(César Aira y Diego Recoba; Nuevo París, mayo de 2010)
A las nueve de la noche en punto había cuatro tipos en el bar.
Uno había estado apoyado contra el mostrador, mirando a la distancia el informativo en un televisor 14 pulgadas y cuidando el lugar hasta que llegara el dueño. En un pocos minutos aparecieron entonces el dueño y un tercero, ambos cargando media docena de bolsas de supermercado que terminaron desparramando encima del mostrador. El que había estado cuidando el bar separó hacia su lado una bolsa con algunos kilos de chorizo. Después apareció el cuarto hombre, y entre los cuatro comenzaron a quejarse del frío. Luego se pusieron a hablar del partido que Nacional había perdido contra Cruzeiro el miércoles anterior por la Copa Libertadores. De ahí pasaron a comentar cómo había jugado el "Tito" Ferro, y eso los llevó a un retorcido y poco inteligible repaso de algunas campañas del Salus FC... Jugadores que habían surgido del club y que ahora estaban en el extranjero; jugadores que no habían llegado a tanto; jugadores de los que uno se acordaba y otros no... A los minutos uno rechazó un vaso de whisky y se puso a hablar de que había dejado la bebida. Después se levantó la camisa y se palpó la panza. "Mirá todo lo que me falta ahora", dijo.
Eso fue a las nueve de la noche, a un costado de la calle Santa Lucía, en el barrio Nuevo París, de Montevideo.
Una hora más tarde, apareció allí el escritor argentino César Aira. Todas las miradas saltaron en seguida sobre ese hombre de algo más de un metro ochenta de altura, andar cansino y gestos lentos y benevolentes, enfundado en una gruesa campera de nylon verde. Era el escritor que habían estado esperando.
César Aira. Nacido en Coronel Pringles en 1949. Autor de más de medio centenar de libros. Considerado uno de los autores más influyentes de la actualidad en lengua española. Lo mismo polémico que indiferente al parloteo intelectual. Lo mismo afectuoso que encarnizado en sus juicios. Lo mismo simpático que levemente ausente. Ese es el punto. De Aira, incluso desde su alrededor, surge cualquier cosa. Ese es, de nuevo, el punto.
Visto desde una altura de uno o dos kilómetros, en medio de una de las noches más frías en lo que va del año, el sitio en el que se halla el bar Clase A, de Nuevo París, apenas si puede ser visible, desplazado como está por la luminosidad del centro de la capital. Sin embargo, se está produciendo allí un acontecimiento que con los años podrá ser recordado como una curiosidad extraordinaria de las tantas que aparecen dispersas en la historia de la cultura uruguaya... 7 de mayo de 2000. César Aira presenta su libro "Mil gotas" en el bar Clase A de Nuevo París, también taller de la editorial cartonera La Propia.
Aira da unos pasos sobre el piso de portland del amplio salón del bar del Armenio, observa la mesa en donde hablará en un rato, el aparador con los libros de La Propia, los adornos del otro lado del mostrador: una foto de Gardel vestido de criollo, una boa de cartón con el nombre de la editorial, una camiseta de Danubio... En esos minutos previos Aira termina apoyándose contra una de las dos mesas de pool del sector izquierdo del bar y charlando con las personas que de a poco están llegando. Cuando se le pregunta si es la primera vez que viene a Uruguay, Aira abre bien los ojos como si se lo hubiera acusado de algo vergonzoso. "No", responde, "Vengo por lo menos dos veces al año". Entonces la pregunta se afina: "¿Es la primera vez que presenta un libro en Uruguay?". Ahí el escritor baja la guardia y asiente con una melancolía visible. "Sí. La primera vez...". El tema, a partir de allí, es Uruguay...
-¿Sigue pensando que, como dijo en su ensayo sobre Copi, Uruguay es una extrañeza en sí misma, un "objeto artístico a priori"?
-Es que es como un país de juguete... -dice, y se sonríe muy despacio, como si no hubiera apuro, y la sonrisa se queda fija en su rostro -Una vez estuve en México -continúa -en un congreso sobre literatura argentina y uruguaya, y dije que en Uruguay no había regionalismo, porque era tan pequeño que no había región... A la salida me agarró Pablo Rocca y uuuuuhhhhhh, me dijo de todo... que Tacuarembó, que esto y que lo otro... -y vuelve a sonreírse.
Aira continúa con las anécdotas y con el tema de la relación entre su país y el nuestro, el tema de esa tradición argentina que consiste en ubicar gran parte de sus pasiones en este lado del río Uruguay, desde Hudson, pasando por Borges y hasta el mismo Copi. Como ejemplo, entonces, relata un encuentro entre Enrique Estrázulas y Borges. El escritor uruguayo llega al apartamento de Borges para entrevistarlo. La charla se extiende por horas, y en un momento dado Estrázulas se permite corregirle a Borges que en uno de sus cuentos ubicado en nuestro país, donde un personaje dice: "Viva el Presidente de la Nación", debería decir "Viva el Presidente de la República", porque los uruguayos no utilizan el término "Nación". Borges se alarma y le pide a Estrázulas el teléfono para avisar urgentemente a la correctora de la editorial Emecé. "Maestro", le responde Estrázulas, "son las tres de la mañana" (*)
En eso llega el perro del Clase A, también mascota de La Propia. Es un perro negro, robusto y con ojos bonachones que se lo queda mirando a Aira como si estuviera a punto de explicarle algo. Aira se queda concentrado en la mirada del perro y pregunta cómo se llama "Mago", responden. El "Mago" es un perro tan tranquilo como enorme, apenas si huele un poco a cualquiera que entre al bar. Pero basta tan sólo el amague de que le van a arrojar algo por delante para que se adueñe de él la excitación más descontrolada. Cualquier cosa que le lancen él la va a buscar. Una botella de plástico, un bollo de papel, un cascote. Lo que sea. Cuando lo captura empieza a sacudir la cabeza hacia ambos costados y a veces la baba salta en todas direcciones. Algunas veces no se aguanta y arremete contra las tapas de los libros que se están secando en el patio del Clase A y las deshace con furia mientras los chicos corren detrás de él. Pero eso sólo algunas veces. Muy de vez en cuando. Es un perro que necesita algo más de lo que precisa cualquier otro. Pero el "Mago" es, esencialmente, un perro bueno. Así que Aira se queda sorprendido un instante después cuando alguien le recuerda que el animal se llama igual a una novela suya ("El mago", 2000). Casi parece que está a punto de decir algo al respecto, pero entonces lo llaman porque la presentación está por comenzar.
Una vez que Diego Recoba (uno de los editores responsables de La Propia) dijo unas palabras sobre el escritor argentino, Aira se dedicó a hacer aquello que le sale tan bien y que ratifica siempre en cada una de las entrevistas que se le han hecho: la capacidad de escandalizar, romper con los prejuicios de sus espectadores y al mismo tiempo dejar en ellos una huella profunda de humanidad y de pasión por el oficio de la escritura.
Mientras el aroma de los chorizos en la parrilla llegaba hasta el público y el ruido de los ómnibus pasando por Santa Lucía superaba la capacidad del cubo Samick al que estaba conectado el micrófono, la voz de Aira se desgranaba en el Clase A con su suavidad gangosa, tanto para aquellos que lo habían ido a ver, escritores, periodistas, estudiantes (o todo al mismo tiempo), como también los desprevenidos clientes habituales del Clase A que llegaban para el inicio de la madrugada de sábado a puro alcohol y cumbia.
Luego de leídas las dos primeras página de "Mil gotas", fueron un capítulo aparte sus opiniones sobre el nuevo cine argentino ("habría que hacer una pila con todo ese celuloide y prenderlo fuego"), la literatura política ("vivir de reivindicaciones y de desaparecidos no es ya honesto, creo...") o Cortázar:
-Cortázar es un escritor de iniciación, que releído treinta años después descubrimos que es una bazofia y que no renunciamos a ello por no defraudar esa juventud... Cortázar inventó el cuento del vaciado de información y eso fue una mala influencia para los nuevos cuentistas argentinos. Es muy fácil retacear información: queda una cosa miesteriosa, sugerente, barata...
Un periodista entre el público le pregunta si Levrero, a quien acababa de elogiar, no lo había hecho también.
-No -contesta Aira -él lo arreglaba por otro lado... "París" es una cumbre de la novela del siglo XX.
Así es Aira. Parece que entre una afirmación incómoda y otra gratificante para el público no hubiera mediado ninguna clase de esfuerzo retórico. Las frases salen con la misma suavidad, con la misma prosodia de un oráculo perezoso.
Cuando se le interroga, incluso, sobre su reciente fascinación por la lógica imaginativa del relato de hadas (visible en su novela "Yo era una niña de siete años") y en la distancia que media con el gusto por la forma narrativa tomada del modelo decimonónico de sus primeras novelas, simplemente rsponde:
-Es una evolución...
Cuando se le pregunta por qué reivindica las vanguardias sin tomar su componente político, la voz que sale de esa cabeza tenuemente iluminada por una lámpara colgada a poca distancia responde que quizás no sea entonces un vanguardista, luego cita una frase de Baudelaire y hace que todos se rían. El oráculo prosigue. Los ademanes se hacen lentos, el aire se espesa y se hace disfrutable. Todos consultan sobre lo que sea ya a determinada altura de la noche. Es probable que alguien tenga la pregunta de si Argentina ganará el Mundial de Sudáfrica y, consecuentemente, se acabará el mundo tal cual lo conocemos... El oráculo responde con dureza, con liviandad, con frases a medias, con interjecciones, y, súbitamente, se hace el silencio.
-Bueno, sugiero que comamos y bebamos... -dice por último la voz.
Aira se levanta y da por terminada así la presentación.
A partir de entonces empieza a salir la cumbia de la rocola, la bebida circula en mayor cantidad , los chorizos salen de la parrilla, Aira firma libros, firma la camiseta de Danubio, charla con todos los que se le acercan y siempre tiene un gesto de sincero agradecimiento y felicidad por todo lo que esa noche ha traído.
En un alto de la firma de autógrafos, uno de los muchachos de La Propia le acerca un choripán. Aira se apoya de espaldas al mostrador y comienza a comer. De pronto una mirada se coloca sobre él. Es el Mago. Está parado de frente a Aira, con la boca cerrada y apenas sin parpadear. Aira se sonríe, comenta alguna cosa y le suelta al perro un pedazo de chorizo con algo de pan. El "Mago" lo ataja con su boca antes de que llegue al suelo y lo engulle y vuelve a quedarse observando igual que si no le hubieran dado nada.
-¡Quiere más!... ¡Pobrecito!... -dice Aira.
Entonces lo convida de nuevo. Y luego otra vez, y otra vez, y otra... Así hasta que lo único que Aira tiene para ofrecerle es un trozo de pan con una desfallecida rodaja de tomate, pero casi completa.
-No sé si se comerá esto también... No le debe gustar el tomate...
Error.
El "Mago" deja caer el tomate al suelo, lo olfatea un poco y en seguida comienza a masticarlo.
-¡¡¡¡¡SE COME TODOOOOOO!!!!!
Es ahora cuando el "Mago" tiene uno de sus ataques de insatisfacción y salta sobre el escritor y empieza a devorarlo poco a poco. La desazón recorre los rostros de todos los presentes como en un dominó prematuro. Las reacciones se vuelven demasiado lentas. Parece que todo sucede en otra instancia del mundo. Así que cuando el perro se termina lo poco que le queda de César Aira ("Coronel Pringles, 1949... muchísimos libros publicados, muchos muy, muy buenos, y... y pienso que nunca me va a dejar de gustar "Una novela china" o "La costurera y el viento", porque, bueno, ahora no me acuerdo bien...")... así que cuando el perro se termina lo que queda de César Aira, continúa con cada uno de los presentes. No se salva nadie, ni siquiera el dueño, que le dice: "Atrás, chiquito... Soy papá...". Luego vienen todos los chorizos restantes, las botellas, el mostrador, las mesas de pool con sus respectivos tacos y bolas, la rocola, la misma música que queda perviviendo falsamente en el eco de los rincones... entonces la realidad hace así: ¡BLUP! y sólo queda el perro quieto, bien negro, quieto, con sus ojos sin parpadeo, en medio de la noche fría, quieta, alejada, de Nuevo París, apenas recortado, como flotando, esa misma noche en que pasó por allí César Aira.
(*) El cuento es "Avelino Arredondo".
A las nueve de la noche en punto había cuatro tipos en el bar.
Uno había estado apoyado contra el mostrador, mirando a la distancia el informativo en un televisor 14 pulgadas y cuidando el lugar hasta que llegara el dueño. En un pocos minutos aparecieron entonces el dueño y un tercero, ambos cargando media docena de bolsas de supermercado que terminaron desparramando encima del mostrador. El que había estado cuidando el bar separó hacia su lado una bolsa con algunos kilos de chorizo. Después apareció el cuarto hombre, y entre los cuatro comenzaron a quejarse del frío. Luego se pusieron a hablar del partido que Nacional había perdido contra Cruzeiro el miércoles anterior por la Copa Libertadores. De ahí pasaron a comentar cómo había jugado el "Tito" Ferro, y eso los llevó a un retorcido y poco inteligible repaso de algunas campañas del Salus FC... Jugadores que habían surgido del club y que ahora estaban en el extranjero; jugadores que no habían llegado a tanto; jugadores de los que uno se acordaba y otros no... A los minutos uno rechazó un vaso de whisky y se puso a hablar de que había dejado la bebida. Después se levantó la camisa y se palpó la panza. "Mirá todo lo que me falta ahora", dijo.
Eso fue a las nueve de la noche, a un costado de la calle Santa Lucía, en el barrio Nuevo París, de Montevideo.
Una hora más tarde, apareció allí el escritor argentino César Aira. Todas las miradas saltaron en seguida sobre ese hombre de algo más de un metro ochenta de altura, andar cansino y gestos lentos y benevolentes, enfundado en una gruesa campera de nylon verde. Era el escritor que habían estado esperando.
César Aira. Nacido en Coronel Pringles en 1949. Autor de más de medio centenar de libros. Considerado uno de los autores más influyentes de la actualidad en lengua española. Lo mismo polémico que indiferente al parloteo intelectual. Lo mismo afectuoso que encarnizado en sus juicios. Lo mismo simpático que levemente ausente. Ese es el punto. De Aira, incluso desde su alrededor, surge cualquier cosa. Ese es, de nuevo, el punto.
Visto desde una altura de uno o dos kilómetros, en medio de una de las noches más frías en lo que va del año, el sitio en el que se halla el bar Clase A, de Nuevo París, apenas si puede ser visible, desplazado como está por la luminosidad del centro de la capital. Sin embargo, se está produciendo allí un acontecimiento que con los años podrá ser recordado como una curiosidad extraordinaria de las tantas que aparecen dispersas en la historia de la cultura uruguaya... 7 de mayo de 2000. César Aira presenta su libro "Mil gotas" en el bar Clase A de Nuevo París, también taller de la editorial cartonera La Propia.
Aira da unos pasos sobre el piso de portland del amplio salón del bar del Armenio, observa la mesa en donde hablará en un rato, el aparador con los libros de La Propia, los adornos del otro lado del mostrador: una foto de Gardel vestido de criollo, una boa de cartón con el nombre de la editorial, una camiseta de Danubio... En esos minutos previos Aira termina apoyándose contra una de las dos mesas de pool del sector izquierdo del bar y charlando con las personas que de a poco están llegando. Cuando se le pregunta si es la primera vez que viene a Uruguay, Aira abre bien los ojos como si se lo hubiera acusado de algo vergonzoso. "No", responde, "Vengo por lo menos dos veces al año". Entonces la pregunta se afina: "¿Es la primera vez que presenta un libro en Uruguay?". Ahí el escritor baja la guardia y asiente con una melancolía visible. "Sí. La primera vez...". El tema, a partir de allí, es Uruguay...
-¿Sigue pensando que, como dijo en su ensayo sobre Copi, Uruguay es una extrañeza en sí misma, un "objeto artístico a priori"?
-Es que es como un país de juguete... -dice, y se sonríe muy despacio, como si no hubiera apuro, y la sonrisa se queda fija en su rostro -Una vez estuve en México -continúa -en un congreso sobre literatura argentina y uruguaya, y dije que en Uruguay no había regionalismo, porque era tan pequeño que no había región... A la salida me agarró Pablo Rocca y uuuuuhhhhhh, me dijo de todo... que Tacuarembó, que esto y que lo otro... -y vuelve a sonreírse.
Aira continúa con las anécdotas y con el tema de la relación entre su país y el nuestro, el tema de esa tradición argentina que consiste en ubicar gran parte de sus pasiones en este lado del río Uruguay, desde Hudson, pasando por Borges y hasta el mismo Copi. Como ejemplo, entonces, relata un encuentro entre Enrique Estrázulas y Borges. El escritor uruguayo llega al apartamento de Borges para entrevistarlo. La charla se extiende por horas, y en un momento dado Estrázulas se permite corregirle a Borges que en uno de sus cuentos ubicado en nuestro país, donde un personaje dice: "Viva el Presidente de la Nación", debería decir "Viva el Presidente de la República", porque los uruguayos no utilizan el término "Nación". Borges se alarma y le pide a Estrázulas el teléfono para avisar urgentemente a la correctora de la editorial Emecé. "Maestro", le responde Estrázulas, "son las tres de la mañana" (*)
En eso llega el perro del Clase A, también mascota de La Propia. Es un perro negro, robusto y con ojos bonachones que se lo queda mirando a Aira como si estuviera a punto de explicarle algo. Aira se queda concentrado en la mirada del perro y pregunta cómo se llama "Mago", responden. El "Mago" es un perro tan tranquilo como enorme, apenas si huele un poco a cualquiera que entre al bar. Pero basta tan sólo el amague de que le van a arrojar algo por delante para que se adueñe de él la excitación más descontrolada. Cualquier cosa que le lancen él la va a buscar. Una botella de plástico, un bollo de papel, un cascote. Lo que sea. Cuando lo captura empieza a sacudir la cabeza hacia ambos costados y a veces la baba salta en todas direcciones. Algunas veces no se aguanta y arremete contra las tapas de los libros que se están secando en el patio del Clase A y las deshace con furia mientras los chicos corren detrás de él. Pero eso sólo algunas veces. Muy de vez en cuando. Es un perro que necesita algo más de lo que precisa cualquier otro. Pero el "Mago" es, esencialmente, un perro bueno. Así que Aira se queda sorprendido un instante después cuando alguien le recuerda que el animal se llama igual a una novela suya ("El mago", 2000). Casi parece que está a punto de decir algo al respecto, pero entonces lo llaman porque la presentación está por comenzar.
Una vez que Diego Recoba (uno de los editores responsables de La Propia) dijo unas palabras sobre el escritor argentino, Aira se dedicó a hacer aquello que le sale tan bien y que ratifica siempre en cada una de las entrevistas que se le han hecho: la capacidad de escandalizar, romper con los prejuicios de sus espectadores y al mismo tiempo dejar en ellos una huella profunda de humanidad y de pasión por el oficio de la escritura.
Mientras el aroma de los chorizos en la parrilla llegaba hasta el público y el ruido de los ómnibus pasando por Santa Lucía superaba la capacidad del cubo Samick al que estaba conectado el micrófono, la voz de Aira se desgranaba en el Clase A con su suavidad gangosa, tanto para aquellos que lo habían ido a ver, escritores, periodistas, estudiantes (o todo al mismo tiempo), como también los desprevenidos clientes habituales del Clase A que llegaban para el inicio de la madrugada de sábado a puro alcohol y cumbia.
Luego de leídas las dos primeras página de "Mil gotas", fueron un capítulo aparte sus opiniones sobre el nuevo cine argentino ("habría que hacer una pila con todo ese celuloide y prenderlo fuego"), la literatura política ("vivir de reivindicaciones y de desaparecidos no es ya honesto, creo...") o Cortázar:
-Cortázar es un escritor de iniciación, que releído treinta años después descubrimos que es una bazofia y que no renunciamos a ello por no defraudar esa juventud... Cortázar inventó el cuento del vaciado de información y eso fue una mala influencia para los nuevos cuentistas argentinos. Es muy fácil retacear información: queda una cosa miesteriosa, sugerente, barata...
Un periodista entre el público le pregunta si Levrero, a quien acababa de elogiar, no lo había hecho también.
-No -contesta Aira -él lo arreglaba por otro lado... "París" es una cumbre de la novela del siglo XX.
Así es Aira. Parece que entre una afirmación incómoda y otra gratificante para el público no hubiera mediado ninguna clase de esfuerzo retórico. Las frases salen con la misma suavidad, con la misma prosodia de un oráculo perezoso.
Cuando se le interroga, incluso, sobre su reciente fascinación por la lógica imaginativa del relato de hadas (visible en su novela "Yo era una niña de siete años") y en la distancia que media con el gusto por la forma narrativa tomada del modelo decimonónico de sus primeras novelas, simplemente rsponde:
-Es una evolución...
Cuando se le pregunta por qué reivindica las vanguardias sin tomar su componente político, la voz que sale de esa cabeza tenuemente iluminada por una lámpara colgada a poca distancia responde que quizás no sea entonces un vanguardista, luego cita una frase de Baudelaire y hace que todos se rían. El oráculo prosigue. Los ademanes se hacen lentos, el aire se espesa y se hace disfrutable. Todos consultan sobre lo que sea ya a determinada altura de la noche. Es probable que alguien tenga la pregunta de si Argentina ganará el Mundial de Sudáfrica y, consecuentemente, se acabará el mundo tal cual lo conocemos... El oráculo responde con dureza, con liviandad, con frases a medias, con interjecciones, y, súbitamente, se hace el silencio.
-Bueno, sugiero que comamos y bebamos... -dice por último la voz.
Aira se levanta y da por terminada así la presentación.
A partir de entonces empieza a salir la cumbia de la rocola, la bebida circula en mayor cantidad , los chorizos salen de la parrilla, Aira firma libros, firma la camiseta de Danubio, charla con todos los que se le acercan y siempre tiene un gesto de sincero agradecimiento y felicidad por todo lo que esa noche ha traído.
En un alto de la firma de autógrafos, uno de los muchachos de La Propia le acerca un choripán. Aira se apoya de espaldas al mostrador y comienza a comer. De pronto una mirada se coloca sobre él. Es el Mago. Está parado de frente a Aira, con la boca cerrada y apenas sin parpadear. Aira se sonríe, comenta alguna cosa y le suelta al perro un pedazo de chorizo con algo de pan. El "Mago" lo ataja con su boca antes de que llegue al suelo y lo engulle y vuelve a quedarse observando igual que si no le hubieran dado nada.
-¡Quiere más!... ¡Pobrecito!... -dice Aira.
Entonces lo convida de nuevo. Y luego otra vez, y otra vez, y otra... Así hasta que lo único que Aira tiene para ofrecerle es un trozo de pan con una desfallecida rodaja de tomate, pero casi completa.
-No sé si se comerá esto también... No le debe gustar el tomate...
Error.
El "Mago" deja caer el tomate al suelo, lo olfatea un poco y en seguida comienza a masticarlo.
-¡¡¡¡¡SE COME TODOOOOOO!!!!!
Es ahora cuando el "Mago" tiene uno de sus ataques de insatisfacción y salta sobre el escritor y empieza a devorarlo poco a poco. La desazón recorre los rostros de todos los presentes como en un dominó prematuro. Las reacciones se vuelven demasiado lentas. Parece que todo sucede en otra instancia del mundo. Así que cuando el perro se termina lo poco que le queda de César Aira ("Coronel Pringles, 1949... muchísimos libros publicados, muchos muy, muy buenos, y... y pienso que nunca me va a dejar de gustar "Una novela china" o "La costurera y el viento", porque, bueno, ahora no me acuerdo bien...")... así que cuando el perro se termina lo que queda de César Aira, continúa con cada uno de los presentes. No se salva nadie, ni siquiera el dueño, que le dice: "Atrás, chiquito... Soy papá...". Luego vienen todos los chorizos restantes, las botellas, el mostrador, las mesas de pool con sus respectivos tacos y bolas, la rocola, la misma música que queda perviviendo falsamente en el eco de los rincones... entonces la realidad hace así: ¡BLUP! y sólo queda el perro quieto, bien negro, quieto, con sus ojos sin parpadeo, en medio de la noche fría, quieta, alejada, de Nuevo París, apenas recortado, como flotando, esa misma noche en que pasó por allí César Aira.
(*) El cuento es "Avelino Arredondo".
4 comentarios:
Al parecer, todo fue un sueño digestivo del lebrel, una completa epifanía canina.
Un abrazo, Martín
Pd: de mi reciente visita a la propia me traje algunos libros, incluyendo "Los alienados", que aún no he leído. También, confieso mi pecado, me encargué de diseñar la tapa de uno de los ejemplares que, espero, haya sido comido por el perro.
¡Pffffffffffff! Excelente. Como estar ahí, con la misma la magia pero sin el riesgo de ser devorada por el Mago ;-)
¡¡Larga vida a La propia!!
F
Queridos Martín y Fernanda:
Muchas gracias por sus comentrios, y, sobre todo, por permitirme leerlos a ustedes después de tanto tiempo... Se lo extrañaba.
Martín: ¡¡Gracias por pintar esa tapita!!
Fernanda: ¡Ojo con el Mago! No es broma... ¡Está 50% loco 50% presa del amor más tierno! ¡O sea 100% loco!...
Abrazos para todos.
"A monster made of teeth..."
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