sábado, 22 de setiembre de 2007

¡Llegó la abuela!

Ayer a la tarde recibimos con Franco a nuestra abuela, la madre de nuestra madre. Se llama Elcira Devitta y a nosotros nos parece todo un personaje. Tiene 85, una memoria y una lucidez implacables y un rasgo que la hace sobresalir entre la gente de su edad: cada vez que la vemos, jamás (pero jamás) nos cuenta las mismas cosas. Aunque hable de achaques, los achaques ni siquiera son los mismos. Elcira nació en Cebollatí y se crió en un lugar llamado Rincón de Aparicio, cerca de Aiguá, cerca del triple límite de Lavalleja, Maldonado y Rocha. Después, como mucha gente del campo en la primera mitad del siglo XX, fue a Montevideo con la esperanza de encontrar una salida económica. Allí se quedó por el resto de su vida (salvo algunos años pasados en Maldonado) porque conoció a mi abuelo, Ángel Bertolino. Elcira hizo sólo un par de años de escuela rural. Siempre dice que le hubiera gustado seguir estudiando, pero las cosas no daban como para eso. Pero de lo que sí se sacó las ganas en la vida fue de leer lo que le cayera en las manos. Cuando era niña o adolescente, y como no había casi qué leer en su entorno, correteaba cualquier papel que el viento llevara para ver qué tenía escrito. Hoy sigue siendo más o menos así. Si yo llego a tener en mi mesa de luz un libro, ella se acerca y me pregunta si me parece interesante. Cuando yo me voy a dormir, resulta siempre que no encuentro el libro, que fue invariablemente secuestrado por mi abuela. Voy hasta donde está ella y la encuentro acostada. Entonces me mira, me hace una sonrisita como disculpándose y me dice: "¡Dale, prestámelo un ratito! Si vos sabés que yo me duermo en seguida..." ¡Qué mentirosa! La escena se repite cada vez que viene. Así, por ejemplo, me acuerdo de que no pude terminar de leer "El gran Meaulnes", de Alain-Fournier, hace como cuatro años. Cuando me quedaban pocos capítulos para acabarlo, llegó mi abuela, me lo sacó y siguió con él viaje hacia Montevideo. Pero fuera de estas cosas, abstrayéndome un poco (¿?), caigo ahora en la cuenta de que cuando yo tenía unos diez años llegué a la conclusión de que era la única persona que yo conocía que me hablaba de libros o que veía leer. Ella, y no otra persona, fue quien me regaló "Don Juan el zorro", de Serafín J. García para que yo pasara mis días de hepatitis. Y si tengo que hacerle justicia, debo decir que en esta oportunidad me trajo de vuelta el libro que se había llevado hacía unos meses, una recopilación de relatos breves de William Henry Hudson. Anoche, antes de irse a dormir, comenzó de nuevo con el ritual de acercarse a donde están mis libros y preguntarme por ediciones con tipografía grande. Yo estaba en el cuarto de Franco, donde está la computadora, y a mi lado tenía una edición de "Jaula de costillas", de Valentín Trujillo, que había estado revisando a causa de la reseña publicada sobre el mismo ayer en El País Cultural y firmada por Carlos María Domínguez. "Abuela, ¿te acordás de Valentín?". "Sí, ¡cómo no me voy a acordar!", me contestó. Entonces le expliqué que Valentín había ganado el Premio Banda Oriental y que ese era su primer libro. Luego me fui a mi cuarto a leer. Resta decir también que cada vez que la abuela viene Franco le cede su cuarto y duerme en el sillón del living o en la casa de papá (al lado). Eso fue lo que pasó ayer. Franco tuvo un ensayo con su amigo el violinista y después siguió de largo con una sesión de billar de varias horas en algún club de Maldonado. Yo terminé de leer El País Cultural y seguí con la edición de la revista Granta en español dedicada a los nuevos jóvenes novelistas estadounidenses. De lo que leí hasta ahora (unos siete de los veintiún autores de la selección) disfruté muchísimo de los relatos "Periquitos", de Kevin Brockmeier, "La reclamación", de Judy Budnitz y "Donde se encuentran el Este y el Oeste", de Nell Freudenberger. ¡Qué bueno ver que en un país como Estados Unidos se sigue escribiendo tan bien y que los nuevos no tendrán nada que envidiar a muchos de sus predecesores! Yo leía algunas cosas y me repetía a mí mismo cuánto me gustaba la narrativa norteamericana. El relato de Brockmeier, por ejemplo, me hizo acordar tanto al poder de sugerencia y concisión de Carson Mc Cullers, que me conmovió. Es más, sentí eso inasible, mitad ternura mitad desgarramiento piadoso, que sentí en las primeras páginas de "El corazón es un cazador solitario". A eso de las cinco de la mañana llegó Franco y traté de dormir; pero ya estaba tan desvelado que poco me costó levantarme antes de las siete para desayunar con mi abuela, que ya andaba entre el cuarto y el baño. Cuando ya estábamos en medio del desayuno, me soltó una frase como si recién se acordara de algo: "¡Ah! Estuve leyendo el libro de Valentín anoche, m'hijo!". "Buenísimo", le dije "¿Y qué te pareció?". "Y... está muy lindo la verdad. Ahora... ¡Mierda que tu amigo ha tenido experiencias sexuales de todo tipo! ¿Eh?". "¿Cómo, abuela?". Yo no entendía muy bien el punto. Me parecía raro que ella confundiera ya no autor con narrador, sino autor con personaje o personajes. Pero ella seguía con su explicación: "Me asombró mucho, mirá, todas las cosas que pasó con homosexuales, para decirte la verdad...". "¿Eh? ¿Estás loca? ¿Qué estuviste leyendo?". Entonces fuimos al cuarto. Cuando le alcancé "Jaula de costillas" lo colocó de inmediato sobre la mesa de luz de Franco, donde además estaba "Desgracia", de Coetzee, y el libro con el que ella se había confundido el libro de Valentín, nada más ni nada menos que las "Confesiones", de Rousseau. Fiel a su costumbre, había leído varias partes de la obra al azar. Entonces empezó a reírse. "¡Ya me parecía a mí que un muchacho tan joven no podría haber tenido tanta experiencia!". Me gustaría dejar en este instante unos puntos suspensivos como reclamando la ayuda de algún lector, pero los voy a dejar ahora, cuando comento que mi abuela, dando la excusa de que al final con la confusión no había podido leer una sola línea de "Jaula de costillas", me pidió para llevárselo a Montevideo. "..."

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Señor Damiàn:
Si usted pretendìa poner en peligro nuestra amistad, lo ha conseguido. En los comentarios sobre "Los devoradoresde plàstico", ha citado usted a muchos de sus amigos y a muchos medios de prensa; pero ha olvidado el Semanario Minuano, fuente importante si las hay. Lo imperdonable de su omisiòn, ha saturado mi aciago destino del dìa de hoy. Ya que, considerar su descuido como un descuido (y me cago en la redundancia) serìa un equìvoco. Usted ha ignorado dicha fuente Minuana, presumo, por falta de afecto a uno de sus colaboradores, o, al menos, por diferencia de intensidad afectiva.
Acaba usted de exhibir sus prioridades del corazòn (o de la evocaciòn, que es lo mismo, porque al que se quiere se lo recuerda), y dicho colaborador de Minuano, si bien entiende, no deja de sentirse dolido. Se confirma, evidentemente, que èl lo quiere a usted màs que usted a èl.
Saludos formales.

Anónimo dijo...

ME ENCANTÓ!!!
Ojalá yo hubiese tenido a alguien así en mi familia...De verda', creo q tenés MUCHAA SUERTE! Yo nunca leí demasiado, y cuando mis padres hicieron el esfuerzo de "iniciarme" a la lectura, regalándome los libros de Julio Verne...los miré fijo, los acomodé en una estantería y los dejé ahí durante AAAÑOS, hasta que "pasaron de categoría" y se fueron en una caja de cartón para un altillo. Pero no se fueron solos, les tocó el privilegio de irse junto con mi colección de libritos infantiles franceses. Era una colección a la que me habían suscrito cuando vivía en Francia, se llamaba "j'aime lire". Cuando me fui a vivr a La Paloma, mi padre, consideró que era importante para mí que siguiera leyendo esas historietas...y cambió la dirección para que yo siguiera recibiéndolos. Si alcanzabas a tener la colección completa y ponías a cada tomo en su lugar siguiendo el número de aparición, al final , el conjunto de "lomos" formaba una imagen de los hermanos protagonistas corriendo o saltando, ya no recuerdo.
No tuve toda la colección y alguno de los que recibí se perdió en el camino de tantas mudanzas.Nunca llegué a ver esa imagen completa.

PAULINA