-Sábado 15 de agosto de 2009. 6ª fecha: Alianza Cinco vs Kennedy-
Para este partido de Kennedy me doy el gusto... Logro que dos amigos, Leonardo Cabrera y Valentín Trujillo, me acompañen en la cancha de Alianza Cinco, situada entre los bosques de los barrios Beverly Hills y Lugano para ver el sexto partido de Kennedy.
Se trata de un encuentro importante. El local buscará una victoria que le permita llegar a 9 puntos y colocarse de inmediato como escolta de los líderes del certamen: Barrio Rivera, Peñarol de San Carlos y Nacional de San Carlos. Para Kennedy ganar le podría permitir escapar de la undécima posición para, en el mejor de los casos, igualar a algún otro equipo en puntaje en el octavo lugar. Todos lo sabemos... La octava colocación se ha transformado en el primer objetivo para el club. Después se verá. Pero llegar hasta allí significa poder jugar el torneo Clausura. Nada menos... En medio de toda esa especulación nos instalamos con Leonardo Cabrera en uno de los tantos terraplenes de greda endurecida que están sobre uno de los costados de la cancha. En cierto modo, ese sector parece el recorte de un paisaje lunar levemente estetizado. Hace un calor pesado y húmedo, y la reverberación se hace insoportable. Sin embargo, nos instalamos con el sol en contra un poco a propósito. O más bien debo decir que la intención es mía. Del lado de la cancha en donde estamos podemos ver desde cerca al Gordo Nene, caminando contra la raya de cal y aguardando el comienzo del partido en muy pocos minutos. Por delante y por detrás pasan los jugadores de tercera de Kennedy y de Alianza. Caminan en silencio, exhaustos, sudorosos. Pasa mi primo Pablo, que juega en Kennedy. Le pregunto cómo salió el partido y me dice que ganaron 3 a 2, pero que estuvo muy picado, que casi hubo piña. No sé si llego a desearlo, pero tengo de pronto en mi interior algo así como la presunción de que algo similar suceda en el partido de fondo. Y no es por desearle el mal a nadie, pero es que tanto le he hablado a Leonardo (lo mismo a Valentín) acerca de lo especiales que son los partidos en los que juega el Kennedy, que ahora tengo miedo de que el partido contra Alianza termine siendo un intercambio de pases a la manera de un encuentro de veteranas del Rotary o del Club de Leones que tironean medio remilgadas de sus propios orgullos en una tarde de té. Me preocupa que tanto Leonardo como Valentín, un poco hartos de mis anécdotas grotescas de lo que pasa sábado a sábado, vayan a pensar que, de haber algo, sucede en el espacio de mi imaginación; o peor: en el espacio del deseo de una imaginación. Así es que cuando empieza el partido, mientras los equipos se olfatean en esos primeros segundos, llego a agradecer que Valentín no haya aparecido.
Con los primeros minutos del partido notamos en seguida la gran superioridad de Alianza para armar jugadas de ataque y llegar con hombres libres de toda marca sobre el fondo de la cancha, prontos a desbordar por la derecha. Otra vez la derecha, me digo, nuestro talón de Aquiles, o uno de ellos. Bueno, en realidad, si se mira a Kennedy en estos primeros minutos parece todo un talón entero, con Aquiles desprendido y andando victoriosamente por cualquier otra parte de la vida. Como sea; observo las subidas del lateral derecho, las incursiones de los delanteros hacia ese rincón de la cancha y me salta el recuerdo de los goles que nos hicieron Nacional y Peñarol de San Carlos para ganarnos en aquellos primeros partidos. Por otra parte, cuando algún forcejeo de los delanteros de Kennedy (sobre todo los dos Pereyra: Nicolás y el "Chala") logra que alguna pelota se vaya al corner, las jugadas resultantes sobre el arco de Alianza carecen de claridad. Por ejemplo: Nicolás Pereyra cabecea un centro desde el corner y el golero de Alianza recibe la pelota sin mucho esfuerzo en la mitad del arco y se apresta a alejarla. Parece que el golero acaba de cobrarle un viejo favor a su rival. El partido avanza minuto a minuto demostrando de forma apabullante la superioridad física y táctica de Alianza. Hay que decir la verdad: del mediocampo hacia abajo los jugadores de Kennedy no pueden hacer nada. Cualquier esfuerzo realizado relega o niega de forma afrentosa la verdad única de que Alianza va a hacer un gol. Y así ocurre. El golazo de Alianza llega aproximadamente a la mitad del primer tiempo. Carlos Baiz, un joven profesor de matemáticas que juega de lateral derecho, mete una pelota por elevación y al vacío sobre la misma línea del ataque. En principio, parece una pelota para nadie. Pero un delantero, librado ya de su marca, corta desde el centro a la derecha y se la lleva hacia la raya de fondo. Luego pone un fuerte pase hacia atrás, rasante, rumbo a la media luna. Allí la va a buscar uno de los volantes, que le pega como viene, con la cara interna del zapato derecho. El tiro es difícil, la cancha no está en muy buenas condiciones y por un momento Leonardo y yo, como muchos de los presentes, tenemos la sensación de que se va camino a lo alto de los pinos que están a diez metros detrás del arco. Pero no. El esférico sale escupido con una curva de adentro hacia afuera, alejándose desde el centro del arco al palo derecho de Alfredo Rodríguez. El arquero de Kennedy salta entonces y la pelota entra por el ángulo superior y abomba la parte lateral de la red. Y menos de una décima de segundo después el brazo derecho de Rodríguez ocupa el mismo espacio por el que acaba de transitar la pelota. Todo el cuerpo del hombre se suspende una fracción de segundo y entonces cae como si en ese preciso instante la ley de gravedad reaccionara furiosa, cae como abandonado por todo, por las fuerzas que lo hicieron llegar hasta allí arriba, por sus compañeros, que se ocupan de comprender la realidad de la pelota rebotando en el interior del arco. Los jugadores de Alianza, mientras tanto, se abrazan a pocos metros de la media luna.
En ese momento llega Valentín Trujillo, resoplando y ajustándose la montura de los anteojos en la parte más alta de la nariz. Nos saludamos y en seguida comenta que pudo ver el gol de Alianza desde el lado opuesto de la cancha, justo en el instante en que el remate había salido.
A partir de entonces el partido comienza a ponerse difícil. Los jugadores de Alianza juegan cada pelota buscando no sólo el segundo gol, sino el tercero y hasta el cuarto. La goleada, si se dilatara esta parte del encuentro, parece una cosa inminente. Los jugadores de Kennedy hacen lo que pueden. Hay algunas arremetidas de Nicolás o de Richard Pereyra, el "Chala", buscando pelotazos desesperados y frontales, pero por lo general los visitantes se dedican a cortar todo lo posible el juego del rival.
Llegado un momento oigo algo que dice Leonardo, o que dice Valentín, o es una cosa que bien pudieron haber afirmado ambos en distintas oportunidades y de forma variada. Sea como sea, podría resumirse en la siguiente expresión: "Yo pensé que el partido (o "esto que vine a ver") iba a ser cualquier cosa; pero no, la verdad que es un partido normal, bien jugado". Apenas soy consciente de a opinión de mis amigos siento que estamos viviendo en un profundo error. Es decir: sé que lo que pueda parecer un partido normal, de trámite regular, como dicen los periodistas deportivos, es algo impropio, y que en cierto modo los invité a Leonardo y a Valentín con una idea diferente de lo que sería finalmente el encuentro. Voy a sincerarme más todavía: quería que ya en esa oportunidad les fuera revelada a ellos esa condición del aire que existe en los partidos de Kennedy, esa forma en la que se imprime a la realidad con un valor distinguido, diverso.
Y ahí, un poco después, sucede, simplemente sucede... Es la figura del 16, el "Canario" Fabián (el causante de los dos penales en contra en el partido pasado, el cobrado y el no cobrado), que crece, crece y contagia de a poco a todos su compañeros de un ímpetu nuevo... Lo del "Canario" es vistoso, pero no debido a que su falta de timing y de control de pelota rayen en lo nulo. No. Es preciso observarlo un poco más de cerca. Es un hombre alto, pero no muy corpulento, y que está a medio camino entre los treinta años y los cuarenta. Tiene el pelo negro, lacio y con un par de entradas de calvicie en cada costado. Hay sufrimiento en su rostro cada vez que persigue un rival o cuando se le planta enfrente, siempre, invariablemente. Sin embargo, es un sufrimiento insólito, como si tuviera la revelación súbita, casi de oráculo, de lo que va a ocurrir en los próximos segundos, y eso se le hiciera insoportable. Es como si le doliera la ignorancia del otro acerca de lo que le sucederá en los próximos dos o tres segundos. Y es que no queda otra. El "Canario" Fabián, con su torso endurecido por la respiración contenida y con los brazos presas de un impulso eléctrico, va al frente, mete la pierna, topa, arrastra, arrasa, y el rival termina dando una serie de volteretas por el aire. El "Canario" Fabián ha sembrado entonces la semilla del mal sobre el campo de juego, y aunque la cancha de Alianza Cinco está levantada sobre un promontorio arenoso y el pasto arraiga allí con grandes esfuerzos, la semilla de la destrucción prende en seguida. Así es que empieza a pasar algo que no pasaba unos minutos antes. Gruesas cortinas de polvo se levantan desde el suelo y barren amplios sectores de la cancha bajo el contundente sol. Los jugadores de ambos equipos comienzan a sentir los primeros efectos fuertes del calor. En cada pelota detenida varios de ellos se arriman hacia los costados de la cancha reclamando un poco de agua. Frente a nosotros, en la parte por la que va y viene el técnico de Alianza, hay contra el alambrado un bidón transparente casi repleto de agua. En su superficie flota media docena de gajos de limón. La luz del sol ciega la superficie entre los espacios donde bogan los fragmentos de fruta.
Marcelo Bilar, uno de los laterales de Kennedy, aparece tirado al borde del área tomándose la pantorrilla derecha. Lo rodean un par de jugadores de ambos equipos. De pronto algunos hacen una seña inequívoca hacia el lugar en que está el Gordo Nene y este se da por enterado de que Bilar no va a seguir jugando. Bilar comienza a incorporarse con lentitud. Alfredo Rodríguez lo ayuda poniéndole el hombro para acompañarlo hasta el borde de la cancha, justo en el lugar en que están el técnico de Alianza y sus ayudantes. Bilar atina allí mismo a aflojar su cuerpo y dejarse caer ya fuera del campo de juego. Alfredo Rodríguez acompaña el descenso de todo ese montón casi sin voluntad propia. Alguien pregunta desde el otro lado del alambrado que sucedió. Bilar está demasiado dolido como para responder. Aprieta los ojos y respira de forma entrecortada. Entonces el arquero de Kennedy mira al frente y responde:
-Mirá que yo le digo todos los días: Dejá el fútbol que esto no es para vos... Siempre le digo lo mismo.
Bilar, mientras tanto, sigue en algún rincón de su propio mundo doloroso. Rodríguez continúa, sonriéndose.
-Pero él no entiende; es terco, el hombre...
Hay algunas risas disimuladas y un instante más tarde el arquero vuelve la espalda hacia el público y retorna trotando hacia su puesto. En uno de esos momentos en que el partido se detiene un jugador de Kennedy se acerca y señala el bidón.
Un momento antes de que el juego se reanude, mientras se hace el cambio, otro jugador de Kennedy se acerca hasta donde están los ayudantes del técnico de Alianza y pide agua. Entonces uno de los ayudantes le extiende el bidón de agua con gajos de limón. El jugador de Kennedy lo levanta con ambos brazos en un movimiento curvo hacia su boca y engulle el líquido mientras la luz fuerte se establece por unos largos segundos sobre la frente sudorosa y sucia. El jugador de Kennedy agradece y regresa en una veloz corrida a su propia área. Valentín se me acerca un poco.
-Che... Yo quiero probar eso a ver qué tiene... -dice.
El técnico de Alianza se inclina y termina de acomodar el bidón junto al alambrado. Aunque casi no le ha sacado la vista de encima a sus jugadores, está muy pendiente del árbitro. Camina al lado de la línea de cal nervioso y de vez en cuando le protesta algún fallo al cuarto árbitro. El partido está yéndosele de su control. Ve a sus propios jugadores recibiendo una patada tras otra, también obligados a tener que golpear para no ser menos. Las nubes de polvo vuelven difuso el contorno de la pelota a lo lejos. Entonces se da vuelta y camina hacia el otro lado una vez más. Se nota que está haciendo un esfuerzo supremo por no perder la compostura, por no caer en la grosería, por no romper la línea de prolijidad que va desde su corte de pelo (corto) hasta su impecable ropa deportiva al tono con su calzado, pasando por algo del tratamiento de pelota que ha infundido en sus jugadores. Cuando al fin sale la protesta, es del tipo:
-¿Hasta cuándo van a seguir pegando, señor?...
O:
-¡Uno trata de jugar al fútbol y los jueces nunca defienden eso! ¡Nunca!...
A unos escasos diez metros, cruzando apenas la línea central de la cancha, está el Gordo Nene. Su cabello alargado contra la nuca, liberado apenas de la gorra, se agita suavemente con la brisa. Si se intentara una comparación rápida y mínima con su técnico rival, el Gordo Nene parece alguien que ha llegado recién, avisado por la proximidad de una desgracia, vestido con lo primero que encontró a mano y sin obedecer paletas ni simetrías. Él no se dedica a recordarle nada al árbitro, puede hacer un comentario que sacuda la autoestima de cualquiera de sus futbolistas hasta revelar un trauma infantil, pero con el árbitro ha preferido no discutir. El Gordo Nene resopla al borde de la línea oteando en la distancia el ajetreo polvoroso. Los brazos separados apenas del tronco terminan de darle forma a una sensación de Far-West, con todo ese polvo volando y ese inhóspito sol. Las palmas abiertas y oscilando sobre los costados de ambos muslos. Así, y sin que Alianza pudiera conseguir su segundo gol, siempre a punto de llegar, con un par de tímidas incursiones de los delanteros de Kennedy hacia el arco defendido por un hombre un poco relleno y veterano, así, se termina el primer tiempo.
La situación parece ser penosa para Kennedy en los segundos cuarenta y cinco minutos. Pero apenas se retoma el partido llega un acontecimiento que lo cambia todo. Luego de una falta en un salto uno de los volantes de Alianza recibe la tarjeta roja de forma directa. Al lado de todas las infracciones previas, esta última parece cosa de risa, algo así como parte indispensable del roce mínimo entre los jugadores. Pero el juez no duda. Corre hasta el jugador ya con la roja en alto. Algunos jugadores locales se arremolinan. En el centro de esa fuerza va el jugador expulsado. Unos pocos jugadores de Kennedy se encargan de ayudar a pacificar los ánimos y el partido se encauza.
A partir de entonces se ve con claridad la gran oportunidad de la que dispone Kennedy para remontar el partido. De a poco el "Chala" Richard Pereyra se conecta con sus compañeros y empieza a hacer su típico juega de recibir una pelota, sacarse un jugador de encima en ese preciso instante y encarar hacia el área apilando a veces o soltando la pelota otras veces para buscar un centro al vacío. Pasan los minutos y Richard Pereyra enloquece literalmente a la defensa de Alianza moviéndose por todo el frente del ataque. El partido pasa a ser realmente bueno. Kennedy juega alrededor del área rival y en cada uno de los ataques existe cierta premonición de empate. Alianza, en cambio, se conforma con apostar al contragolpe tirándole pelotas a su 9, Guillermo Arcidiaco. Arcidiaco es un centro delantero alto y fuerte y no pierde por alto ni una sola de las pelotas que le ha enviado su arquero. En algunas ocasiones logra peinarla para alguno de sus compañeros y dejarlo de camino hacia el área, pero la jugada se resuelve en seguida por la acción de los centrales de Kennedy: Miguélez y Gaidú.
Cuando faltan unos veinte minutos para el final del partido y la insistencia de Kennedy es prácticamente insoportable, el "Chala" entra al área, driblea del medio a la punta derecha y es tocado claramente sin pelota. El penal es bastante obvio. Los jugadores de Alianza se dejan llevar resignados y todos los de Kennedy levantamos los brazos. El "Chala" da su última voltereta sobre la arena y queda un santiamén exánime antes de volver a recobrar su sentido del espacio y el tiempo. Pero el juez señala hacia el lugar de la incidencia hacia para abajo y para arriba con un brazo. El gesto es claro: el "Chala" debe levantarse y dejar de simular. Entonces, cuando el público de Kennedy está por soltar la catarata de puteadas, cuando los jugadores de amarillo están por volcarse sobre la figura oscura del hombre que pese a todo trata de estar atento al desplazamiento de la pelota, cuando la atención estaba signada sobre un punto especial dentro del campo de juego, resuena un grito infernal, como surgido de un lugar secreto y terrible de la historia oculta de la Humanidad, una Verdad revelada desde lo más profundo de la tierra con la fuerza de dos terremotos juntos y expresando la insoportable certeza del advenimiento de un Apocalipsis cebado furiosamente con gases y humores de perdición y apetito de carne.
-¡¡¡HIJO DE PUTA, TE VOY A MATAR!!!...
El Gordo Nene atraviesa la línea de cal que lo separa de la conformidad y lo acerca a la defensa ciega de sus hijos postizos, que reclaman el penal rodeando al árbitro y no han percibido la fuerza que arremete ahora en su auxilio. El Gordo Nene balancea sus brazos separados ostensiblemente de su torso y se impulsa hacia el centro de la cancha. Sus pasos hunden la tierra arenosa y abren su resonancia entre el bullicio general de tal forma que la persistencia de ese sonido constante saca a todos de sí mismos. La figura enorme que ha iniciado su arremetida congela los gestos y los movimientos. Es la ataraxia ante la visión insospechada. Los policías aún no han reaccionado cuando el Gordo Nene lleva ya dos metros (a lo sumo) dentro del campo de juego dejando adivinar bajo su ropa la agitación de la carne furibunda. El Gordo Nene da un paso con el pie izquierdo, se impulsa, luego otro con el pie derecho, unas nubes compactas de polvo arenoso se forman alrededor de los tobillos, y el ciclo de repite, un paso con el pie izquierdo y otro con el derecho, y otro, y otro, y otro, y otro, y otro, y otro, y otro, y otro, y otro, y otro, y otro, y otro, y otro y el Gordo Nene ya avanza un metro más. Ya ha descontado tres metros entre él y el árbitro, que ahora se desentiende de la pelota y ve pasar su vida por delante.
Dejemos ahora que el Gordo Nene continúe con su avance metro tras metro e intentemos entrar en su propia cabeza... Hay momentos en la vida en los que uno se lanza tras algo y cuando nos queremos dar cuenta de lo que está ocurriendo nos encontramos en medio del envión del impulso ciego. Y ahí aparece, de pronto, como un signo de amargura, la parte razonable de nosotros mismos que nos ofrece un panorama lúcido de lo que acontece. Y a veces, sencillamente, o casi siempre, ese panorama no nos gusta. Eso es lo que sucedió dentro de la cabeza del Gordo Nene cuando, digamos, le quedaba por recorrer poco menos de la mitad del trecho que lo separaba del árbitro, unos buenos segundos después del momento en que lo dejamos corriendo, en el párrafo anterior. En ese trance de lucidez, llega entonces la duda. Hay un punto del continuo en el que está la posibilidad del regreso y también la del avance definitivo. Ambos aspectos pesan lo mismo, y algo, de lo que todavía está por saberse qué es, hace el resto e inclina el platillo de la balanza de manera irresoluble. En el caso del Gordo Nene pesó más el seguir avanzando, pero sólo porque se trataba de una vergüenza menor. Las caras de sus jugadores, olvidados ya de los reclamos, mirando alelados a su técnico, expresan todo el resto del asunto.
Unos segundos antes de que el Gordo Nene pudiera acercarse al árbitro, sus propios jugadores se le oponen y forman entre varios una barrera, inclinados hacia adelante y prontos a amortiguar lo que se viene. Es entonces cuando los dos policías, con las cachiporras tensas a los costados, entran en el cuadro y se acoplan a la figura del árbitro. Finalmente, cuatro o cinco jugadores logran disuadir al técnico de Kennedy, que termina de salir con la escolta de los policías. Los ojos del Gordo Nene permanecen ocultos bajo la visera. Atraviesa un poco después la portera y apoya ambos brazos sobre el alambrado desde el lado exterior, observando la continuación del partido por el espacio que se forma entre las cabezas de los agentes. Ahora sí, Valentín, Leonardo y yo tenemos que hacer un esfuerzo muy grande para que no se note que no podemos parar de reírnos. Pero, por mi parte, estoy satisfecho. Lo que sea que es eso que define en la cabeza de varios lo que es un partido de Kennedy se ha manifestado de una forma imponente e incuestionable.
Mientras tanto, todos los hinchas de Kennedy que estaban apostados contra el alambrado opuesto, han caminado hasta donde estamos nosotros para darle el espaldarazo al Gordo Nene. Comienzan a putear al árbitro y a amenazar con dársela bien dada a la salida. Uno de los policías, el de la derecha, observa por encima de su hombro a la muchachada. Sabe que está brava. Levanta el handy y susurra unas breves palabras que se pierden entre el griterío de la breve muchedumbre. Poco después el mismo policía se inclina un tanto hacia atrás, sobre la izquierda, y, asegurándose que el técnico de Kennedy puede oírlo, dice:
-Bruto penal, fue...
El Gordo Nene inclina la cabeza hacia un lado y la baja cortando en una línea oblicua la verticalidad de su cuerpo. Pone cara de "me cacho" y niega para sí mismo en silencio.
Mientras tanto el partido está lejos de perder la tensión de los minutos previos a la corrida del Gordo Nene. Todo lo contrario. Alianza apenas puede pasar la mitad de la cancha. Los minutos se consumen. Hay una pelota en el palo del arco de Alianza. Los jugadores de Kennedy se toman la cabeza con ambas manos. Los golpes ya se propinan entre los jugadores sin ningún tipo de pudor. Faltan las pelotas. Vuelven las pelotas. Sigue atacando Kennedy en busca del empate hasta en los mismísimos descuentos. Primero un par de remates francos que el arquero contiene o rechaza a medias. Más tarde un corner del lado derecho. Un jugador de Kennedy que no puedo reconocer entre la montonera se eleva y aplicando un recurso fabuloso elabora una suerte de cabriola en el aire para conectar de taco. La pelota sale despedida como un estornudo, da contra el primer palo y se va hacia los eucaliptos del fondo. Es imposible hacer un gol. El partido parece ir a su final con la amenaza creciente de una gresca total, pero una vez que suena el silbatazo y que la pelota deja de rodar, como si se hubieran desconectado a un dispositivo, todos los hinchas de Kennedy y el Gordo Nene desaceleran sus corazones y sus lenguas y se encaminan a saludar y a alentar a sus propios jugadores rumbo al vestuario, bajo el aire húmedo y sofocante que adelanta la tormenta.
Con Leonardo nos despedimos de Valentín, destrancamos las bicicletas y nos acercamos hacia la salida. De pronto me detengo al cruzarme con Jorge "Popo" Rodríguez, uno de los delanteros. Leonardo sigue de largo y me espera en la calle mientras converso un par de minutos. Recién en ese momento caigo en la cuenta de que Rodríguez no ha jugado el partido, y cuando le pregunto por qué comienza a señalarse la ceja, el cuero cabelludo y la parte interior del muslo derecho. Me dice que entre semana chocó con su moto contra una camioneta. Y me habla también de la bronca que le dio cuando el Gordo Nene le dijo que sería mejor que no jugara este partido y que esperara a recuperarse. Observo la ceja izquierda cosida. Sobresale por encima del hueso como algo mal embutido.
-Yo quería jugar este partido, ¿me entendés?... -repite cada tanto.
Alianza Cinco 1 - Kennedy 0
APÉNDICE: ¿Qué me dejó el partido?
Leonardo Cabrera: "Una nueva noción acerca del deber, la responsabilidad y lo que hace cierta gente que sabe que es un ejemplo para el resto. El Gordo Nene dudó un par de largos segundos antes de desatar la pachorrienta furia de su carrera. ¿El Gordo quería hacerlo? No. Hacía mucho calor. Ni siquiera los jugadores querían correr, mucho menos él, que pesa como cuatro jugadores juntos."
Posiciones (6ª fecha):
Barrio Rivera 33 - 16
Peñarol de San Carlos - 16
Nacional de San Carlos - 15
Huracán - 12
San Martín - 9
Alianza Cinco - 9
Neptuno - 8
Barrio Perlita - 7
Punta del Este - 7
Círculo Policial - 5
Peñarol de Maldonado - 4
San Lorenzo - 4
Deportivo Kennedy - 4
Hipódromo El Peñasco - 3