El momento preciso en el que el "Chala" Richard Pereyra va hacia la pelota para convertir con un corto cabezazo ante el arquero de Perlita, ya superado por la serie de rebotes.
-Sábado 22 de agosto de 2009. 7ª fecha: Kennedy vs Barrio Perlita-
¿Podía llegar a darse la posibilidad de que ganáramos un partido? Ya no era una cuestión que tuviera que ver con el ánimo o el amor de un hincha. No. Era algo relacionado con la natural desenvoltura de lo que tiene que ser cada uno de los episodios que constituyen al gran relato que es eso llamado "campeonato". Es decir, si uno puede seguir un campeonato exigiéndole el mismo rigor de entrega que se le puede pedir a una serie televisiva, a las telenovelas de las tardes que todas nuestras madres nos olbigaron indirectamente a presenciar y a degustar, casi podría decirse que lo que esperamos de forma radical muchos de los que vamos al fútbol, y quizás más quienes lo siguen por televisón, es una realización de un argumento. Esperamos un relato consecuente con lo que establece para nosotros y nuestra cultura el hecho de que haya un relato. Hay algo que arranca a andar, y los espectadores de ese fenómeno quieren que se cumpla lo que se tiene que cumplir. (De hecho, qué cosa más amargante resulta un campeonato trunco o un campeonato cuyo campeón cambia después de finalizado debido a problemas de sobornos, como ocurrió con Juventus de Italia hace unos años)...
¿Pero a quién le puede interesar un debate de tipo mitodológico, pseudo-estructuralista o como se le quiera llamar a toda esta disquicición histérica, hipodérmica, exaltada, ansiosa por demostrar que alguien ha leído cientos y cientos o miles de millones de páginas para exámenes de facultad o de profesorado y que ahora quiere hacer algo con todo eso que le queda dando vueltas en la cabeza. Ya tenemos un montón de críticos que mueren por explicarnos que pasa por nuestras mentes cuando vemos una telenovela o cuando observamos ese partido para llegar al Mundial, tan importante para confirmar nuestra identidad nacional, o cuando vemos distraídamente un anuncio de un cepillo de dientes con cinco filas diferentes de cerdas. O pongan a Rafael Bayce o a Hugo Achugar a patear un corner o a María Inés Obaldía a patear un penal y van a saber de qué estamos hablando. ¿A quién carajo le pueden importar las circunvoluciones de tu cerebro o todo tu ADN cultural cuando Bengoechea acaba de errar un gol debajo del arco contra la selección de Perú y, calamidad de calamidades, el tipo que lo levanta del suelo para tratar de restituirle un poco de dignidad es nada más ni nada menos que Álvaro Recoba? No es algo que te interese una explicación de ese momento cuando lo estás mirando incluso en un replay: algo como una ecuación donde aparecen términos como "ídolo caído" o "hijo pródigo". Eso no es el fútbol.
Sin embargo, para volver ya de alguna manera a la idea del comienzo, tenía que plantear la incógnita de si en ese prolongado relato que es un torneo existía la posibilidad de que Kennedy llegara a salir trinufante de algún otro partido o revolcadero plural.
Si alguien necesita la respuesta de entrada, podría decirse que luego de vistos los primeros minutos esa respuesta es, precisamente, "NO"... Los jugadores de Perlita, vestidos de pies a cabeza de verde cotorra, se pararon en el inestable piso húmedo y barroso de la cancha de Kennedy y se adueñaron de la situación como si hubieran llegado hasta allí a buscar de una vez por todas algo que les habían sacado. No era algo muy agradable de ver. Con Alexander, con quien habíamos presenciado la derrota (1-3) frente a Nacional de San Carlos, nos encontramos y nos paramos junto al alambrado del lado de la perrera municipal, justo con el sol de frente. Hacía bastante frío, pero el cielo se mantenía despejado. La parte de la cancha de nuestro sector, sin embargo, estaba poco menos que inundada por las lluvias de entre semana. Cada vez que la pelota caía allí, no sólo quedaba muerta, sino que una salpicadura inmensa y feroz de barro salía expresa en todas direcciones. Así que a cada rato todos los que estábamos de ese lado nos aprontábamos y nos dábamos vuelta. Por eso, al final del partido, terminamos todos con una especie de doble identidad higiénica. Los que no querían jugar mucho la pelota por ese sector, obviamente, eran los jugadores de Perlita. En los primeros minutos aprovecharon toda la fuerza de su ataque sobre el sector derecho, y aunque sobre ese sector el lateral Hernán Crespo defendía bastante bien, no era mucho lo que se podía esperar del partido. Antes de los quince minutos Perlita ya había tenido dos ocasiones bastante claras de gol que habían sido anuladas por off-side. De a poco empezamos a mirarnos entre los que estábamos junto al alambrado. Había algo cíclico e insoportable en lo que estábamos observando. Si bien Kennedy realizó una buena jugada que culminó con un remate casi sin fuerza alguna el "Chango", el número 5, ya estaba bastante claro quién era el dueño del partido.
Los jugadores de Perlita, principalmente sus puntas, su número 10 y un par de volantes centrales, enloquecieron a los de Kennedy. ¿Qué es enloquecer en este caso? Bueno, que al rival le salga con comodidad llegar a los quince o veinte pases seguidos, y que cuando uno quiere probar a ver cómo es eso sólo puede contar hasta tres, cuatro como posibilidad rara.
Poco después, a eso de los 20 minutos, Perlita redobló sus recursos y empezó a atacar también por la izquierda. Ahí vimos que la cosa se complicaba. Los volantes de contención y los laterales ya no estaban parando a nadie. Con todo, como Kennedy siempre puede sorprender, hubo un par de jugadas interesantes derivadas de pelotazos tirados a la cancha rival con tal de alejar el peligro. En la primera, el "Chala" Pereyra encuentra una pelota, corre con ella, driblea a un zaguero, encara al arquero y remata. Pero el arquero la saca al corner. En la segunda jugada de riesgo, Nicolás Pereyra elude dos jugadores en el área y lo tocan desde abajo. Todo el mundo (Kennedy) pide penal. Y creo que escucho al Gordo Nene gritar incluso por el reclamo de un penal y de hasta una tarjeta amarilla. Lo de pedir amarilla junto con un penal en realidad me parece un poco de gula. Pero en fin, sigamos... Porque todo eso fue un mero divertimento antes de lo que más iba a importar. Mientras todos protestaban por el penal no cobrado, a los 30 minutos, en un centro desde el corner de la izquierda, llega el gol de Perlita. Hay algunos cabezazos cerca del área chica y Alfredo Rodríguez llega a taparla a medias. Pero por detrás entra el 9 de Perlita y marca el 0-1.
A partir de ese instante nos miramos, solamente nos miramos con Alexander y supimos que la goleada se venía. Cualquier cosa que no fuera eso era tan poco discutible como que el Gordo Nene de pronto viera hacia el cielo pasar una bandada de patos rumbo al Arroyo Maldonado, levantara vuelo y se fuera con ellos a una vida mejor. Tan sólo cinco minutos después Perlita estuvo a punto de marcar el segundo gol, pero lo que lo impidió fue una volada espectacular de Alfredo Rodríguez, enviando con un manotazo la pelota a un costado del arco. La cosa fue realmente insoportable. Entre el 10 y el 7 de Perlita hicieron lo que quisieron: metieron caños, tiraron paredes, apilaron jugadores, dieron pases de taco, pararon un rato a tomar el mate, etcétera. Incluso, si repaso mis anotaciones, encuentro cada tantas líneas la palabra "centro". Centro de Perlita, la rechazan los de Kennedy... Centro de Perlita, la rechazan los de Kennedy... Centro de Perlita, la rechazan los de Kennedy... Parecía el típico movimiento de calentamiento en un entrenamiento, cuando los jugadores se van arrimando, se saludan y juegan a embocar algunos cabezazos mientras el técnico o el preparador físico preparan el trabajo. Incluso el "Canario" Fabián, el 16 de Kennedy, tan dado a medir su pierna derecha con cualquiera otra de un rival, tan sólo pudo meter una plancha más o menos prolija al 10, que siguió jugando como si nada. Con esto quiero decir: era como cuando en una película tiran la bomba pensando que van a matar a todos los monstruos y de repente se dan cuenta de que no sucede nada y de que ni siquiera hay plan B... Era imposible... Era... Pero bueno, qué sería de los relatos sin sus vueltas de tuerca, ¿no?...
Pasados ya los 30 minutos de juego, Nicolás Pereyra captura una pelotazo que le llega desde lo más remoto de la cancha. Trata de dominarla, la puntea y luego un defensor intenta desestabilizarlo. Pero Pereyra continúa hacia adelante. Logra dominar la pelota del todo y pasa otro defensa de Perlita y entrevé la posibilidad de la entrada al área mayor en diagonal, de izquierda a derecha, por un camino que pasa por el punto en el que se unen el área y la media luna. Luego de un par de zancadas, cuando parece que el delantero de Kennedy se va a meter en un túnel que lo llevará de inmediato al gol, llega una de las dos o tres acciones que cambiarán por primera vez el partido. Nicolás Pereyra es barrido desde atrás. La pelota sigue por sí misma un metro o un metro y medio más hasta que algún otro defensa de Perlita la saca de primera hacia el medio de la cancha. Pero el cuerpo del jugador locatario ya está rodando por el pasto ralo. El juez pita y acorta en un sprint esforzado la distancia con el lugar de la incidencia. Después rebusca con su mano derecha en uno de los bolsillos de su short y saca la tarjeta roja.
Para Alexander y para mí, que estábamos a unos cuarenta metros de todo eso, ver surgir de repente aquella tarjeta roja con la misma velocidad de todo lo que la precedió, fue como ver el surgimiento de un puñal escurriendo sangre y metiéndose contra la altura celeste de un cielo indiferente. Los jugadores de Perlita se tomaban las cabezas con ambas manos, se apretujaban contra el juez y le gritaban en la cara. A nuestro lado los suplentes y el técnico puteaban a pesar de la mirada del juez de línea. Del otro lado, el Gordo Nene hacía un gesto cualquiera, como ajustarse la gorra tironeándola de la visera hacia abajo. Un minuto después, cuando el mismo Nicolás Pereyra pateó el tiro libre y el arquero tuvo que hacer un esfuerzo considerable para sacarle al corner, sólo un minuto después, nos quedamos tranquilos... El juego se emparejaba. Con uno menos del lado de Perlita, parecía ahora que presenciábamos el encuentro de dos fuerzas similares, igual que dos imanes enfrentando sus campos, repeliéndose con un asco sincero. Pero las consecuencias estaban destinadas al segundo tiempo...
Para los últimos cuarenta y cinco minutos el Gordo Nene hace un cambio más o menos obvio. Saca a Fabián (el número 16) y coloca un delantero más: Walter Melo. Kennedy comienza entonces a jugar con una determinación similar a la que tuvo en el partido anterior contra Alianza Cinco, salvo que aquella vez fue una determinación, sólo una determinación. Las condiciones eran las mismas. Íbamos perdiendo por 1 a 0 y jugábamos con un hombre de más desde el final del primer tiempo contra un equipo notoriamente superior. En este caso, se podía saber que el equipo de Perlita estaba herido, pero lo lograban hacer todavía los números 10 y 7 cuando conectaban entre sí luego de cruzar hacia los últimos veinte o veinticinco metros daba para suponer que la tranquilidad podía ser pasajera. De todos modos, los volantes centrales de Kennedy empezaron a atender uno por uno a los visitantes, tal como es la regla de oro de la hospitalidad en la querida divisional B. Los jugadores de Perlita se quejaban cada vez más ante el juez, pero este no les daba mayor importancia.
En esos primeros minutos, todos pudimos ser testigos de un verdadero milagro futbolístico. Uno de esos milagros que se dan de vez en cuando en alguna cancha y que son el deleite de los cierres de los compactos de goles en la televisión. Me refiero a esa quimera que es "el gol de culo".Si el fútbol suele ser la encarnación de la masculinidad más pérfida, el campo de concentración de la homofobia, si el fútbol es un patriarcado duro en el que dos tribus se disputan el lugar en el mundo, y donde el gol es la eyaculación en la puerta de origen de la tribu rival (o sea el avasallamiento de un grupo sobre otro), entonces el gol de culo parecería ser el "anti-gol", es decir un gol impropio de este deporte. Pero no. En ese ancestral sueño sodomita que es el fútbol el gol de culo el gran gol, el gol más humillante.
Fue así. Muy poco antes de los 10 minutos del segundo tiempo, Nicolás Pereyra, una vez más, sale a buscar un pelotazo aislado sobre la derecha del ataque. Lo acompaña de cerca un defensa que ha quedado como último hombre. La carrera es encarnizada. Los jugadores se codean, se agarran y se sueltan y se vuelven a agarrar. Pero por una razón u otra, no hay foul. La jugada continúa con la pelota bajando y picando rumbo al área. En unos pocos metros más Pereyra ha logrado adelantarse a su rival. Ahora ya no hay casi último hombre. Entonces el arquero se adelanta y empieza a correr a su vez hacia la pelota. Es muy probable que no le dé el tiempo como para poder atraparla, pero sí para despejarla de un derechazo. Y eso es lo que hace. A un segundo de que el delantero de Kennedy pudiera tocarla y desviarla al fondo del arco, el arquero estira su pierna y en un salto despeja hacia cualquier lado. Nicolás Pereyra, por su parte, hace lo que se hace siempre en ese tipo de jugadas: saltar, saltar con toda la fuerza posible deseando en el medio del vuelo que la pelota rebote en él por azar. Y así, Pereyra salta enroscándose en el aire. La pelota pega contra su culo y de pronto comienza a subir y a describir una curva ascendente hacia el arco de Perlita. Es posible que el jugador de Kennedy no haya visto ni la mitad de la jugada, porque, como siempre en esos casos, la pelota cae muy lentamente, pero al mismo tiempo rápido... Al final, la pelota no entra. Baja del todo y pasa a unos centímetros por detrás del travesaño. Todo los de Kennedy suspiramos. El arquero de Perlita, a su vez, le grita una indicación al defensa, el defensa le grita a otro defensa, ese defensa le grita a otro compañero, y el técnico le grita al arquero. Nos miramos con Alexander y sacamos una conclusión instantánea: "Hubiera estado bueno empatar con un gol de culo".
Los jugadores de Kennedy ya no pueden hacer nada más por el partido salvo meter la pelota en el arco. Y así pasan una detrás de otras las oportunidades. Primero una del "Chala" que pasa muy cerca tras haber ido a buscar una pelota peinada. Después, a los 15 minutos, una definición desviada de Nicolás Pereyra tras pasar entre tres jugadores. Pero también, como suele suceder en este tipo de circunstancias, tanto un cuadro ataca sin hacer goles que le llega una réplica que congela todos los corazones. Alguien de Perlita levanta un centro perdido, por si acaso, y quiere el destino que un compañero la cabecee solo, pero quiere también ese destino que la pelota pase apenas por encima del travesaño. Es entonces el momento en que Alfredo Rodríguez toma la pelota y la coloca con sumo cuidado sobre la línea del área chica. Desde unos metros por atrás ya viene tomando carrera Carlos Miguélez para levantarla de zurda hacia la mitad de la cancha. Alguien peina la pelota, otro la va a buscar y gana la posición y logra dominarla. Es, cuándo no, el "Chala". Los rivales no pueden detener su carrera, su manera de pasar tan rápido entre todos los que se le cruzan. Parece un niño bastante fastidioso con su cuerpo menudo y quebradizo moviéndose por todo el frente del ataque. Por eso puede prácticamente lograr la audacia de tirar el centro y de ir a buscar la segunda incidencia que tiene como consecuencia ese centro. Algo similar pasa a los 20 minutos. Hay un centro desde la derecha, luego una serie de cabeceos tanto de jugadores de Kennedy como de Perlita dentro del área. El arquero no logra atraparla por dos ocasiones, sólo despeja a medias con el puño o con la palma un par de veces. Ahora la pelota está sobre la izquierda y vuelve a ser enviada al área chica. Al arquero ya no le da el tiempo para retroceder. La pelota lo supera y empieza a caer tras su espalda, sobre la derecha del arco. El tiro da contra el palo y regresa como si quisiera volver por el mismo camino. Pero a un metro de la línea de gol, habilitado por un defensa de Perlita parado contra el otro palo, el "Chala" se queda quieto para que la pelota le dé contra la cabeza y marque el empate. Es cierto que es uno de esos goles más difíciles de errar que de hacer, porque el "Chala" cabecea contra el arco como si este fuera la misma bóveda del cielo, pero lo verdaderamente importante era que ese jugador tenía que estar allí en ese sitio y allí estuvo.
El "Chala" corre ahora hacia el corner de la derecha y se abraza con varios de sus compañeros. En el área de Perlita los visitantes se quedan mirando hacia todas partes y discutiéndose entredientes todos los errores de atención en esa última jugada.
Con el partido empatado, aun sigue pareciendo algo desproporcionado el asunto. Da la impresión de que en algún instante los jugadores intercambiaron las camisetas o de que hubo algún tipo de pacto siniestro, o de que simplemente ocurre lo que está ocurriendo por defectos de unos y méritos de otros: a Kennedy le salen todas las jugadas, y a Perlita, que parecía la Holanda del '74 en el primer tiempo, ahora la pelota le parece un objeto extraño del que no se puede hacer una idea de cómo es porque no se lo dejan ver. Y eso lleva obviamente a las patadas. Unos pocos minutos más tarde, con Kennedy sacudiendo la última línea rival, llega una falta dura sobre el "Chala". Entonces hay un par de empujones, nada más que un par de empujones de esos que se dan los jugadores como tanteándose o como repeliéndose hacia sus propios territorios. Pero luego de unos segundos el número 10 de Perlita, el único jugador que, a juzgar por lo que había hecho en el primer tiempo, podía amargarnos lo que quedaba de la tarde, empieza a correr hacia un jugador en particular de Kennedy: Jorge Rodríguez. No el "Popo" Jorge Rodríguez, sino el "Maragato" Jorge Rodríguez, uno de los mediocampistas de contención. Hay un par de corridas. Entre el 10 de Perlita y el "Maragato" se gritan de todo. Saco mi cámara para tomar alguna foto de la pelea, pero la situación se resume en un par de corridas tanto de un jugador como de otro, siempre retenidos ambos a último momento por dos o tres compañeros.
-¡Ya está! -dice Alexander a mi lado -¡Ya está! Lo sacó del partido al diez...
Termina siendo así. Por lo que queda del partido el 10 de Perlita entra en una profunda contradicción entre su pensamiento y la articulación de sus tobillos. Es decir: se arrastra por el resto de segundo tiempo.
Eliminado ese problema, reducido un rival peligroso a una especie de autismo insaciable, queda sin embargo la posibilidad de una larga carrera contra el tiempo. Los minutos transcurren con los jugadores de Kennedy jugando bastante bien, pero cuando eso es algo que perdura sin generar nada más, da lo mismo ya cómo tenga que ser el gol de la victoria. Kennedy tuvo el gol del partido en una corrida solitaria del "Mono" Melo. Al principio parecía off-side, incluso para el propio jugador que llevaba la pelota; pero cuando sintió la voz del árbitro que le gritaba "¡¡¡Siga, siga, siga!!!..." no tuvo más remedio que tirar. Y la mandó a la mierda.
Sin embargo, este capítulo tiene un final feliz. El gol de Kennedy llega con la misma claridad con que de repente sabemos que ha llegado algo como la primavera (aunque en rigor estemos todavía en lo más duro del invierno). Palacio hace un cambio de frente desde la izquierda, luego hacen el centro desde la derecha y la pelota cae sobre el segundo palo. De pronto se ve al "Chala" corriendo hacia atrás, ganando distancia para poder cabecear aprovechando el descenso del esférico. El arquero entonces sale a ahogar al delantero de Kennedy, pero la apuesta le sale bastante mal. El "Chala" toca la pelota de un frentazo suave y la coloca dentro del arco por encima del arquero. Suenan los bocinazos. Saltamos. La gente que está subida en el terraplén del lado opuesto observando el partido de San Martín se da vuelta y ve sobre el mismo corner un festejo muy parecido al de unos quince minutos antes. Kennedy da vuelta por fin el partido, pasa a ganar un partido después de muchos minutos en el campeonato. Los compañeros se cierran en un abrazo múltiple sobre la diminuta figura del "Chala". Es simplemente emocionante. El rostro del "Chala", que se ha igualado al mismo recuerdo de este día, parece no expresar nada, como si estuviera bastante conmovido con todo hasta el punto de avergonzarse de ser el centro mismo de los movimientos. Pero más emocionante es ver a Gaidú, uno de los zagueros, tan eficiente como pasado de peso. Gaidú ha cruzado toda la cancha queriendo formar parte de la efervescencia sutil de ese abrazo de gol, pero cuando ya le quedan pocos metros para llegar hasta el "Chala" el resto de los jugadores ya está de regreso en la mitad de la cancha. Incluso el mismo "Chala" apenas si le retribuye el agradecimiento con alguna palmada en la espalda. Gaidú recoge lo que le dan y de inmediato regresa con la misma intensidad de su tranco corto hasta su parcela en el fondo de Kennedy. Allí juega los últimos minutos que le quedan al partido, colaborando en alejar el peligro a como dé lugar, sacrificando lo que sea para sostener lo que otros levantaron por allá adelante, del otro lado de aquel mundo, donde es hacia uno hacia donde corren los demás.
Con esas pequeñas expresiones individuales de la vida, como la de Gaidú, como la del "Mono" Melo estrellando desde afuera del área un remate en el ángulo sobre la hora; con esas pequeñas expresiones individuales de la vida dije, a propósito, se va esta tarde feliz, en la que algunos hombres tientan con unos elementos geométricos bastante elementales como una esfera y un rectángulo una cierta suerte de verse a sí mismos entre los demás hombres, para acaparar hacia la noche quién sabe qué alegrías o qué desdichas que están aguardando en los hogares, algo que está esperando tras el polvo anaranjado del atardecer que levantan las motos o los autos de los propios jugadores de vuelta a la ciudad.
Kennedy 2 - Perlita 1
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