Scattering thy gladness without care"
William Wordsworth (The green linnet)
Digamos que era el mediodía de un brillante lunes de octubre.
Yo salía del liceo cuando recibí un mensaje de texto de Valentín. Estaba en Maldonado y me decía que había arreglado su bicicleta. Eso quería decir, tácitamente, cumplir una promesa.
Lo encontré unos veinte minutos después en la casa de sus padres, y de inmediato salimos en las bicis hacia Rincón de Olivera.
Se cumplen cien años del nacimiento del poeta Álvaro Figueredo. Con Valentín, desde hacía un buen tiempo, estaba la idea de hacer una especie de peregrinación hacia alguno de los sitios que representaran al poeta. El elegido fue Rincón de Olivera, un paraje rural atorado entre el mar y la ruta Interbalnearia, a unos diez o quince kilómetros de Pirápolis. Figueredo frecuentaba Rincón de Olivera en los veranos.
¿Cómo restarle fanatizante ingenuidad al acto que queríamos llevar a cabo?... Simplemente diciendo que se trataba ni más ni menos que de dos amigos que salieron a andar en bicicleta un día de sol, con el viento este a favor, yendo hacia el corazón del día y buscando en él lo que cada uno, pretextando, y no tanto, el nombre de un poeta y la tan venerada Naturaleza, buscaba: llegar a pensamientos para uno mismo, para uno mismo pero en el acompañamiento con el otro.
A Valentín la rueda trasera se le pinchó unos kilómetros después de pasar el aeropuerto de Laguna del Sauce. Tenía que suceder. No nos importó mucho. Tenía que suceder porque si no el viaje no era "viaje". Pinchada, igual daba lo suyo.
La Naturaleza no es un frasco cuya tapa uno pueda desenroscar para que salga una sensación de bienestar acompañada de olores, como en las publicidades de suavizantes de ropa en la televisión. Destapar la Naturaleza, encontrar el doblez, ese resquicio por el que se llega a determinados signos ocultos, intransmisibles y que nos colman de perplejidad eléctrica, es otra cosa. Saber, como decía Percy Shelley, que en determinado punto las cosas familiares pasan a ser como si no fueran familiares. ¿Quién dice que puede hacerlo cuando quiera? ¿Quién lo ha hecho completamente? Acaso si a veces nos podemos contentar en la placidez de un aire fresco, con un perfume o con la acritud de la bosta fresca que eleva su sopor; acaso si a veces el tacto se revela en el pelaje trémulo, acaso si la vista descubre el peso del arco del cielo y todas las cosas debajo se reúnen y dicen una sola cosa emparejándose. Pero, ¿qué es que el signo del día caiga sobre uno como una estrella dirigida? ¿Qué es ver el otro rostro, el alma inquieta del mundo visitándonos? Me pregunto qué buscábamos mientras hacíamos crujir por kilómetros el pedregullo caliente, dejando atrás una cinta naranja y quebrada, un camino que quizás no volvamos a transitar. ¿Pensar a Figueredo una mañana cualquiera de inicios de los '50, yendo hacia el mar, mirando los caballos paciendo y descansando la vista en esos árboles que llevan décadas y décadas siendo la fuerza de un tallo, una fuerza misteriosa que los lleva arriba para qué? Quizás muy pocas, realmente muy pocas cosas hayan cambiado en el paisaje que Figueredo vio y que nosotros vimos el lunes. Algunas construcciones nuevas y suntuosas, montes que han aparecido y desaparecido contra los cerros, un pequeñito barrio cuyas casas son vagones de tren emplazados sobre fragmentos de vías (una visión casi del sur norteamericano; y nadie en la vuelta, las casas con índices de vida, pero cerradas, como recién abandonadas)...
Tuvo que haber sucedido en un instante de esos, tuvo que haber sucedido. Éramos tres. Y lo sabíamos. Pero ninguno lo decía. Éramos tres y también ya no éramos ninguno; y entonces el aire se balanceó una vez más y dejó caer como monedas pesadas los signos nuevos sobre los pechos.
NATURALEZA
"Vi también la pezuña el ceniciento / antidiós de pie hendido / hollaba el aire / la memoria su página el absorto / color hollaba hollábase / terrible y no y él solo / era tan dulce y más / que lo pensado y que / lo creído y que la / puerta en su ahí vi el rastro / vi el ojo de la bestia / mirándome vi el hueso / con las alas plegadas / pero no vi la burla caminando / desatinadamente vi lo puro / lo vi lo vi sin perdición lo puro / vi lo que siempre y antes / vi pero vi / Dios hizo la pezuña / la puerta y todavía..."
Álvaro Figueredo (del libro "Mundo a la vez")
Yo salía del liceo cuando recibí un mensaje de texto de Valentín. Estaba en Maldonado y me decía que había arreglado su bicicleta. Eso quería decir, tácitamente, cumplir una promesa.
Lo encontré unos veinte minutos después en la casa de sus padres, y de inmediato salimos en las bicis hacia Rincón de Olivera.
Se cumplen cien años del nacimiento del poeta Álvaro Figueredo. Con Valentín, desde hacía un buen tiempo, estaba la idea de hacer una especie de peregrinación hacia alguno de los sitios que representaran al poeta. El elegido fue Rincón de Olivera, un paraje rural atorado entre el mar y la ruta Interbalnearia, a unos diez o quince kilómetros de Pirápolis. Figueredo frecuentaba Rincón de Olivera en los veranos.
¿Cómo restarle fanatizante ingenuidad al acto que queríamos llevar a cabo?... Simplemente diciendo que se trataba ni más ni menos que de dos amigos que salieron a andar en bicicleta un día de sol, con el viento este a favor, yendo hacia el corazón del día y buscando en él lo que cada uno, pretextando, y no tanto, el nombre de un poeta y la tan venerada Naturaleza, buscaba: llegar a pensamientos para uno mismo, para uno mismo pero en el acompañamiento con el otro.
A Valentín la rueda trasera se le pinchó unos kilómetros después de pasar el aeropuerto de Laguna del Sauce. Tenía que suceder. No nos importó mucho. Tenía que suceder porque si no el viaje no era "viaje". Pinchada, igual daba lo suyo.
La Naturaleza no es un frasco cuya tapa uno pueda desenroscar para que salga una sensación de bienestar acompañada de olores, como en las publicidades de suavizantes de ropa en la televisión. Destapar la Naturaleza, encontrar el doblez, ese resquicio por el que se llega a determinados signos ocultos, intransmisibles y que nos colman de perplejidad eléctrica, es otra cosa. Saber, como decía Percy Shelley, que en determinado punto las cosas familiares pasan a ser como si no fueran familiares. ¿Quién dice que puede hacerlo cuando quiera? ¿Quién lo ha hecho completamente? Acaso si a veces nos podemos contentar en la placidez de un aire fresco, con un perfume o con la acritud de la bosta fresca que eleva su sopor; acaso si a veces el tacto se revela en el pelaje trémulo, acaso si la vista descubre el peso del arco del cielo y todas las cosas debajo se reúnen y dicen una sola cosa emparejándose. Pero, ¿qué es que el signo del día caiga sobre uno como una estrella dirigida? ¿Qué es ver el otro rostro, el alma inquieta del mundo visitándonos? Me pregunto qué buscábamos mientras hacíamos crujir por kilómetros el pedregullo caliente, dejando atrás una cinta naranja y quebrada, un camino que quizás no volvamos a transitar. ¿Pensar a Figueredo una mañana cualquiera de inicios de los '50, yendo hacia el mar, mirando los caballos paciendo y descansando la vista en esos árboles que llevan décadas y décadas siendo la fuerza de un tallo, una fuerza misteriosa que los lleva arriba para qué? Quizás muy pocas, realmente muy pocas cosas hayan cambiado en el paisaje que Figueredo vio y que nosotros vimos el lunes. Algunas construcciones nuevas y suntuosas, montes que han aparecido y desaparecido contra los cerros, un pequeñito barrio cuyas casas son vagones de tren emplazados sobre fragmentos de vías (una visión casi del sur norteamericano; y nadie en la vuelta, las casas con índices de vida, pero cerradas, como recién abandonadas)...
Tuvo que haber sucedido en un instante de esos, tuvo que haber sucedido. Éramos tres. Y lo sabíamos. Pero ninguno lo decía. Éramos tres y también ya no éramos ninguno; y entonces el aire se balanceó una vez más y dejó caer como monedas pesadas los signos nuevos sobre los pechos.
NATURALEZA
"Vi también la pezuña el ceniciento / antidiós de pie hendido / hollaba el aire / la memoria su página el absorto / color hollaba hollábase / terrible y no y él solo / era tan dulce y más / que lo pensado y que / lo creído y que la / puerta en su ahí vi el rastro / vi el ojo de la bestia / mirándome vi el hueso / con las alas plegadas / pero no vi la burla caminando / desatinadamente vi lo puro / lo vi lo vi sin perdición lo puro / vi lo que siempre y antes / vi pero vi / Dios hizo la pezuña / la puerta y todavía..."
Álvaro Figueredo (del libro "Mundo a la vez")
1 comentario:
Espero un comentario para decir que están relocos...sobre todo uno de Minas.
Publicar un comentario