lunes, 16 de marzo de 2009

Este león acá


Cada vez que me sucede algo así el orden de los sentimientos es el siguiente: 1- euforia 2- desengaño 3-desazón 4-¿simpatía? 5-oquedad 6-mansedumbre 7-pena 8-vuelta al 2...
La policía colombiana confiscó ayer (u hoy, no sé) varios bienes a un narcotraficante, entre los que se hallaba un león... ¿Para qué?... Cito: "El león fue hallado en una de las haciendas pertenecientes a 'Macaco' ubicada en Caucasia, en el departamento de Antioquía (noroeste), en donde según testigos, 'al parecer era usado por el extraditado para ajustar cuentas con sus enemigos', indica el comunicado."
En seguida me acordé de mi querido don Gallet, de "Los trabajos del amor". En el capítulo VIII el Toto, uno de los protagonistas, recuerda una noche en particular, una de las pocas noches en las que visitaron a su jefe en su casa. Sobre el final, y antes creo que también, se insinuaba la existencia de un león en la hacienda de don Gallet. Era algo que quedaba para cerrar justamente sobre el final de la novela. Ahora mientras estoy ya calculando el día en que voy a retomar "Los trabajos del amor" hasta terminarla, luego de finalizar o estar por finalizar otras cosas, el león se me adelanta. Me dice "Te gané", o sale corriendo más rápido de lo que esperaba.
Cosas que me suceden.

sábado, 14 de marzo de 2009

142

Esta tarde. En Montevideo.
Corro. Trato de alcanzar un ómnibus. No era. Es el de atrás. Hace frío. Hace calor. Uno y en seguida y otro y después así.
Llega el 142. Subo y pago el boleto. Queda un asiento libre. Hay dos chicos en el medio del pasillo. Uno es bastante alto y tiene pelo largo y una barba en la pera. Toca la guitarra. El otro está parado enfrente. Canta los últimos versos de "Mariposa technicolor", de Fito Páez, y con una mano me indica el único asiento libre a su lado. Me siento. Tiene buena voz. Apenas me quedo quieto siento el pegote del sudor bajo la camisa. En los brazos, en los hombros, en la espalda. El ómnibus hace una parada más y luego arranca en un impulso prolongado. Ya son las cuatro de la tarde de una de las últimas tardes del verano. Me miro la camisa y por un segundo pienso que es demasiado gruesa, que me equivoqué al salir de Maldonado. El ómnibus adquiere mayor velocidad, las cortinas se hinchan y un aire fresco pasa por encima de todas las cabezas y baja de golpe a los asientos. El chico que canta anuncia la próxima canción: "Cotton fields... es un tema de Creedence que significa Campos de algodón". Empiezan. Los primeros versos a capella hacen una incisión en el centro del movimiento, el aire se concentra sobre la camisa. Me miro las mangas. When I was a little bitty baby / My mama would rock me in the cradle, /In them old cotton fields back home... El ómnibus vuelve a balancearse de atrás hacia adelante y se descarga sobre la avenida Rivera. Vuelvo a contemplar las mangas de la camisa. Ahora me gusta que tenga cuadros, y eso me hace feliz. Es decir, la felicidad no tiene nada que ver con eso, pero parece que algo de ella se aloja o va y viene en el diseño de los cuadros.
Los músicos agradecen, recogen algunas monedas y algunos billetes y descienden en unos semáforos. Un niño con uniforme colegial, que estaba sentado detrás del guitarrista, le pregunta a su madre, que está sentada del otro lado del pasillo:
-¿Necesitan plata?
-Es su trabajo... -responde la madre.
-¿Son pobres?
-No, no son pobres... -hay un silencio -Si fueran pobres no iban a cantar en inglés...

martes, 10 de marzo de 2009

Este...

Cada vez que empiezan las clases surgen cosas parecidas.
¿Qué es la Literatura? ¿Para qué Literatura? ¿Qué importa para qué sirva?...
Todo eso... De repente salta uno: "¡Profe, profe! ¡Dígale a esta niña que los libros no muerden!"... Ahí salta la bendita frase... "Los libros no muerden"... En realidad debo intervenir... ¡Pero no, los libros sí que muerden!, digo. Y sin embargo la mayoría de los que tratan de ganar adeptos a la lectura de libros lo hacen bajo ese emblema... Creo que venimos de ahí, de esa invitación doméstica... Pero después no se nos avisa que ciertos libros nos van a morder de un brazo y nos van a llevar a regiones desconocidas o entrevistas, algunos con dientes más o menos incisivos, con mayor o menor fuerza en el tirón, otros nos van a desgarrar, directamente... Cuéntese una... ¡Pero mire si no!... Mi madre había ido a un funeral en Montevideo. En casa nunca había habido libros, salvo algunos tomos con decenas de enciclopedias Mente Sagaz encuadernadas... Cuando mi madre regresó fue en una tarde de veranillo, quizás en julio. Jugábamos en la vereda con mi hermana sobre las piedras lajas humedecidas por el aire. En el bolso traía ropa de unos primos que ya nos podría servir, más algunos championes, y en el fondo cuatro libros: "Corazón", de Edmundo de Ámicis, "Perico", de Morosoli y "Memorias de Juan Pedro Camargo", de José Monegal, más un manual de zoología sobre otarios, con varios dibujados en grabados apretados... Mi madre siempre nos ordenaba limpiar el placar. Sacábamos la ropa, la amontonábamos sobre las camas y comenzábamos a doblarla, pero aquello no terminaba nunca. Se iban las horas y no habíamos hecho nada... Mi madre entraba y nos rezongaba... Pero una tarde sucedió algo distinto: el montón de ropa permaneció sin ser tocado: había encontrado los libros en la parte baja del placar, donde iban los zapatos. En un momento estaba en cierta parte del tiempo y de repente pasé a estar en otra... Los libros se transformaban en un reverso... Hago memoria y recuerdo en seguida las peleas y los castigos de "Corazón" y luego descripciones de lluvias en el campo (hasta el día de hoy muero por leer descripciones de escenas lluvias)... Pasan los años, estoy en la época del liceo, terminando sexto... Mi padre me llama desde el fondo para que lo ayude a cortar leña, etcétera... Yo leo en la cama... Mi hermano me dice que no le gusta leer, que es aburrido... Hasta que llega "Los primeros hombres en la Luna", de H.G. Wells... Simplemente le prohíbo su lectura a mi hermano, le escondo el libro, cosas por el estilo... Hasta que consigue leerlo... Desde entonces no dejo de hablar de libros con él... Pero hay una anécdota que es única, creo que es de Raymond Carver, o me la contaron como si fuera suya. El joven Raymond cruzaba en tren una noche de un estado a otro, o a mí se me antoja que sea entre un estado y otro para darle profundidad (esa profundidad narrativa estadounidense para los viajes)... Un hombre lee un libro en el asiento de adelante... Antes de descender, se acerca al joven Carver y le extiende el libro y le dice que se lo regala... Carver lo lee... Con los años se pregunta adónde habría ido a parar si ese hombre no hubiera estado allí enfrente, a punto de bajarse...
Si usted considera que la anécdota es auténticamente de Carver, ponga No, si opina lo contrario, ponga SÍ...

martes, 3 de marzo de 2009

Descansa, Salvador...

Hoy falleció Salvador Puig.
Su poesía me gustaba mucho. Y decir eso es poco. Quizás era el único poeta uruguayo vivo que me conmovía, me desestabilizaba.
La primera vez en que lo vi y lo escuché fue en el Cuartel de Dragones, en 2005. Era una maratón de poetas y narradores. Yo estaba en los últimos asientos, escuchando con cierto esfuerzo. Simplemente no me podía concentrar en lo que decían, me costaba seguir el hilo. Me sigue costando mucho. En determinado momento Gabriel di Leone pasó al frente y presentó a Salvador Puig. Tenía una voz fuerte, pero era sólo el receptáculo de una fuerza mayor. El tiempo comenzó a pasar de otra forma. Puig leía poemas de distintos libros suyos. Evocaba a Juan Cunha y a Fernando Pessoa, decía algo para rodear el secreto de la magnolia que sabía, sólo sabía, y cuando me quise dar cuenta estábamos caminando por una vereda, al fresco agradable de aquella noche de abril. También iban Gabriel e Ignacio. Nos sentamos a comer algo en un pequeño boliche. Hablamos de Morosoli, de Simplicio Bobadilla y de Eduardo Acevedo Díaz, y de repente Puig estaba contando una historia con un caballo. No me puedo acordar bien del argumento de esa historia. Pero aquello no era lo importante. Lo importante era el misterio que cubría todo, la voz de Puig abalanzándose sobre la mesa y entregándonos aquellas imágenes que nos hacían sonreír.
Cuando un poeta muere el mundo se achica un poco.

lunes, 2 de marzo de 2009

The Fab-tastic four



Se viene... Se viene...
¡¡Uhhh!!
¿?