lunes, 24 de agosto de 2009

Kennedy '09 (III)


-Sábado 11 de julio de 2009. 3ª fecha: Peñarol de Maldonado vs. Kennedy-

Cuando yo iba al liceo, quince años atrás, en un aparte en una clase, una profesora de física me explicó una ley o un fenómeno que me dejó pensando. Apuntó con uno de sus dedos a su bolso de calle, que estaba sobre el escritorio, y me dijo que sobre ese objeto en cuestión interactuaba un montón de fuerzas que llegaban desde todos lados, y que al tener esas fuerzas todas el mismo valor, eso hacía que el bolso no se moviera para ningún lado. Es decir, el bolso de mano de la profesora de física, el escritorio, ella misma (lo cual hacía más curiosa la ley), cualquier cosa estaba sujeta todo el tiempo a una especie de pulseada magnífica y secreta. Hasta que, claro está, una fuerza levemente mayor influía desde cierta dirección y desajustaba la situación. Entonces nacía el movimiento. Por años, esa anécdota se transformó en lo que más recuerdo de las clases de física de tercero, y así y todo nunca pude sustraer lo que tenía de fantasmal.

Luego de haber caído ante Peñarol de San Carlos, Kennedy tenía que enfrentarse en la tercera fecha de la Divisional Ascenso ante el otro Peñarol, el Peñarol de Maldonado. Pero transcurrió mucho tiempo para que ese partido se disputara. El sábado 27 de junio, fecha que correspondía naturalmente a la tercera del campeonato, la actividad fue suspendida por la venia electoral. Al otro día fueron las elecciones internas de los partidos políticos. El siguiente sábado, el 4 de julio, se suspendió la fecha debido a la ausencia de policías que cumplieran con el servicio de 222 en las canchas de San Carlos.

Cuando llego a la cancha de Peñarol de Maldonado el partido apenas ha comenzado y me entero de que en esos primeros minutos Kennedy ha convertido su primer gol del campeonato. Lo hizo Olivera, el 5, con un remante desde afuera del área que el golero trató de retener en vano. El técnico de la tercera me describe la jugada de forma intermitente, con subidas y bajadas abruptas en el volumen de su voz. Me habla del viento a favor, pero también del arquero de Peñarol de Maldonado.
-Se lo comió al gol... Era una pelota fácil...
Observo entonces el cielo azul y límpido, el sol brillando suavemente y acariciando los números en las espaldas de los jugadores de Kennedy, los rostros de los visitantes, excitados en la búsqueda del segundo gol. Corre también un viento fuerte y helado que en ese primer tiempo favorece a Kennedy. Los pelotazos y los centros sorprenden continuamente a los jugadores de Peñarol. La pelota anuncia su caída en un sitio, pero el viento la frena o la lanza de pronto un metro o dos más allá o más acá. Los defensas de Peñarol se rezongan entre sí, pierden las referencias de las marcas, chocan entre ellos o tratan de alejar la pelota con un rechazo frontal y entonces la pelota sube y se detiene un par de segundos embolsada por el viento hasta que empieza a caer casi de forma vertical sin haber pasado la mitad de la cancha. Los delanteros de Kennedy se muestran más rápidos y atentos. Parece que el segundo gol es una realidad incuestionable. En un corner desde la derecha, por ejemplo, Nicolás Pereyra encuentra una pelota cerca del punto penal . Le da de aire, con la cara interna del zapato derecho. El tiro sale fuerte y cruzado y pasa por delante del ángulo superior derecho. Unos segundos después el golero coloca la pelota en el borde del área chica y se aparta hacia el lado del arco para que uno de los zagueros, que viene a la carrera, la reviente hacia el otro sector de la cancha. El zaguero es un muchacho moreno, alto y corpulento, que trabaja de reponedor en el supermercado al que voy siempre. Lo veo casi todos los días subido a un montacarga, surcando el espacio entre las góndolas y elevando varios metros fundas gigantescas de papel higiénico.
-¡Vamos! ¡Vamos, carajo! -grita, y corre algunos metros más luego del impacto como si se le ocurriera perseguir a la pelota, pero esta parece dar contra una barrera de goma invisible y empieza a caer en picada casi sobre el círculo central.
Y otra vuelta lo mismo. Las jugadas de peligro para el arco de Peñarol no terminan nunca, y el próximo gol de Kennedy seguro llega pronto. Pero para que eso ocurra va a pasar algo de tiempo y va a haber una interrupción de por lo menos dos o tres minutos debido a la ausencia de pelotas.
Cuando se está jugando la mitad del primer tiempo una pelota rechazada por un volante de Peñarol se pierde tras unas casillas en un terreno lindero. El juez solicita una pelota de repuesto y de repente todos comienzan a mirarse entre sí: los jugadores entre ellos, los espectadores entre sí y luego con los jugadores, los delegados y los técnicos con los jueces y los jugadores, y los jugadores otra vez con los espectadores. A los policías no los mira nadie. Ninguna de las pelotas reaparece. Desde detrás del arco de Peñarol oigo el inicio de una discusión entre el árbitro y el técnico del equipo local. No distingo bien lo que se dicen, pero si se tratara de una familia, el juez sería una madre avergonzada.
Para tratar de captar algo camino hasta el costado de la cancha, pero cuando llego ha aparecido una de las pelotas y el juego se reanuda. Por ahí veo a un muchacho trepado sobre el muro de una de las viviendas que dan sobre ese lado de la cancha. Desde la otra parte se escuchan ladridos. La gente, allí casi todos son de Peñarol, le dice que salte hacia adentro.
-No puedo, muchacho -contesta -Está lleno de perros... pero de acá se ven las dos pelotas.
El técnico de Peñarol se da vuelta.
-¿Y la mujer? -le grita -¿No está la mujer?
El muchacho responde que no y se queda haciendo equilibrio en la cima del muro, sobre la protección de alambre de púa.
El técnico vuelve a observar el partido y dispara un par de palabras de aliento para sus jugadores. Es un hombre de unos 65 años, algo gordo, vestido con cierta apariencia de paseo y con las manos siempre en los bolsillos. No saca las manos de los bolsillos ni siquiera para las indicaciones, que no son más que muestras de un afecto casi paternal, antes que ideas que los jugadores deben plasmar. Nada que ver al Gordo Nene, de quien está separado por algo menos de diez metros. El Gordo Nene está parado sobre la línea de cal y tiene los brazos tensos y levemente separados del torso, como si estuviera a punto de desenfundar un par de pistolas y arreglar todo eso del partido a su manera. Pero volviendo al técnico de Peñarol, es que, observando su rostro, me doy cuenta de una situación mayor. Se trata de los propios jugadores de Peñarol. La primera impresión que tengo al verlos, así tan de cerca y sin la molestia del sol de hace un rato, es múltiple y desordenada. Por eso necesito no dejarme llevar por la idea de que en cierto modo esos jugadores no parecen los de la primera, sino los de la reserva. Es algo más que eso. Algo más profundo. Es una cosa que puede apreciarse un segundo antes de que uno de los volantes por el sector izquierdo reciba la pelota e intente bajarla de pecho. Y ni siquiera es esa típica expresión del jugador apremiado que afronta su tiempo con el esférico como si se tratara de un compromiso engorroso. No. Es la forma en que los jugadores de Peñarol miran el balón como fenómeno físico, pero también con todo lo de abstrato o de planteamiento geométrico puede tener la cuestión. Y entonces lo sé... Eso que les está ocurriendo a los jugadores de Peñarol de Maldonado, eso que sienten cada vez que reciben la pelota sucedió hace algunos miles de años en la Humanidad, y es el mismo asombro que el Hombre tuvo cuando descubrió la rueda. Es la posibilidad de alternar con un objeto cuyas posibilidades se entrevén como magníficas, pero que todavía no sale del dominio de lo sagrado, de lo que sólo pocos elegidos pueden hacer con él. Eso elegidos vendrían a ser hoy (hoy, nomás) los jugadores de Kennedy.
A unos pocos minutos del final de primer tiempo llega el segundo gol de Kennedy. Hay un tiro libre al borde del área, del lado izquierdo de la media luna. Melo se adelanta y remata, ni fuerte ni a colocar, no llego a apreciarlo bien. Pero la pelota golpea entre las piernas de los jugadores de la barrera como en un flipper y entra suavemente, a los saltitos, contra el palo izquierdo, bajo la atenta mirada del golero, que se ha quedado clavado sobre la línea. Acá regresa la idea de las fuerzas que son ejercidas sobre los objetos. Quiero decir, nadie podía evitar que esa pelota entrara como guiada por una voluntad particular: algo antinatural.
El segundo tiempo no fue más que un estiramiento excesivo e innecesario de todos esos aspectos que afloraron entre un equipo y el otro en el primer tiempo. Aunque me perdí el tercer gol de Kennedy (de Nicolás Pereyra) por ir a buscar algo para tomar en un almacén de la zona, y aunque no pude obtener una información más o menos precisa de cómo fue el gol (porque resultó un poco imprevisto, al parecer), la forma en que me lo imagino es perfecta. Es decir, me imagino un gol bastante abstracto y que por eso mismo se aviene bien con la idea de la presencia de una fuerza (casi fantasmal). En el gol de Pereyra la pelota ha entrado, entra sola, entra porque tiene que entrar y eso corresponde justamente al curso de las cosas. Ingresa al arco rival arrastrada por aquella fuerza que ha roto el equilibrio, y las figuras de todos los jugadores y los técnicos y los jueces y el público se desvanecen y queda la verdadera representación del acto como el movimiento frío y matemático de los astros en el cielo nocturno.
El sentimiento se intensifica. La temperatura desciende y no es sólo que el sol esté bajando, es también el frío húmedo que pasa atravesando las suelas hasta entumecer las piernas. Además hay algo de todo eso que está en la manera en que el técnico de Peñarol se dirige a sus jugadores.
-Vamo', vamo'...
Pasan unos segundos.
-Meta, meta...
Pasan unos segundos.
-Ahí, ahí...
Pasan unos segundos.
-Arriba, arriba...
Es el habla de un paternalismo resignado, vivido como un dolor que le ha sido arrojado desde sus hijos.
Más tarde llega el último gol del partido, con el que Kennedy termina goleando 4 a 0 a su rival. Es el merecido gol del "Chala", un puntero interesantísimo, pequeño, movedizo y de gran corazón, que lo mismo juega por izquierda que por derecha. La jugada fue rápida. Un pase en profundidad, entra el "Chala" a buscar la pelota y gol.

El árbitro hace sonar el silbato para dar por terminado el encuentro. Algunos jugadores de Peñarol dejan caer sus brazos y estos golpean contra sus caderas, otros jugadores hacen pucheros y se lamentan entre dientes o patean el suelo. Los jugadores de Kennedy levantan los brazos y se arraciman y se gritan cosas entre sí. Es la primera victoria de Kennedy en el torneo, y es una victoria contundente, clara, incuestionable, amplia, lógica, obvia y, sin embargo, no del todo propia.
Peñarol de Maldonado 0 - Kennedy 4

Posiciones (3ª fecha): Barrio Rivera - 9 Peñarol de San Carlos - 7 Huracán - 6 Nacional de San Carlos - 6 San Martín - 6 Neptuno - 6 Barrio Perlita - 3 Alianza Cinco - 3 San Lorenzo - 3
Preñarol de Maldonado - 3 Deportivo Kennedy - 3 Punta del Este - 3 Hipódromo El Peñasco - 3 Círculo Policial - 1

miércoles, 19 de agosto de 2009

IV Encuentro de Escrituras

ARGENTINA Alicia Salinas, Carlos Bernatek, Cecilia Romana, Esteban Moore, Horacio Fiebelkorn, Mónica Sifrim, Pedro Mairal, Perla Suez BRASIL Aldyr García Schlee, Angélica Freitas CUBA Aitana Alberti PARAGUAY Jorge Montesino PERÚ Antonio Cisneros URUGUAY Alejandro Michelena, Alfredo Fressia, Ana Magnabosco, Andrea Blanqué, Damián González Bertolino, Diego Fischer, Elder Silva, Hugo Fontana, Ignacio Martínez, Inés Trabal, Julio Guerra, Leonardo De León, Malí Guzmán, Marcel Sawchik, Marciano Durán, Mario Delgado Aparain, Omar Moreira, Raquel Diana, Roberto Poy, Silvia Guerra, Washington Benavides

1er Seminario Internacional de Historia, Lengua y Literatura André Mitidiere, Gerardo Ciancio, Marcelo González, Hebert Benítez Pezzolano, Inara de Oliveira, Jorge Albistur, Roberta Loose, Silvia Niederauer.

Maldonado / 1 al 5 de setiembre de 2009
Biblioteca Municipal José Artigas / CERP del Este / Liceo Departamental Organizan: Dirección General de Cultura, CERP del Este

lunes, 17 de agosto de 2009

Kennedy '09 (II)



-Sábado 20 de junio de 2009. 2ª fecha: Kennedy vs. Peñarol de San Carlos-

"Kennedy deberá mejorar mucho si pretende pelear arriba".
Encontré esa frase en una página de internet buscando algunas repercusiones sobre el partido del sábado anterior entre Barrio Rivera y Kennedy. Recién cuando terminé de leer la nota me di cuenta de que el que la había escrito era Rodolfo, justamente. Está bien: necesitaba alguna mirada más o menos alejada o imparcial acerca de cómo se veía el equipo de Kennedy jugando.
Con esos pensamientos fui el sábado siguiente a una de las tres canchas que están en la zona de la vieja perrera, en un entorno similar al de la cancha de Barrio Rivera, aunque algo más al sur y más al borde del arroyo Maldonado. De hecho, una de las canchas, la que queda más hacia el lado de la perrera, cuando llueve mucho, es prácticamente uno de los lugares más privilegiados del departamento para la práctica del water-polo o, en su defecto, para las peleas de mujeres en lodo pegajoso, tan desacostumbradas por estas zonas, al menos en cuanto a su modalidad deportiva. Esa es la cancha de Nacional, o Nacional La Barra, ya no tengo claro si ambos equipos siguen fusionados o si se separaron o si siguen involucrados en la liga o si están esperando a que un viejo harto de pasar los domingos de mañana en su casa oyendo los últimos ronquidos de su esposa se decida a mover algunos dólares sepultados en el banco para resucitar un club en el que puedan jugar muchachos como sus nietos, los amigos de sus nietos y los amigos de los amigos de esos nietos. Lo que sí sé es que yo jugué muchos partidos en esa cancha porque estuve en ese club en los años '97 y '98. Entrabas a un partido o a una práctica en invierno, luego de unos días de lluvia, y y el agua helada comenzaba a meterse por dentro de los botines como una enfermedad infecciosa, cabeceabas una pelota y estallaba alrededor un cosmos de barro y fragmentos de pasto, etcétera. Era una cosa llena de gracia, sin embargo. No era nada que te pudiera dar asco ni causar desazón. Quiero decir, todo estaba compuesto por un ingrediente que podríamos llamar ligeramente como "libertad". Los partidos con lluvia o después de la lluvia nos encantaban. Podías encontrar en ellos algo nuevo, que se agregaba a lo habitual. Es cierto que las posibilidades de las lesiones aumentaban. Una barrida perdida de un jugador podía transformarse más fácilmente en la lesión de un rival. Un resbalón de lo más bobo se volvía un esguince de tobillo. La pelota se hinchaba con la humedad y se volvía el enemigo más odiado. Era ideal para desarmar una barrera en un tiro libre, para dejar semi inconsciente a un arquero luego de un remate justo en el medio de la cara, para aflojarte las posibilidades de descendencia y otras cosas por el estilo. Pero cuando terminaba el partido sentías que se había producido una ablución múltiple, más allá del barro, el agua y hasta a veces los restos de bosta de caballo o de vaca, que solía a haber. Supongo que muchos hoy en día buscarán algo parecido en los centros de spa: una buena sacudida de músculos, un poco de agua, otro poco de barro y algunas que otras palabras de aliento.
La cancha que está del lado opuesto, como si uno se volviera hacia Maldonado, es la cancha de un equipo de la liga senior. Está bastante más levantada con respecto al nivel del arroyo y por lo tanto el pasto crece un poco más, como lo que se esperaría de una cancha de fútbol. Entre esta cancha y la que era de Nacional La Barra y que describí más arriba está la cancha de San Martín, que utiliza ahora Kennedy para sus partidos como local. ¿Y por qué tuvo que utilizar Kennedy una cancha ajena para su primer partido como local en el campeonato? Es una pregunta de lo más sencilla de responder: porque no tiene cancha propia. Aunque, si nos pusiéramos estrictos, cabría decir que esa no es la respuesta más ajustada que se pudiera ofrecer. Porque la cancha existe. Cualquiera puede ir hasta el mismo barrio Kennedy, internarse hacia el corazón de ese lugar unas tres o cuatro cuadras y dar con los restos de lo que fue, más o menos hasta principios de los '90, la cancha de la Institución Atlética Deportivo Kennedy. Allí están colocados mis primeros recuerdos del equipo. Una tarde de fines de los '80 mi madre me manda con una canasta llena de tortas fritas. Un amigo me acompaña. Cuando estoy a unos pocos metros de la cancha no puedo creer la cantidad de gente que hay, el ajetreo nunca visto en el barrio. No pude ver mucho. La gente se me venía encima con el dinero y terminé vendiendo todo en unos pocos minutos. Pero tengo presente hasta el día de hoy la excitación del ambiente, las expresiones desencajadas y apasionadas junto al alambrado de personas que veía a diario y que por lo general manifestaban una emoción y un entusiasmo un poco por encima del promedio de un ladrillo. No sé por qué motivos ahora esa cancha dejó de utilizarse. Sí tengo memoria de un intento de recuperación. Fue como en el año '96, cuando un joven dirigente se ofreció a hacer unos arreglos del terreno de juego con una retroexcavadora propia en sus horas libres. El primer día, luego de salir del liceo, fui a ver el trabajo con un amigo. La gente de las casas que rodeaban la cancha observaba el recorrido de la máquina con algo de indiferencia y también de subestimación. Cuando fuimos al día siguiente la retroexcavadora no estaba. Más tarde me crucé con el dirigente en el club de golf (él trabajaba allí) y le pregunté qué había pasado con los arreglos. "Problemas con los vecinos", contestó. Según él, varios se le habían quejado: ¿Dónde iban a hacer pastar los caballos? ¿Dónde iban a vaciar el agua de los lavarropas? Etcétera... Hace un tiempo, un profesor amigo, que jugó hace muchos años en el equipo de La Barra, me hizo tener presente algo que era parte fundamental de jugar en la cancha del Kennedy: el fácil ingreso y la difícil salida. Es que para entrar, antes había una sola posibilidad, y era desde la calle Isabel de Castilla (ex Francisco Salazar). El camino lleno de cascotes, con la cañada siempre a un costado, se iba cerrando en un efecto casi de embudo hasta finalizar en un alambrado que corría por la parte posterior de uno de los arcos, el arco sur. Lo difícil, decía mi amigo, era la salida, si ganabas, obviamente. Si el Kennedy no ganaba, jugaras en la categoría que jugaras, te quedabas mirando todo el tiempo toda aquella gente que a un lado y otro había estado observando el partido subida a los techos. Le pregunté si una vez lo habían lastimado. No, me respondió, pero metía respeto una cosa así.

Apenas entré a la cancha de San Martín me llamó la atención que no hubiera nadie cobrando entradas; así que pasé por encima de un sector estrecho de tierra, donde la zanja al costado de la calle se interrumpía, y me quedé parado entre los vehículos estacionados detrás del arco. Estuve un par de minutos mirando para todos lados hasta que se me acercó uno de los jugadores de Kennedy. Vamos a llamarle J. Tiene unos veinticinco años y es un delantero alto, fuerte, escurridizo y con cierta delicada renuencia a la conversión, mal que le pesa a los hinchas y a los amigos. Nos saludamos, y luego de un par de comentarios más o menos insignificantes voy directo a lo que quiero saber: "El Kennedy va a subir este año?". J. me responde que sí, que le parece que hay posibilidades, y que en el partido pasado contra Barrio Rivera simplemente no hubo suerte. Me recuerda entonces un partido amistoso que jugaron hace más de un mes, en la pre-temporada, contra Punta Ballena, y en el que estuvieron cerca de ganar. "Ellos estaban entrenando desde el verano y trajeron buenos jugadores", me dice. Mientras me cuenta algunos pormenores del partido de los que tengo que concluir que Kennedy se pasó por las pelotas toda la parafernalia de pre-temporada de Punta Ballena, yo voy asintiendo en silencio. En eso llega un grupo de jugadores y J. intenta hacerlos entrar en la conversación:
-¿No es verdad que en el amistoso aquel le hicimos partido y todo a Punta Ballena y ellos venían con terrible preparación física?
Un jugador responde dos o tres palabras difíciles de recordar, como para reafirmar ante mí lo que J. dice, más que para querer agregar algo nuevo. Otro jugador gruñe y mira para el lado de la cancha, donde transcurren los últimos minutos del partido de reserva que gana Kennedy. El resto de los jugadores hace silencio y continúa su camino hacia el vestuario, que todavía, hasta nuevas reparaciones, no pasa de ser un levantamiento de bloques desnudos a la espera del techo. J. se va con ellos y vuelvo a quedarme solo. Saludo a la distancia a un par de conocidos, observo en el arco más próximo una jugada que estuvo a poco de ser otro gol de Kennedy en reserva, y me encamino de a poco hasta el costado oeste de la cancha. Allí hay una sola opción para sentarse, y es un talud de tierra y escombros. Saludo a las únicas dos o tres personas que están en ese lugar y busco un espacio donde los cascotes no me molesten demasiado en las asentaderas y donde la humedad no me traspase la tela del pantalón.
Cuando termina el preliminar se me acerca un vecino que también ha venido a ver a Kennedy y hablamos vagamente de otras épocas del club o de jugadores que se destacaron por alguna u otra razón. Hasta que en cierto instante mi vecino deja caer la siguiente observación: "Igual, ¿qué va a hacer este cuadro si sube a la A?... No le conviene. Con lo que le cuesta jugar en la A, sube y se funde... Aparte, mirá esto (señala con un brazo los alrededores): ¿Dónde están los hinchas?". Se hace un silencio y me quedo observando hacia el lugar en que están estacionados los automóviles. Después distingo a lo lejos los ejericios de calentamiento de los equipos de Kennedy y Peñarol de San Carlos, en la cancha que queda del lado de la perrera. Por un momento tengo la sensación de que hay más automóviles que personas en la cancha. Miro para otra parte y me quedo pensando.

El técnico de Kennedy, Walter Lemos (aka "El Gordo Nene") se para a pocos metros de la raya de cal y cruza las manos por detrás. Tiene los dedos rollizos y las uñas perfectamente recortadas. En la mano izquierda está apresado un encendedor Bic, en la derecha un paquete de Nevada casi terminado. El Gordo Nene tiene el pelo corto, excepto sobre la nuca, desde donde cae llovido bajo una gorra imitación Kangol. El Gordo Nene se queda quieto, separa apenas las piernas, como si estuviera en cualquier momento por sonar un himno. El que se mueve es su ayudante. Pero el Gordo Nene está muy quieto, repito. El Gordo Nene ve venir la cosa...

Comienza el partido.
De entrada, si hay algo que notamos como una verdad divina, es el cambio en el esquema ofensivo de Kennedy con respecto al partido anterior. La línea de ataque pasa a estar formada por tres jugadores, entre ellos Walter Melo, de puntero izquierdo. En los primeros minutos se percibe claramente que hay una intención del equipo de ser más incisivo de lo que fue en el partido anterior, pero cada jugada de ataque está a, como mínimo, dos o tres pases de poder ser concluída con éxito. Los defensas de Peñarol de San Carlos hacen bastante bien su labor, más allá de la idea de prolijidad que tengan, y logran hacer que sus compañeros en el mediocampo manejen la pelota intentando acercarse al último cuarto de cancha. Pero esto no sucede a menudo. Los defensas y los volantes de Kennedy recuperan por lo general cada pelota, alejan el peligro, y buscan, con cierta insistencia desmedida, a Melo. Sin embargo, pasan los minutos y Melo no pega una, ni siquiera sabe cómo encontrar a algún compañero para entregársela con claridad ante las puertas del área rival. Cada pelota que recibe termina desperdiciada, y la mayoría de las veces eso pasa porque está lento, descoordinado. Trata de hacer un caño, no le sale y protesta si el defensor le gana luego la posición. Intenta hacerse un autopase y no llega a tiempo y pierde la cuerpeada. No llega a una pelota y se tira al suelo y simula una infracción. Todo eso vendría a ser un ejemplo. El Gordo Nene comienza entonces a impacientarse. No parece un hombre que tenga ganas de verse en la situación de decir dos veces alguna cosa importante. La verdad es que no... Cada vez que el partido se detiene aprovecha para darle alguna indicación precisa, fuerte y breve a alguno de los delanteros. Melo, entre ellos, escucha o se hace el desentendido o trata de ofrecer alguna explicación a la mano, hasta que sobre mi derecha un jugador de la reserva pasa la cabeza por entre los hilos del alambrado y se asoma al interior de la cancha y grita:
-¡Mono! ¡Poné más huevos, hermano!...
Algunos minutos después, cuando comenzaba a verse que cuando Peñarol de San Carlos atacaba menos pero mejor que el local, el árbitro detiene el juego. Va hacia el lugar en que está el Gordo Nene y exige que se le entregue alguna pelota que esté bien inflada. Los ayudantes se agachan sobre un par de pelotas acumuladas contra la base del alambrado y las tantean haciéndoles presión a un lado y otro con ambas palmas.
-Están iguales... -dice uno.
-Bueno, la menos desinflada, entonces... -replica el árbitro.
Mientras tanto algunos jugadores de Kennedy se acercan y toman y reciben palabras de aliento e indicaciones del Gordo Nene. Luego se acerca también un jugador rival y pide que le den a él un poco de agua.
-Estoy hecho mierda del pedo que me agarré anoche... -comenta.
Los ayudantes de Kennedy sonríen y le ofrecen al rival una botella en la que queda un resto de agua que los jugadores han dejado. Un hincha de Kennedy de los que están a mi lado (bueno, en realidad no éramos más de cuatro o cinco en ese costado de la cancha) le hace algún tipo de broma sobre el alcohol y el jugador lo mira, se ríe justo cuando devuelve la botella vacía. Uno de los ayudantes tira la botella a un lado y el juez pita y el partido se reanuda.
Cuando recomienza el juego siguen las muestras de esa especie de camaradería. Es explicable. Hace frío. El cielo gris se cierra cada vez más y se oscurece. En un corner a favor de Kennedy que va a ejecutar el Mono Melo, por ejemplo, el línea de nuestro lado se da vuelta un par de segundos, suspendiendo su atención sobre el lado opuesto de la cancha, y nos dice lo siguiente:
-¡Si será como un gurí chico este Mono! Hace la cagada y luego me mira a mí a ver si me di cuenta. Se piensa que no vi que puso la pelota afuera del círculo...
Después la pelota se levanta y cae llovida sobre el área de Peñarol de San Carlos y es rechazada en seguida hacia el medio de la cancha.
Es preciso que vaya ahora al conflicto central del encuentro. En realidad puede sintetizarse como algo que recuerda al partido anterior. La línea delantera de Kennedy parece como una fuerza de choque. Pocas ideas, poca sorpresa en espacios reducidos, poca movilidad cerca del área. El rival llega menos, pero cuando lo hace el gol parece inminente. Por ahí, en alguna jugada, se ve a Nicolás Pereyra. Cuando pasa la mitad del primer tiempo resulta obvio que Pereyra tendría que jugar un poco más adelantado y dejar de colaborar tanto en la recuperación de la pelota y dejarle ese asunto a alguien más idóneo, aunque él también marca de forma aceptable. De pronto, por Pereyra pasa una jugada que pudo haber sido el gol de Kennedy. La pelota va hacia la izquierda, hay un par de intentos de centros o de pases quizás en profundidad, varios rebotes y pifias, hasta que alguien en la montonera le da con fuerza y el esférico pega en el brazo de un defensor de Peñarol de San Carlos. Todo pedimos penal. Algunos pasan sus brazos a través del alambrado. El juez entonces se palmea a nuca y corre siguiendo el avance de la jugada. Los insultos no son muchos porque somos pocos y porque además yo he dejado a edad muy temprana de putear en ocasiones así. El línea se da vuelta y nos entrega la expresión neutra de su rostro. Pero los jugadores de Kennedy empiezan a írsele al humo al juez en cada jugada. El juez, por su parte, es un tipo fogueado. Cuando un jugador de Peñarol de San Carlos le protesta una decisión de forma dura, el tipo se da vuelta, afloja el silbato en los labios y lo deja caer y responde:
-¡A mí vos no me metés la pesada! ¿Te queda claro?
Eso le gusta mucho a uno de los hinchas de Kennedy que están conmigo, y grita:
-¿Viste, Mono? ¡Eso es tener huevos!...

El partido se complica de a poco. Peñarol de San Carlos toma fuerza en cada jugada y Kennedy no mete tres pases seguidos. Sin embargo, al jugarse por momentos tanto en la mitad de la cancha, se hace sentir esa extrañeza o esa engañosa paridad que se plantea si uno toma una jugada aislada. Aíslo mentalmente una secuencia cualquiera y se parece mucho a cuando uno pasa por algún sitio donde hay una estructura a medio montar: lo mismo pudieran estar desarmándola que armándola.
Otra secuencia aislada: la pelota deriva a media altura hacia el lado derecho del ataque de Peñarol de San Carlos. Uno de los delanteros la captura, la domina y se va con ella hasta cerca de un metro de la línea de fondo. Luego, cuando le sale al encuentro un zaguero de Kennedy, hace algo como una doble gambeta: la pasa de su pie derecho al izquierdo y en eso el defensa estira hasta allí su pierna derecha y pierde movilidad cuando el atacante, en la misma continuidad de movimiento, hace la inversa, es decir otra gambeta, pero del pie izquierdo al derecho, y el defensa opone sólo el pie de apoyo, que se clava contra el barro, y el pase va hacia adentro del área, como saliendo, desgarrando el espacio hasta encontrar un jugador aurinegro que toca la pelota hacia el interior del arco de Kennedy como si se tratara de un penal. Los brazos del árbitro se tensan igual que las agujas de un reloj. Termina el primer tiempo y los jugadores de Kennedy ubican de a poco la distancia que los separa del Gordo Nene, porque en un minuto él va a dar inicio a la charla del entretiempo.

(En el entretiempo, los que estaban a mi lado se retiran hacia atrás del arco donde va a atacar Kennedy en el segundo tiempo. Poco después aparece un conocido del barrio de hace muchos años, ex-jugador de Kennedy, también. Vamos a llamarle Vladi. Primero que nada, Vladi se asombra de verme allí y me pregunta qué me ha dado por ir a ver al cuadro. Le recuerdo que soy del barrio, que jugué en el equipo, cosa que él sabe, y un segundo más tarde me muerdo la lengua. Entro en una lógica de discusión en la que no veo salida.
-¿Pero qué hacés acá, si nunca venís? ¿Me vas a decir que sos hincha del Kennedy ahora?
-Bueno... -respondo -hace años que no venía a ver ningún partido, pero era porque no podía, estaba ocupado...
-¿Ocupado? -Vladi no me mira a los ojos cuando me habla, jamás -Si vieras a los partidos que yo he ido, en la motito, bajo cada lluvia torrencial... ¡Eso es ser hincha!
No le respondo. Me concentro en los jugadores sentados en el pasto, haciendo un círculo en cuyo centro se mueve el Gordo Nene agitando los brazos.
Como ve que no sigo la conversación Vladi se acerca un poco más.
-¿Te puedo preguntar algo? -me dice.
Le respondo que sí.
-¿Tenés licuadora?
-¿Yo?...
-Sí, a vos te estoy hablando...
-Tengo... ¿Por?...
Vladi me mira a los ojos.
-¿Seguro tenés? ¿O me estás mintiendo?
-...
-Porque ando vendiendo números de rifa de una licuadora... Si tenés, no importa, igual... Se la regalás a alguien.
Le pregunto entonces cuánto cuesta el número y me responde una cifra que me deja asombrado; no puedo recordar cuánto era, pero sí me puedo acordar de mi asombro. Además, yo no había llevado ni de cerca esa cantidad de plata, sólo lo necesario para la entrada y algunas monedas más.
-No tengo... -digo al final.
Vladi echa la cabeza hacia atrás, abre grandes los ojos y extiende ambos brazos a los costados.
-¡Pero no podés ser tan machete! ¡Es una rifa para el cuadro, muchacho!
Le repito que no tengo tanta plata encima y se aleja gruñendo y me quedo solo.
Muy poco antes del inicio del segundo tiempo observo que Vladi se acerca de nuevo.
-Me meo... -me dice.
Pero el comtario, apenas yo había apreciado en él una mera transferencia de información, me implica. Vladi sube al terraplén, pasa hacia el otro lado y se acomoda semioculto tras mi figura.
-No te vayas a levantar que si no quedo regalado...
En seguida escucho el ruido del chorro a mis espaldas. Es un instante sin fin. El mundo todo se congela hasta que las últimas gotas se deshacen en el barro pedregoso. Entonces los jugadores de ambos equipos se distribuyen por toda la cancha y Vladi deja salir un suspiro de complacencia.)

Para el segundo tiempo el Gordo Nene dispuso algunos cambios que mejoraron desde los primeros minutos de forma notoria el juego de Kennedy. La situación, de hecho, se prolongó hasta la mitad del segundo tiempo. Walter Melo fue sustituido por Jorge Rodríguez, que pasó a jugar moviéndose por todo el frente de ataque a gran velocidad, más allá de no encontrar a veces la precisión adecuada en los remates o de no haber recibido pelotas claras como para encarar hacia el arco rival con posibilidades ciertas de gol. La salida de un volante, por otra parte, dio paso a la entrada de un volante joven y rápido: Hernán Crespo, que pasó a colaborar en la recuperación de pelota por el sector izquierdo. Este cambio, creo, permitió principalmente cierto desplazamiento de las líneas en algunas situaciones buenas del ataque de Kennedy, como cuando cubría el lado derecho de la defensa para que Palacio, un lateral derecho alto, rápido y fuerte, pudiera hacer incursiones muy interesantes hacia el último cuarto de cancha.
Es también el tiempo en el que Nicolás Pereyra pudo despreocuparse de la marca en el medio de la cancha y tener más aire para dedicarse a hacer lo que es su verdadero juego, que es recibir pelotas, aguantarlas con su cuerpo fornido, o pasarlas de primera y luego salir disparado hacia la búsqueda de la devolución. Nicolás Pereyra es un jugador extraño. Extraño porque, a primera vista, parece un jugador algo menos diestro que el común de los jugadores. Pero después de verlo durante algunos minutos, tanto con la pelota como sin ella, uno cae en la cuenta de que tiene una aptitud que muy pocos jugadores poseen, y es la de volver fácil lo complicado, la capacidad de convertir situaciones cerradas en posibilidades de ataque con una economía de movimientos realmente apreciable. Un giro, un solo segundo de más le basta a Pereyra para hacer que de pronto las piezas del campo de juego se reacomoden y determinada instancia dé paso a otra más favorable.
Con todos estos cambios se empareja el partido. Peñarol de San Carlos ya no llega tanto, y Kennedy sueña con el empate. Hay cabezazos tras desbordes, tiros libres bien ejecutados, pelotas perdidas tras un corner que exigen lo mejor del arquero visitante; Jorge Rodríguez patea incómodo, casi de espaldas, tras un corner y la pelota es sacada por un defensa cuando entraba. Parece que el empate es algo que está por llegar en cualquier instante... Peñarol de San Carlos, en cambio, se repliega a la esperanza de algún contragolpe.

Varios minutos más tarde, el partido no tiene vuelta. Un defensa suplente de Kennedy que ya no tiene posibilidad de ingresar al juego se sienta sobre el terraplén y se apresta a mirar resignado lo que queda del encuentro. Es un hombre no muy joven, pero ya completamente calvo. Está abrigado con una campera desteñida y vieja y lleva puesto por encima del short y las medias un pantalón de jean manchado y desgastado que seguramente usó también en su trabajo en la construcción entre semana, lo mismo que los zapatos amarillos con refuerzo de plomo en la punta.
Mientras tanto la tormenta se ha armado sigilosamente. Hay una tensión en el ambiente como la que puede existir en lo previo a la rotura de un dique. La temperatura ha subido un poco, el viento ha cambiado y un cinturón negro de nubes avanza desde atrás del arco de Peñarol de San Carlos como la avanzada furiosa de unos emisarios con malas noticias.

Hay una pelota que llega a los pies del lateral derecho, Palacio. Este hace un dribbling, una gran jugada. La pelota va ahora hacia Nicolás Pereyra, que la hace correr hacia la punta derecha donde la recibe otra vez más el mismo Palacio. Llega el centro. Saltan varios. Hay un posible penal. Los jugadores de Kennedy, los suplentes al lado del alambrado, el Gordo Nene, sus ayudantes, todos levantamos los brazos. El árbitro sacude un brazo, niega con la cabeza y sigue el desarrollo posterior de la jugada. El suplente que está sentado a mi lado escupe al frente, se levanta y se me acerca.
-¡Flaco! -me dice -Voy a echar una meada ahí atrás. Aguantame sentado.
Yo me quedo quieto. Hago que sí con la cabeza y trato de poner atención en los últimos instantes del encuentro. De repente empieza a sonar a mis espaldas un chorro suave y se sienta cómo penetra en el barro formando una pequeña hoyita. Dura poco, pero dura. Unos segundos después el jugador reaparece. Pasa a mi lado y se queda parado casi en lo más alto del terraplén observando lo que queda. El equipo no encuentra acomodo. Los últimos minutos se van de forma angustiosa y ya no importa el método para acercarse al área rival. La pelota debe caer en ese lugar sea de la manera que sea. Pero Hernán Crespo rechaza a medias una pelota y la tira sobre la mitad de la cancha, donde la reciben los atacantes rivales. El Gordo Nene levanta los brazos y los bajan con fuerza. Las palmas de sus manos resuenan contra sus muslos. Agacha la cabeza y grita:
-¡¡¡Esto no es baby-fútbol!!!...
Los jugadores tratan de reacomodarse. El juez, por su parte, afloja su carrera y mira solamente un punto impreciso del piso. Sus brazos se levantan y resuena duro y claro cada uno de los solbatazos. El arquero suplente de Kennedy se levanta y patea el suelo. Unas esquirlas de barro vuelan hacia donde está el Gordo Nene.
-Siempre lo mismo... -grita el arquero suplente.
Empiezan a caer las primeras gotas. Llegó la tormenta.
Kennedy 0, Peñarol de San Carlos 1

Posiciones (2ª fecha): ALIANZA CINCO - 6 BARRIO RIVERA - 6 SAN MARTÍN - 6NACIONAL (San Carlos) - 4 PEÑAROL (San Carlos) - 4 SAN LORENZO - 3 BARRIO PERLITA 3 HURACÁN - 3 PEÑAROL (Maldonado) - 3 PUNTA DEL ESTE - 1 DEP. KENNEDY - 0NEPTUNO - 0CIRC. POLICIAL - 0HIP. EL PEÑASCO - 0

viernes, 7 de agosto de 2009

Cosas que te pasan si te ganás un premio (y más si a los días salís en la tele local)

1 (En el liceo):
Una alumna me dice: Profe, no se vaya a ofender... Pero mi tía me mandó preguntarle si tenía novia.

2 (En el almacén, ante varios vecinos más, luego de una entrada súbita a la mañana siguiente de aparecer en la tele):
Palabras de una vecina (medio alto): ¿Pero ese libro lo escribiste vos solo así todo?

3 (Otra vez en el liceo):
Una alumna: Profe, en mi casa, cuando usted apareció en la tele, todos empezamos a aplaudir.

4 (En la bicicletería del barrio, dejando mi bicicleta por un pinchazo en la rueda delantera):
Bicicletero (cuando estoy abandonado el taller y me tiene dándole ya la espalda): ¡Te vi en la tele!... ¡Así-que-ahora-so-escritor-vo-andá!
Yo: ¡Ah!
Bicicletero: ¿Y de qué es el libro ese?
Entonces le cuento muy por arriba dos o tres aspectos de "Threesomes", y para rematarla agrego que son historias sobre gente común y corriente.
Bicicletero: Ta bien, eso... A lo sencillo, nomá... Mi mujer, no sabés, lee como loca... Pasa leyendo los libros de Coelho... ¡Ah, no! Pero te juro que cuando me empieza a salir con lo de los ángeles me dan ganas de irme a la mierda pa'l bar, te juro...

PD: Las preguntas en la entrevista televisiva fueron las siguientes:
1- Bueno, me imagino que una emoción muy grande por el premio...
2- Contanos quién es el increíble Springer.
3- ¿Qué sentiste cuando recibiste el premio?