miércoles, 30 de diciembre de 2009

Otro de Suárez


[Mientras se van los últimos días de 2009 algunos amigos y familiares (¡oh, mamma!) me han insistido en que está todo bien con eso de la ballena, pero, vamos, Jonás, escríbete algo de vez en cuando... Así que para los queridos insistentes van por lo menos en estos días un par de textos que me anoté en la libreta de los sueños. Uno de ellos, el que sigue, relacionado con una noticia deportiva de por estas jornadas. Abrazos.]

Soñé antes de Navidad que la selección de Portugal llegaba a Uruguay para una serie de cinco partidos ante nuestra selección al mejor estilo play-offs. Antes del primero de los encuentros hubo algunos comentarios cruzados entre los técnicos de ambas selecciones y se supo también que Cristiano Ronaldo no iba a estar por lo menos para el primero de los partidos, pero sí Figo, Simao y Deco. Entre esos cruces de noticias pequeñitas que los diarios iban recogiendo para matar el tiempo hubo una declaración del técnico de Portugal, que manifestaba que el hecho de jugar contra Uruguay tenía un componente tan especial como el de enfrentarse a un combinado de aliens. Al parecer las palabras fueron tomadas como irónicas por la afición uruguaya.
En fin, el asunto es que el primer partido iba 0 a 0 hasta pasada la mitad del segundo tiempo. En ese momento Luis Suárez abandona el campo de juego y se acerca a Tabárez pidiéndole algo. El técnico uruguayo revuelve el interior de un bolso y le alcanza de inmediato algo al jugador. Cuando Suárez retorna corriendo al área de Portugal se ve claramente que se coloca una máscara de alienígena. Es en el preciso instante en el que hay un corner para Uruguay. Forlán lo patea pasado sobre el segundo palo y entonces Suárez cabecea por encima de varios, entrando desde atrás, y pone el 1 a 0. Los jugadores uruguayos salen corriendo detrás del goleador en el festejo. Pero Suárez se adelanta bastante y llega hasta el sector en que las cámaras fotográficas pueden tomarlo de cerca. Se señala con ambas manos la cabeza cubierta con la máscara y grita:
-¡Marciano! ¡Marciano!...

(El siguiente partido se iba a jugar en Canelones).

jueves, 24 de diciembre de 2009

domingo, 13 de diciembre de 2009

Los alienados


Comparto con mis amigos lectores una buena noticia para ir despidiendo este año.
La editorial La Propia Cartonera, de Montevideo, acaba de publicar mi relato "Los alienados".
Como muchos saben esta editorial es un proyecto alternativo que tiene un perfil de trabajo social inspirado en la argentina Eloísa Cartonera. Las tapas de los libros son confeccionadas con cartón reciclado y pintadas por niños, jóvenes y todo el que se acerque al taller del Bar Clase A, en Nuevo París, un barrio de la periferia de Montevideo.
En cuanto a mí mismo, haber publicado un libro en esta editorial tiene un contenido emocional muy importante, ya que en dicho barrio nació y se crió mi madre, a tan sólo una manzana de donde son confeccionados los libros. De hecho, la familia de mi madre (particularmente su abuelo, Giovanni Bertolino), es una de las primeras familias que pobló el lugar. Así que bueno... qué más puedo pedir...
Gracias desde ya a los editores de La Propia y, por supuesto, a todos aquellos lectores que han aportado de distintas maneras su opinión sobre mis trabajos.

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La Propia Cartonera:

www.lapropiacartonera.blogspot.com

lapropiacartonera@gmail.com

miércoles, 2 de diciembre de 2009

American patrol

Me tuve que venir por unos días a Montevideo para hacer unos trámites y atender ciertas invitaciones. Salí de Maldonado de noche. Llovía. Me acomodé contra la ventanilla y le di play al disco que tenía colocado en el discman, que era una antología de Glenn Miller. De pronto, cuando arranca "American patrol", comienzo a reírme. Me doy vuelta y apoyo mi frente contra la ventanilla fría, pero es evidente que la persona que va sentada en el asiento de al lado tiene que percibir cómo me sacudo. No puedo parar de reírme. Y acá viene una anécdota. Una anécdota muy a tono con estos aires de bonanza futbolístico-política previos al clásico de Peñarol y Nacional del próximo domingo.
Una noche de verano en Maldonado, fuimos con Valentín, y nuestras respectivas novias de esa época, a ver un clásico en el estadio del Campus. En Peñarol dirigía Garisto, jugaba el haitiano Jean Jacques; en Nacional estaba el "Loco" Abreu, etc. Se jugaba la final de la Copa Ricard, si mal no me acuerdo. Es probable que el partido lo haya empezado ganando Peñarol. (Valentín recuerda que el empate lo hizo Abreu). Como sea, hubo empate 1 a 1 y fueron a penales y el haitiano erró un penal definitorio justo en el día de su cumpleaños y Nacional ganó. Hasta ahí lo más estadístico. Pero algo de lo mejor había empezado en el entretiempo, con un muy provinciano anuncio del entretiempo, en el que se publicitaba a un sanatorio de Punta del Este con "American patrol" sonando libremente por varios segundos. Con Valentín (con quien adoramos a Glenn Miller) nos empezamos a reír por ese agujero negro que se formó entre el maremágnum cumbiero de los otros avisos. Pero el partido se reanudó y con él las ganas de los jugadores de imponerse de una manera u otra. En un momento de ese segundo tiempo hubo una serie de faltas muy duras tanto de un lado como de otro, luego unos empujones, unos manotazos y al final dos o tres piñas perdidas. Mientras la gente puteaba y alentaba según el caso, algo sucedió en la cabina de control del audio del estadio que comenzó a irradiarse la canción de Glenn Miller. Las corridas, las separaciones, los ingresos de los policías con los escudos al frente ilustraban los compases del conjunto de Miller y precedían las palabras del locutor recomendando los servicios del sanatorio. En un instante, entonces, aislados de la furia del resto de los parciales, aun de nuestras novias, que empezaron a mirarnos con cara de querer una explicación de lo que nos sucedía, Valentín y yo cruzamos nuestras miradas y nos reconocimos riendo, pero riendo a un nivel de parálisis en el que todo se iba al diablo. La trifulca se disipó de a poco y en nuestros sonidos se continuaban los ataques de los vientos de los muchachos de Miller. Entonces empezamos a llorar, a llorar de la risa. Las chicas nos miraban a punto de levantárseles una sonrisa. Otras personas se daban vuelta y nos observaban sin disimulo.
Por eso, cada vez que escucho "American patrol" termino llorando de la risa, pero de la risa histérica de un recuerdo desquiciado. Formamos con Valentín una burbuja una vez más y esa burbuja es lo que puedes sentir a veces bajo el término de "amistad".
Llegué a Montevideo casi a la medianoche. Dejó de llover. Hay un poco de viento fresco. Saqué el celular para avisarle a Valentín que llegué y de pronto me lo encuentro casi encima de mí, preparándose para el abrazo. No contaba con que me fuera a buscar a la terminal.
-¿Te acordás de "American patrol"? -le pregunto entonces.

lunes, 16 de noviembre de 2009

La respuesta en el aire

(foto: Agustín García)

Primero lo primero. Tuve que juntar fuerzas desde la mañana para ir a quejarme a la oficina de un ente público. Y cuando hablo de juntar fuerzas quiero decir que si hay una cosa que hace que la vergüenza ajena y la propia se me junten, eso es ir a quejarme a algún lado. Pero no le podía dar más vueltas al recibo con aquella suma exorbitante y entonces hice lo que tenía que hacer. Saqué número, esperé hojeando una revista que me había comprado unos minutos antes y me dirigí hasta el puesto de atención cuando me llamaron. Y esto que sigue es bien extraño (al menos para mí, que ya iba con la resignación de repensar las cuentas hasta fin de mes): primero me piden disculpas, después me dicen que estuve pagando de más y así, sin respiro, me sueltan que para la próxima factura no voy a tener que pagar nada y encima, sí, encima me tienen que dar dinero. "Pase por caja con estos papeles, señor..." Etcétera... Digamos que son las cosas de vivir en el mundo material, o de manejarse en la sustancia más material del mundo.
Minutos más tarde regresaba a casa en la bicicleta cuando algo llegó en el aire y me golpeó en la mitad del pecho. Estaba en medio de un cruce, así que demoré un poco en darme vuelta y seguir con la mirada lo que fuera que me había impactado. Así y todo, antes de que siguiera de largo y cayera al pie de un poste de luz, en medio del pasto de la vereda, llegué a apreciar que se trataba de un bicho. "Una langosta", pensé de repente. Frené, dejé la bicicleta apoyada en el cordón y caminé unos diez o quince metros hasta el poste de luz. Tardé sólo unos pocos segundos en encontrar un picaflor yaciendo de costado, temblando y moviendo un poco hacia arriba su cabecita bajo el sol abrasador. En la esquina había un almacén. Una señora y un hombre, que creo que era el dueño, salieron a la puerta y me preguntaron si se me había perdido algo. "Nnnnno... Una cosa...", dije por decir. Se quedaron entonces observádome. Y allí a mis pies, mientras tanto, estaba el picaflor en sus últimos estertores. Tembló un poco y en seguida la pequeña cabeza se acomodó sobre las briznas y todo el cuerpo se tensó para que en un instante minúsculo ya pudiera aflojarse y alargarse.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Reír


Soñé que estaba en una de estas iglesias abrasileradas donde te enseñan "el manto de la descarga", "la llama de la descarga", "el pijama de la descarga", ese tipo de cosas... Estoy en el frente, tratando de escribir un texto en el que me quiero burlar de todo lo que hay alrededor. Se me acerca uno de los patovicas y me dice que tengo que irme más al fondo. Allí me encuentro con dos amigas mías (que no sé quiénes son, pero en el sueño simplemente eran personas amigas). Me siento a una mesa y trato de continuar el texto. El patovica intuye algo y comienza a empujarme por la espalda. Me tambaleo en el asiento y no puedo escribir. Una de mis amigas se me acerca y me dice al oído: "Ahora no es momento para reírse de Dios, Damián. Espera un poco más".

domingo, 1 de noviembre de 2009

Vicaría


No tengo nada contra el e-book, pero creo que lo que me sucedió esta noche difícilmente me pueda llegar a ocurrir con ese aparato.
Hace semanas que he estado leyendo "En la frontera" (The crossing), de Cormac Mc Carthy, lentamente, casi diría yo de forma cautelosa. Es una novela larga, torrencial, áspera, dura y al mismo tiempo de un lirismo arrasador. Es una novela, como en otras de Mc Carthy, donde el recurso del "ser-haciendo" es indivisible. Los personajes hacen cosas. Los vemos haciéndolas. Por encima están sus preocupaciones, el destino que espera, etc. Pero tenemos que saber en largas tiradas de líneas cómo Billy Parham (el protagonista de esta historia) prepara el ronzal para su caballo Niño, cómo lo prepara, cómo le habla, cómo hace la cuerda cuando corre y se ajusta. Tenemos que compartir cada noche al costado del camino en ese recorrido por los devastados pueblitos mexicanos de mediados de siglo. Hay que prestar atención a cómo el personaje toma las ramas, como sus dedos se reparten cada aspecto de la tarea, cómo nace la llama y cómo sus figuran hienden la noche y cómo el chico Parham se mira las suelas de las botas y después observa las brasas y más allá la forma insinuada de un caballo aguardando hacia la noche.

"Tú quieres atrapar esa loba, dijo el viejo. Quizá quieres la piel para conseguir un poco de dinero. Quizá para comprarte unas botas o algo así. Eso puedes hacerlo. ¿Pero dónde está el lobo? El lobo es como un copo de nieve.
Un copo de nieve.
Tú atrapas un copo de nieve pero cuando te miras la mano ya no está. Puede que veas este dechado. Pero antes de que puedas verlo ha desaparecido. Si quieres verlo tienes que verlo en su propio terreno. Si lo atrapas lo pierdes. Y a donde va no hay camino de vuelta. Ni el mismo Dios puede devolverle la vida.
El chico miró la delgada y fibrosa garra que le sujetaba la mano. La luz de la ventana alta había palidecido, el sol se había puesto.
Escúchame, joven, jadeó el viejo. Si tu aliento fuera lo bastante poderoso podrías apagar de un soplo al lobo. Como se sopla un copo de nieve. Como se sopla una vela para apagarla. El lobo está hecho a imagen del mundo. No puedes tocar el mundo. No puedes cogerlo con la mano porque es una emanación, un soplo.
Para pronunciar esa proclama se había incorporado ligeramente, y ahora se hundía de nuevo en la almohada y sus ojos parecían absortos en el entramado del techo. Aflojó el delgado y frío apretón. ¿Dónde está el sol?, dijo.
Se ha ido.
Ay. Ándale pues. Ándale joven.
El chico retiró la mano y se levantó. Se puso el sombrero y se llevó una mano al ala.
Vaya con Dios.
Y tú, joven."

Cuando llegué al párrafo final (que no es lo que acabo de citar más arriba), que leí y releí, como me sucede con los libros que me terminan gustando, cuatro, cinco, seis veces, cerré el libro y lo apreté contra mi pecho. Lo estreché hacia mí presionándolo contra el frente de mi jaula de costillas, tal como pudiera haber sucedido con las pertenencias de un familiar muerto que se han ido a buscar más allá y se han recuperado. Quería a Billy Parham contra mi pecho y lo tuve acotado en un bloque de páginas resguardadas de un cartón laminado. Difícilmente, pienso, el e-book me daría esa chance, eso otro sería más bien la sensación de un sueño borgeano realizado.
Así estuve, minutos enteros con el libro contra mi pecho, respirando en medio de la noche; pensando, también, cómo gusta de vibrar en nuestros espíritus lectores el hecho de saber que los personajes sufren tanto o más que nosotros.

viernes, 30 de octubre de 2009

O incrível Springer

Noticias:
El sábado 7 de noviembre estaré en Brasil presentando mi libro "El increíble Springer", más precisamente en la Feria del Libro de Pelotas (Rio Grande do Sul). Para tal ocasión le pedí a Ignacio Fernández de Palleja una traducción de uno de los pasajes del cuento que da título al libro. No sólo lo hizo, sino que además trabajó en tiempo récord y con un cariño y una dedicación que me han conmovido; sobre todo, y aun más, observando el resultado final. Así que estás líneas que podrán leer a continuación van a ser leídas frente al público brasilero con mi pobre fonética en portugués pero con toda mi alegría de poder compartir una de mis historias con personas que, de no ser por la Literatura, no habría podido conocer jamás.
Muchísimas gracias, Ignacio, por tu delicadeza y pasión.



(...)
A cabeçada tinha me custado caro. A lingueta da bola, que soltara-se, arrancou-me a sobrancelha esquerda inteira e em poucos dias a ferida infectou-se. Estive quase duas semanas na cama, a maior parte do tempo em delírios de febre. Uma manhã, quando já estava quase recuperado, bateram a porta. Eu estava ainda na minha cama, mas tinham levado-a ao quarto da parte de diante da casa, que era cozinha, sala se jantar e sala de visitas, tudo junto. Minha mãe saiu a falar com alguém e deixou a porta aberta; então pude ver estacionado na calçada o Saab dos Springer. Depois Gastón atravessou o quarto até chegar à cama. Na parte alta, quase na união da parede com o teto, tinha uma janela pequena que servia para que desse lado entrasse a luz do sol no inverno. Tinha manhãs em que formava-se um tubo de luz brilhante e amarelada, e isso aconteceu nessa manhã em que Gastón foi me ver. Parecia a imagem dum quadro de igreja. A luz caia na sua cabeça e as formas do rosto apagavam-se, deixando visíveis apenas pontos cinzentos e inexpressivos do olhar. Era quase uma das visões dos meus dias de febre. Mas tudo isso mudou quando se aproximou um pouco mais. Na contraluz, reconheci lentamente uma pequena mancha-roxa no pômulo esquerdo. Gastón escondia esse lado do rosto, me olhava de lado e perguntava se estava melhor. Logo começou a sorrir, como dando por feito o que iria acontecer uns dias depois. Tinha coisas que não mudavam, e essa era uma delas.
Ferreira... O assunto era com ele.
Era novo na escola. O pai chegara de Montevidéu y abrira um posto de aluguel de bicicletas com oficina mecânica num dos caminhos que saiam rumo a Maldonado. No primeiro verão ganhou bastante dinheiro e comprou uma moto BMW em segunda mão com que ia procurar o filho na saída da escola. No começo aquilo era um furo. Muitos não voltavam às suas casas até que o pai não levava Ferreira. De repente ouvia-se do lado do porto uma sinfonia de explosões e a gente via o homem subindo a rua na moto. Era uma coisa esquisita, um monte de carne que se espalhava a ambos os lados do tanque, uns óculos gigantescos acima de um lenço interminável que rodeava o pescoço e quase toda a cara do homem. Seu filho, mal escutava de longe o barulho do motor, afastava-se do portão onde ficava apoiado sem falar com ninguém e atravessava a calçada olhando um pouco para cima, como se os olhares dos outros fossem grudar no seu rosto e ele tivesse que deixar a cabeça assim de reta para que eles pudessem escorregar-se e cair na rua antes que ele subisse. No encontro do pai e o filho produzia-se um fenômeno mais esquisito ainda. O homem rebolava os ombros e ajeitava-se na moto como se aquilo fosse uma cerimônia. Eram dois seres idênticos. Talvez o filho fosse um pouco menos gordo em proporção, mas seus olhos verdes e sinistros pareciam ter sido feitos na mesma oficina clandestina que os do seu pai. De certo jeito, quando o homem pegava essa atitude cerimoniosa no instante em que seu filho de ajeitava na parte de trás, parecia que estivesse levando por trás uma parte de si mesmo que deixara emprestada na escola quem sabe por que motivos. Passaram os dias e muitos sentiram-se intrigados por Ferreira e viraram seus amigos; outros, porém, entre os que estávamos Springer e eu, não tínhamos nenhum tipo de sentimento por ele que não fosse nojo. Diziam-se muitas coisas sobre Ferreira e seu filho. Uns diziam que o homem saíra pouco tempo atrás duma cadeia em Montevidéu por ter assassinado sua mulher depois de achá-la na cama com outro cara. Mas para outros a mulher fora obrigada a suicidar-se. A verdade era que o menino quase não tinha se criado com ele, e que de uns tempos para cá, até que seu pai reapareceu na vida pública, tinham tomado conta dele num lar especial. Isso talvez explicava por que apareceram do nada num verão e tentaram, principalmente o pai, obter reconhecimento na zona: possivelmente um jeito de que todos se concentrassem no presente. Se alguém pedia uma ajuda ao Ferreira, mesmo que fosse na madrugada e sob uma tormenta horrível, lá ia ele com a mesma tranqüilidade que tinha para fazer qualquer coisa que fizesse na manhã logo depois de levantar-se da cama. Quando cumprimentavam-no pela ajuda, sorria fechando um pouco os olhos, como se tudo fosse uma piada que nesse momento se dispusesse a explicar. Isso era uma coisa que muitos não gostavam mesmo.
Ferreira, o filho, era um ano mais velho do que nós, e estava no sexto grau. Ao tempo que eu estava na minha cama me recuperando da infecção, fez impossível a vida do Gastón nos recreios, dia após dia. Gastón nunca podia ter se defendido. Imagino Ferreira tensando seus músculos preparando-se para brigar, e Gastón encolhendo os ombros como se pudesse esconder a cabeça ali e sumir totalmente. Cada vez, para poupá-lo da surra, Ferreira exigia algo de grana, cualquer moeda que tivesse nos bolsos. Até que um dia Gastón percebeu que não tinha nada de grana e Ferreira não acreditou. Os amigos de Ferreira, na verdade quatro ou cinco desgraçados que queriam num dia remoto ser levados na BMW, fizeram um círculo deixando no centro seu líder e meu amigo. Foi um soco só, talvez mais macio do que Ferreira teria podido bater, mas suficiente para que Gastón caísse de costas e sofresse um corte na cabeça.
Parece que, ao outro dia, Springer e sua mulher acreditaram na versão da professora. Gastón corria pelo pátio, tropeçou com Ferreira e caiu. E Gastão não teve coragem para contradizer isso. Mas eu contei pro meu pai o que tinha acontecido de verdade. Primeiro riu e sacudiu a cabeça com o mesmo gesto de sempre que tinha para as coisas que ele não achava totalmente importantes ou perigosas.
-O que vocês tem de fazer –disse depois -é pegar esse gordinho e levar ele na floresta... onde não tenha ninguém, ninguém... Ali não vai mais se fazer de brabo porque não vai ter ninguém que olhe nele. Te planta na frente dele e vai de homem pra homem, um contra um... Com certeza ele se caga...
Essas palavras me deixaram eufórico.
Na escola, na segunda-feira seguinte, depois que a professora e os meus colegas me dessem as boas-vindas, e quando fazíamos um exercício, rasguei uma folha dum caderno sem fazer barulho e escrevi com letras grandes: TE FAZ DE MACHO COMIGO AGORA, GORDO CAGÃO. TE ESPERO NO BALDIO LA PASTORA. Quando chegou a hora do recreio chamei uma colega que era irmã de um dos amigos de Ferreira e lhe dei o papel.
-Fala pra ele que dé pro gordo....
A menina correu e dois ou três minutos depois voltou com outro papel, que dizia: TU VAI VE VIADO.
Eu juro.
E assim foram as coisas. Duas horas depois saíamos da escola e caminhávamos até o baldio de La Pastora, muito perto do campo de futebol. De um lado estávamos apenas Gastón e eu. Do outro lado estavam Ferreira, o irmão da minha colega e mais três. Tinha ainda outros guris e gurias, mas estavam parados distantes, como se não decidissem a ir embora logo, chamar algum adulto ou entrar na encrenca. Porém, era difícil que nos vissem desde a rua. O baldio estava quase fechado por um muro que alguém construira com uma intenção já perdida no tempo. Atrás sempre tinha grama cuidada, galhos podados, garrafas de leite cheias de mofo e roupa velha. Ferreira começou a caminhar e encostou-se ao muro. Os que estavam com ele fizeram o mesmo. Gastón e eu ficamos a uns dez metros, talvez menos. De improviso, do lado do caminho, retumbou o motor da BMW. O pai voltava só a sua casa, fazendo-se perguntas ou mastigando xingamentos por causa do filho ausente. Mas o filho ajeitava-se encostado no muro, evitando qualquer movimento que fizesse sentir aos outros o peso de uma possibilidade longínqua.
-Só vocês? –perguntou de repente levantando a cabeça-. Vejam que somos cinco... Vamos dar uma baita surra em vocês.
Então lembrei da frase do meu pai, palavra por palavra.
-Quem te chamou pra briga fui eu, e falei pra tu mesmo... E cá não quero... Vamos pra floresta, de homem pra homem...
Ferreira fez um gesto como de disgosto e levantou-se pegando impulso no muro.
-Vamo, então... –disse.
Apartei-me de Gastón e segui-lo de perto. Uns metros depois começava uma encosta de areia pela qual se ia à floresta. Do outro lado estavão os pinheiros e a luz do entardecer batia contra os primeiros troncos fazendo-los avermelhados. Nos fundos estava tudo escuro. Parecia que dia já tivesse acabado naquele local. Quando cheguei ao ponto mais alto da encosta com o olhar fixo nas costas e os ombros de Ferreira que sacodiam-se a um lado e outro pelo trabalho de caminhar na areia irregular, me virei e fitei Gastón. Estava parado numa ponta do muro com as mãos nos bolsos. Não conseguia perceber totalmente qué cara ele tinha, via-o de cima demais e a franja escondia-lhe os olhos. Os outros estavam muito perto, ficaram sentados falando entre eles.
Então apressei-me a baixar pela encosta porque Ferreira ia bastante adiantado. A floresta fechava-se vinte metros adiante, os pinheiros arquejavam-se uns sobre os outros nas copas e a luz virava esquisita. Eu me aproximava mais e mais do Ferreira e via-o com as mãos soltas aos lados, balançando-se com nervosismo.
-Então? Aqui tu gosta, bicha?
Não respondi. Achei que não era preciso. Só esperava o momento em que produzia-se um piscar de olhos e já estávamos os dois segurados um do outro. Esperava essa sensação em que tudo ficava preto e as coisas aconteciam como em um sonho ou um filme acelerado e as coisas aconteciam na maior velocidade com pessoas que paravam ali a cada instante. Mas não acontecia. Ferreira levantou os punhos e avançou. Consegui evitar o primeiro soco e acertar um meio fraco na orelha, mas com o segundo não tive a mesma sorte. Bateu-me em cheio no estômago. E quando contorci-me procurando com uma mão o local do murro, nesse segundo ou menos em que esquecia Ferreira para concentrar-me na minha dor, chegou o terceiro soco, de baixo para cima e direta entre os dentes e o nariz. Caí de costas e logo Ferreira aproveitou para dar duas pegadas rápidas e sentar em cima de mim. Sentia um líquido morno que baixava-me entre os dentes e que não podia engolir, mas em momento algum acreditei que aquilo fosse meu sangue.
-Então, veado? Quem é o macho agora?...
Botou um dedo atrás de cada orelha, onde nasce a queixada, e começou a afundá-los até que, lentamente, ouvi-me gritando e pedindo perdão. E então sim, tudo escureceu-se como acontecia antes das outras brigas.
Isso foi uma parte de tudo o que nos aconteceu com Ferreira. O restante vem mais adiante, um ano depois. Claro que na época Gastón já vai ser definitivamente o incrível Springer.

jueves, 29 de octubre de 2009

Flying away


Hoy soñé que andaba en bicicleta por las calles de New York con John Lennon. Él iba a la derecha, se me adelantaba bastante y yo tenía que meter pedal sin tregua para tenerlo cerca. Llevaba una boina y el pelo largo y el viento se lo movía en ondas suaves. En una de esas, pasamos por un sitio donde unos obreros salían justo de su trabajo en la construcción y los hombres lo saludaron y Lennon no sé si saludó o no, pero en un puente sobre el Hudson comenzó a levantar vuelo tipo E.T. y se alejó ya sin posiblidad alguna de que yo pudiera alcanzarlo. Y entonces yo empecé a pensar: "Seguro que eso fue idea de Yoko".

lunes, 26 de octubre de 2009

(M)


¿Vas a recordarlo, hermosa?
Algo de lo que vibró en tu endeble cuerpecito cuando pronunciaste esas seis palabras va a quedar y se va a abrir como el viento de una tormenta de verano muchos años después.
Y va a encontrar su paso y habrá dos mundos que retomarán un viejo pacto.
La última merienda.
¿Recordarás ese primer disco de Ringo Starr, tan suave, tan hecho con la soledad de no tener a sus amigos de siempre?
Me pediste que no me olvidara de la armónica para tu seis años.
¿Recordarás aquella merienda en que nos dimos cuenta de que al otro lado del vidrio el viento le estaba contando a los nuevos retoños del sauce lo que es la primavera?
Aquella polera a rayitas blancas y violetas horizontales.
Una pregunta sobre mi hermano y otra sobre el tuyo no nacido aún.
Cómo podía saberse que a los días me despedirías con un beso sobre mi pómulo derecho, dejándome el azúcar babeado del chupetín contra el hueso, a través de los barrotes del portón, y cómo podía saberse que esa frase, esa pregunta con la fuerza de una línea de un guión para la vida entera me iba a caer en medio de la calle cuando parecía que todo seguía del mismo modo.
"¡Buena suerte en la vida, amigo!"
Y a partir de entonces nacieron las últimas cosas.

sábado, 24 de octubre de 2009

Contra el viento

Porque la mente es inquieta, turbulenta, obstinada y muy fuerte, ¡oh Krsna!, y someterla, creo yo, es más difícil que controlar el viento. (Bhagavad-Gita; cap. VI, texto 34)

Hace mucho tiempo que tenía ganas de volver a sumergirme en la escritura de un cuento largo. Y ese impulso hizo su propio negocio con ciertos problemas que surgieron en mi vida y que me dieron a la vez, con idéntico estrépito, el tiempo y el temor del tiempo. Lo raro es que el cuento me fue pedido para ser editado en otra lengua, una lengua de la que no sé descifrar más que una docena de palabras o de giros: o sea nada. El mail que me conminaba esta mañana a entregar el cuento en un determinado plazo hacía hincapié en que por favor (¡por favor!) fuera un cuento muy mío, bien de mí. Digamos que ya desde hace unos meses tenía una historia anotada por alguna libreta de apuntes... Así que cuando ya llevaba un par de páginas del cuento empecé a temer la aparición de lo pintoresco. o lo mecánico. Y ahí paré. Todo era: este es el momento en que tiene que pasar esto; este otro instante está pensado para que el lector se dé cuenta de esto otro, y así... Me subí a la bicicleta y salí rumbo a la playa Brava. Pasé por el Kennedy, no me detuve en lo de mi padre y terminé cruzando el puente de La Barra hasta llegar a la zona de Montoya, donde me perdí varios minutos paseando dentro de un local en el que vendían deidades de África y de Asia. En la entrada había una enorme de Krsna. Pedí permiso para sacarle algunas fotografías. y me fui... Y todo sin saber que esa noche íbamos a hablar del Gita con Felipe comiendo entre los dos un metro de muzzarella, cosa que ahora sucede menos de media docena de veces al año.
Tengo ahora a mi personaje decidido a saltar desde lo alto de un alambrado, en el pleno trance de escapar de una cárcel. Mañana, luego de que desayune, me va a estar esperando para que lo anime hacia donde debe ir. Y eso va a ser una pequeña forma de felicidad.

Las complejidades de la acción son muy difíciles de entender. Por consiguiente, uno debe saber bien lo que es la acción, lo que es la acción prohibida y lo que es la inacción." (Bhagavad-Gita; cap. IV, texto 17).

viernes, 23 de octubre de 2009

Presentación de "El increíble Springer" en Montevideo

Este jueves 5 de noviembre: presentación de "El increíble Springer" en Montevideo.
Librería El Virrey (21 de setiembre 2798 esq. Coronel Mora, Pocitos)
Los espero.
Un abrazo grande.

lunes, 12 de octubre de 2009

Kennedy '09 (VI)


-Sábado 15 de agosto de 2009. 6ª fecha: Alianza Cinco vs Kennedy-

Para este partido de Kennedy me doy el gusto... Logro que dos amigos, Leonardo Cabrera y Valentín Trujillo, me acompañen en la cancha de Alianza Cinco, situada entre los bosques de los barrios Beverly Hills y Lugano para ver el sexto partido de Kennedy.
Se trata de un encuentro importante. El local buscará una victoria que le permita llegar a 9 puntos y colocarse de inmediato como escolta de los líderes del certamen: Barrio Rivera, Peñarol de San Carlos y Nacional de San Carlos. Para Kennedy ganar le podría permitir escapar de la undécima posición para, en el mejor de los casos, igualar a algún otro equipo en puntaje en el octavo lugar. Todos lo sabemos... La octava colocación se ha transformado en el primer objetivo para el club. Después se verá. Pero llegar hasta allí significa poder jugar el torneo Clausura. Nada menos... En medio de toda esa especulación nos instalamos con Leonardo Cabrera en uno de los tantos terraplenes de greda endurecida que están sobre uno de los costados de la cancha. En cierto modo, ese sector parece el recorte de un paisaje lunar levemente estetizado. Hace un calor pesado y húmedo, y la reverberación se hace insoportable. Sin embargo, nos instalamos con el sol en contra un poco a propósito. O más bien debo decir que la intención es mía. Del lado de la cancha en donde estamos podemos ver desde cerca al Gordo Nene, caminando contra la raya de cal y aguardando el comienzo del partido en muy pocos minutos. Por delante y por detrás pasan los jugadores de tercera de Kennedy y de Alianza. Caminan en silencio, exhaustos, sudorosos. Pasa mi primo Pablo, que juega en Kennedy. Le pregunto cómo salió el partido y me dice que ganaron 3 a 2, pero que estuvo muy picado, que casi hubo piña. No sé si llego a desearlo, pero tengo de pronto en mi interior algo así como la presunción de que algo similar suceda en el partido de fondo. Y no es por desearle el mal a nadie, pero es que tanto le he hablado a Leonardo (lo mismo a Valentín) acerca de lo especiales que son los partidos en los que juega el Kennedy, que ahora tengo miedo de que el partido contra Alianza termine siendo un intercambio de pases a la manera de un encuentro de veteranas del Rotary o del Club de Leones que tironean medio remilgadas de sus propios orgullos en una tarde de té. Me preocupa que tanto Leonardo como Valentín, un poco hartos de mis anécdotas grotescas de lo que pasa sábado a sábado, vayan a pensar que, de haber algo, sucede en el espacio de mi imaginación; o peor: en el espacio del deseo de una imaginación. Así es que cuando empieza el partido, mientras los equipos se olfatean en esos primeros segundos, llego a agradecer que Valentín no haya aparecido.
Con los primeros minutos del partido notamos en seguida la gran superioridad de Alianza para armar jugadas de ataque y llegar con hombres libres de toda marca sobre el fondo de la cancha, prontos a desbordar por la derecha. Otra vez la derecha, me digo, nuestro talón de Aquiles, o uno de ellos. Bueno, en realidad, si se mira a Kennedy en estos primeros minutos parece todo un talón entero, con Aquiles desprendido y andando victoriosamente por cualquier otra parte de la vida. Como sea; observo las subidas del lateral derecho, las incursiones de los delanteros hacia ese rincón de la cancha y me salta el recuerdo de los goles que nos hicieron Nacional y Peñarol de San Carlos para ganarnos en aquellos primeros partidos. Por otra parte, cuando algún forcejeo de los delanteros de Kennedy (sobre todo los dos Pereyra: Nicolás y el "Chala") logra que alguna pelota se vaya al corner, las jugadas resultantes sobre el arco de Alianza carecen de claridad. Por ejemplo: Nicolás Pereyra cabecea un centro desde el corner y el golero de Alianza recibe la pelota sin mucho esfuerzo en la mitad del arco y se apresta a alejarla. Parece que el golero acaba de cobrarle un viejo favor a su rival. El partido avanza minuto a minuto demostrando de forma apabullante la superioridad física y táctica de Alianza. Hay que decir la verdad: del mediocampo hacia abajo los jugadores de Kennedy no pueden hacer nada. Cualquier esfuerzo realizado relega o niega de forma afrentosa la verdad única de que Alianza va a hacer un gol. Y así ocurre. El golazo de Alianza llega aproximadamente a la mitad del primer tiempo. Carlos Baiz, un joven profesor de matemáticas que juega de lateral derecho, mete una pelota por elevación y al vacío sobre la misma línea del ataque. En principio, parece una pelota para nadie. Pero un delantero, librado ya de su marca, corta desde el centro a la derecha y se la lleva hacia la raya de fondo. Luego pone un fuerte pase hacia atrás, rasante, rumbo a la media luna. Allí la va a buscar uno de los volantes, que le pega como viene, con la cara interna del zapato derecho. El tiro es difícil, la cancha no está en muy buenas condiciones y por un momento Leonardo y yo, como muchos de los presentes, tenemos la sensación de que se va camino a lo alto de los pinos que están a diez metros detrás del arco. Pero no. El esférico sale escupido con una curva de adentro hacia afuera, alejándose desde el centro del arco al palo derecho de Alfredo Rodríguez. El arquero de Kennedy salta entonces y la pelota entra por el ángulo superior y abomba la parte lateral de la red. Y menos de una décima de segundo después el brazo derecho de Rodríguez ocupa el mismo espacio por el que acaba de transitar la pelota. Todo el cuerpo del hombre se suspende una fracción de segundo y entonces cae como si en ese preciso instante la ley de gravedad reaccionara furiosa, cae como abandonado por todo, por las fuerzas que lo hicieron llegar hasta allí arriba, por sus compañeros, que se ocupan de comprender la realidad de la pelota rebotando en el interior del arco. Los jugadores de Alianza, mientras tanto, se abrazan a pocos metros de la media luna.
En ese momento llega Valentín Trujillo, resoplando y ajustándose la montura de los anteojos en la parte más alta de la nariz. Nos saludamos y en seguida comenta que pudo ver el gol de Alianza desde el lado opuesto de la cancha, justo en el instante en que el remate había salido.
A partir de entonces el partido comienza a ponerse difícil. Los jugadores de Alianza juegan cada pelota buscando no sólo el segundo gol, sino el tercero y hasta el cuarto. La goleada, si se dilatara esta parte del encuentro, parece una cosa inminente. Los jugadores de Kennedy hacen lo que pueden. Hay algunas arremetidas de Nicolás o de Richard Pereyra, el "Chala", buscando pelotazos desesperados y frontales, pero por lo general los visitantes se dedican a cortar todo lo posible el juego del rival.
Llegado un momento oigo algo que dice Leonardo, o que dice Valentín, o es una cosa que bien pudieron haber afirmado ambos en distintas oportunidades y de forma variada. Sea como sea, podría resumirse en la siguiente expresión: "Yo pensé que el partido (o "esto que vine a ver") iba a ser cualquier cosa; pero no, la verdad que es un partido normal, bien jugado". Apenas soy consciente de a opinión de mis amigos siento que estamos viviendo en un profundo error. Es decir: sé que lo que pueda parecer un partido normal, de trámite regular, como dicen los periodistas deportivos, es algo impropio, y que en cierto modo los invité a Leonardo y a Valentín con una idea diferente de lo que sería finalmente el encuentro. Voy a sincerarme más todavía: quería que ya en esa oportunidad les fuera revelada a ellos esa condición del aire que existe en los partidos de Kennedy, esa forma en la que se imprime a la realidad con un valor distinguido, diverso.
Y ahí, un poco después, sucede, simplemente sucede... Es la figura del 16, el "Canario" Fabián (el causante de los dos penales en contra en el partido pasado, el cobrado y el no cobrado), que crece, crece y contagia de a poco a todos su compañeros de un ímpetu nuevo... Lo del "Canario" es vistoso, pero no debido a que su falta de timing y de control de pelota rayen en lo nulo. No. Es preciso observarlo un poco más de cerca. Es un hombre alto, pero no muy corpulento, y que está a medio camino entre los treinta años y los cuarenta. Tiene el pelo negro, lacio y con un par de entradas de calvicie en cada costado. Hay sufrimiento en su rostro cada vez que persigue un rival o cuando se le planta enfrente, siempre, invariablemente. Sin embargo, es un sufrimiento insólito, como si tuviera la revelación súbita, casi de oráculo, de lo que va a ocurrir en los próximos segundos, y eso se le hiciera insoportable. Es como si le doliera la ignorancia del otro acerca de lo que le sucederá en los próximos dos o tres segundos. Y es que no queda otra. El "Canario" Fabián, con su torso endurecido por la respiración contenida y con los brazos presas de un impulso eléctrico, va al frente, mete la pierna, topa, arrastra, arrasa, y el rival termina dando una serie de volteretas por el aire. El "Canario" Fabián ha sembrado entonces la semilla del mal sobre el campo de juego, y aunque la cancha de Alianza Cinco está levantada sobre un promontorio arenoso y el pasto arraiga allí con grandes esfuerzos, la semilla de la destrucción prende en seguida. Así es que empieza a pasar algo que no pasaba unos minutos antes. Gruesas cortinas de polvo se levantan desde el suelo y barren amplios sectores de la cancha bajo el contundente sol. Los jugadores de ambos equipos comienzan a sentir los primeros efectos fuertes del calor. En cada pelota detenida varios de ellos se arriman hacia los costados de la cancha reclamando un poco de agua. Frente a nosotros, en la parte por la que va y viene el técnico de Alianza, hay contra el alambrado un bidón transparente casi repleto de agua. En su superficie flota media docena de gajos de limón. La luz del sol ciega la superficie entre los espacios donde bogan los fragmentos de fruta.
Marcelo Bilar, uno de los laterales de Kennedy, aparece tirado al borde del área tomándose la pantorrilla derecha. Lo rodean un par de jugadores de ambos equipos. De pronto algunos hacen una seña inequívoca hacia el lugar en que está el Gordo Nene y este se da por enterado de que Bilar no va a seguir jugando. Bilar comienza a incorporarse con lentitud. Alfredo Rodríguez lo ayuda poniéndole el hombro para acompañarlo hasta el borde de la cancha, justo en el lugar en que están el técnico de Alianza y sus ayudantes. Bilar atina allí mismo a aflojar su cuerpo y dejarse caer ya fuera del campo de juego. Alfredo Rodríguez acompaña el descenso de todo ese montón casi sin voluntad propia. Alguien pregunta desde el otro lado del alambrado que sucedió. Bilar está demasiado dolido como para responder. Aprieta los ojos y respira de forma entrecortada. Entonces el arquero de Kennedy mira al frente y responde:
-Mirá que yo le digo todos los días: Dejá el fútbol que esto no es para vos... Siempre le digo lo mismo.
Bilar, mientras tanto, sigue en algún rincón de su propio mundo doloroso. Rodríguez continúa, sonriéndose.
-Pero él no entiende; es terco, el hombre...
Hay algunas risas disimuladas y un instante más tarde el arquero vuelve la espalda hacia el público y retorna trotando hacia su puesto. En uno de esos momentos en que el partido se detiene un jugador de Kennedy se acerca y señala el bidón.
Un momento antes de que el juego se reanude, mientras se hace el cambio, otro jugador de Kennedy se acerca hasta donde están los ayudantes del técnico de Alianza y pide agua. Entonces uno de los ayudantes le extiende el bidón de agua con gajos de limón. El jugador de Kennedy lo levanta con ambos brazos en un movimiento curvo hacia su boca y engulle el líquido mientras la luz fuerte se establece por unos largos segundos sobre la frente sudorosa y sucia. El jugador de Kennedy agradece y regresa en una veloz corrida a su propia área. Valentín se me acerca un poco.
-Che... Yo quiero probar eso a ver qué tiene... -dice.
El técnico de Alianza se inclina y termina de acomodar el bidón junto al alambrado. Aunque casi no le ha sacado la vista de encima a sus jugadores, está muy pendiente del árbitro. Camina al lado de la línea de cal nervioso y de vez en cuando le protesta algún fallo al cuarto árbitro. El partido está yéndosele de su control. Ve a sus propios jugadores recibiendo una patada tras otra, también obligados a tener que golpear para no ser menos. Las nubes de polvo vuelven difuso el contorno de la pelota a lo lejos. Entonces se da vuelta y camina hacia el otro lado una vez más. Se nota que está haciendo un esfuerzo supremo por no perder la compostura, por no caer en la grosería, por no romper la línea de prolijidad que va desde su corte de pelo (corto) hasta su impecable ropa deportiva al tono con su calzado, pasando por algo del tratamiento de pelota que ha infundido en sus jugadores. Cuando al fin sale la protesta, es del tipo:
-¿Hasta cuándo van a seguir pegando, señor?...
O:
-¡Uno trata de jugar al fútbol y los jueces nunca defienden eso! ¡Nunca!...
A unos escasos diez metros, cruzando apenas la línea central de la cancha, está el Gordo Nene. Su cabello alargado contra la nuca, liberado apenas de la gorra, se agita suavemente con la brisa. Si se intentara una comparación rápida y mínima con su técnico rival, el Gordo Nene parece alguien que ha llegado recién, avisado por la proximidad de una desgracia, vestido con lo primero que encontró a mano y sin obedecer paletas ni simetrías. Él no se dedica a recordarle nada al árbitro, puede hacer un comentario que sacuda la autoestima de cualquiera de sus futbolistas hasta revelar un trauma infantil, pero con el árbitro ha preferido no discutir. El Gordo Nene resopla al borde de la línea oteando en la distancia el ajetreo polvoroso. Los brazos separados apenas del tronco terminan de darle forma a una sensación de Far-West, con todo ese polvo volando y ese inhóspito sol. Las palmas abiertas y oscilando sobre los costados de ambos muslos. Así, y sin que Alianza pudiera conseguir su segundo gol, siempre a punto de llegar, con un par de tímidas incursiones de los delanteros de Kennedy hacia el arco defendido por un hombre un poco relleno y veterano, así, se termina el primer tiempo.

La situación parece ser penosa para Kennedy en los segundos cuarenta y cinco minutos. Pero apenas se retoma el partido llega un acontecimiento que lo cambia todo. Luego de una falta en un salto uno de los volantes de Alianza recibe la tarjeta roja de forma directa. Al lado de todas las infracciones previas, esta última parece cosa de risa, algo así como parte indispensable del roce mínimo entre los jugadores. Pero el juez no duda. Corre hasta el jugador ya con la roja en alto. Algunos jugadores locales se arremolinan. En el centro de esa fuerza va el jugador expulsado. Unos pocos jugadores de Kennedy se encargan de ayudar a pacificar los ánimos y el partido se encauza.
A partir de entonces se ve con claridad la gran oportunidad de la que dispone Kennedy para remontar el partido. De a poco el "Chala" Richard Pereyra se conecta con sus compañeros y empieza a hacer su típico juega de recibir una pelota, sacarse un jugador de encima en ese preciso instante y encarar hacia el área apilando a veces o soltando la pelota otras veces para buscar un centro al vacío. Pasan los minutos y Richard Pereyra enloquece literalmente a la defensa de Alianza moviéndose por todo el frente del ataque. El partido pasa a ser realmente bueno. Kennedy juega alrededor del área rival y en cada uno de los ataques existe cierta premonición de empate. Alianza, en cambio, se conforma con apostar al contragolpe tirándole pelotas a su 9, Guillermo Arcidiaco. Arcidiaco es un centro delantero alto y fuerte y no pierde por alto ni una sola de las pelotas que le ha enviado su arquero. En algunas ocasiones logra peinarla para alguno de sus compañeros y dejarlo de camino hacia el área, pero la jugada se resuelve en seguida por la acción de los centrales de Kennedy: Miguélez y Gaidú.
Cuando faltan unos veinte minutos para el final del partido y la insistencia de Kennedy es prácticamente insoportable, el "Chala" entra al área, driblea del medio a la punta derecha y es tocado claramente sin pelota. El penal es bastante obvio. Los jugadores de Alianza se dejan llevar resignados y todos los de Kennedy levantamos los brazos. El "Chala" da su última voltereta sobre la arena y queda un santiamén exánime antes de volver a recobrar su sentido del espacio y el tiempo. Pero el juez señala hacia el lugar de la incidencia hacia para abajo y para arriba con un brazo. El gesto es claro: el "Chala" debe levantarse y dejar de simular. Entonces, cuando el público de Kennedy está por soltar la catarata de puteadas, cuando los jugadores de amarillo están por volcarse sobre la figura oscura del hombre que pese a todo trata de estar atento al desplazamiento de la pelota, cuando la atención estaba signada sobre un punto especial dentro del campo de juego, resuena un grito infernal, como surgido de un lugar secreto y terrible de la historia oculta de la Humanidad, una Verdad revelada desde lo más profundo de la tierra con la fuerza de dos terremotos juntos y expresando la insoportable certeza del advenimiento de un Apocalipsis cebado furiosamente con gases y humores de perdición y apetito de carne.
-¡¡¡HIJO DE PUTA, TE VOY A MATAR!!!...
El Gordo Nene atraviesa la línea de cal que lo separa de la conformidad y lo acerca a la defensa ciega de sus hijos postizos, que reclaman el penal rodeando al árbitro y no han percibido la fuerza que arremete ahora en su auxilio. El Gordo Nene balancea sus brazos separados ostensiblemente de su torso y se impulsa hacia el centro de la cancha. Sus pasos hunden la tierra arenosa y abren su resonancia entre el bullicio general de tal forma que la persistencia de ese sonido constante saca a todos de sí mismos. La figura enorme que ha iniciado su arremetida congela los gestos y los movimientos. Es la ataraxia ante la visión insospechada. Los policías aún no han reaccionado cuando el Gordo Nene lleva ya dos metros (a lo sumo) dentro del campo de juego dejando adivinar bajo su ropa la agitación de la carne furibunda. El Gordo Nene da un paso con el pie izquierdo, se impulsa, luego otro con el pie derecho, unas nubes compactas de polvo arenoso se forman alrededor de los tobillos, y el ciclo de repite, un paso con el pie izquierdo y otro con el derecho, y otro, y otro, y otro, y otro, y otro, y otro, y otro, y otro, y otro, y otro, y otro, y otro, y otro y el Gordo Nene ya avanza un metro más. Ya ha descontado tres metros entre él y el árbitro, que ahora se desentiende de la pelota y ve pasar su vida por delante.
Dejemos ahora que el Gordo Nene continúe con su avance metro tras metro e intentemos entrar en su propia cabeza... Hay momentos en la vida en los que uno se lanza tras algo y cuando nos queremos dar cuenta de lo que está ocurriendo nos encontramos en medio del envión del impulso ciego. Y ahí aparece, de pronto, como un signo de amargura, la parte razonable de nosotros mismos que nos ofrece un panorama lúcido de lo que acontece. Y a veces, sencillamente, o casi siempre, ese panorama no nos gusta. Eso es lo que sucedió dentro de la cabeza del Gordo Nene cuando, digamos, le quedaba por recorrer poco menos de la mitad del trecho que lo separaba del árbitro, unos buenos segundos después del momento en que lo dejamos corriendo, en el párrafo anterior. En ese trance de lucidez, llega entonces la duda. Hay un punto del continuo en el que está la posibilidad del regreso y también la del avance definitivo. Ambos aspectos pesan lo mismo, y algo, de lo que todavía está por saberse qué es, hace el resto e inclina el platillo de la balanza de manera irresoluble. En el caso del Gordo Nene pesó más el seguir avanzando, pero sólo porque se trataba de una vergüenza menor. Las caras de sus jugadores, olvidados ya de los reclamos, mirando alelados a su técnico, expresan todo el resto del asunto.
Unos segundos antes de que el Gordo Nene pudiera acercarse al árbitro, sus propios jugadores se le oponen y forman entre varios una barrera, inclinados hacia adelante y prontos a amortiguar lo que se viene. Es entonces cuando los dos policías, con las cachiporras tensas a los costados, entran en el cuadro y se acoplan a la figura del árbitro. Finalmente, cuatro o cinco jugadores logran disuadir al técnico de Kennedy, que termina de salir con la escolta de los policías. Los ojos del Gordo Nene permanecen ocultos bajo la visera. Atraviesa un poco después la portera y apoya ambos brazos sobre el alambrado desde el lado exterior, observando la continuación del partido por el espacio que se forma entre las cabezas de los agentes. Ahora sí, Valentín, Leonardo y yo tenemos que hacer un esfuerzo muy grande para que no se note que no podemos parar de reírnos. Pero, por mi parte, estoy satisfecho. Lo que sea que es eso que define en la cabeza de varios lo que es un partido de Kennedy se ha manifestado de una forma imponente e incuestionable.
Mientras tanto, todos los hinchas de Kennedy que estaban apostados contra el alambrado opuesto, han caminado hasta donde estamos nosotros para darle el espaldarazo al Gordo Nene. Comienzan a putear al árbitro y a amenazar con dársela bien dada a la salida. Uno de los policías, el de la derecha, observa por encima de su hombro a la muchachada. Sabe que está brava. Levanta el handy y susurra unas breves palabras que se pierden entre el griterío de la breve muchedumbre. Poco después el mismo policía se inclina un tanto hacia atrás, sobre la izquierda, y, asegurándose que el técnico de Kennedy puede oírlo, dice:
-Bruto penal, fue...
El Gordo Nene inclina la cabeza hacia un lado y la baja cortando en una línea oblicua la verticalidad de su cuerpo. Pone cara de "me cacho" y niega para sí mismo en silencio.
Mientras tanto el partido está lejos de perder la tensión de los minutos previos a la corrida del Gordo Nene. Todo lo contrario. Alianza apenas puede pasar la mitad de la cancha. Los minutos se consumen. Hay una pelota en el palo del arco de Alianza. Los jugadores de Kennedy se toman la cabeza con ambas manos. Los golpes ya se propinan entre los jugadores sin ningún tipo de pudor. Faltan las pelotas. Vuelven las pelotas. Sigue atacando Kennedy en busca del empate hasta en los mismísimos descuentos. Primero un par de remates francos que el arquero contiene o rechaza a medias. Más tarde un corner del lado derecho. Un jugador de Kennedy que no puedo reconocer entre la montonera se eleva y aplicando un recurso fabuloso elabora una suerte de cabriola en el aire para conectar de taco. La pelota sale despedida como un estornudo, da contra el primer palo y se va hacia los eucaliptos del fondo. Es imposible hacer un gol. El partido parece ir a su final con la amenaza creciente de una gresca total, pero una vez que suena el silbatazo y que la pelota deja de rodar, como si se hubieran desconectado a un dispositivo, todos los hinchas de Kennedy y el Gordo Nene desaceleran sus corazones y sus lenguas y se encaminan a saludar y a alentar a sus propios jugadores rumbo al vestuario, bajo el aire húmedo y sofocante que adelanta la tormenta.
Con Leonardo nos despedimos de Valentín, destrancamos las bicicletas y nos acercamos hacia la salida. De pronto me detengo al cruzarme con Jorge "Popo" Rodríguez, uno de los delanteros. Leonardo sigue de largo y me espera en la calle mientras converso un par de minutos. Recién en ese momento caigo en la cuenta de que Rodríguez no ha jugado el partido, y cuando le pregunto por qué comienza a señalarse la ceja, el cuero cabelludo y la parte interior del muslo derecho. Me dice que entre semana chocó con su moto contra una camioneta. Y me habla también de la bronca que le dio cuando el Gordo Nene le dijo que sería mejor que no jugara este partido y que esperara a recuperarse. Observo la ceja izquierda cosida. Sobresale por encima del hueso como algo mal embutido.
-Yo quería jugar este partido, ¿me entendés?... -repite cada tanto.
Alianza Cinco 1 - Kennedy 0

APÉNDICE: ¿Qué me dejó el partido?

Leonardo Cabrera: "Una nueva noción acerca del deber, la responsabilidad y lo que hace cierta gente que sabe que es un ejemplo para el resto. El Gordo Nene dudó un par de largos segundos antes de desatar la pachorrienta furia de su carrera. ¿El Gordo quería hacerlo? No. Hacía mucho calor. Ni siquiera los jugadores querían correr, mucho menos él, que pesa como cuatro jugadores juntos."

Posiciones (6ª fecha):

Barrio Rivera 33 - 16
Peñarol de San Carlos - 16
Nacional de San Carlos - 15
Huracán - 12
San Martín - 9
Alianza Cinco - 9
Neptuno - 8
Barrio Perlita - 7
Punta del Este - 7
Círculo Policial - 5
Peñarol de Maldonado - 4
San Lorenzo - 4
Deportivo Kennedy - 4
Hipódromo El Peñasco - 3

martes, 6 de octubre de 2009

Amoxicilina blues (II, intermedio)

Mientras andaba por el centro de San José con Leonardo y Pedro este fin de semana, se me dio por sacar una foto de un afiche de campaña política del lugar, más llevado por un ánimo de registrar que por algo en especial. Es cierto que quizás los rostros, ese idioma facial que atraviesa a cada político, pudo haber sido el real interés de que yo tomara esta foto. Como sea. El caso es que recién cuando la vi en la computadora caí en la cuenta de un detalle impresionante. Y es, precisamente, el tilde de la palabra "quién", que, como es obvio, no debería figurar. Sabido es que los pronombres como "que" o "quien" al llevar tilde se transforma en interrogativos o, por lo menos, enfáticos. En el caso de este afiche que promociona a Juan Chiruchi (el de la derecha, actual intendente de San José) junto a un "notable" del mismo pago, un solo tilde tiene la misma fuerza de toda una decidida impugnación. La verdad, para los que (aún los hay) siguen considerando que poner tildes de forma correcta no tiene importancia, casos como este son una verdadera réplica y un buen pasaje al humor.

lunes, 5 de octubre de 2009

Amoxicilina blues (I)


1: Salida desde Maldonado. Consigo el último asiento disponible de un ómnibus que está a punto de salir en el instante en que llego a la terminal. Avanzo por el pasillo. Una señora de unos sesenta años ocupa el dichoso asiento 42 que llegó a salvarme justo a tiempo de viajar parado. Como no sé si en realidad el número del asiento se corresponde con el del pasillo o el de la ventana, donde viajaba un hombre joven, digo tímidamente: "Asiento cuarenta y dos". La mujer entonces salta hacia el piso y se sienta recostando su espalda contra la puerta del baño. Es una demostración de ascetismo que me conmueve. En un segundo paso a tener a la mujer a mis pies, con sus bolsos, su muselina y una revista de crucigramnas entreverándose entre los brazos cruzados sobre las rodillas. Algunas personas se dan vuelta y miran la escena. No quedo bien parado moralmente. Me inclino por lo tanto un poco hacia la mujer y le digo: "No, señora, tampoco usted va a viajar sentada en el piso... Por favor, tome asiento." La mujer se incorpora casi de un salto y vuelve a sentarse. "Voy hasta la entrada de Pan de Azúcar, nomás", me contesta. Yo hago un gesto de asentimiento y me acomodo contra el baño y miro como sin ganas el último tramo de las calles de Maldonado antes de llegar a la playa Mansa.
En el resto de los últimos asientos viajan repartidos cinco tipos de diversas edades. Uno de ellos es el que viaja al lado de la señora, contra la ventanilla. Otros dos están sentados delante, y el resto del lado derecho del pasillo. A uno de ellos, de cabeza rapada y rubia, con la remera remangada enseñando los bíceps, se le cae el termo y el agua hirviendo desata de repente una carrera pasillo abajo, hacia el punto en el que se acerca el guarda, requiriendo los pasajes a un lado y otro. El hombre de cabeza rapada se lamenta en voz alta, recoge el termo y mira como varios pasajeros más el curso del agua humeante torciendo su paso hacia la izquierda casi sobre los pies del guarda. El guarda, si llegó a ver lo que ocurrió, hizo como si no fuera gran cosa. El hombre de la cabeza intercambia unas palabras con su acompañante, luego mira hacia atrás y les dice algo a los que van juntos del otro lado del pasillo. El quinto hombre, que va junto a la mujer, sin embargo, se desentiende de inmediato de todo el asunto. Se ha reclinado hacia atrás y ha bajado la visera de su gorra sobre sus ojos. "Murió", dice el de la cabeza rapada. Los otros tres se ríen y comienza la rueda del mate. Cada vez que ceba y reparte, el de la cabeza rapada se lleva la mano izquierda de la nuca a la frente y recorre al menos dos o tres veces todo el espacio. Parece un gesto de autocomplacencia luego de entregar el mate, una confirmación de que él está ahí para sí mismo, un acto medio masturbatorio como otros lo tienen tocándose otras partes del cuerpo, etcétera. Me parece que los cinco hombres vuelven de trabajar. Observo al que tengo inmediatamente sobre la izquierda, un hombre de unos sesenta años, con una gorra de visera con la bandera de Canadá. Lleva el pantalón vaquero desgastado y con algunas manchas de pintura. Pero hay una cosa más que puede unirlos. Llevan entre sí un aire común de rito de masculinidad compartida fuera de sus propias casas. Es algo que los recorta y los aleja en las últimas luces del atardecer.
Una chica llega desde la parte delantera tomándose de las cabeceras. Se acerca a la puerta del baño, la golpea suavemente con la base del puño y entra. Cinco minutos después la puerta se vuelve a abrir y la chica regresa otra vez más tomándose de las cabeceras. El hombre que lleva la gorra de Canadá saca su cabeza al pasillo como si fuera una tortuga. Mira cómo la cola se aleja en el silencio del fondo del ómnibus. Su cabeza se balancea con los bandazos suaves del ómnibus. Los ojos entornados miran fijamente la curvatura amplia de las nalgas y de pronto es como si mirara un deseo fijado en un tramo ya perdido de su propia vida.
-Están viniendo las toninas... -dice suavemente.
El de la cabeza rapada se masajea el cuero cabelludo una vez más y se ríe.

2: En la terminal de Tres Cruces, en Montevideo. Antes de subir al ómnibus que me lleve a San José espero sentado entre un montón de gente. A mi derecha tengo un matrimonio adulto. Frente a mí a una pareja joven. Ella sonríe todo el tiempo y esconde a media un pequeño cachorro de labrador. Él se sonríe también, pero un poco como si su mujer fuera una niña con un capricho que él trata de explicar como sea para los demás. En las pantallas colocadas sobre las columnas o contra las paredes pasan cosas para entretener. Cosas graciosas como "cámaras ocultas" donde un cocinero en un stand de desgustación de un supermercado trata de cortar un tomate y se entierra medio estúpidamente el cuchillo de punta sobre el envés de la mano; las personas se vuelven asqueadas o miran con los ojos llenos de horror. Está bien. Me río y de vez en cuando mi mirada se encuentra con la de alguien más riéndose de lo mismo y entonces bajo mi vista hacia mis zapatos. Pero pasan más cosas en la pantalla: el estado del tiempo, el cambio de la moneda, el horóscopo y hasta una trivia. Del otro lado, a unos diez metros, varios miembros de una familia esperan el instante en que llega la trivia a la pantalla y apuestan entre ellos. Varias preguntas son bastante tontas, pero en dos oportunidades pasan preguntas literarias que no sé contestar y siento una vergüenza enorme de mí mismo y me juro no volver a mirar la pantalla. Aunque en realidad, una de las preguntas era del tipo: "¿De qué color era la camisa de Faulkner el día en que empezó a escribir "Absalón, Absalón"?...
Un muchacho se levanta de su asiento y comienza a caminar entre la gente. Parece que está buscando a alguien en particular. Hasta que se detiene sobre una mujer y le habla bajo. Hay en la mujer un aire de duda que da de inmediato paso a la acción de rebuscar en su cartera. El muchacho extiende la mano y recoge un par de monedas. Después avanza hacia otro asiento y repite el procedimiento ante un viejo. El viejo se estira hacia adelante, saca pecho y busca en un bolsillo del pantalón. El muchacho vuelve a recoger algunas monedas. Por una causa que se me escapa, el muchacho no tiene itinerario definido. Parece ir entre los asientos y elegir a quien lo pueda ayudar de manera aleatoria. Como sea. En cierto momento empieza a desear que se me acerque a pedirme dinero para poder conversar con él. Tiene algo afable en la cara que me cae bien. Me intriga saber si necesita el dinero para tomarse un ómnibus a algún departamento. De repente tengo un deseo irreprimible por saber a qué departamento en particular puede ir, o a qué ciudad, más precisamente. Cuando llega al pasillo en el que estoy sentado se acerca a la pareja del cachorro. Ella le da una moneda sacada de su bolso y él agradece y se da vuelta. En ese preciso instante nuestras miradas se juntan y digo "Sí, señor, voy a saber quién es". Pero cuando lo único esperable era que iniciara el diálogo, una especie de duda lo toma por completo al mirarme de arriba hacia abajo y sigue de largo.

3: En el ómnibus hacia San José. Llega el dolor. El ómnibus describe una suave curva en un tramo de Bulevar Artigas. Voy acurrucado contra la ventanilla escuchando en los auriculares "Live at the half note", de Lee Konitz. Todo es prácticamente maravilloso. La ciudad con sus sombras y sus pliegues de luz halógena pasando frente a la ventana como un televisor vital. Los sonidos caen sobre las imágenes y explican dentro de mi cabeza algo como la importancia de todo ese movimiento, o algo así de entreverado. Pero llega la puntada en lo profundo del oído derecho, y casi en seguida un dolor menor que se queda como un animal mordiendo a intervalos un hueso con muchas vueltas. Y todavía falta mucho para llegar a San José. Entonces la música se va. El zumbido amortiguado del motor del ómnibus se amplía como un viento descomunal esperando allá afuera. Todo es insoportable. Las preguntas de una niña de cinco o seis años varios asientos más atrás. Las conversaciones de los adolescentes que suben en Libertad rumbo a los bailes de San José. Los ring tones de los celulares. La conversación cómplice y suave de dos novios adultos...

4: En la terminal de San José están esperándome Leonardo Cabrera y Pedro Peña. La alegría de verlos, de saber que me ofrecen un recibimiento feliz me hace sentir un poco menos el dolor. Nos subimos después al Opel de Pedro y buscamos una farmacia abierta donde compro unas aspirinas. Pero a lo largo de la noche las aspirinas no me van a hacer nada. Lo único capaz de alejar el dolor es la conversación espiralada, interminable y a veces caótica con Pedro y con Leonardo mientras cenamos en una parrillada del centro. Hablamos de varios temas: nuestras familias y nuestros amigos, libros recientemente leídos, la siempre ambigua nueva narrativa uruguaya, los hermanos Saravia y la guerra del '04, Eduardo Acevedo Díaz, Carlos Maggi, Capusotto, Juan Ramón Carrasco, Cumbio (de reciente aparición en la feria del libro de San José y de beatlemaníacas repercusiones), etc. Pero gran parte de la charla está ocupada por la figura de Mario Arregui. Pedro, que trabaja como profesor de Literatura en el liceo de Ismael Cortinas, nos cuenta sobre un proyecto en el que sus alumnos han tenido que investigar y entrevistar posteriormente a Carlos Maggi acerca de su relación con el escritor de Flores. Hay un par de anécdotas sorprendentes en las que vemos con nostalgia otro Uruguay, o más bien un Uruguay pasado con relacionamientos humanos que hoy en día son extraños. Cosas de antes de la dictadura del '73, parecería. Pero hay una anécdota que se lleva mi corazón: La madre de Mario Arregui ha muerto. Su padre ha partido por la ruta sin saber que su esposa ha fallecido hace unos minutos. Mario Arregui, joven todavía, en compañía de Carlos Maggi, consigue prestado un automóvil y, sin que ninguno de los dos supiera cómo manejar, salen por la ruta en persecución de Arregui padre con la infausta noticia. Creo que Pedro recuerda una de las preguntas de sus alumnos: ¿Estuvieron a punto de chocar en algún momento?". Maggi simplemente responde: "Estuvimos a punto de chocar varias veces, todo el tiempo".

5: En la casa de Leonardo Cabrera. Un rato después de que Pedro se fuera hacia su casa Leonardo y yo discutimos un poco sobre lo que podría ser el antepenúltimo capítulo de la novela que escribimos entre ambos desde octubre 2007. Luego el cansancio comienza a ganarme. A cada instante en que logro tener conciencia de lo que estoy haciendo pierdo la referencia de continuidad entre un hecho y otro. De repente estamos hablando sobre una novela de Cormac Mc Carthy, de pronto estoy viendo una foto que Leonardo me ha sacado en blanco y negro con un sombrero puesto y en la que parezco Harpo Marx, bien con cara de desgraciado. Poco después veo una pelota de golf en un rincón de la sala de estar. Leonardo me cuenta que la encontró mientras caminaba con Fernanda Trías e Inés Bortagaray, cerca de la cancha de Punta Carretas. Iban charlando y ¡pum! la pelota pegó contra el árbol. Leonardo la recogió y siguieron andando. Entonces tomo la pelota y me fijo en que es una Ultra, de la marca Wilson. Es una pelota de mierda, le digo, la que usan los chambones de 24 de handicap para arriba. Un cascote sofisticado. Hay que jugar con otro tipo de pelota, tipo una Titleist de cubierta blanda que se "descorchaba" si le dabas un filazo con un hierro. Soy consciente ahí nomás de que estoy divagando, sobre todo cuando le digo que el hecho de que cayera la pelota mientras él y Fernanda e Inés pasaban por allí fue una prueba de que se estaba manifestando mi espíritu o mi conciencia para acompañarlos, y de ahí pasamos a hablar de Mario Levrero, creo... Pero no sé cuánto dura, porque abro y cierro los ojos y veo a Leonardo parado en un extremo de la sala de estar, entre la mesa de la computadora y el sillón, y a mí parado en frente, con la cocina a mis espaldas y con la puerta sobre la izquierda. Tengo a mis pies una pelota de tennis y le doy una patada y rebota entre las patas de unas sillas. Leonardo la va a buscar y trata de dominarla como si fuera una número cinco de fútbol. Hay algunos intentos pobres de ambos por dominarla, pero al final terminamos jugando una especie de partido de penales, él defendiendo el hueco entre la mesa de la computadora y el sillón, yo defendiendo el mundo que está detrás de mí. En un momento, no sé cuándo, esa competición se diluye y nos ponemos de acuerdo en que cuando vayamos al Encuentro Nacional de Escritores, en Montevideo, la semana próxima, vamos a poner a Rodolfo Santullo al fondo de uno de los pasillos del hotel y le vamos a tirar con la pelota de tennis a fundir a ver cuánto ataja. Entonces nos damos cuenta de que son las cuatro de la mañana y recordamos también que había que adelantar la hora, con lo que ya son las cinco: hora más que adecuada para ir a dormir.

6: No duermo. El dolor en el oído derecho se hace más intenso que nunca y me despierto antes de las seis de la mañana. Me quedo escuchando los sonidos previos al amanecer impactado a cada tanto por una puntada de las fuertes. Espero a que sean las nueve y me levanto para ir a despertar a Leonardo.

viernes, 2 de octubre de 2009

Hacia San José


El próximo domingo 4 de octubre presentaré "El increíble Springer" en el marco de la Feria del Libro de San José. Allí me encontraré también con mis queridos amigos Leonardo Cabrera y Pedro Peña.
Ampliaremos....

martes, 29 de setiembre de 2009

Encuentro nacional de escritores

Los días martes 6, miércoles 7 y jueves 8 de octubre, se realizará en Montevideo, en la Sala Varela de la Biblioteca Nacional, el Encuentro Nacional de Escritores, edición 2009, "Una conversación entre escritores y escritoras".
Dicho encuentro es organizado por el Área de Letras de la Dirección Nacional de Cultura del Ministerio de Educación y Cultura, en coordinación con la Intendencia Municipal de Montevideo y la Casa de los Escritores.

En la noche del martes 6 de octubre, a las 19 hs, tendrá lugar el lanzamiento del Encuentro.

A lo largo de las jornadas del 7 y 8 de octubre se desarrollará una serie de mesas redondas. Los temas seleccionados proponen un primer foco de discusión en el panorama actual de las letras uruguayas: redes y asociaciones, edición y publicaciones, ley de seguridad social del escritor, poesía, dramaturgia y narrativa joven, géneros y escrituras, generaciones y situación de la crítica literaria, entre otros. La intención es debatir sobre la problemática que incide en la producción literaria nacional, en la profesionalización de la tarea y en la posibilidad de mejorar las redes asociativas entre escritores y escritoras de todo el país.

Contaremos con la presencia de escritores invitados representantes de los diecinueve departamentos del país, compartiendo opiniones sobre los diversos temas.

Al cierre de cada día, se exhibirá un fragmento de los documentales “Palabras verdaderas “de Ricardo Casas, sobre Mario Benedetti e “Idea” de Mario Jacob, sobre Idea Vilariño.
La entrada es libre y gratuita.



miércoles, 16 de setiembre de 2009

¡Agarrate, Berocay!


Atendiendo a las necesidades que te exige el mercado editorial, estoy cambiando la orientación de mi obra, y así, dándome cuenta de qué era lo que más rendía, saqué en estos días la versión 2.0 de "El increíble Springer". Por suerte hubo una página en la que alguien no dejó pasar la novedad. Así que lo saludo desde tartatextual como un periodista atento. Cuando los demás están por comentar "El increíble Springer" en su primera versión, hay quienes están en la vanguardia:

El increíble Springer
Autor: Damián González Bertolino

PREMIO NACIONAL DE NARRATIVA, 1 premio por “construir historias sobre los conflictos y las contradicciones sociales que se establecen, en un enclave balneario de la costa uruguaya, entre los lugareños y los visitantes”. Un clásico de la literatura para niños. Veinte relatos que, más que una sucesión de historias, son una recreación poética por encima de los cambios vertiginosos de nuestra época.

viernes, 11 de setiembre de 2009

Kennedy '09 (V)

Nicolás Pereyra, delantero de Kennedy, intenta convertir ante la salida del arquero de Neptuno

-Sábado 8 de agosto de 2009. 5ª fecha: Kennedy vs. Neptuno-

¡Por fin estrenamos cancha propia!
Me paro sobre un terraplén de tierra sucia y escombros y del otro lado de la cancha puedo ver los postes del alambrado pintados con los colores de la Institución Atlética Deportivo Kennedy. El rojo... El azul... El verde... El amarillo... Los cuatro colores del equipo repartidos todo a lo largo del costado aquel de la cancha, suspendidos verticalmente entre los hilos del alambre. Hacia un costado, cerca del corner derecho, está colgada la bandera del club. Es cierto lo que me dijo un amigo: parece la bandera del orgullo gay. Cada uno de los colores del club se repite por lo menos dos veces. De tanto verla de chico no había caído en la cuenta de que la similitud es bastante real, pero el orgullo está...
Parado sobre el terraplén, con la cancha de San Martín (donde jugamos los primeros partidos de local en lo que va del Apertura) a mis espaldas, a punto de comenzar San Martín - Círculo Policial, con el panorama de la vieja casa de la curandera a más de doscientos metros, encaramada en una loma que oculta del otro lado los interminables caniles de la perrera municipal y, más allá, la pista de aterrizaje donde sobrevuelan todo el tiempo avionetas privadas y helicópteros; con todo ese panorama, observo lo nuevo. Observo el vestuario con los bloques aún vírgenes que contiene en sí mismo el anhelo agazapado de los jugadores de Kennedy, a punto de salir a la cancha, de una victoria que levante el ánimo. Miro hacia el lado opuesto y reconozco el vestuario destinado al equipo visitante. Tampoco ha sido pintado, y es tan pequeño que es de dudar que pueda caber allí la mitad. Es más. Me pongo a pensar que el técnico, en una de esas, también puede entrar allí, pero si está dispuesto a dejar de lado la posibilidad de mover los brazos al hacer las indicaciones.
Ahora voy a decir una cosa que no quiero que sea tomada a mal... No le presté mucha atención, o al menos toda la atención que se merecía, al primer tiempo de Kennedy contra el equipo que llegaba desde San Carlos: Neptuno. Sé que Kennedy entró a la cancha alentado por las voces de siempre, que se sacó una foto a un costado del círculo central y que en los primeros minutos hubo un par de jugadas de riesgo tanto para un equipo como para el otro, pero no se puede hacer mucho si uno está parado al lado de algunos hinchas de Kennedy que se desempeñan como dealers o que han tenido problemas gruesos con la ley y a nuestras espaldas, en la cancha de San Martín, está jugando Círculo Policial, cuyos jugadores son, justamente, LOS REPRESENTANTES DE LA LEY Y EL ORDEN...
Así que, al este: Kennedy-Neptuno; y al oeste: San Martín-Círculo Policial.

Al este: El partido comienza a destrabarse en los primeros minutos. Los visitantes se sueltan y asedian de a poco el arco de Kennedy. Nuestros defensas logran por el momento alejar el peligro, pero la pelota no puede ir mucho más lejos. Nuestros volantes la toman y tratan de hacerla llegar a los delanteros, pero no sucede nada de importancia. O sea: regresamos una vez más al viejo deseo de poder entrar al área con la pelota dominada.

Dramatis malandrae:

(por orden de importancia)

Maschio: El líder. Unos 30 años de edad. Gorra de visera con la inicial de un equipo de la NBA. Lentes negros, manchados de huellas digitales algo grasosas. Varios dientes de menos. Tirando a gordo, por lo que se ve que le ha ido mejor en la vida en los últimos tiempos. La recibe de los grandes distribuidores, la prepara, a veces la adultera, y la vende a buen precio. Tiene buen humor, aunque no le gusta que lo jodan.
Cedrón: Es el número dos. No llega a treinta años. Su cara, vista de frente, es como un triángulo: la base es la línea superior de su frente, en el otro extremo está su barbilla afinada, con la boca diminuta y recta. No le interesan los espacios naturales que hay entre las palabras cuando tiene que hablar. Posiblemente tenga mayor facilidad para desenfundar que Maschio.
Marcelito: Es el más alto de los tres, pero el de menor importancia en cuanto a decisiones que haya que tomar. Lleva lentes de sol y una gorra como la de Maschio. Se dejó crecer la barba hace como un mes. Es obvio que depende de Machio para muchas cosas, y en menor medida de Cedrón. Marcelito no habla. Marcelito hace que sí o que no con la cabeza cuando Maschio o Cedrón dicen algo. Está sentado en el terraplén, pero un poco más abajo, a la altura de los pies de los otros dos.

Maschio: ¡¡Vamo' el Quénide, vaaaamo!!
Cedrón: ¡¡Vamo' ehhhh!!
Marcelito: (hace que sí con la cabeza)
Hay una jugada en la que el árbitro estima que debe cobrar falta a favor de Neptuno.
Cedrón: (hacia el árbitro) ¡No empecés a hacerte el fantasma, eh! ¡Tranquilito!
Maschio: ¡Dale suave, bichicome!
Marcelito: (asiente de forma eléctrica)
El tiro libre de Neptuno cae sobre el área de Kennedy. Uno de los zagueros cabecea la pelota de frente y la devuelve hacia la mitad de la cancha.
Maschio: ¡Bien, Lito! ¡Bien! (varias gotitas de saliva salen hacia adelante, terraplén abajo, como un montón de nadadores lanzándose en una competencia contrarreloj)
Cedrón: (aparte, al ayudante técnico de Kennedy) ¡Hay que darle motivación a los chicos, hay que darle! ¡El club se tiene que poner dándoles de premio una noche con el Gaby!
[Aclaración: el/la Gaby es un popular y querido travesti del Kennedy]
Maschio: El Raúl estuvo con la Gaby el otro día...
Cedrón: Me dijo, boludo... Dice que la Gaby de repente se puso a gritar: "Dame suave que soy un hombre no un animal".
Maschio: ¡Ah! ¡Pero está exquisita, ahora!
Risas.
Marcelito: (Se da vuelta, mira hacia arriba y se ríe con ellos).
Resuenan gritos y aplausos del lado opuesto.

Al oeste.

Un tiro de uno de los jugadores de Círculo Policial ha pasado rozando el palo derecho del arco de San Martín.
Cedrón: ¡Vamo' el Policial, vamo'!
Risas.
Maschio: ¡Mirá el pelao, el diez! Ese es de la GEO.
Ambos siguen con la mirada a un jugador calvo que corre como si en realidad fuera un jugador de fútbol americano, metido dentro de la parafernalia de protecciones y hombreras que se usan en ese deporte.
Cedrón: ¿Y ese juega de diez?
Maschio: (hacia la cancha) ¡Vamo' GEO, eh! ¡Estamos contigo a muerte!
Risas.
El jugador de Círculo Policial vuelve trotando suave hacia el centro de la cancha sin atender a los gritos.
Marcelito se da vuelta y pasa a observar también el partido entre San Martín y Círculo Policial.
Los ataques de Policial son más incisivos que los del equipo local. Los jugadores de San Martín parecen desorientados. Los de Policial no resultan especialmente habilidosos cuando se los ve dos veces seguidas, pero allí están, asediando de continuo el área rival.
Un volante de contención de Policial juega la pelota por alto hacia una punta. Cedrón y Maschio se lo quedan mirando.
Cedrón: ¿Ese no fue el del relajo en la calle 5?
Maschio: ¿Cuál?
Cedrón: El que me cagó a patadas y me metió de cabeza en el patrullero, boludo...
Maschio: ¿Ese es?
Cedrón: Ese, boludo...
Maschio: Lo más sorete...
Cedrón: ¡Vamo' San Martín, vamo!...
De repente hay un centro del 10, el de la GEO, y uno de los defensas de Policial, culminando brillantemente su incursión en terreno rival, salta, conecta el esférico de cabeza y la manda al fondo del arco. Cuando el arquero de San Martín toca el suelo y levanta polvareda las esposas y las novias y los hijos de los policías empiezan a saltar detrás del alambrado. Unos momentos después, cuando el abrazo múltiple de los jugadores de Policial se deshace al borde del área, enviando a cada jugador a su puesto respectivo, surge la figura del defensor goleador, corriendo con la cabeza gacha, casi indiferente a la ovación particular que lo reviste de un aura única, todo él humildad y esfuerzo. Maschio lo sigue con la mirada y de golpe hace sonar una palma de su mano con la otra; es un gesto como el de quien se acuerda de la existencia de un pariente lejano.
Maschio: ¡Mirá quién es!
Cedrón: (hundiendo sus manos en los bolsillos de la campera y encorvándose hacia adelante) ¡Noooooo!
Maschio: El que anda de noche, boludo, en la moto...
Cedrón: (gritando hacia el jugador) ¡Bien! ¡Bien! ¡Ahora sí! ¡Esta noche vas a estar calentito adentro del Corsa! ¡Felicitaciones! ¡Zafaste de la motito! ¡Vas a estar acomodado en el Corsa, calentito!...

Al este.

La gente protesta. El partido se ha detenido quizás en el mejor instante de Neptuno. Neptuno parece ser, hasta este punto, el rival más prolijo que enfrentó Kennedy desde su partido de la primera fecha contra Barrio Rivera.
El árbitro corre hasta la banda más cercana a nosotros, sostiene una breve conferencia con el juez de línea y de inmediato sale disparado hacia el área de Kennedy. Se para frente a Marcos, el número 3 de Kennedy, y le muestra la roja directa. El defensa no puede creer lo que ve. Trata de ir primero sobre el árbitro y sus compañeros lo contienen. Luego intenta lo mismo trotando hacia el sitio donde el juez de línea observa todo impertérrito.
Cedrón: ¡No seas malo, muchacho! ¡No podés ser tan botón!
Maschio: ¡Qué lambeta que saliste!
Línea: (encongiéndose de hombros, casi inaudible) ¡Qué querés que haga!
El número 3 de Kennedy se retira por el lado opuesto del campo de juego y el partido, una vez más, se le complica a Kennedy por una expulsión más que sorpresiva que obliga al Gordo Nene a hacer un sinfín de piruetas desde el sector donde comienzan a calentar los suplentes. El rival crece de una forma insoportable, entonces. Los defensas se ven desbordados, los volantes no colaboran como se debe en la recuperación de pelota. Los delanteros juegan de este lado de la línea media de la cancha.
Maschio: ¡Vamo' a meter huevo, carajo!
Voz anónima desde detrás del arco de Kennedy: ¡Callate la boca, negro!
Maschio: ¡Pagame lo que me debés, hijo de puta!
La voz anónima no responde.
Los últimos minutos del primer tiempo se vuelven angustiosos. Considerándolo bien, lo mejor que pueden hacer los jugadores de Kennedy es revolear la pelota hacia el primer lugar que se les ocurra, y con toda la fuerza posible. Y es lo que hacen, en efecto.
Cuando suena el silbato los jugadores de Kennedy se reúnen a medias contra el banderín del corner esperando cada uno su turno para pasar a través de los hilos del alambrado. Van hacia la primera charla de entretiempo que el Gordo Nene va a dar en el nuevo vestuario. Eso es algo.
Maschio: (caminando hacia el lado de la calle) Bueno... Voy en la moto a buscar vino... (a Cedrón y a Marcelito) Demen plata...
Marcelito saca algunas monedas y un billete y se lo entrega a Maschio.
Cedrón: ¡Pa! No tengo nada, boludo...
Maschio: ¿Nunca tenés plata, pelotudo? ¿Siempre te tengo que dar todo yo? (luego se dirige hacia mí) ¡Damián! Dame plata pare el vino...
Yo, que me iba alejando hacia el mismo lado, también, me entreparo y trato de decirle algo, pero meto una mano en un bolsillo del pantalón y lo revuelvo evitando los billetes, separándolos con el meñique y el anular hacia un rincón donde no abulten. Miro el cielo y pongo cara de estar fabricando el dinero, precisamente. Saco dos monedas, una de un peso y otra de dos y se las ofrezco a Maschio. Son las únicas monedas que tengo.
Maschio: ¿Otro más que no tiene nada? ¡Dejate de joder!... Si no fuera por mí estos boludos se mueren de hambre...

Para el segundo tiempo me paré detrás del arco que daba sobre la calle. Primero porque era el arco sobre el que atacaba Kennedy, y quería sacar algunas fotos. Y segundo porque del lado del terraplén Maschio, Cedrón y Marcelito empezaron a pasarse las botellas de vino y a ponerse pesados con los milicos que jugaban del lado de la cancha de San Martín.
En el segundo tiempo, en este sábado 8 de agosto de 2009, se da la conversión de Kennedy en un equipo distinto. Es algo que ni el hincha más entusiasta esperaba. Aclaremos: no se trata tampoco de que el equipo haya superado la dificultad de hacer goles. Pero la entrega, el corazón que puso cada uno de los jugadores en cada jugada fue algo que, teniendo en cuenta que se tenía un hombre de menos, fue algo que parecía sacado de otro partido. Jugadores como el Richard "Chala" Pereyra o Nicolás Pereyra o Néstor Silvera comienzan a destacarse. A esto hay que sumar el gran partido de Gaidú, que entra al partido con la difícil misión otorgada por el Gordo Nene de cubrir los huecos que dejó la expulsión. Gaidú es un jugador de la tercera y no es, que se diga, bastante atlético. Es retacón y bastante subido de kilogramos. Si en algún momento hubiera un gol de Kennedy, Gaidú, desde su humilde posición detrás de la mitad de la cancha, no llegaría a tiempo al festejo del gol, llegaría cuando la alegría sería un conjunto de retazos dispersos que él mismo tendría que tomar de alguno de sus compañeros que corren de vuelta a su propia cancha. Pero Gaidú tiene una cualidad que define a ciertos jugadores que rinden a pesar de todo: la pelota parece dirigirse siempre hacia él, con un margen de error de más o menos cero coma cinco metros. Así, a medida que avanzan los minutos y los jugadores de Neptuno se observan perplejos preguntándose qué había sido de su superioridad numérica, Gaidú va abriendo un surco desde la zona izquierda a la mitad de la cancha, algunas veces apilando un par de jugadores, otras veces logrando una buena combinación de pases a la "tuya-y-mía" que nos deja a todos con la boca abierta. Y una a una, como un goteo que abre de a poco un pequeño hoyo en la tierra, las pelotas empiezan a llegar a los dos Pereyra de la delantera de Kennedy. Tanto el "Chala" como Nicolás prueban una y otra vez al arquero de Neptuno anunciando la caída inminente de la valla. Pero el número 1 de Neptuno está en su tarde. Y el número 16 de Kennedy también. Más conocido como el "Canario", este defensa de Kennedy, también ascendido desde la tercera, es una especie de maestro de la destemplanza hecha disciplina. Porque uno sabe que es fácil de vez en cuando errarle a una pelota y pifiarla o reventar de una patada al rival, pero que eso se transforme en algo que ocurre siempre, cuando lo fácil de repente es lo otro, lo de cortar bien una pelota o entregarla a un compañero en condiciones o no pegarle a un rival, entonces estamos hablando de otra cosa muy especial. Ver al "Canario" jugando es como ver a una persona que se da cuenta de que el mundo vive en permanente alergia y que entiende que él es el único elemento capaz de contrarrestarla. Rasca, muerde, raspa, sutura, cose, descose... Ninguna faceta de la fricción le es ajena. Así que cuando el partido es más favorable a Kennedy y un delantero de Neptuno hace una expedición no del todo convincente sobre el área de Kennedy, soñando con patearle a Alfredo Rodríguez, el "Canario" hace una entrada fantasmagórica y se lleva por delante al rival como si lo estuviera invitando a pelear a la salida de un bar. El delantero pierde el equilibrio y cae hacia un costado. Los jugadores de Neptuno levantan los brazos y gritan "¡Penal". Los de Kennedy miran hacia abajo e inician el típico gesto que se continúa en una negación con la cabeza. Pero al árbitro nadie le viene con cosas raras. Grita "¡Siga! ¡Siga!" y de pronto la película vuelve a adquirir su velocidad real y Alfredo Rodríguez se adelanta un par de pasos y embolsa la pelota contra su pecho. Sin embargo, al "Canario" nadie le desconoce el mérito. Si el primer penal no le fue suficientemente convincente al árbitro, cuando el mismo jugador comete otro al árbitro no le queda más que reconocerlo sacudiendo la cabeza a uno y otro lado. No sé si se trató del mismo delantero de Neptuno, pero el agresor fue el mismo, de eso no hay duda. Esta vez el delantero abandonó la verticalidad en menos de un segundo como en una escena de Mortal Kombat y giró sobre sí mismo al menos unas dos veces paralelo al piso. El juez pita y señala el punto penal. Los jugadores de Neptuno levantan de nuevo los brazos, pero de contentos. El Gordo Nene también los levanta, pero lo que hace es una especie mímica de estrangulamiento. Entonces la cancha se vacía de sonidos. Un jugador de Neptuno acomoda la pelota sobre el punto blancuecino, retrocede cuatro o cinco pasos y casi de inmediato comienza una breve carrera hacia la pelota, casi sin mirar a Alfredo Rodríguez. El tiro sale fuerte al medio del arco y se levanta cada vez más. Rodríguez vigila la trayectoria y llega a tocar la pelota en el instante en que parecía irse por encima del travesaño. Entonces empezamos a saltar y el golero de Neptuno, a un par de metros de donde estoy, se golpea los muslos con ambas palmas de las manos y grita "¡La puta que los parió!". Luego llega el corner, alguien de Kennedy cabecea hacia afuera del área y el peligro se diluye otra vez. El partido se acerca a su final. Hay un par de intentos, uno de Nicolás Pereyra que termina invalidado por off-side cuando el gol estaba prácticamente convertido, y otro de Gaidú, llegando a las puertas del área y rematando apenas pasada la media luna. Incluso con una nueva expulsión, en este caso de uno de los defensas de Neptuno, el partido no varía. Es decir, Kennedy no encuentra la manera de convertir el gol. Ya no basta con que pase completamente por arriba a su rival en todos los otros aspectos. El partido se acaba con el 0 a 0. Los jugadores de Kennedy se miran entre sí o se concentran en el pasto como si allí buscaran un tipo de explicación. Pero nosotros nos quedamos contentos. Apareció una actitud diferente, un camino a seguir que nos puede sacar del fondo de la tabla donde nos han sepultado los últimos resultados.
Del otro lado, en la cancha de San Martín, resuenan las voces y los bocinazos de los automóviles y las motos que festejan la victoria del visitante.
Kennedy 0 - Neptuno 0.
San Martín 2 - Círculo Policial 3

Posiciones (5ª fecha):

1º Barrio Rivera - 13 pts. (+9)
2º Peñarol de San Carlos - 13 pts. (+4)
3º Nacional de San Carlos - 12 pts.
4º Huracán - 9 pts.
5º Neptuno - 8 pts.
6º Barrio Perlita - 7 pts.
7º Alianza Cinco - 6 pts. (+2)
8º San Martín - 6 pts. (-2)
9º San Lorenzo - 5 pts. (-1)
10º Círculo Policial - 5 pts. (-3)
11º Deportivo Kennedy - 4 pts. (-1)
12º Punta del Este - 4 pts. (-6)
13º Peñarol de Maldonado - 4 pts. (-7)
14º Hipódromo El Peñasco - 3 pts.

(*) Nota: Recordemos que los ocho primeros equipos clasifican para el torneo Clausura.