El de ayer fue el segundo sábado consecutivo en el que me levanté temprano. Eso significa a las 9 de la mañana. Significa además terminar de desayunar a las 10:30 como mucho y salir a andar en bicicleta o a pie luego de comprar el diario Clarín en San Rafael, en la esquina de San Pablo y Laureano Alonsopérez (ex- calle Las Delicias, como la sigue llamando la gente). Significa bajar hasta la playa a la altura de la 16 de la Brava y avanzar hacia el lado de la península. Hoy, igual que en el sábado pasado, hubo sol, mucho sol, sobre todo después de varios días sin verlo. El sábado pasado salí en la bici y seguí de largo hasta Punta del Este. Bordeando la rambla, cerca de la Virgen, me llegó al celular un mensaje de texto que decía "Está linda la rambla, ehhh". Por supuesto que miré para todas partes, pero no vi a ningún conocido haciéndome señas y riéndose. Por lo que todo se cerró en el misterio. Antes de llegar a la parada 1 de la Mansa para tirarme un rato a leer, me crucé con tres tipos (sí, lo juro por lo que más se quiera) que se parecían muchísimo a Ehrlich, el intendente de Montevideo. Esa noche estuve cenando con un amigo que me dijo que no le asombraba el hecho, porque de seguro en la capital a mucha gente le pasaba lo mismo, ya que lo ven tan poco que se lo confunden con gente que no es... Al final llegué a la 1 de la Mansa y me acosté a terminar un libro de tres comedias de Woody Allen reunidas bajo el nombre de "Adulterios". Apenas dejé de leer, puse el libro a un costado, me acomodé la cabeza haciéndome una especie de almohada con la bufanda y el gorro y el mundo se me fue en un instante. Me quedé profundamente dormido por lo menos una hora entera. Me despertó una respiración caliente y húmeda a la altura de la cara. Yo ya estaba por decir algo como "¡Buen día, cariño!", cuando noté que era uno de esos perros que andan de un lado para otro en la playa, y que se había recostado contra mi cuerpo. Pensé en seguida que se abría la posibilidad de una nueva amistad. Hasta ya estaba pensándole nombre y todo. Pero está claro que los perros no perdonan ciertas cosas cuando se tienen que ir. Apenas me vio la cara de recién despierto, se levantó y se fue con el primer tipo que pasaba por la orilla. Pero todo eso fue el sábado pasado, el último de agosto. El sábado primero de setiembre (ayer) fue más glorioso. Salí a pie a la playa luego de comprar el diario y caminé desde la 16 hasta la 8 o la 7. De allí subí hasta Roosevelt y luego hasta una placita de la parada 5 para leer el suplemento "Ñ", de Clarín. Al llegar a casa sonó el teléfono. Era Felipe, que me traía la computadora ya reparada. (¡¡¡Felipe es muuuuyyy crack!!!) Después de instalarla salimos a caminar por el mismo sitio que yo había hecho al mediodía y que nosotros dos habíamos recorrido el pasado miércoles. La idea de Felipe era también la de sacar algunas fotos, como la que incluyo en este texto, que tiene una perspectiva muy curiosa y que me hace parecer como un personaje de "El tigre y el dragón", o alguien en el momento de ser abducido, según se vea.. Ahora digo que salir a caminar con Felipe es muy divertido. Uno siempre se encuentra con cosas muy simples que terminan cobrando una dimensión importante. A las pocas cuadras nomás me comentó sobre una invitación que le hicieron para asistir a unas plegarias que se iban a realizar en un templo budista de una facción de la que él nunca había sentido hablar. El templo quedaba en las inmediaciones de Maldonado Nuevo, lo que ya de por sí es un poco gracioso para los que conocen ese barrio. Imagínense unos mantras emanando suavemente desde un local lleno de gente. Imagínense que esos mantras salen a la calle y se mezclan con el sonido ambiente, las puteadas de los que pasan en auto o en moto, las cumbias que van serpenteando desde todos los costados, tipo: "Vos sabés que te quiero, / vos sabés que te quiero, / así que entregame tu anillo de cuero... / Te comés la fiestita, / te comés la fiestita, / Somos veinte...". Lo que hay que agregar ahora es que a Felipe lo considero un tipo extremadamente inteligente en muchos aspectos de la vida, y que cuando me contó que asistió a la charla en el templo y que no entendió nada de nada, le creí. Sobre todo viniendo de él, que es una persona que tiene ciertos conocimientos sobre religión oriental. Al terminar la charla trató de saber por otros medios en qué radicaban ciertos fundamentos de esa facción budista, así que se encontró con alguien de los que dirigía el lugar y le pidió algunas explicaciones. Lo que ahora vale es que yo ponga los ejemplos que Felipe me dijo que le transmitieron, porque un buen ejemplo era mejor que cualquier exhortación. Entonces, a ver... Si uno ansía toda su vida tocar el piano, lo más probable es que en la próxima vida uno nazca en el seno de una familia en la que se toca el piano. Más... Si uno quiere tener doce mil pesos ("¿Doce mil pesos?, le pregunté, "¿Y por qué esa cantidad?". Felipe puso cara de "Yo qué sé. No me fastidies con esas preguntas", y siguió con el relato), si uno quiere tener doce mil pesos, entonces, uno piensa fijamente en tenerlos y al cabo de un tiempo es muy probable que uno termine por tenerlos. A Felipe le pareció rápidamente que todo eso era una ofensa seria hacia el Señor, y se quedó un rato más sin decir nada, esperando que la persona que lo había invitado decidiera irse de una vez, o algo así. Hablamos después de algunas cosas más y nos topamos en la esquina de la rambla de la Brava con Montecarlo con unos niños del Kennedy, vecinos míos, que se entretenían en tirarse rodando desde un inmenso talud. El pasto estaba un poco seco y áspero y los niños tenían algunos rayones en la cara, pero no estaba nada mal para un sábado de sol tibio. Le pregunté a Felipe si sabía que en la casa de ese talud se había quedado un par de días el presidente Bush (padre) cuando anduvo por Sudamérica en el año 1990. Felipe me dijo esto: "Cada vez que pasamos por acá me decís lo mismo". Creo que Felipe sufre de hiperbolismo... Cuando llegamos a la playa nos encontramos en seguida con que las huellas que yo había dejado hacía unas pocas horas aún estaban intactas, incluso aquellas que estaban cerca de donde llegaba el agua, en plena arena húmeda. Yo jugué un rato a pisar mis propias huellas y Felipe hizo algún chiste nombrando a Derrida o algo parecido; después se puso a sacarles fotos a varios de los cientos de peces muertos que han estado apareciendo en la costa desde hace semanas. Más adelante encontramos un paquete de spaghettis fabricado en China, pero lo que se dice chino-chino, todo en chino... Seguramente a algún marinero de uno de esos buques que se ven en el horizonte se le escapó por la cubierta o directamente lo tiró al mar. Pero la cosa daba igual; en lo único que se podía pensar era en lo que le podría pasar por la cabeza a ese chino mientras se tragaba cada tallarín. Más tarde subimos por Roosevelt hacia el lado del shopping con ganas de comprar algo para comer. Y en el momento en que pasamos por la rotonda entre Pedragosa Sierra y Roosevelt vimos una de las cosas más soprendentes de la tarde. Un par de championes número 376 (por lo menos). Iban en una chata tirada por un auto. No supimos de qué material podían ser, pero por lo menos cada uno medía un metro y medio. Felipe sacó la cámara, pero cuando tomó un par de fotos ya era tarde. Las imágenes quedaron irreconocibles y el auto se alejaba hacia el norte. En Tienda Inglesa, al final, compramos dos panes flauta y seis o siete mandarinas para ir comiendo ya en la vuelta. Sin embargo, eso no fue de lo más importante que nos pasó allí dentro. Esa tarde será recordada como uno de los momentos más tristes en la vida de don Felipe García Salaberry, la tarde en que oyendo el audio ambiente del supermercado confundió el primer movimiento de la sinfonía número 40 de Mozart, con un pasaje del concierto para piano número 21, también de Mozart. Pero él se la aguantó como un hombre, de frente, haciendo la cola en la caja como cualquiera de los que estaba allí, pagando como un ciudadano más, cruzando después Roosevelt y ofreciéndome la bolsa con las mandarinas como un gran amigo que es. El gesto estoico de Felipe, su dureza facial en la hora amarga, demuestran un espíritu hecho para los tiempos que vienen. Al final, humanum est, somatizó un poco a través de un tirón que le dio en un músculo de la espalda antes de que volviéramos a Pedragosa Sierra. ("Che, el piano no llegaba más"... "Sos un hijo de puta"... ). entonces subimos hasta Laureano Alonsopérez y nos fuimos acercando a casa en esa hora en que las copas de los pinos se van enrojeciendo y una atmósfera umbrosa y húmeda se va extendiendo por los jardines. Le explico a Felipe que cada vez que percibo esa hora incierta en que suceden esos fenómenos tan simples, me vienen siempre recuerdos de varias tardes de finales de los años '80. Yo podía pasar con mis padres en la camioneta o, a veces, muy de vez en cuando, con mi abuela materna a pie, y sentir esa especie de melancolía llegada de no sabía dónde y que se instalaba en mi pecho. Yo tendría siete, ocho, nueve años... Y siempre lo mismo. Sentía que el mundo estaba bien así. Podía ser triste, pero estaba bien. Le digo a Felipe que no puedo siquiera hacer el esfuerzo por transmitirle ese sentimiento, que es algo con uno mismo. Felipe hace que sí con la cabeza. El sábado se iba, dejando atrás la gloria de su sol, y a mí me llegaban otra vez palabras como las que releí hace unos días en las "Confesiones" de San Agustín: "Todas estas cosas las recoge la memoria, para evocarlas de nuevo y volver sobre ellas cuando sea necesario, en su vasto receptáculo y en no sé qué secretos e inefables recovecos suyos. (...) ¿Quién podrá decir cómo fueron formadas estas imágenes, aunque sea claro por cuál sentido fueron captadas y ocultas en el interior?".
domingo, 2 de setiembre de 2007
Sábado en el aire
El de ayer fue el segundo sábado consecutivo en el que me levanté temprano. Eso significa a las 9 de la mañana. Significa además terminar de desayunar a las 10:30 como mucho y salir a andar en bicicleta o a pie luego de comprar el diario Clarín en San Rafael, en la esquina de San Pablo y Laureano Alonsopérez (ex- calle Las Delicias, como la sigue llamando la gente). Significa bajar hasta la playa a la altura de la 16 de la Brava y avanzar hacia el lado de la península. Hoy, igual que en el sábado pasado, hubo sol, mucho sol, sobre todo después de varios días sin verlo. El sábado pasado salí en la bici y seguí de largo hasta Punta del Este. Bordeando la rambla, cerca de la Virgen, me llegó al celular un mensaje de texto que decía "Está linda la rambla, ehhh". Por supuesto que miré para todas partes, pero no vi a ningún conocido haciéndome señas y riéndose. Por lo que todo se cerró en el misterio. Antes de llegar a la parada 1 de la Mansa para tirarme un rato a leer, me crucé con tres tipos (sí, lo juro por lo que más se quiera) que se parecían muchísimo a Ehrlich, el intendente de Montevideo. Esa noche estuve cenando con un amigo que me dijo que no le asombraba el hecho, porque de seguro en la capital a mucha gente le pasaba lo mismo, ya que lo ven tan poco que se lo confunden con gente que no es... Al final llegué a la 1 de la Mansa y me acosté a terminar un libro de tres comedias de Woody Allen reunidas bajo el nombre de "Adulterios". Apenas dejé de leer, puse el libro a un costado, me acomodé la cabeza haciéndome una especie de almohada con la bufanda y el gorro y el mundo se me fue en un instante. Me quedé profundamente dormido por lo menos una hora entera. Me despertó una respiración caliente y húmeda a la altura de la cara. Yo ya estaba por decir algo como "¡Buen día, cariño!", cuando noté que era uno de esos perros que andan de un lado para otro en la playa, y que se había recostado contra mi cuerpo. Pensé en seguida que se abría la posibilidad de una nueva amistad. Hasta ya estaba pensándole nombre y todo. Pero está claro que los perros no perdonan ciertas cosas cuando se tienen que ir. Apenas me vio la cara de recién despierto, se levantó y se fue con el primer tipo que pasaba por la orilla. Pero todo eso fue el sábado pasado, el último de agosto. El sábado primero de setiembre (ayer) fue más glorioso. Salí a pie a la playa luego de comprar el diario y caminé desde la 16 hasta la 8 o la 7. De allí subí hasta Roosevelt y luego hasta una placita de la parada 5 para leer el suplemento "Ñ", de Clarín. Al llegar a casa sonó el teléfono. Era Felipe, que me traía la computadora ya reparada. (¡¡¡Felipe es muuuuyyy crack!!!) Después de instalarla salimos a caminar por el mismo sitio que yo había hecho al mediodía y que nosotros dos habíamos recorrido el pasado miércoles. La idea de Felipe era también la de sacar algunas fotos, como la que incluyo en este texto, que tiene una perspectiva muy curiosa y que me hace parecer como un personaje de "El tigre y el dragón", o alguien en el momento de ser abducido, según se vea.. Ahora digo que salir a caminar con Felipe es muy divertido. Uno siempre se encuentra con cosas muy simples que terminan cobrando una dimensión importante. A las pocas cuadras nomás me comentó sobre una invitación que le hicieron para asistir a unas plegarias que se iban a realizar en un templo budista de una facción de la que él nunca había sentido hablar. El templo quedaba en las inmediaciones de Maldonado Nuevo, lo que ya de por sí es un poco gracioso para los que conocen ese barrio. Imagínense unos mantras emanando suavemente desde un local lleno de gente. Imagínense que esos mantras salen a la calle y se mezclan con el sonido ambiente, las puteadas de los que pasan en auto o en moto, las cumbias que van serpenteando desde todos los costados, tipo: "Vos sabés que te quiero, / vos sabés que te quiero, / así que entregame tu anillo de cuero... / Te comés la fiestita, / te comés la fiestita, / Somos veinte...". Lo que hay que agregar ahora es que a Felipe lo considero un tipo extremadamente inteligente en muchos aspectos de la vida, y que cuando me contó que asistió a la charla en el templo y que no entendió nada de nada, le creí. Sobre todo viniendo de él, que es una persona que tiene ciertos conocimientos sobre religión oriental. Al terminar la charla trató de saber por otros medios en qué radicaban ciertos fundamentos de esa facción budista, así que se encontró con alguien de los que dirigía el lugar y le pidió algunas explicaciones. Lo que ahora vale es que yo ponga los ejemplos que Felipe me dijo que le transmitieron, porque un buen ejemplo era mejor que cualquier exhortación. Entonces, a ver... Si uno ansía toda su vida tocar el piano, lo más probable es que en la próxima vida uno nazca en el seno de una familia en la que se toca el piano. Más... Si uno quiere tener doce mil pesos ("¿Doce mil pesos?, le pregunté, "¿Y por qué esa cantidad?". Felipe puso cara de "Yo qué sé. No me fastidies con esas preguntas", y siguió con el relato), si uno quiere tener doce mil pesos, entonces, uno piensa fijamente en tenerlos y al cabo de un tiempo es muy probable que uno termine por tenerlos. A Felipe le pareció rápidamente que todo eso era una ofensa seria hacia el Señor, y se quedó un rato más sin decir nada, esperando que la persona que lo había invitado decidiera irse de una vez, o algo así. Hablamos después de algunas cosas más y nos topamos en la esquina de la rambla de la Brava con Montecarlo con unos niños del Kennedy, vecinos míos, que se entretenían en tirarse rodando desde un inmenso talud. El pasto estaba un poco seco y áspero y los niños tenían algunos rayones en la cara, pero no estaba nada mal para un sábado de sol tibio. Le pregunté a Felipe si sabía que en la casa de ese talud se había quedado un par de días el presidente Bush (padre) cuando anduvo por Sudamérica en el año 1990. Felipe me dijo esto: "Cada vez que pasamos por acá me decís lo mismo". Creo que Felipe sufre de hiperbolismo... Cuando llegamos a la playa nos encontramos en seguida con que las huellas que yo había dejado hacía unas pocas horas aún estaban intactas, incluso aquellas que estaban cerca de donde llegaba el agua, en plena arena húmeda. Yo jugué un rato a pisar mis propias huellas y Felipe hizo algún chiste nombrando a Derrida o algo parecido; después se puso a sacarles fotos a varios de los cientos de peces muertos que han estado apareciendo en la costa desde hace semanas. Más adelante encontramos un paquete de spaghettis fabricado en China, pero lo que se dice chino-chino, todo en chino... Seguramente a algún marinero de uno de esos buques que se ven en el horizonte se le escapó por la cubierta o directamente lo tiró al mar. Pero la cosa daba igual; en lo único que se podía pensar era en lo que le podría pasar por la cabeza a ese chino mientras se tragaba cada tallarín. Más tarde subimos por Roosevelt hacia el lado del shopping con ganas de comprar algo para comer. Y en el momento en que pasamos por la rotonda entre Pedragosa Sierra y Roosevelt vimos una de las cosas más soprendentes de la tarde. Un par de championes número 376 (por lo menos). Iban en una chata tirada por un auto. No supimos de qué material podían ser, pero por lo menos cada uno medía un metro y medio. Felipe sacó la cámara, pero cuando tomó un par de fotos ya era tarde. Las imágenes quedaron irreconocibles y el auto se alejaba hacia el norte. En Tienda Inglesa, al final, compramos dos panes flauta y seis o siete mandarinas para ir comiendo ya en la vuelta. Sin embargo, eso no fue de lo más importante que nos pasó allí dentro. Esa tarde será recordada como uno de los momentos más tristes en la vida de don Felipe García Salaberry, la tarde en que oyendo el audio ambiente del supermercado confundió el primer movimiento de la sinfonía número 40 de Mozart, con un pasaje del concierto para piano número 21, también de Mozart. Pero él se la aguantó como un hombre, de frente, haciendo la cola en la caja como cualquiera de los que estaba allí, pagando como un ciudadano más, cruzando después Roosevelt y ofreciéndome la bolsa con las mandarinas como un gran amigo que es. El gesto estoico de Felipe, su dureza facial en la hora amarga, demuestran un espíritu hecho para los tiempos que vienen. Al final, humanum est, somatizó un poco a través de un tirón que le dio en un músculo de la espalda antes de que volviéramos a Pedragosa Sierra. ("Che, el piano no llegaba más"... "Sos un hijo de puta"... ). entonces subimos hasta Laureano Alonsopérez y nos fuimos acercando a casa en esa hora en que las copas de los pinos se van enrojeciendo y una atmósfera umbrosa y húmeda se va extendiendo por los jardines. Le explico a Felipe que cada vez que percibo esa hora incierta en que suceden esos fenómenos tan simples, me vienen siempre recuerdos de varias tardes de finales de los años '80. Yo podía pasar con mis padres en la camioneta o, a veces, muy de vez en cuando, con mi abuela materna a pie, y sentir esa especie de melancolía llegada de no sabía dónde y que se instalaba en mi pecho. Yo tendría siete, ocho, nueve años... Y siempre lo mismo. Sentía que el mundo estaba bien así. Podía ser triste, pero estaba bien. Le digo a Felipe que no puedo siquiera hacer el esfuerzo por transmitirle ese sentimiento, que es algo con uno mismo. Felipe hace que sí con la cabeza. El sábado se iba, dejando atrás la gloria de su sol, y a mí me llegaban otra vez palabras como las que releí hace unos días en las "Confesiones" de San Agustín: "Todas estas cosas las recoge la memoria, para evocarlas de nuevo y volver sobre ellas cuando sea necesario, en su vasto receptáculo y en no sé qué secretos e inefables recovecos suyos. (...) ¿Quién podrá decir cómo fueron formadas estas imágenes, aunque sea claro por cuál sentido fueron captadas y ocultas en el interior?".
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4 comentarios:
Está muy bueno...Y es muy especial para mi...queda clarisimo que también lo cotidiano puede ser muy atractivo, y muchas veces dejamos pasar cosas que las vemos a diario, que son importantes y no las tememos en cuenta...
Sí, de acuerdo con anónimo. Tenés una forma de contar las cosas simples de la vida, una forma de mirada las cosas, que les devuelve esa magia que siempre deberían tener. Como comer mandarinas, por ejemplo...
Bueno, muchas gracias...
Aunque en realidad, releyendo ahora a la distancia de un añño, temo a veces fastidiar a los lectores con cierto clima intimista que no viene al caso. Pero, bueno, ya está, ya pasó, sana, sana... (Me quedo pensando en eso...)
Un gran abrazo.
Yo no sé mucho qué es ser intimista ni por qué habría que combatirlo, pero en tu caso no aburre para nada. Hay gente que se pasa la vida intentándolo y aburriendo a todo el mundo, pero a vos te sale con total naturalidad. Lográs que las cosas de todos los días parezcan maravillosas, probablemente porque las ves así, y nosotros, chicatos, al menos podemos verlas por intermedio de tu mirada. Bueno, basta de piropos! Te voy a hacer sonrojar, :)
saludos
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