viernes, 25 de junio de 2010

1 a 0 a México o ¡Bienvenidos a "Laputa"!


1:Este país está en el aire

Parece mentira. Parece un sueño. Parece una broma.
Minutos después de que termine el partido entre Uruguay y México, el relator observa la imagen de la tabla de posiciones del grupo A y pide que no lo pellizquen, que no lo sacudan si esto es un sueño. No quiere despertar. Quiere seguir contemplando la crudeza de las cifras que tiene enfrente. Uruguay 7 - México 4 - Sudáfrica 4 - Francia 1... Uruguay acaba de ganarle a México 1 a 0 su último partido por el grupo A, que se ha adjudicado, y espera al segundo del grupo B. Antes del Mundial, cualquiera, y no por pájaro de mal agüero, podía calcular que Uruguay andando bien salía segundo y, medio resignadamente, esperaba por Argentina (primera del grupo B, como resultó ser) en octavos de final, y que fuera lo que Dios quisiera.
Eso fue el martes, al mediodía. En los días siguientes nadie ha hablado de nada más en este país. Nadie ha hablado del Presidente. Nadie ha dicho mucho sobre el levantamiento del corte de Gualeguaychú. No se le da mucha importancia a la suba de precios de algunos artículos, a los hechos de violencia. Y seamos sinceros: ¡ni siquiera al fútbol! Es decir, el fútbol es un tema delicadísimo. Mejor no hablar de él que hablar mal. Mejor no hablar de la selección que hablar con apresuramiento y "secar su suerte". Este país está en el aire. El efecto es muy similar a haber saltado y de repente notar que uno ha quedado suspendido en el aire. Todo es demasiado delicado. Mejor respirar lo menos posible. Mejor no tener ningún pensamiento excedido. Estamos todos suspendidos en el aire. Miramos alrededor y vemos lo magnífico que es, pero nadie se anima a gritárselo al vecino. Calma.
La empleada de la biblioteca municipal que me atiende desde que tengo 15 años me dice siente un poco de pena por los jóvenes... Tiene entre 50 y 60 años, probablemente esté por jubilarse en un tiempo, y te da los libros como si fuera una buena abuela. Se asombra de que sea la cuarta vez que renuevo el préstamo de la novela. "No me digas que estás con todo esto del fútbol... ¿Viste qué bien que estamos jugando?"... Por supuesto, le respondo... He leído menos, he escrito sobre todo acerca del Mundial y he mirado un promedio de dos horas de fútbol por día, la cantidad de horas que suelo usar para leer. La mujer me habla de los festejos en San Carlos el día martes a la tarde. Pero tiene miedo. Tiene miedo de que los jóvenes se entusiasmen demasiado y se frustren con una derrota de Uruguay. Mejor no festejar nada por el momento: esa es su conclusión. Hacemos un par de chistes (malos) sobre Corea del Sur y nos despedimos. Regreso a casa y dejo la novela sobre la mesa del living. "Hasta otro momento, novela, ahora tengo que escuchar en la radio el partido entre Holanda y Camerún".
Pero sigo con algo de los libros en la cabeza. Esta idea del país en el aire, de todos abombados por un sentimiento demasiado placentero como para distraerse, no me parece original. Busco, busco, busco... Y claro, llego a "Los viajes de Gulliver", de Jonathan Swift. En la tercera parte de esta novela el capitán Gulliver llega a una isla flotante, un país pequeño llamado Laputa (así en su original en inglés). Esto parece broma, también. Me acuerdo de mi padre hablándome por teléfono "¡La puta! ¡Qué partido hizo Uruguay!". Me acuerdo también de un amigo comentándome el balinazo de Guardado que pudo haber sido gol de México antes del gol de Suárez: "¡La puta! ¡Qué guascazo que sacó el mexicano!". Etcétera, etcétera. Pero prestémosle un poco de atención a la descripción que el capitán Gulliver hace de los habitantes de Laputa apenas llega: "Al parecer, las mentes de esta gente están tan absortas en intensas especulaciones, que no pueden hablar ni escuchar lo que dicen los demás a menos que los despierten mediante algún contacto exterior sobre los órganos del habla y del oído"

2: La comprobación... El peso de la sangre...

Lo que se pensaba que era difícil sucedió. Uruguay confirmó contra México su brillante partido ante Sudáfrica. Controló a un rival quizás superior al conjunto africano. Se defendió muy bien y esperó hasta que Forlán agarró desacomodado el fondo de la selección azteca, tiró la pelota a la derecha para que Cavani a la carrera metiera el centro al segundo palo, bien medido para la cabeza de Luis Suárez. El arquero de México se estiró pero no llegó. No llegaba ni teletransportándose. En total, desde que la pelota fue tomada por Forlán, la jugada no duró ni cinco segundos. Suarez agita ambos dedos índices mientras corre hacia el corner, como si dijera entre su sonrisa dentuda "¡Yo les dije! ¡Yo les dije!". Antes habíamos pasado el susto de la pelota que Guardado metió contra el ángulo y que Muslera no atajaba ni en el replay. Pero también Uruguay había creado algunas buenas situaciones de gol como para merecer largamente el gol de Suárez. Y en seguida se vino el final del primer tiempo, y después el segundo, y las preocupaciones de los mexicanos, que se resistían a la suerte de tener que enfrentar a Argentina en octavos de final. Pero el partido pasó como un suspiro. Fue intenso. Pero de una intensidad mínima. Uruguay pudo haber hecho algún gol más y haber liquidado el encuentro. Incluso la posibilidad de que México empatara era casi nula, salvo un cabezazo que bien puedo haber sido el empate. Sin embargo todo era natural. Uruguay le daba la pelota a México y este equipo la hacía rodar por toda la cancha con cierta ilusión de llegar al gol. Pero nada. En realidad parecía más un juego de gato y ratón. Parecía todo irreal. No era eso el Uruguay del sufrimiento, el Uruguay de la sangre charrúa. Hasta que el peso de la sangre se reveló y lo vio todo el mundo en una reiteración. Diego Pérez salta a cabecear y su sien derecha se corta contra la cabeza de un rival. Y de ahí a la sangre, al derramamiento de sangre que alimentaba la presencia de nuestro dios particular y lo hacía fuerte. Pérez tuvo que salir del campo de juego, cambiarse de camiseta y esperar a que se le aplicara sobre la cabeza un apósito de color... ¡¡¡celeste!!! ¡De qué otro color iba a ser! Pero el color de la sangre opacaba al cabo de los minutos la claridad de la tela. La sangre estaba allí debajo, agolpándose. No había arreglo en el partido. Era lo que era. Uruguay ganaba bien. Y la sangre estaba y un pueblo lo agradeció suspirando aliviado.

2 comentarios:

Fernanda Trías dijo...

Hay un dibujito animado del japonés que hizo El viaje de Chihiro, que se llama Laputa Castel. Toda la película la niña se pasó gritando: "¡Laputa!"

F

Damián González Bertolino dijo...

¡¡¡No...!!! Jaaaa... No lo vi... Soy fanático de Miyazaki.. Lo voy a ver. Un abrazo.