta o le interesa del boxeo en sí es la narración. Yo estoy de acuerdo, el boxeo es todo narración, pero también es, en cierto modo, mitologizante. Cada pelea, hasta la más insignificante, parece la máxima expresión de un mundo, un mundo que florece para marchitarse en el barro o en un florero de cristal, según sea. Creo que eso no pasa en cada partido de fútbol. El boxeo tiene esa condición más perentoria, desesperada, apenas inicia una pelea. El caso es que yo miraba la pelea de Moore y Clay y me pareció que podía representar el fin de una era. El paso de un tipo de boxeo gallardo a otro, aunque no menos gallardo, más atlético. Vuelvo a mirar esa pelea y me parece que en realidad el video se trata de un trabajo de edición, como si hubieran pegado cuadro por cuadro un boxeador de los '30 o '40 contra otro de varias décadas después. En un momento creo que Archie Moore deseó haber tenido el Ctrl-Z a poca distancia de sus guantes. Clay (el fututo Mohammed Alí) es avasallante, por más que se come un par de piñas de Moore que quedan para la historia. Las conexiones siguen... LAC trajo a casa algunos libros de otro amigo en común, llamémosle LDL, para enviárselos a Minas desde acá en una encomienda. Son todos libros de Paul Auster. De ellos, yo sólo había leído uno, "La noche del oráculo", incluso la edición es la misma. Lo abrí y en seguida me fijé en los subrayados que LDL le había hecho. De inmediato algo me dio ciertas dudas. Fui hasta mi biblioteca y busqué mi propio ejemplar para cotejar ambos y descubrir que, como había sospechado, LDL y yo subrayamos lo mismo de la página 234, él con negro y yo con rojo: "Había descubierto que las palabras mataban. Las palabras tenían la virtud de alterar la realidad y, por tanto, eran demasiado peligrosas para que pudieran confiarse a un hombre que las amaba por encima de todas las cosas". Ni más, ni menos.