Como muchos ya se habrán dado cuenta, este blog se terminó hace un tiempo. Sin embargo, una parte de él se mudó a otro lado. Así que algo continúa en El Día Logrado.
Saludos.
lunes, 8 de agosto de 2011
domingo, 5 de diciembre de 2010
Verano XXIII (cosas en el aire)
No me llevo bien con los rituales, pero es preciso dejar que unos pocos actúen, o que se manifiesten en una parte disimulada de la experiencia diaria. Por ejemplo: el primer instante del verano en el que el cuerpo hiende la superficie del agua y se adentra confiado e impreciso en el mar. Durante todo el resto del año trato de evocar la múltiple sensación que define a la primera zambullida: el cambio brusco de la temperatura como si se tratara de un acceso de fiebre, o la ondulación, la confusión y la diversa cualidad de la luz. También lo sueño. En las más frías noches de invierno, apremiado por lo que me separa del comienzo del día siguiente, sueño que me hundo en el mar. Y es un sueño feliz. Por lo general no hay orillas, sólo algún muelle precario con algunas personas que no prestan demasiada atención a lo que sucede. La luz traspasa la superficie y puede observarse sobre la arena del fondo todo lo que hay. Algunas veces hay jaulas o pelotas de golf perdidas; otras veces se ven las cosas comunes y corrientes de toda casa: vasos, sillas, papeles, etcétera. Volver a entrar en el mar en cada comienzo del verano es perder una sensación del tiempo y obtener otra más delicada. Saber que la posibilidad de reiterar ese acto está allí, y que no puede ser negada por toda una temporada, ordena los días y los sueños de otra manera.
Nado un poco, leo, escribo algún apunte, miro las cosas que hay en la arena, nado, leo, escribo algún otro apunte si algo de lo que estoy leyendo o de lo que tengo alrededor me interesa un poco más...
Es una tarde gris. Hace mucho calor, pero no hay atisbo del sol. Algunas arañas diminutas suben y bajan por una estela de restos de caracoles que el mar dejó la noche anterior. También hay un tábano. Sólo uno. Llega, se posa sobre una pierna, es espantado y regresa a un punto en particular del largo conjunto de caparazones molidas. Quizás allí tiene algo que lo entretiene: lo que queda de un cangrejo perdido, por ejemplo. Hay poca gente a esta altura de la playa Mansa. No hay oleaje. No pasa nadie caminando. Tampoco parece que alguien se haya interesado en salir a navegar por la bahía. Ni siquiera se sabe bien qué hora es. Puede ser el mediodía o una de las horas del final de la tarde.
Leo un cuento de Erskine Caldwell: "La mosca en el ataúd". Es el primer cuento del libro; un exordio grato y delirante de cuatro o cinco páginas, un jirón febril de la imaginación truculenta de Caldwell.
"Sólo habían transcurrido un día y una noche desde que Dose intentara dar caza a una mosca a través de la sierra circular de la serrería. Esa sierra circular había cortado en dos a Dose, y él había muerto furioso como un loco porque la mosca había logrado escapar sana y viva. Pero eso no habría tenido importancia alguna para Dose si hubiese podido resucitar por un minuto, o digamos dos para ser más generosos. Si hubiera podido hacer eso, le habría dado un golpe tan violento a esa molesta mosca que no habría quedado de ella ni una mota.
-¡Tú, Woodrow, tú! -dijo tía Marty -. Ve a ver si algunas moscas molestan a Dose.
-Jamás podrás verme matando moscas sobre un hombre muerto -replicó Woodrow.
-No las mates entonces -repuso tía Marty -. Espántalas."
Yo también sé que el tábano está allí. Puedo sentirlo posado a muy pocos centímetros de mi rodilla derecha. Entonces sacudo un poco la pierna porque doy por hecho que el movimiento lo va a espantar.
"En la parte trasera de la casa estaban tratando de construir para Dose un ataúd provisional. Hacían un montón de intentos y muy poco, muy poco trabajo. Aquellos perezosos individuos no se hallaban en lo más mínimo predisupuestos al trabajo. El empresario de pompas fúnebres no vendría a traer un ataúd porque deseaba sesenta dólares, veinticinco al contado. Nadie tenía sesenta dólares, veinticinco al contado."
Por supuesto, en seguida siento el escozor insoportable. Suelto el libro de cualquier manera y golpeo la palma de la mano contra mi pantorrilla. El tábano levanta el vuelo de inmediato y se pierde otra vez más en el aire.
Apunto una pregunta: ¿Por qué insistir en la playa una vez que uno ya logró calmar el malestar del calor?
Trato de apuntar una respuesta que no se entrometa con los desmayos de la celebración de la belleza del paisaje y esas cosas. Al menos no de entrada... Porque es la excusa, empiezo a responder, para desplegar un catálogo de cosas perfectamente inútiles. Uno puede decir "estoy en la playa", y está eximido de ser considerado un holgazán, o algo menos que un holgazán.
Cosas inútiles: a) estirar el pie y acomodar su talón encajándolo suavemente en la arena de manera que la embarcación que se recorta apenas sobre el horizonte, del lado derecho de la isla, parezca estar bogando sobre la punta del dedo gordo. b) observar la isla, y después observarla de nuevo, pero ahora reparando en el grupo de pinos que está más separado del resto del follaje, sobre la derecha. c) luego, uno se da cuenta de que sí, estaba observando la isla y no había caído en la total realidad de lo que estaba haciendo o pensando. d) dejar la mirada fija en el desplazamiento de un par de garzas pequeñas que cruzan toda la bahía desde la costa hasta la isla... dos puntos negros desparejos que se recortan contra el cielo gris en un doble zigzagueo, como si alternativamente cada garza apareciera debajo, se borrara y reapareciera encima un segundo más tarde... una sí, una no, una sí, una no... e) el fondo del cielo, con los grises repartidos de forma colosal, como una piedra de los orígenes recién partida al medio y anunciando para los que la ven el desastre inminente de la tormenta que han anunciado para las primeras horas de la noche. f) y así, sin conclusiones...
Nado un poco, leo, escribo algún apunte, miro las cosas que hay en la arena, nado, leo, escribo algún otro apunte si algo de lo que estoy leyendo o de lo que tengo alrededor me interesa un poco más...
Es una tarde gris. Hace mucho calor, pero no hay atisbo del sol. Algunas arañas diminutas suben y bajan por una estela de restos de caracoles que el mar dejó la noche anterior. También hay un tábano. Sólo uno. Llega, se posa sobre una pierna, es espantado y regresa a un punto en particular del largo conjunto de caparazones molidas. Quizás allí tiene algo que lo entretiene: lo que queda de un cangrejo perdido, por ejemplo. Hay poca gente a esta altura de la playa Mansa. No hay oleaje. No pasa nadie caminando. Tampoco parece que alguien se haya interesado en salir a navegar por la bahía. Ni siquiera se sabe bien qué hora es. Puede ser el mediodía o una de las horas del final de la tarde.
Leo un cuento de Erskine Caldwell: "La mosca en el ataúd". Es el primer cuento del libro; un exordio grato y delirante de cuatro o cinco páginas, un jirón febril de la imaginación truculenta de Caldwell.
"Sólo habían transcurrido un día y una noche desde que Dose intentara dar caza a una mosca a través de la sierra circular de la serrería. Esa sierra circular había cortado en dos a Dose, y él había muerto furioso como un loco porque la mosca había logrado escapar sana y viva. Pero eso no habría tenido importancia alguna para Dose si hubiese podido resucitar por un minuto, o digamos dos para ser más generosos. Si hubiera podido hacer eso, le habría dado un golpe tan violento a esa molesta mosca que no habría quedado de ella ni una mota.
-¡Tú, Woodrow, tú! -dijo tía Marty -. Ve a ver si algunas moscas molestan a Dose.
-Jamás podrás verme matando moscas sobre un hombre muerto -replicó Woodrow.
-No las mates entonces -repuso tía Marty -. Espántalas."
Yo también sé que el tábano está allí. Puedo sentirlo posado a muy pocos centímetros de mi rodilla derecha. Entonces sacudo un poco la pierna porque doy por hecho que el movimiento lo va a espantar.
"En la parte trasera de la casa estaban tratando de construir para Dose un ataúd provisional. Hacían un montón de intentos y muy poco, muy poco trabajo. Aquellos perezosos individuos no se hallaban en lo más mínimo predisupuestos al trabajo. El empresario de pompas fúnebres no vendría a traer un ataúd porque deseaba sesenta dólares, veinticinco al contado. Nadie tenía sesenta dólares, veinticinco al contado."
Por supuesto, en seguida siento el escozor insoportable. Suelto el libro de cualquier manera y golpeo la palma de la mano contra mi pantorrilla. El tábano levanta el vuelo de inmediato y se pierde otra vez más en el aire.
Apunto una pregunta: ¿Por qué insistir en la playa una vez que uno ya logró calmar el malestar del calor?
Trato de apuntar una respuesta que no se entrometa con los desmayos de la celebración de la belleza del paisaje y esas cosas. Al menos no de entrada... Porque es la excusa, empiezo a responder, para desplegar un catálogo de cosas perfectamente inútiles. Uno puede decir "estoy en la playa", y está eximido de ser considerado un holgazán, o algo menos que un holgazán.
Cosas inútiles: a) estirar el pie y acomodar su talón encajándolo suavemente en la arena de manera que la embarcación que se recorta apenas sobre el horizonte, del lado derecho de la isla, parezca estar bogando sobre la punta del dedo gordo. b) observar la isla, y después observarla de nuevo, pero ahora reparando en el grupo de pinos que está más separado del resto del follaje, sobre la derecha. c) luego, uno se da cuenta de que sí, estaba observando la isla y no había caído en la total realidad de lo que estaba haciendo o pensando. d) dejar la mirada fija en el desplazamiento de un par de garzas pequeñas que cruzan toda la bahía desde la costa hasta la isla... dos puntos negros desparejos que se recortan contra el cielo gris en un doble zigzagueo, como si alternativamente cada garza apareciera debajo, se borrara y reapareciera encima un segundo más tarde... una sí, una no, una sí, una no... e) el fondo del cielo, con los grises repartidos de forma colosal, como una piedra de los orígenes recién partida al medio y anunciando para los que la ven el desastre inminente de la tormenta que han anunciado para las primeras horas de la noche. f) y así, sin conclusiones...
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sábado, 30 de octubre de 2010
Apuntes de fútbol (V)
Esta es la hora en que los niños se agarran con fuerza de una de las ramas más bajas de un árbol al que han estado subidos. Ahora tiran de ellos porque quieren llevarlos de una vez por todas a sus casas, a hacer lo que tienen que hacer en el mundo.
Más o menos a mediados de 1995 (después de la Copa América jugada aquí en Uruguay) empecé a interesarme con cierta seriedad por el fútbol. Escuchaba, por ejemplo, las campañas del Peñarol del Quinquenio de Oro a través de Radio Carve, de Montevideo, en la voz de Carlos Muñoz. En ese mismo 1995, luego de la excitación común que había dejado la obtención de la Copa América en todos nosotros, las autoridades de la AUF habían dispuesto que en la primera fecha del Campeonato Clausura, es decir el torneo inmediatamente posterior a la final de Uruguay contra Brasil en el Centenario, hubiera, nada más ni nada menos que un clásico. Un notorio golpe comercial. Esa tarde, una tarde de agosto, con sol pero mucho frío, me enojé con mi padre. Yo tenía quince años y aquello podía ser una cosa corriente. Pero a mi padre le sorprendió mucho el motivo. Quería quedarme en casa escuchando en la radio el partido entre Peñarol y Nacional. Mi padre, en cambio, me obligó a acompañarlo a recoger leña a un monte de eucaliptos que quedaba del otro lado del hoyo 15 del club de golf. Era un monte profundo que tenía, sin embargo, un inmenso claro donde entraba el sol y donde algunos muchachos de mi barrio que iban a soltar caballos a ese lugar habían encontrado personas ahorcadas en lo más alto de aquellos follajes. Al final, estuvimos algunas horas recogiendo leña y cortándola y acomodándola en el carro, y ninguna cosa de lo que había alrededor me comunicaba nada sobre actividad humana alguna, mucho menos con lo que podía estar sucediendo en un partido de fútbol jugado a 130 kilómetros. Cuando regresé a casa me enteré de que el clásico había sido un fiasco, un 0 a 0 que parecía devolvernos a las apuradas a nuestra cotidianeidad sin brillo. En Nacional, por ejemplo, jugaba Álvaro Gutiérrez un muy buen número cinco, aficionado a coleccionar guitarras y más recordado por no haber errado el penal en la final contra Brasil que por haberlo convertido. En Peñarol, desde luego, la estrella era Pablo Bengoechea, el autor del increíble gol de tiro libre que terminó poniendo el 1 a 1 en aquella final.
Pero también seguía muy de cerca, en los relatos de Víctor Hugo Morales, para Radio Continental de Buenos Aires, las campañas de River Plate y de Vélez Sársfield, que fueron los equipos más existosos y vistosos de por esos años. Esto, de forma curiosa, me unía profundamente a mi padre. Porque en el fútbol argentino él era hincha de esos dos clubes. Antes de conocer a mi madre, mi padre pasó una época en Buenos Aires. A él no le gusta o directamente, de pura pereza, no le dan ganas de hablar sobre su pasado. Es más, en el caso de esa temporada en Buenos Aires, ya ni siquiera recuerda de qué años se trata. Así que hay conformarse con que de vez en cuando en una conversación aislada suelte alguna perla un poco sucia a la que uno debe lustrar con paciencia para hallar, sea como sea, el brillo de toda una historia. Un día cayeron las pistas: los fines de semana iba al Monumental o algún otro estadio a ver a River Plate. Mi padre estaba fascinado con un jugador de River Plate que se terminó transformando uno de los más trascendentes de toda su historia: Norberto Alonso. Pero si un domingo River jugaba en algún lugar alejado al que mi padre no podía llegar con facilidad, entonces iba a ver a otro jugador que admiraba: Carlos Bianchi. Bianchi, más conocido hoy en día por su carrera como director técnico, fue en su época de jugador un goleador espectacular. De hecho, hasta el día de hoy, es el jugador argentino que más goles ha convertido en partidos oficiales en cualquier liga del mundo (385). Eso hacía mi padre cuando ver a Norberto Alonso se le hacía difícil: ir a entusiasmarse con el juego certero de aquel centrodelantero prematuramente calvo, como él mismo. También quizás le causara gracia que al salir del estadio de Vélez tuviera que pasar por un barrio llamado Kennedy, al igual que el lugar de Punta del Este donde se crió. Gracias a estos datos pude al final determinar más o menos la época en la que mi padre vivió en Buenos Aires. No fue más allá de 1973, ya que en ese año Bianchi fue traspasado al fútbol francés, al Stade de Reims. En 1975 mis padres se conocen y en 1976 se casan en Maldonado. En 1976, casualmente, Norberto Alonso es transferido a Francia, al Olimpique. En 1980 nazco yo y, a escondidas de mi madre, que seguía convaleciente en el sanatorio, mi padre rompe el pacto que ambos habían realizado de colocarme un solo nombre. En el registro, pronuncia para su primer hijo un segundo nombre que en esos años seguía revelando una pasión: Norberto. Tanto en la escuela como en el liceo, traté de ocultar mi "Norberto". Cuando aparecía llegaban las risas y la vergüenza. Después hice una especie de pacto y hasta lo terminé adoptando en un seudónimo con el que publiqué mis primeras cosas. De vez en cuando, al hacer zapping, veo a Norberto Alonso en uno de esos programas de opinión que hay en los canales deportivos del cable y no le presto mucha atención a lo que dice en un principio porque me llega de nuevo toda esa historia familiar. Así es cómo terminé más o menos acostumbrándome al nombre "Norberto", como quien al final se acostumbra a un pariente fastidioso que se va poniendo viejo y requiere, después de todo, algo de nuestra capacidad para la piedad. Hace muy poco, encontré un dato que revela otra interesante coincidencia entre Alonso y Bianchi. Cuando ambos regresaron del fútbol francés, fueron compañeros en Vélez Sársfield en las temporadas del '82 y el '83. No sé si mi padre lo sabe. En esos años él ya tenía 30 y estaba criando a sus primeros dos hijos.
Yo tenía quince o dieciséis años, entonces, cuando empezaba a descubrir que el fútbol me conectaba además con otros asuntos que lo excedían. En aquellos veranos escuchaba a Víctor Hugo Morales, y a veces la noche me agarraba en el club de golf sin que hubiera terminado de trabajar. Cuando llegaba a mi casa me podía encontrar con mi padre, que había escuchado también él el mismo partido. Una noche de un calor tormentoso, a mediados de diciembre, me sorprendí con la euforia de mi padre por un partido que había acabado de oír en Continental y en el que Vélez Sársfield (con Bianchi ahora como director técnico) había derrotado a Boca Juniors para coronarse como campeón. Mi padre me hablaba de lo que había jugado José Basualdo como si lo hubiera visto. Como no había podido escuchar ese partido, al otro día en el club corroboré todo en las páginas de Clarín y me apoderé del poster de Vélez que el diario traía. Ahora, cuando hago memoria de cómo era mi cuarto, veo aquel poster con jugadores como Patricio Camps o Fernando Pandolfi, y, por supuesto, el gran José Luis Chilavert, un arquero que en esos torneos terminaba siempre a la mitad en la tabla de goleadores y que le contagió las ganas de hacer goles a otros colegas del arco como Ignacio González, de Racing, o Bossio, de Estudiantes de la Plata. Pero junto a aquel poster de Vélez Sársfield estaba el del Peñarol campeón uruguayo de 1997, el que había jugado las finales ante Defensor Sporting. Ahí estaban grandes glorias como Pablo Bengoechea, Carlos Aguilera, pero también jugadores jóvenes como Antonio Pacheco o Marcelo Zalayeta.
Hace varias semanas, un miércoles de noche, vi por televisión un partido atrasado entre Peñarol y Wanderers que me hizo actualizar varios de esos viejos gustos y sentimientos de los '90 que describí más arriba. En el partido, que terminó ganando Peñarol por 2 a 1, pude observar a Antonio Pacheco, trece años más tarde desde que fue tomada la fotografía que terminó contra la pared de mi cuarto. Ya no tiene aquellos arranques explosivos de velocidad sobre la última zona del campo rival. Ni se lo ve tanto en el área para esos típicos remates ajustados forzando la pierna hacia abajo; entonces el gol se aseguraba, porque donde otros jugadores enviaban la pelota a las nubes, el mismo cuerpo de Pacheco anticipaba la trayectoria del balón, que picaba en el césped y salía disparado ya hacia la red. Ahora Pacheco juega un poco ocupando la estética y el criterio que Bengoechea dejó vacante en el equipo con su retiro. Pacheco arranca desde más atrás, lanza pases al vacío y definitivamente es el dueño de todos los corners y los tiros libres. Hay algo que se perdió, pero al mismo tiempo hay algo que hizo su aparición.
En el descanso de ese partido entre Peñarol y Wanderers, me dediqué a hacer un recorrido por los otros canales deportivos, y me quedé definitivamente en uno de esos compactos de goles de todas las ligas. La verdad es que lo que observé se me juntó con la conciencia de saber cómo estaba jugando Pacheco y el resultado fue como una especie de malestar impreciso.
Primero fue un gol de Michael Owen para el Manchester United. La voz en off del periodistas dijo algo así como "Michael Owen... el niño maravilla... Ya tiene treinta años el niño maravilla". Fue un comentario al pasar, pero me caló hondo. ¿En qué quedó para el fútbol inglés toda aquella promesa que incluía al mismo Owen haciéndole un gol espectacular a Argentina en Francia '98?, pensé. Me di cuenta de que ya estábamos viendo los últimos goles de Owen, y no ya los goles que anticipaban todos los que vendrían en un futuro... Hace goles ahora entre semana por la Carling Cup, pero nos quedamos con ganas de ver sus goles en el Mundial de Sudáfrica 2010... Después hubo un par de resúmenes más y tuve ante mí a Hernán Crespo, en su reciente nueva etapa en el Parma italiano, convirtiendo por fin su tan esperado gol en ese regreso. Cuando pasan el replay, se nota que es un gol realizado con un esfuerzo imponente. Crespo anticipa a los zagueros, estira la pierna y desvía casi sin ángulo hacia el fondo del arco la pelota que han desbordado. Unos segundos más tarde llegó Matías Almeyda, el mediocampista de River Plate, pero en este caso declarando algo acerca del próximo rival de su equipo.
Hernán Crespo y Matías Almeyda no son ni de lejos ya esas caritas repletas de lozanía y candidez que uno podía ver en las fotos de El Gráfico a mediados de los '90, cuando ambos formaban parte de aquel extraordinario equipo de River Plate que ganó la Copa Libertadores de 1996 y que en 1997 obtuvo en el campeonato argentino números como los de la histórica máquina de los años '40, cuyos delantera tenía a Moreno, Pedernera, Di Stéfano, Labruna y Loustau. En el ataque de aquel River del '96/'97, dirigido por Ramón Díaz estaban Francescoli, Berti, Ortega, Crespo y Cruz, y además iban y venían Gallardo (hoy en Nacional), Salas y Solari (hoy en Peñarol). Aquellos jugadores fueron parte de los primeros que comencé a admirar cuando me interesé de verdad por el fútbol. Cada martes, me subía a la bicicleta y llegaba hasta un quiosco a la altura de la parada 2 de la Brava para comprarme el último número de El Gráfico. Allí estaban todos esos jugadores.
Hace poco estaba hojeando El Gráfico del mes de setiembre (ahora que esta revista sale, desafortunadamente, de forma mensual). En la tapa vemos a Matías Almeyda y muy cerca de su pera la frase del titular: "Señor Milagro"... El año pasado, jugando en el equipo senior de River Plate, Enzo Francescoli se fijó en lo bien que seguía jugando uno de sus compañeros de equipo: Matías Almeyda. Le propuso de inmediato algo: que, teniendo en cuenta la pobre campaña del club en Primera División, sería de mucha ayuda que regresara al fútbol. Y así lo hizo. Hoy Almeyda tiene 37 años, una edad en la que muchos futbolistas están retirados de hace tiempo, y no sólo es titular en River, sino que es el líder espiritual que busca sobreponer a todo el mundo de una campaña final en 2009 que dejó al club al borde del descenso. La entrevista de El Gráfico está atravesada por el tema del tiempo. Almeyda, que ya no es hoy aquel "Pibe de Azul", como lo llamó Víctor Hugo Morales en sus comienzos, sabe que lo que está viviendo es un regalo, una última postergación antes del fin total. Dice que sus hijos están sorprendidos de que a la salida del colegio le pidan autógrafos, y que, incluso una de sus hijas, se niega rotundamente a acompañarlo al estadio para verlo jugar. Almeyda sabe que una lesión a su edad puede ser el final. Pero sabe también que hay una tensión mayor que lo afecta en su vida, en un nivel más amplio.
Fijándome de nuevo en las declaraciones de Almeyda para esa entrevista, puedo distinguir un poco mejor en qué consistía el "malestar impreciso" de esa noche en que pasé del partido de Peñarol a los goles de Owen y Crespo. El caso de Almeyda sintetiza en realidad bastante bien el conflicto del jugador que se resiste al abandono del juego, porque es abandonar al mismo tiempo un mundo mágico e infantil, un mundo donde el rigor de las referencias de la adultez o lo que llamamos la "cruda realidad" quedan suspendidos, postergados. Sin embargo, ese malestar no es ajeno. Me concierne. Estoy siendo testigo, en realidad, del agotamiento de las figuras que aparecieron junto con mi interés por este deporte. Y lo que es más importante: estos jugadores tienen más o menos mi edad. Ya no cuentan tanto las jugadas aisladas, ya no son tan determinantes los goles esforzados. Estos jugadores transmiten con sus movimientos eclipsados el fin de una época, el anuncio de la salida del universo ficcional que es el reducto del campo de juego, para entrar en el espacio abierto y de reglas más difusas de la propia vida.
Más o menos a mediados de 1995 (después de la Copa América jugada aquí en Uruguay) empecé a interesarme con cierta seriedad por el fútbol. Escuchaba, por ejemplo, las campañas del Peñarol del Quinquenio de Oro a través de Radio Carve, de Montevideo, en la voz de Carlos Muñoz. En ese mismo 1995, luego de la excitación común que había dejado la obtención de la Copa América en todos nosotros, las autoridades de la AUF habían dispuesto que en la primera fecha del Campeonato Clausura, es decir el torneo inmediatamente posterior a la final de Uruguay contra Brasil en el Centenario, hubiera, nada más ni nada menos que un clásico. Un notorio golpe comercial. Esa tarde, una tarde de agosto, con sol pero mucho frío, me enojé con mi padre. Yo tenía quince años y aquello podía ser una cosa corriente. Pero a mi padre le sorprendió mucho el motivo. Quería quedarme en casa escuchando en la radio el partido entre Peñarol y Nacional. Mi padre, en cambio, me obligó a acompañarlo a recoger leña a un monte de eucaliptos que quedaba del otro lado del hoyo 15 del club de golf. Era un monte profundo que tenía, sin embargo, un inmenso claro donde entraba el sol y donde algunos muchachos de mi barrio que iban a soltar caballos a ese lugar habían encontrado personas ahorcadas en lo más alto de aquellos follajes. Al final, estuvimos algunas horas recogiendo leña y cortándola y acomodándola en el carro, y ninguna cosa de lo que había alrededor me comunicaba nada sobre actividad humana alguna, mucho menos con lo que podía estar sucediendo en un partido de fútbol jugado a 130 kilómetros. Cuando regresé a casa me enteré de que el clásico había sido un fiasco, un 0 a 0 que parecía devolvernos a las apuradas a nuestra cotidianeidad sin brillo. En Nacional, por ejemplo, jugaba Álvaro Gutiérrez un muy buen número cinco, aficionado a coleccionar guitarras y más recordado por no haber errado el penal en la final contra Brasil que por haberlo convertido. En Peñarol, desde luego, la estrella era Pablo Bengoechea, el autor del increíble gol de tiro libre que terminó poniendo el 1 a 1 en aquella final.
Pero también seguía muy de cerca, en los relatos de Víctor Hugo Morales, para Radio Continental de Buenos Aires, las campañas de River Plate y de Vélez Sársfield, que fueron los equipos más existosos y vistosos de por esos años. Esto, de forma curiosa, me unía profundamente a mi padre. Porque en el fútbol argentino él era hincha de esos dos clubes. Antes de conocer a mi madre, mi padre pasó una época en Buenos Aires. A él no le gusta o directamente, de pura pereza, no le dan ganas de hablar sobre su pasado. Es más, en el caso de esa temporada en Buenos Aires, ya ni siquiera recuerda de qué años se trata. Así que hay conformarse con que de vez en cuando en una conversación aislada suelte alguna perla un poco sucia a la que uno debe lustrar con paciencia para hallar, sea como sea, el brillo de toda una historia. Un día cayeron las pistas: los fines de semana iba al Monumental o algún otro estadio a ver a River Plate. Mi padre estaba fascinado con un jugador de River Plate que se terminó transformando uno de los más trascendentes de toda su historia: Norberto Alonso. Pero si un domingo River jugaba en algún lugar alejado al que mi padre no podía llegar con facilidad, entonces iba a ver a otro jugador que admiraba: Carlos Bianchi. Bianchi, más conocido hoy en día por su carrera como director técnico, fue en su época de jugador un goleador espectacular. De hecho, hasta el día de hoy, es el jugador argentino que más goles ha convertido en partidos oficiales en cualquier liga del mundo (385). Eso hacía mi padre cuando ver a Norberto Alonso se le hacía difícil: ir a entusiasmarse con el juego certero de aquel centrodelantero prematuramente calvo, como él mismo. También quizás le causara gracia que al salir del estadio de Vélez tuviera que pasar por un barrio llamado Kennedy, al igual que el lugar de Punta del Este donde se crió. Gracias a estos datos pude al final determinar más o menos la época en la que mi padre vivió en Buenos Aires. No fue más allá de 1973, ya que en ese año Bianchi fue traspasado al fútbol francés, al Stade de Reims. En 1975 mis padres se conocen y en 1976 se casan en Maldonado. En 1976, casualmente, Norberto Alonso es transferido a Francia, al Olimpique. En 1980 nazco yo y, a escondidas de mi madre, que seguía convaleciente en el sanatorio, mi padre rompe el pacto que ambos habían realizado de colocarme un solo nombre. En el registro, pronuncia para su primer hijo un segundo nombre que en esos años seguía revelando una pasión: Norberto. Tanto en la escuela como en el liceo, traté de ocultar mi "Norberto". Cuando aparecía llegaban las risas y la vergüenza. Después hice una especie de pacto y hasta lo terminé adoptando en un seudónimo con el que publiqué mis primeras cosas. De vez en cuando, al hacer zapping, veo a Norberto Alonso en uno de esos programas de opinión que hay en los canales deportivos del cable y no le presto mucha atención a lo que dice en un principio porque me llega de nuevo toda esa historia familiar. Así es cómo terminé más o menos acostumbrándome al nombre "Norberto", como quien al final se acostumbra a un pariente fastidioso que se va poniendo viejo y requiere, después de todo, algo de nuestra capacidad para la piedad. Hace muy poco, encontré un dato que revela otra interesante coincidencia entre Alonso y Bianchi. Cuando ambos regresaron del fútbol francés, fueron compañeros en Vélez Sársfield en las temporadas del '82 y el '83. No sé si mi padre lo sabe. En esos años él ya tenía 30 y estaba criando a sus primeros dos hijos.
Yo tenía quince o dieciséis años, entonces, cuando empezaba a descubrir que el fútbol me conectaba además con otros asuntos que lo excedían. En aquellos veranos escuchaba a Víctor Hugo Morales, y a veces la noche me agarraba en el club de golf sin que hubiera terminado de trabajar. Cuando llegaba a mi casa me podía encontrar con mi padre, que había escuchado también él el mismo partido. Una noche de un calor tormentoso, a mediados de diciembre, me sorprendí con la euforia de mi padre por un partido que había acabado de oír en Continental y en el que Vélez Sársfield (con Bianchi ahora como director técnico) había derrotado a Boca Juniors para coronarse como campeón. Mi padre me hablaba de lo que había jugado José Basualdo como si lo hubiera visto. Como no había podido escuchar ese partido, al otro día en el club corroboré todo en las páginas de Clarín y me apoderé del poster de Vélez que el diario traía. Ahora, cuando hago memoria de cómo era mi cuarto, veo aquel poster con jugadores como Patricio Camps o Fernando Pandolfi, y, por supuesto, el gran José Luis Chilavert, un arquero que en esos torneos terminaba siempre a la mitad en la tabla de goleadores y que le contagió las ganas de hacer goles a otros colegas del arco como Ignacio González, de Racing, o Bossio, de Estudiantes de la Plata. Pero junto a aquel poster de Vélez Sársfield estaba el del Peñarol campeón uruguayo de 1997, el que había jugado las finales ante Defensor Sporting. Ahí estaban grandes glorias como Pablo Bengoechea, Carlos Aguilera, pero también jugadores jóvenes como Antonio Pacheco o Marcelo Zalayeta.
Hace varias semanas, un miércoles de noche, vi por televisión un partido atrasado entre Peñarol y Wanderers que me hizo actualizar varios de esos viejos gustos y sentimientos de los '90 que describí más arriba. En el partido, que terminó ganando Peñarol por 2 a 1, pude observar a Antonio Pacheco, trece años más tarde desde que fue tomada la fotografía que terminó contra la pared de mi cuarto. Ya no tiene aquellos arranques explosivos de velocidad sobre la última zona del campo rival. Ni se lo ve tanto en el área para esos típicos remates ajustados forzando la pierna hacia abajo; entonces el gol se aseguraba, porque donde otros jugadores enviaban la pelota a las nubes, el mismo cuerpo de Pacheco anticipaba la trayectoria del balón, que picaba en el césped y salía disparado ya hacia la red. Ahora Pacheco juega un poco ocupando la estética y el criterio que Bengoechea dejó vacante en el equipo con su retiro. Pacheco arranca desde más atrás, lanza pases al vacío y definitivamente es el dueño de todos los corners y los tiros libres. Hay algo que se perdió, pero al mismo tiempo hay algo que hizo su aparición.
En el descanso de ese partido entre Peñarol y Wanderers, me dediqué a hacer un recorrido por los otros canales deportivos, y me quedé definitivamente en uno de esos compactos de goles de todas las ligas. La verdad es que lo que observé se me juntó con la conciencia de saber cómo estaba jugando Pacheco y el resultado fue como una especie de malestar impreciso.
Primero fue un gol de Michael Owen para el Manchester United. La voz en off del periodistas dijo algo así como "Michael Owen... el niño maravilla... Ya tiene treinta años el niño maravilla". Fue un comentario al pasar, pero me caló hondo. ¿En qué quedó para el fútbol inglés toda aquella promesa que incluía al mismo Owen haciéndole un gol espectacular a Argentina en Francia '98?, pensé. Me di cuenta de que ya estábamos viendo los últimos goles de Owen, y no ya los goles que anticipaban todos los que vendrían en un futuro... Hace goles ahora entre semana por la Carling Cup, pero nos quedamos con ganas de ver sus goles en el Mundial de Sudáfrica 2010... Después hubo un par de resúmenes más y tuve ante mí a Hernán Crespo, en su reciente nueva etapa en el Parma italiano, convirtiendo por fin su tan esperado gol en ese regreso. Cuando pasan el replay, se nota que es un gol realizado con un esfuerzo imponente. Crespo anticipa a los zagueros, estira la pierna y desvía casi sin ángulo hacia el fondo del arco la pelota que han desbordado. Unos segundos más tarde llegó Matías Almeyda, el mediocampista de River Plate, pero en este caso declarando algo acerca del próximo rival de su equipo.
Hernán Crespo y Matías Almeyda no son ni de lejos ya esas caritas repletas de lozanía y candidez que uno podía ver en las fotos de El Gráfico a mediados de los '90, cuando ambos formaban parte de aquel extraordinario equipo de River Plate que ganó la Copa Libertadores de 1996 y que en 1997 obtuvo en el campeonato argentino números como los de la histórica máquina de los años '40, cuyos delantera tenía a Moreno, Pedernera, Di Stéfano, Labruna y Loustau. En el ataque de aquel River del '96/'97, dirigido por Ramón Díaz estaban Francescoli, Berti, Ortega, Crespo y Cruz, y además iban y venían Gallardo (hoy en Nacional), Salas y Solari (hoy en Peñarol). Aquellos jugadores fueron parte de los primeros que comencé a admirar cuando me interesé de verdad por el fútbol. Cada martes, me subía a la bicicleta y llegaba hasta un quiosco a la altura de la parada 2 de la Brava para comprarme el último número de El Gráfico. Allí estaban todos esos jugadores.
Hace poco estaba hojeando El Gráfico del mes de setiembre (ahora que esta revista sale, desafortunadamente, de forma mensual). En la tapa vemos a Matías Almeyda y muy cerca de su pera la frase del titular: "Señor Milagro"... El año pasado, jugando en el equipo senior de River Plate, Enzo Francescoli se fijó en lo bien que seguía jugando uno de sus compañeros de equipo: Matías Almeyda. Le propuso de inmediato algo: que, teniendo en cuenta la pobre campaña del club en Primera División, sería de mucha ayuda que regresara al fútbol. Y así lo hizo. Hoy Almeyda tiene 37 años, una edad en la que muchos futbolistas están retirados de hace tiempo, y no sólo es titular en River, sino que es el líder espiritual que busca sobreponer a todo el mundo de una campaña final en 2009 que dejó al club al borde del descenso. La entrevista de El Gráfico está atravesada por el tema del tiempo. Almeyda, que ya no es hoy aquel "Pibe de Azul", como lo llamó Víctor Hugo Morales en sus comienzos, sabe que lo que está viviendo es un regalo, una última postergación antes del fin total. Dice que sus hijos están sorprendidos de que a la salida del colegio le pidan autógrafos, y que, incluso una de sus hijas, se niega rotundamente a acompañarlo al estadio para verlo jugar. Almeyda sabe que una lesión a su edad puede ser el final. Pero sabe también que hay una tensión mayor que lo afecta en su vida, en un nivel más amplio.
Fijándome de nuevo en las declaraciones de Almeyda para esa entrevista, puedo distinguir un poco mejor en qué consistía el "malestar impreciso" de esa noche en que pasé del partido de Peñarol a los goles de Owen y Crespo. El caso de Almeyda sintetiza en realidad bastante bien el conflicto del jugador que se resiste al abandono del juego, porque es abandonar al mismo tiempo un mundo mágico e infantil, un mundo donde el rigor de las referencias de la adultez o lo que llamamos la "cruda realidad" quedan suspendidos, postergados. Sin embargo, ese malestar no es ajeno. Me concierne. Estoy siendo testigo, en realidad, del agotamiento de las figuras que aparecieron junto con mi interés por este deporte. Y lo que es más importante: estos jugadores tienen más o menos mi edad. Ya no cuentan tanto las jugadas aisladas, ya no son tan determinantes los goles esforzados. Estos jugadores transmiten con sus movimientos eclipsados el fin de una época, el anuncio de la salida del universo ficcional que es el reducto del campo de juego, para entrar en el espacio abierto y de reglas más difusas de la propia vida.
martes, 7 de setiembre de 2010
Procesión
Estábamos caminando con un amigo por las afueras de Maldonado, cuando nos topamos con una procesión que venía andando por donde antes había unas vías de tren. Como el tendido estaba en una parte alta del terreno, veíamos a las personas de la procesión un poco desde abajo. No llegué a darme cuenta de qué llevaban quienes iban al frente, pero en el medio de todo venía caminando trabajosamente, como si fuera lo último que le quedaba por hacer, un buey blancuzco al que le habían colocado unas alas inmensas. Lo que le habían hecho es lo siguiente: lo habían abierto a cada costado de la columna y allí le habían encajado las alas, que eran tan largas como su lomo. Pero las alas iban como muertas y caían hacia un lado y otro. Donde se producía la unión entre el cuerpo del buey y las alas había una mescolanza de sangre, emplastos y crema. Mi amigo, o alguien más que no llegaba a ver bien, me decía que no había dado el tiempo como para que las cicatrices se cerraran del todo, y que era probable que las alas se soltaran un poco de la carne del buey. En cierto momento, la procesión se detuvo. El buey, que había estado avanzando todo el tiempo entre resoplidos, se había desviado un poco y había comenzado a trastabillar. Entonces empezó a desender por la pendiente de la vía sin poder afirmarse por completo. Parecía que en cualquier instante se iba a caer sobre su ala izquierda y que terminaría rodando hacia el lugar en que estábamos nosotros. Pero cuando las patas iban marcando surcos en la bajada, el buey de pronto se irguió y levantó un breve vuelo. La procesión se desbandó y todos empezaron a gritar. Mientras el buey avanzaba a media altura aleteando casi sin poder batir las alas, le pregunté a mi amigo si eso era un pegaso. "Eso no es un pegaso", me respondió. De pronto, como a unos cien metros, el buey se acercó al suelo y se quedó quieto. No fue una caída. Después todos corrimos hasta el lugar y nos quedamos parados frente al buey, que comenzaba a morirse. Sin embargo, no le podías ver los ojos.
domingo, 5 de setiembre de 2010
Apuntes de fútbol (IV)
Domingo de noche. Viendo Vélez Sársfield y River Plate por la tele. Vélez gana 2 a 1 y se apodera junto con Arsenal de la punta del Apertura. Las cámaras siguen a Santiago Silva, el delantero uruguayo del equipo de Liniers. Silva no deja de escupir y sacarse mocos a cada primer plano. Como al pasar digo que debe de secretar como un kilo de mocos por partido. Hay entonces un comentario femenino a mi lado: "¡Ay, pobres!... ¿No pueden usar pañuelitos?"
Unos minutos más tarde Silva busca su segundo gol personal. Fuera del área se la lleva desde la punta al medio y, aunque es derecho, le pega de zurda. El remate da en el palo derecho de Carrizo. Salto desde mi silla y me agarro la cabeza con ambas manos. ¿Por qué tengo que reaccionar así?... Bueno, explico, un gol así terminaba siendo un acto estético... No sé por qué, pero hablo así... Y sigo diciendo que en realidad lo que lamento es la no concreción de ese acto estético. Entonces se deja caer el nuevo comentario: "Por favor... Es un partido de mierda".
Unos minutos más tarde Silva busca su segundo gol personal. Fuera del área se la lleva desde la punta al medio y, aunque es derecho, le pega de zurda. El remate da en el palo derecho de Carrizo. Salto desde mi silla y me agarro la cabeza con ambas manos. ¿Por qué tengo que reaccionar así?... Bueno, explico, un gol así terminaba siendo un acto estético... No sé por qué, pero hablo así... Y sigo diciendo que en realidad lo que lamento es la no concreción de ese acto estético. Entonces se deja caer el nuevo comentario: "Por favor... Es un partido de mierda".
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miércoles, 1 de setiembre de 2010
Apuntes de fútbol (III)
¡Pero vaya, vaya con la nota que el suplemento Ovación del diario El País le acaba de dedicar a Juan Ramón Carrasco!
Ya parecía raro que a la vuelta del Campeonato Uruguayo no se supiera nada de Carrasco luego de su alejamiento de River Plate.
Una periodista cae entonces por la casa, lleva un fotógrafo, y Juan Ramón se saca la siempre tranquilizadora y aleccionante foto del hombre de fútbol junto a su familia. Carrasco, vestido de equipo deportivo, sonríe de costado rodeado de niños.
"¿Qué está haciendo Carrasco?" es la obvia pregunta que le da impulso a la nota. Y es que al parecer Carrasco nos ha acostumbrado desde hace largo tiempo a la idea de que siempre está haciendo algo. En realidad, la idea es ahora la de una fuerza que se mueve casi de forma subrepticia, algo que se trama por detrás del escenario. Por eso el título: "Carrasco dispuesto a compartir sus secretos".
Primero es preciso ir al final de la nota y dejar que Carrasco opine sobre la reciente actuación de Uruguay en la Copa del Mundo. Dice que lo vivió con mucha alegría como todos los uruguayos. Conociéndolo a Carrasco, parece que a esa declaración devota le falta una post-data del tamaño de una bola hecha con todos los chicles que se mascó desde aquel partido contra Venezuela en 2004. Y la bola no se hace esperar mucho, baja desde la cima de su personalidad a todo lo que da, soltando baba vieja para todos lados... Claro que le gustó la participación de Uruguay en Sudáfrica, pero... pero... La nota contiene algunas declaraciones entrecomilladas al respecto, y ya imaginamos a Carrasco trabajando sus muelas de juicio antes de responder: "No se puede analizar cuando se vivieron tantas emociones. Obvio que tengo mi análisis, pero con lo que lograron hay que dejarlo de lado. ¡Fue impresionante!". No se sabe cuál es el análisis. Simplemente parece ser el momento menos indicado para hacerlo. Está bien. Acá tenemos entonces al ex- director técnico de la Selección Uruguaya preparando algo en su cocina mientras todos festejan en el living: Tabárez, los jugadores, la prensa, los dirigentes y el pueblo.
Entonces, cuando se vuelva al comienzo de la nota, esta ya no será la misma.
Hay algo luciferino en las declaraciones de Carrasco. Él, justo él, que fue expulsado del Paraíso Celeste por el pecado de los pecados de la autosuficiencia, o algo por el estilo, tiene un plan... Cada día de la vida de Carrasco, desde aquella fatídica derrota ante Venezuela en el Centenario, cada minuto, cada segundo, cada vuelta de cada una de sus neuronas yendo a buscar algún tipo de información al segundo palo o abriendo las piernas para dejar correr la pelota, han estado orientados no sólo a demostrar el error en el que vivió la gente desde aquel partido, sino a apoderarse de una vez por todas del fútbol uruguayo. Lo efectividad y lo vistoso del juego de River Plate no son nada al lado de lo que se viene. Ahora Carrasco no va a tener jugadores a los que cambiar de la noche a la mañana a su "filosofía de juego"... Ahora los va a moldear desde su más tierna infancia y van a salir todos en serie como de una fábrica con el "el chip Carrasco", porque se viene su academia de aprendizaje futbolístico. Junto a un equipo que incluye a un psicólogo y a un nutricionista, entre otros profesionales, Carrasco promete la llegada de una revolución para dentro de unos años con la aparición de un tipo de jugador que llevará su marca indiscutible. La gente apuntará con el dedo hacia la cancha de cualquier partido de América o de Europa y dirá: "¡Oh! ¡Aquel, sí, aquel a quien ves correr como nadie tras la pelota, ese, ese está hecho a imagen y semejanza de Juan Ramón."
A Carrasco no le preocupan las eventualidades, como el hecho de que en el próximo verano pueda transformarse en el nuevo técnico de la selección de Panamá. Todo está listo como para funcionar aun si él no estuviera en el país. Se trata, en síntesis, de la puesta en marcha de un mecanismo que no se interrumpirá con nada. No importa qué haga Carrasco de aquí en más. Con sólo activar la palanca dentro de unos días sus nuevos esbirros comenzarán a salir uno tras otro. Primero coparán el fútbol uruguayo, y serán el fútbol uruguayo; más tarde, ya llevando el germen de la nueva era, y como si observáramos en un mapa la extensión del desarrollo de una epidemia, los jugadores llegarán al fútbol argentino, y después al peruano, al paraguayo, al colombiano... Y no será noticia que un día no muy lejano le toque el turno a España, Italia e Inglaterra hasta que el impulso abarque el Mundo entero.
Como en un buen dibujo animado de un sábado por la mañana, el villano puede estar jugando a dos puntas. Ataca por un lado mientras en su laboratorio algo funciona en paralelo. Carrasco "is in the making", Carrasco se está haciendo a sí mismo...
¿Quién no lo ve? Carrasco volverá y será millones. Su cuerpo, su ya fláccido cuerpo de veterano retirado del fútbol con más de cuarenta años, más por imperio de la circunstancias que por aburrimiento, está pronto para dejar salir su alma ansiosa y transmigrar al cuerpo múltiple de su creación monstruosa.
Ya parecía raro que a la vuelta del Campeonato Uruguayo no se supiera nada de Carrasco luego de su alejamiento de River Plate.
Una periodista cae entonces por la casa, lleva un fotógrafo, y Juan Ramón se saca la siempre tranquilizadora y aleccionante foto del hombre de fútbol junto a su familia. Carrasco, vestido de equipo deportivo, sonríe de costado rodeado de niños.
"¿Qué está haciendo Carrasco?" es la obvia pregunta que le da impulso a la nota. Y es que al parecer Carrasco nos ha acostumbrado desde hace largo tiempo a la idea de que siempre está haciendo algo. En realidad, la idea es ahora la de una fuerza que se mueve casi de forma subrepticia, algo que se trama por detrás del escenario. Por eso el título: "Carrasco dispuesto a compartir sus secretos".
Primero es preciso ir al final de la nota y dejar que Carrasco opine sobre la reciente actuación de Uruguay en la Copa del Mundo. Dice que lo vivió con mucha alegría como todos los uruguayos. Conociéndolo a Carrasco, parece que a esa declaración devota le falta una post-data del tamaño de una bola hecha con todos los chicles que se mascó desde aquel partido contra Venezuela en 2004. Y la bola no se hace esperar mucho, baja desde la cima de su personalidad a todo lo que da, soltando baba vieja para todos lados... Claro que le gustó la participación de Uruguay en Sudáfrica, pero... pero... La nota contiene algunas declaraciones entrecomilladas al respecto, y ya imaginamos a Carrasco trabajando sus muelas de juicio antes de responder: "No se puede analizar cuando se vivieron tantas emociones. Obvio que tengo mi análisis, pero con lo que lograron hay que dejarlo de lado. ¡Fue impresionante!". No se sabe cuál es el análisis. Simplemente parece ser el momento menos indicado para hacerlo. Está bien. Acá tenemos entonces al ex- director técnico de la Selección Uruguaya preparando algo en su cocina mientras todos festejan en el living: Tabárez, los jugadores, la prensa, los dirigentes y el pueblo.
Entonces, cuando se vuelva al comienzo de la nota, esta ya no será la misma.
Hay algo luciferino en las declaraciones de Carrasco. Él, justo él, que fue expulsado del Paraíso Celeste por el pecado de los pecados de la autosuficiencia, o algo por el estilo, tiene un plan... Cada día de la vida de Carrasco, desde aquella fatídica derrota ante Venezuela en el Centenario, cada minuto, cada segundo, cada vuelta de cada una de sus neuronas yendo a buscar algún tipo de información al segundo palo o abriendo las piernas para dejar correr la pelota, han estado orientados no sólo a demostrar el error en el que vivió la gente desde aquel partido, sino a apoderarse de una vez por todas del fútbol uruguayo. Lo efectividad y lo vistoso del juego de River Plate no son nada al lado de lo que se viene. Ahora Carrasco no va a tener jugadores a los que cambiar de la noche a la mañana a su "filosofía de juego"... Ahora los va a moldear desde su más tierna infancia y van a salir todos en serie como de una fábrica con el "el chip Carrasco", porque se viene su academia de aprendizaje futbolístico. Junto a un equipo que incluye a un psicólogo y a un nutricionista, entre otros profesionales, Carrasco promete la llegada de una revolución para dentro de unos años con la aparición de un tipo de jugador que llevará su marca indiscutible. La gente apuntará con el dedo hacia la cancha de cualquier partido de América o de Europa y dirá: "¡Oh! ¡Aquel, sí, aquel a quien ves correr como nadie tras la pelota, ese, ese está hecho a imagen y semejanza de Juan Ramón."
A Carrasco no le preocupan las eventualidades, como el hecho de que en el próximo verano pueda transformarse en el nuevo técnico de la selección de Panamá. Todo está listo como para funcionar aun si él no estuviera en el país. Se trata, en síntesis, de la puesta en marcha de un mecanismo que no se interrumpirá con nada. No importa qué haga Carrasco de aquí en más. Con sólo activar la palanca dentro de unos días sus nuevos esbirros comenzarán a salir uno tras otro. Primero coparán el fútbol uruguayo, y serán el fútbol uruguayo; más tarde, ya llevando el germen de la nueva era, y como si observáramos en un mapa la extensión del desarrollo de una epidemia, los jugadores llegarán al fútbol argentino, y después al peruano, al paraguayo, al colombiano... Y no será noticia que un día no muy lejano le toque el turno a España, Italia e Inglaterra hasta que el impulso abarque el Mundo entero.
Como en un buen dibujo animado de un sábado por la mañana, el villano puede estar jugando a dos puntas. Ataca por un lado mientras en su laboratorio algo funciona en paralelo. Carrasco "is in the making", Carrasco se está haciendo a sí mismo...
¿Quién no lo ve? Carrasco volverá y será millones. Su cuerpo, su ya fláccido cuerpo de veterano retirado del fútbol con más de cuarenta años, más por imperio de la circunstancias que por aburrimiento, está pronto para dejar salir su alma ansiosa y transmigrar al cuerpo múltiple de su creación monstruosa.
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Juan Ramón Carrasco
lunes, 30 de agosto de 2010
Segundo partido entre escritores (resumen)
[Maldonado festeja uno de sus goles. González Bertolino alumbró los goles de su equipo luego de que Trujillo los preparara.]
Fecha: Sábado 28 de agosto de 2010, hora 11:00
Cancha: Calle Treinta y Tres entre Lois y Centenario, Minas, Lavalleja.
Condiciones climáticas: Cielo cubierto. Tormentoso. Temperatura media: 22º. Humedad 94%
Árbitro: (sin árbitro)
Maldonado 12: Damián González Bertolino (5); Ignacio di Tullio (3); Ignacio Fernández de Palleja (1); Valentín Trujillo (1); Leonardo Cabrera (en contra) y Horacio Cavallo (en contra)
San José 6: Pedro Peña (4); Leonardo de León (1) y Leonardo Cabrera (1)
Tarjetas amarillas: Ignacio Fernández de Palleja (M); Ignacio di Tullio (M); Rodolfo Santullo (SJ).
Tarjetas rojas: No hubo.
PRIMER TIEMPO (Maldonado 3 - San José 1)
'1 GOL: González Bertolino, definiendo de primera tras pase al segundo palo (1 - 0)
'2 Intento de Cavallo
'3 Intento de Trujillo
'4 Intento de González Bertolino. Contragolpe: intento de Peña
'5 GOL: de León, con disparo cruzado y bajo (1 - 1)
'9 Tiro al arco de González Bertolino. Atajada de Santullo
'11 Tiro al arco de Trujillo, sale desviado. Tiro al arco de Cabrera, da en el palo. Remate de Trujillo desde la mitad de la cancha: ataja Santullo
'12 San José presiona buscando el segundo gol
'12 Remate de González Bertolino. Santullo rechaza al corner.
'13 Tiro de González Bertolino: ataja Santullo
'14 Intento desde media cancha de di Tullio: tiro de esquina
'14 Intento de Cavallo
'15 Dos llegadas de San José
'16 Tiro al arco González Bertolino
'17 Tiro al arco de di Tullio
'18 Tiro al arco de Peña: pega en el palo
'20 Llegada de Maldonado. Intento de González Bertolino
'21 Llegada peligrosa de Maldonado: tiro de González Bertolino: ataja Santullo
'22 Se salva Maldonado de nuevo: Remate desde lejos de Leonardo Cabrera: pega en el poste derecho del arco de Muniz.
'23 Dos llegadas consecutivas de San José, con remates de Cabrera y Cavallo, son atajadas por Muniz
'24 Llegada de Maldonado: sin peligro.
'25 Dos tiros de esquina seguidos para Maldonado: finalmente contiene Santullo.
'27 Tiro al arco de di Tullio, desviado.
'27 GOL: González Bertolino roba una pelota y define cayéndose y de puntín por entre las piernas de Santullo (2 - 1).
'28 Una llegada para cada lado. Los remates de González Bertolino y de Cavallo sin éxito.
'29 Tiro desde media distancia de Cabrera
'29 GOL: jugada conlectiva entre González Bertolino, Trujillo y di Tullio. Pase de di Tullio desde la izquierda al medio, González Bertolino remata de derecha y de primera con cara interna, la pelota da en el ángulo. González Bertolino captura el rebote y fusila a Santullo (3 - 1)
'30 Tiro peligroso de de León.
'31 Llegada de San José sin peligro.
'32 Llegada de Maldonado: tiro de Trujillo.
'32 Tiro de Cabrera y fin del primer tiempo
ENTRETIEMPO: Fernández de Palleja con serios problemas de descompostura.
SEGUNDO TIEMPO: (Maldonado 9 - San José 5)
'1 Tiro de Peña. Ataja Muniz.
'2 GOL: Peña recupera una pelota y encara a la defensa. Elude a un par y la pone contra un palo ante la salida de Muniz. (3 - 2)
'2 GOL: Nueva corrida y enganche de Peña para batir a Muniz. (3 - 3)
'3 Llegada de Maldonado: intento de cabeza de González Bertolino. Se va por encima del travesaño.
'4 GOL: Peña recibe la pelota, la frena, la pisa, mira el arco y patea alto y contra el travesaño fusilando a Muniz. Peña redondea en dos minutos una gran actuación personal, haciendo tres goles consecutivos y adelantando a su equipo. (3 - 4)
'4 GOL: di Tullio define suave y bajo ante la salida de Santullo. (4 - 4)
'5 Llegada de González Bertolino, remate desviado.
'6 Tiro de di Tullio
'6 GOL: Gol en contra de Leonardo Cabrera, no puede retener el balón y descoloca a Santullo. (5 - 4)
'8 GOL: Fernández de Palleja trepa por el lateral izquierdo y define bajo contra el pie de apoyo de Santullo. (6 - 4)
'9 Tiro al arco de di Tullio
'10 Intento de de León.
'11 GOL: di Tullio (7 - 4)
'11 GOL: Vistoso gol. González Bertolino recibe la pelota y la jopea sobre un costado de Leonardo Cabrera cuando este sale a marcarlo. González Bertolino la va a buscar por el otro lado y ajusta el remate hacia abajo ante la salida de Santullo. Estalla el equipo de Maldonado. (8 - 4) González Bertolino se lo dedica a su señora mamá en claro gesto. [Se siente el impacto del gol]
'13 Jugada personal de Trujillo: atajada de Santullo
'14 Tiro de di Tullio
'15 Jugada personal de González Bertolino. Elude dos jugadores y luego a Santullo. Define luego de zurda. La pelota da en el travesaño, baja, pica sobre la línea y sale.
'18 GOL: Gran jugada de Trujillo llevando la pelota desde su área casi hasta la rival, sacándose un par de hombres de encima. Pase al vacío para González Bertolino, que define picando la pelota para darse un autopase y eludir a Santullo, definiendo fuerte con el arco vacío. Quinto gol de González Bertolino, con el que se transforma en el goleador del partido. (9 - 4)
'19 Leonardo de León se retira extenuado del campo de juego. Sustituído por Agustín García (amigo, jugador invitado).
'21 GOL: Foul sobre Pedro Peña. Mientras algunos jugadores rivales se preocupan por la salud del jugador de San José, García saca rápidamente hacia atrás el tiro libre. Cabrera llega a la carrera y remata desde casi la mitad de la cancha. Es un golazo. El remate es violento y se cuela contra el palo ante la mirada atónita de los jugadores de Maldonado. (9 - 5)
'22 GOL: San José reacciona. Gran gol de Pedro Peña, dribbleando y definiendo ante salida de Muniz. (9 - 6)
'24 GOL: Cavallo en contra. (10 - 6)
'26 Sale lesionado Cabrera tras golpe de di Tullio (que recibe tarjeta amarilla). Entra de León de nuevo a la cancha.
'27 GOL: di Tullio (11 - 6)
'29 GOL: Trujillo (12 - 6)
'30: Fin del partido.
-----
Entrega de premios:
Mejor jugador del partido: Pedro Peña
Goleador: Damián González Bertolino (5)
Mejor arquero: Fabián Muniz
(*) Agradezco profundamente a Agustín García, quien tomó la gran base de estas notas mientras el partido se jugaba y me las cedió con total generosidad.
Fecha: Sábado 28 de agosto de 2010, hora 11:00
Cancha: Calle Treinta y Tres entre Lois y Centenario, Minas, Lavalleja.
Condiciones climáticas: Cielo cubierto. Tormentoso. Temperatura media: 22º. Humedad 94%
Árbitro: (sin árbitro)
Maldonado 12: Damián González Bertolino (5); Ignacio di Tullio (3); Ignacio Fernández de Palleja (1); Valentín Trujillo (1); Leonardo Cabrera (en contra) y Horacio Cavallo (en contra)
San José 6: Pedro Peña (4); Leonardo de León (1) y Leonardo Cabrera (1)
Tarjetas amarillas: Ignacio Fernández de Palleja (M); Ignacio di Tullio (M); Rodolfo Santullo (SJ).
Tarjetas rojas: No hubo.
PRIMER TIEMPO (Maldonado 3 - San José 1)
'1 GOL: González Bertolino, definiendo de primera tras pase al segundo palo (1 - 0)
'2 Intento de Cavallo
'3 Intento de Trujillo
'4 Intento de González Bertolino. Contragolpe: intento de Peña
'5 GOL: de León, con disparo cruzado y bajo (1 - 1)
'9 Tiro al arco de González Bertolino. Atajada de Santullo
'11 Tiro al arco de Trujillo, sale desviado. Tiro al arco de Cabrera, da en el palo. Remate de Trujillo desde la mitad de la cancha: ataja Santullo
'12 San José presiona buscando el segundo gol
'12 Remate de González Bertolino. Santullo rechaza al corner.
'13 Tiro de González Bertolino: ataja Santullo
'14 Intento desde media cancha de di Tullio: tiro de esquina
'14 Intento de Cavallo
'15 Dos llegadas de San José
'16 Tiro al arco González Bertolino
'17 Tiro al arco de di Tullio
'18 Tiro al arco de Peña: pega en el palo
'20 Llegada de Maldonado. Intento de González Bertolino
'21 Llegada peligrosa de Maldonado: tiro de González Bertolino: ataja Santullo
'22 Se salva Maldonado de nuevo: Remate desde lejos de Leonardo Cabrera: pega en el poste derecho del arco de Muniz.
'23 Dos llegadas consecutivas de San José, con remates de Cabrera y Cavallo, son atajadas por Muniz
'24 Llegada de Maldonado: sin peligro.
'25 Dos tiros de esquina seguidos para Maldonado: finalmente contiene Santullo.
'27 Tiro al arco de di Tullio, desviado.
'27 GOL: González Bertolino roba una pelota y define cayéndose y de puntín por entre las piernas de Santullo (2 - 1).
'28 Una llegada para cada lado. Los remates de González Bertolino y de Cavallo sin éxito.
'29 Tiro desde media distancia de Cabrera
'29 GOL: jugada conlectiva entre González Bertolino, Trujillo y di Tullio. Pase de di Tullio desde la izquierda al medio, González Bertolino remata de derecha y de primera con cara interna, la pelota da en el ángulo. González Bertolino captura el rebote y fusila a Santullo (3 - 1)
'30 Tiro peligroso de de León.
'31 Llegada de San José sin peligro.
'32 Llegada de Maldonado: tiro de Trujillo.
'32 Tiro de Cabrera y fin del primer tiempo
ENTRETIEMPO: Fernández de Palleja con serios problemas de descompostura.
SEGUNDO TIEMPO: (Maldonado 9 - San José 5)
'1 Tiro de Peña. Ataja Muniz.
'2 GOL: Peña recupera una pelota y encara a la defensa. Elude a un par y la pone contra un palo ante la salida de Muniz. (3 - 2)
'2 GOL: Nueva corrida y enganche de Peña para batir a Muniz. (3 - 3)
'3 Llegada de Maldonado: intento de cabeza de González Bertolino. Se va por encima del travesaño.
'4 GOL: Peña recibe la pelota, la frena, la pisa, mira el arco y patea alto y contra el travesaño fusilando a Muniz. Peña redondea en dos minutos una gran actuación personal, haciendo tres goles consecutivos y adelantando a su equipo. (3 - 4)
'4 GOL: di Tullio define suave y bajo ante la salida de Santullo. (4 - 4)
'5 Llegada de González Bertolino, remate desviado.
'6 Tiro de di Tullio
'6 GOL: Gol en contra de Leonardo Cabrera, no puede retener el balón y descoloca a Santullo. (5 - 4)
'8 GOL: Fernández de Palleja trepa por el lateral izquierdo y define bajo contra el pie de apoyo de Santullo. (6 - 4)
'9 Tiro al arco de di Tullio
'10 Intento de de León.
'11 GOL: di Tullio (7 - 4)
'11 GOL: Vistoso gol. González Bertolino recibe la pelota y la jopea sobre un costado de Leonardo Cabrera cuando este sale a marcarlo. González Bertolino la va a buscar por el otro lado y ajusta el remate hacia abajo ante la salida de Santullo. Estalla el equipo de Maldonado. (8 - 4) González Bertolino se lo dedica a su señora mamá en claro gesto. [Se siente el impacto del gol]
'13 Jugada personal de Trujillo: atajada de Santullo
'14 Tiro de di Tullio
'15 Jugada personal de González Bertolino. Elude dos jugadores y luego a Santullo. Define luego de zurda. La pelota da en el travesaño, baja, pica sobre la línea y sale.
'18 GOL: Gran jugada de Trujillo llevando la pelota desde su área casi hasta la rival, sacándose un par de hombres de encima. Pase al vacío para González Bertolino, que define picando la pelota para darse un autopase y eludir a Santullo, definiendo fuerte con el arco vacío. Quinto gol de González Bertolino, con el que se transforma en el goleador del partido. (9 - 4)
'19 Leonardo de León se retira extenuado del campo de juego. Sustituído por Agustín García (amigo, jugador invitado).
'21 GOL: Foul sobre Pedro Peña. Mientras algunos jugadores rivales se preocupan por la salud del jugador de San José, García saca rápidamente hacia atrás el tiro libre. Cabrera llega a la carrera y remata desde casi la mitad de la cancha. Es un golazo. El remate es violento y se cuela contra el palo ante la mirada atónita de los jugadores de Maldonado. (9 - 5)
'22 GOL: San José reacciona. Gran gol de Pedro Peña, dribbleando y definiendo ante salida de Muniz. (9 - 6)
'24 GOL: Cavallo en contra. (10 - 6)
'26 Sale lesionado Cabrera tras golpe de di Tullio (que recibe tarjeta amarilla). Entra de León de nuevo a la cancha.
'27 GOL: di Tullio (11 - 6)
'29 GOL: Trujillo (12 - 6)
'30: Fin del partido.
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Entrega de premios:
Mejor jugador del partido: Pedro Peña
Goleador: Damián González Bertolino (5)
Mejor arquero: Fabián Muniz
(*) Agradezco profundamente a Agustín García, quien tomó la gran base de estas notas mientras el partido se jugaba y me las cedió con total generosidad.
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