domingo, 25 de enero de 2009

Rojo

Al principio aquel lugar parecía una iglesia, después, mientras me instalaba entre los primeros asientos, un poco sobre la derecha, me fui dando cuenta de que había algo en la ambientación que sugería un teatro. Luego empezó una representación en la que actuaban varios curas. Bailaban o se movían abriéndose paso entre ellos. Entonces yo me levanté y caminé hasta el escenario y traté de formar parte de lo que estaban haciendo. Pero en seguida me di cuenta de que al menos un par de curas no se llevaban bien entre sí o hacían cosas que a mí me dejaban espantado. Sin embargo no llegué a hacerme una idea de lo que ocurría. Desde el otro lado comencé a sentir que me llamaban o que me gritaban para que me bajara del escenario. Y eso hice, pero cuando estuve a punto de volver a ocupar mi asiento, vi en el suelo un papel maltrecho y doblado de forma despareja. Estaba muy próximo a uno de los asientos de la fila izquierda, y la persona que había allí también se fijó en el papel. El papel era un recorte de una página de un diario o era algo que yo había escrito. La persona me miró y me dijo que probablemente el papel estuviera ensopado, pero que eso se podía arreglar. Entonces apareció uno de los curas, recogió el papel y abrió una especie de cabina que había sobre la derecha, al pie del escenario. Adentro había un montón de formas hechas con papeles de colores muy suaves. Parecía el resultado de haberse puesto a pegar por los extremos tirillas de papel y doblarlas hasta darles determinada sensación de cubos o pirámides o estrellas... Pensé al mismo tiempo que los colores eran iguales a los de algunas pastillitas que me gustaba comer cuando era niño. Pero no me dio tiempo para nada más: el cura frotó el papel que había estado en el piso con algunos de los que estaban en la cabina y me aseguró que en poco tiempo se iba a secar. Cuando me lo dio, el papel ya se parecía a otra cosa. Era como un sachet muy delgado, una lámina que contenía en su interior un líquido rojo que formaba curvas donde se concentraba. Fue ahí que sentí que aquello era mi propia sangre. Y a partir de ese instante observé que las curvas se complicaban de tal manera que yo podía entrever hasta una escena como esta: la silueta de una persona de pie, un leve balanceo del cuerpo hacia adelante y la cabeza que sale despedida y cae con la violencia de una piedra liberada.

(La imagen pertenece a Jeremías)

domingo, 18 de enero de 2009

Verano XII (soñar)

Hoy debe ser el primer día del año en el que llueve en esta parte del país. Creo que todo comenzó unos momentos después del amanecer, cuando escuché a través de los postigos cómo las gotas susurraban al amortiguarse sobre las hojas de las plantas. Atrás quedó la tarde extraña de ayer, cuando estábamos con Franco en la Mansa, que se había vuelto más honda y verde, y observábamos a lo lejos la tormenta eléctrica que se extendía sobre el lado norte del departamento, mientras que del lado opuesto el sol mordía nuestras espaldas... Así que hoy llueve y está fresco. Y me la he pasado leyendo y esperando a salir a la calle para alquilar alguna película...
Hace tiempo, quizás desde hace un par de meses, que me viene preocupando el hecho de que no sueñe seguido.
Es decir, siempre estuve acostumbrado a despertarme y repasar de inmediato las imágenes de lo que soñé mientras doy vueltas por el baño o por la cocina.
Y la verdad es que ya no es lo mismo. Si tengo algún sueño las imágenes son difusas, carentes de interés y hasta desprovistas de secuencias. A veces me da por pensar también que cuando algo así sucede, al menos en mi caso, es porque atravieso períodos de tranquilidad. No sé... Quizás sea algo pasajero...
Hoy soñé con una fotografía en la que aparecía la abuela de un ex-alumno. Era una fotografía tomada en una fábrica textil de San Carlos, y en ella una mujer de unos cincuenta o sesenta años tenía en brazos, sobre la mesa de trabajo, a un bebé de pocos meses, que era mi ex-alumno. De pronto miraba hacia la derecha de la imagen y veía a mi abuela Elcira (la madre de mi madre) concentrada en su trabajo. Lo cierto es que esa fotografía se terminó transformando en la prueba crucial de una investigación, a tal punto que alguien me la robó, o me robó la imagen de mi abuela, dejando la fotografía donde estaba. El sueño era algo así, pero después se transformaba en otra cosa, algo medio estúpido como unos muchachos imitando a Led Zeppelin y bajando por la calle Tristán Narvaja de Montevideo, cambiando poco a poco el ritmo por algo más candombero. Al final los muchachos acabaron por sacudir las caderas, y creo que eso me hizo darme cuenta de que ya era la hora de despertar.
Como sea, todo eso me pareció bastante austero.
Hoy de mañana leí un cuento de Truman Capote titulado "Profesor Miseria". Es la historia de un hombre, Mr. Revercomb, que se dedica a comprar los sueños de varias personas. Las hace pasar a una habitación y las deja hablar mientras su secretaria, Miss Mozart, comienza a mecanografiar cada palabra. En realidad el relato está centrado en Sylvia, una muchacha que, como varios más, cambia su sueño del día por unos pocos dólares...
"-Menos mal que los otros no saben que el profesor Miseria te dio diez dólares. Alguno diría que le habías robado el sueño. Eso me sucedió una vez. Nadie se salva de las dentelladas, nunca he visto tantos tiburones, son peores que los actores, los payasos o los hombres de negocios. Es algo demencial, si te paras a pensarlo: la obsesión de si dormirás o no, si tendrás un sueño, si lo recordarás. Una y otra vez. Consigues un par de dólares y te lanzas a la primera licorería o a la primera máquina de pastillas para dormir, y antes de darte cuenta, ya estás total y absolutamente pirado. ¿Por qué? ¿Sabes a qué se parece? Es como la vida misma."

(Nota: Franco se aprovechó de mi inocencia de dormido y me sacó esa foto hace un par de veranos)

jueves, 15 de enero de 2009

Verano XI (decimonónico total)

a) Extraño el siglo XIX. Es más, creo que el siglo XIX terminó demasiado pronto.
b) Tengo ganas de volver a leer a Julio Verne.
c) Leí en internet que el gobierno de Australia hizo un llamamiento para ofrecer un trabajo por el que pagará 100.000 dólares en seis meses. El postulante sólo tiene que saber nadar y bucear, porque el trabajo consiste en pasar todo ese tiempo en la isla Hamilton. El elegido deberá además dar cuenta semanalmente mediante un blog, u otro espacio similar, de lo que vive día a día. O sea, además debe saber escribir bien y hacer buenos encuadres con la cámara digital, porque la secretaría de turismo de Australia (o un entidad por el estilo) está bastante preocupada por la caída del turismo en esa zona y por lo tanto ha decidido lanzar esta propuesta. Esto me hace acordar a esos otros trabajos que hay por el mundo, en los que te pagan una fortuna, pero que tienen como contrapartida el riesgo de muerte o de locura. Una vez, un cantinero de un liceo me mostró un anuncio en un diario. Se necesitaban hombres mayores de 20 años para trabajar en plataformas petroleras en medio del mar. "Pero hay que aguantar, pibe", me decía el tipo. Pagaban mucho, realmente mucho por día, pero no era cuestión de pasar una semanita a lo avivado. Te dejaban ahí entre todos esos fierros asediados por las mareas y aguantate hasta que se te termine el contrato. Creo que fue Paul Auster el escritor que trabajó en algo por el estilo. Así que apenas uno lo piensa comienzan a vérselas las contras a toda la cuestión: la soledad (si llegado un momento uno no la resiste), la lejanía, la desolación y (que me perdonen acá) los compañeros que empiezan a ponerse mimosos. Tengo algunos conocidos que han estado en la cárcel varias veces y que de seguro me dirán: "¿Y eso qué? Por lo menos sabés que ahí te están pagando..."
d) Una vez escribí para una nota algo así como que la saturación de información, hoy en día, o la posibilidad de llegar a saber sobre cualquier cosa tan alejada (internet) hacía que el mundo se hiciera pequeño. No es la gran revelación. Todo el mundo lo dice. Pero en esa nota yo hablaba de eso en relación con el mundo que uno percibe en las novela de Julio Verne o de Emilio Salgari, en algunos relatos de Stevenson, también, y, posteriormente, en Somerset Maugham. El mundo era prácticamente inconmensurable porque aquello que daba la sensación de cercanía entre un punto y otro, y que es una noticia o una carta, era algo que demoraba o era incompleto o pasible de deteriorarse. Sin embargo, ahora me pongo a pensar en si no volverá a pasar lo de antes, que el mundo se agigante una vez más, que el hecho de disponer de cualquier tipo de información en el instante se transforme en una especie de sensación vacía, en un pasaje del "es-como-estar-ahí-mismo" a otra cosa. Por supuesto, el mundo está allí afuera, y con sólo salir se ve lo grande que es.
Esto me lleva también a pensar una y otra vez en una de mis grandes aficiones: viajar. Una afición que por otra parte siempre se vio frustrada. Los lugares más lejanos que he visitado son Salto y Chuy. Creo que por eso me emocionan tanto aquellas novelas del siglo XIX.
e) Pero sí que hay gente que viaja a la vieja usanza. Gente solitaria en un velero. Ayer estábamos en la playa, luego de muchísimo tiempo sin reunirnos, Valentín, Felipe, Rodrigo y yo (más tarde llegaron V y Franco). Felipe contó sobre un conocido de él que se dedica solamente a navegar en solitario. Un día el tipo le dijo a su familia que se iba por ahí, por el mundo en su velero. Atravesó huracanes, fue asediado por piratas, y sólo le da noticias de cómo está a su familia cuando toca puerto de vez en cuando... ¿Piratas? ¡Sí! Yo ya había oído algo sobre los piratas somalíes hace unos meses, pero ahí Valentín empezó a hablar de las "ratas de agua" brasileras, unos piratas que se apostan en el Amazonas esperando a aquellos que remontan el delta. Así murió Peter Blake, dice Valentín. No Peter Blake el que andaba con los Beatles, sino aquel que ganó la regata Whitbread cuando nosotros éramos chicos, cuando la Whitbread pasaba por Punta del Este, el único lugar de la regata donde las embarcaciones tocaban puerto dos veces. Me acuerdo de eso, fue en el '91. Las maestras andaban como locas y nos regalaron a todos unas revistas en inglés que explicaban la historia de la regata y presentaban a cada uno de los equipos. Después creo que trajeron bombones, o que en el turno de la mañana varios de los navegantes habían pasado a dar una charla con un intérprete y luego regalaron bombones, o que eso había sido sucedido en otra escuela, o en esa y además otra, y otra... No me acuerdo bien. Bueno, Peter Blake navegaba hacia Manaos, o por ahí, y fue interceptado por las ratas de agua, que andaban en motos acuáticas. Blake se resistió y fue acuchillado en el vientre. Murió unas horas después en un hospital de Belem.

sábado, 10 de enero de 2009

Verano X (intimidad)

Antes que nada creo que es conveniente no matar a las aguavivas.
Iba cruzando unos semáforos por Roosevelt hace un rato, de camino a la compra de un paquete de hamburguesas para la cena, cuando sorprendí la intimidad de alguien. Y ahí me di cuenta de que eso fue lo distintivo hoy: ser sorprendido o ser asediado por las intimidades de los demás. Hace un rato, como decía, fue un hombre, que esperaba ante el semáforo en rojo. Era un obrero que habría estado haciendo horas extras, que volvía agotado en su bicicleta a su hogar. Yo crucé haciendo una U frente a él y de golpe nuestras miradas se tocaron, justo en el instante en el que él se hurgaba la nariz con ferocidad. Hubo algo ahí. De repente mi mirada significaba yo paso casi sobre la medianoche, entre todas estas luces y sombras de la avenida y tú te sacas los mocos como lo podrías hacer en la soledad del descanso en la hora de trabajo o frente al espejo muy temprano en la mañana, pero ahora paso yo y tú no te aguantas y controlas al menos ese placer, el único placer que podrías tener hasta caer rendido en tu casa igual que un animal que se regodea con las primeras mordidas de lo que ha cazado ante la vista de sus competidores. Todo por un par de mocos, me dirán. Está bien. Pero por un momento yo tuve que mirarlo y darle un poco más de conciencia a eso de todos los días. Así que de esa forma te sacas los mocos. No sé nada de tu vida, quizás no te cruce nunca más en el resto de mis días, pero ya sé cómo es que haces con la boca cuando entra el dedo índice. El labio superior se repliega, se tuerce un tanto a la derecha y luego aparecen los dientes de arriba hasta las encías...
Tengo que reconocer que me encanta escuchar conversaciones ajenas. En la playa a veces uno lo hace sin que se lo proponga, las voces llegan solas... Pero también esto ocurre con el uso de los celulares. Así, hoy al mediodía, en la cola para pagar una factura de Antel me entero con el señor que hablaba por celular a mis espaldas que el afiche de la maratón San Fernando, que es auspiciada por Reebok, tiene en realidad la figura de un atleta que está suspendido en medio de una zancada llevando ropa Nike. Pero también me entero de que la última película de vampiros que están dando en un cine de Punta del Este "se puede ver", y que en una óptica de allí mismo están en ofertas los anteojos de sol Nike. Con esto de los celulares me parece que a veces pierdo el interés por lo que pueda sacar de pre-literario (por si se pudiera rescatar algo en cierto modo), ya que no pasa un minuto de escuchar una charla en cualquier lugar público cuando comienzo a sentir vergüenza ajena, como una vergüenza de ser yo mismo el que está hablando por ese teléfono y desnudándose así ante los demás, dándole rienda suelta a las vanidades de curso común... Una chiquilina, a la tarde en la playa, salta jugando con sus amigas y un seno se escapa del corpiño. En cierto modo, más allá de que mis anteojos oscuros pudieran hacerla dudar, sabe que yo tuve que haber visto la escena. Y así fue. Y lo mismo, la sensación bastante duradera de que nadie sino yo había visto eso en toda la playa. ¿Para qué? ¿Para qué soprender de nuevo la intimidad de alguien? Un hecho, una imagen imprecisa que al final se borró igual que las huellas que dejan los que caminan junto al agua. No hay modo. La intimidad de los otros nos llega de una manera u otra, y nosotros mismos dejamos por ahí las marcas de nuestra propia intimidad como huellas dactilares sobre un vidrio empañado. ¿Y qué hacer? ¿Seguir el juego? ¿Superponerlo a otro juego?
A las aguavivas todo esto les interesa un pepino. Y ni siquiera saben lo que es un pepino. Ellas sí que saben lo que es la intimidad. En realidad, si la intimidad está dada por algo con lo que confrontarla o distinguirla, creo que de las aguavivas se puede decir casi-casi que de ellas no emana algo que los demás podríamos reconocer como "intimidad". Ellas son la INTIMIDAD. El aguaviva es un misterio total. Hoy había un hombre sacando del mar con el baldecito de sus hijos un montón de aguavivas del tamaño de una pelota de fútbol. Las dejaba tiradas cerca de la orilla y el sol empezaba su lento trabajo de resecamiento. Tuve ganas de agarrarlas una por una y devolverlas al agua, pero eso iba a traer problemas para los que yo no estaba preparado (entiéndase que el tipo pesaba el doble que yo, por ejemplo). Era lo que hacíamos hace un par de años con Felipe en el muelle de la parada 3. La gente las sacaba y nosotros las llevábamos de nuevo al agua. Un tipo se nos acercó y nos insultó invocando las salud de su hija. Nos hicimos los tontos y seguimos. La cuestión fue que unos minutos después subimos al muelle y observamos la superficie del mar desde allí. Era como ver una nube calada. Cientos, miles de circunferencias blanquecinas flotaban por todas partes. Por eso decía, es conveniente no matarlas. Ni siquiera se justifica desde el punto de vista práctico. Pero el padre-que-demuestra-en-verano-en-el-balneario-que-él-es-el-padre-antipeligro seguía sacándolas, y así vine a ver un prodigio. Uno de esos cangrejos que habitan a veinte o más metros de profundidad en lo más oscuro de la bahía se hamacaba colgando de una de sus pinzas de los tentáculos de un aguaviva. Entonces se formó el gentío, porque es raro ver un cangrejo de esos de La Barra hacia el oeste. Un ser agrisado, pinchudo y chato que no quedaba bien bajo la luz del sol. Pero al final el cangrejo pudo recuperar su libertad. Era algo demasiado extraño, demasiado impropio como para poder contemplarlo por mucho más tiempo. Era algo que quizás no teníamos que haber visto, que había salido de un sitio que no era el nuestro; ni siquiera las patas arquéandose dejaban de transmitir la idea de que aquello no encajaba con nada. Entonces el padre lo puso en el baldecito y lo aventó unos metros más allá. La niña M había mirado todo el tiempo por entre el círculo de piernitas que habían formado todos los otros niños que sí se habían animado a acercársele. Me pregunta por qué los cangrejos tienen "agarraderas" (por las pinzas) y salimos caminando hacia donde tenemos las cosas. Trato de seguir con la lectura pero después un hombre habla con la familia de su hermana sobre los últimos días del divorcio de su última esposa. La llamaba una tarde y ella le decía: "Estoy en el shopping". La llamaba al día siguiente y ella respondía: "Estoy en las uñas". Imitaba la voz chillona de la mujer mientras su hermana y su cuñado y los hijos más grandes lo miraban simular con la mano la forma irrenunciable de un teléfono.

jueves, 8 de enero de 2009

Verano IX (quehacer)

Bueno... Terminé hace una hora más o menos un relato largo que empecé casi a mediados de diciembre. Es el primer borrador y todo eso, pero ya cacé la mariposa (supongo). Ahora tengo que sacarla del calderín y etcétera, etcétera. Así que me siento muy feliz. Y al mismo tiempo ya no sé si quedan a veces ganas de permitirse la ilusión de una completa felicidad. Prendo la tele y veo las mismas cosas de mierda que siguen ocurriendo. No estoy queriendo ser demagógico. Estoy tratando de conciliar dos estados de ánimo puntuales que se encuentran esta noche. Acabo de terminar un relato que por algún punto se toca con cosas que pasan hoy en día. Así que me sucedió esto... Puse el reproductor de la computadora, con la función de que hiciera una selección aleatoria de todos los temas que hay en el disco duro, y salió primero "All I really want to do", de Bob Dylan. Me partió al medio. Ni felicidad, ni tristeza. Un estado piadoso. Algo que se mira a sí mismo y que dice: ¿Y a qué viene todo esto?... Me estoy durmiendo. Pasan algunas motos por el Camino a la Laguna, el ventilador del techo zumba. Ya no hay ruidos de pasos de nadie en la casa. Tengo la noche por delante, puedo dormir, puedo leer, puedo ir a tomar un vaso de agua en la cocina. Tantas cosas. Todo eso es normal, completamente normal. Me doy cuenta.

lunes, 5 de enero de 2009

Verano VIII (Spielberg)

Ayer salimos a dar un paseo largo con la niña M, y al volver a casa, mientras nos disponíamos a esperar a V y preparar la merienda, nos encontramos con que en el cable estaban pasando "Parque jurásico" (1993), de Steven Spielberg. En realidad la que la encontró fue la niña M, que se puso a hacer zapping y salteó sus canales de dibujitos animados cuando vio la escena en que aparece un tiranosaurio amenazando a los ocupantes de dos camionetas. Me fui a la cocina a preparar algo y luego regresé para ver lo mismo que veo cada vez que me sale al cruce esta película en el cable: la escena en que los niños llegan a la cocina y son acechados por los velociraptors. Es una escena que me fascina, es más fuerte que yo, a tal punto que, cuando termina, ni siquiera sigo mirando el resto.
Mientras merendábamos miraba la cara de la niña M, absolutamente arrebatada por algunas escenas. ¡¡Eso es alienación!!, dijera cierto escritor nacional. ¡¡Ja!!... Luego llegó la escena de la cocina, un muy buen ejemplo de montaje y de tensión. Los niños escapan, entran y cierran la puerta, pero el velociraptor que los persigue logra abrirla e ingresar junto a otro más.
Esta escena me hace acordar siempre a una más reciente que aparece en otra película de Spielberg, "La guerra de los mundos" (2005). Se trata de la secuencia en la que uno de los "tentáculos" de los trípodes de los marcianos ingresa en el sótano en el que están escondidos el padre (Tom Cruise) y su hija (Dakota Fanning) junto a su desequilibrado anfitrión (Danny Boyle). Creo que en realidad Spielberg repitió el mismo procedimiento que en la secuencia de "Parque jurásico" (incluso aparece el recurso del engaño a través del reflejo). Pero no es que me moleste, todo lo contrario, porque el resultado sigue siendo interesante; de hecho, "La guerra de los mundos" es una muy buena película que le hace honor a la novela de H.G. Wells.
Otra cosa en común: las actuaciones de las niñas...
Dejo aquí debajo las escenas en cuestión...




sábado, 3 de enero de 2009

Verano VII (virginidad)


Hace unos cuantos años que tengo con un amigo una conversación que a lo largo del tiempo agrega capítulos nuevos. Tiene que ver con esto: ¿Por qué en la narrativa uruguaya sus escritores se saltean tantas cosas interesantes que tiene nuestra realidad? ¿Por qué hay tantos espacios de nuestro país que continúan, en esta realidad actual que vivimos, vírgenes, ignorados por la literatura?
En cuanto a mí, ya no meto a mi amigo en esto, creo que la mirada montevideana es lo hegemónico. Hace tiempo dije en una entrevista que me hicieron que hablar de narrativa uruguaya actual era casi-casi hablar de narrativa montevideana. Me llovieron palazos de todos los colores. Sonaba a boutade, es cierto, pero en realidad tenía una lectura más profunda. No me refería a que en esa narrativa el escenario fuera invariablemente la ciudad de Montevideo, que para eso basta con dar una lectura superficial para darse cuenta de que no es así, sino que me refería a una noción de perspectiva en la representación, a cómo la mirada montevideana acomoda el objeto en el que hace foco a una serie de valores que le son propios a esa mirada, y por eso deja cosas afuera al mismo tiempo que incluye otras. Esto no es bueno ni es malo: es. Hablo de una serie de temas, de tratamientos de los mismos, que tienen como origen las primeras narraciones ("El pozo", de Onetti es inaugural en ese sentido) en las que se reflexiona sobre la tensión entre el hombre y su ciudad, el arrebato que le provoca esa vida de aislamiento en el gentío, esa grieta que va extendiéndose a lo largo de todo, de las construcciones, del gris, de las calles, etc. Mientras tanto todo un país sigue esperando, toda una gran parte de este lugar permanece virgen. A eso llega Fernando Aínsa en "Espacios de la memoria", el libro que leo por estos días. Pero Aínsa va mucho más allá, y estudia en profundidad lo virgen que permanece para nuestra literatura ese río que nada más ni nada menos nos da nombre. Pueden quizás oponerse algunas excepciones, aproximaciones al tema como el ejemplo de "El astillero", de Onetti, o "Tres muescas en mi carabina", de Carlos María Domínguez, ejemplos que estudia Aínsa. (Yo sumaría un par de cuentos muy buenos de "El misterio Horacio Q", de Juan Carlos Mondragón). Pero lo cierto es que el ensayista llega a la conclusión de que nuestro país no le ha dado a ese río (¿nuestro río entonces?) su "Huckleberry Finn", y sigue: "Los ríos dominados y encauzados por obras de ingeniería, los caudales regulados de un mapa físico del Uruguay que ha ido sojuzgando la naturaleza, ¿lo están en realidad en las páginas de ficción?"
Me parece que al río Uruguay se le pueden sumar otros ejemplos, hay muchos fenómenos y espacios que quedan fuera de nuestra narrativa. No me estoy quejando, estoy asombrándome.
Al mismo tiempo, creo que uno de los escritores actuales que va como contra la corriente en ese sentido es el propio Carlos María Domínguez, del que Aínsa cita unas palabras publicadas en Brecha en 2002: "Vivimos a la orilla de un río misterioso, condenado a desaparecer, y lo ignoramos (...) este país está lleno de mundos inexplorados y para descubrirlos sólo hay que salir de Montevideo". Domínguez es un escritor interesantísimo, y un excelente cronista por otra parte, un cronista que ha demostrado tener una gran capacidad para explorar esos otros mundos del Uruguay y darles una hondura narrativa inigualable. "El Norte profundo" es un libro notable, y, más recientemente, "Las puertas de la tierra", su libro de crónicas sobre el practicaje en el Río de la Plata, se ha transformado para mí en una pieza muy especial de cómo tenemos que afrontar nuestra realidad. Hay un "toque" que Domínguez posee y lo hace un autor destacado. ¿Es el hecho de que al mismo tiempo incorpora una mirada "outsider" en nuestras letras? ¿Argentino devenido uruguayo? ¿Uruguayo al fin?... No lo sé. Pero el resultado está ahí para todos.

jueves, 1 de enero de 2009

Verano VI (Salinger: un subrayado)

Me enteré hoy a través del blog de Martín Bentancor que en el día de la fecha Jerome David Salinger llega a los 90 años de edad. Algo me dice, no sé qué, y es probable que le erre de medio a medio, que Salinger va por el lado de los longevos de veras: Ernst Jünger, Juan Filloy, Francisco Ayala... Con Filloy, sin embargo, hay otra cosa más en cuanto a las semejanzas. Se trata del tema de los libros inéditos. En el escritor argentino permanecer inédito, y reescribiendo con tenacidad algunos de sus libros, era una cuestión cercana a su arte poética. En Salinger, que se retiró de la escena pública si no mal recuerdo a fines de los '60, el valor de lo inédito radica en que no quiere que lo fastidien. Creo que vive en los bosques de New Hampshire y que los paparazzi mueren por una foto suya, más que la última de Britney Spears sin bombacha. Por ahí, una ex mujer despechada reveló que no ha dejado nunca de escribir, y que cada libro nuevo es guardado con celo en una caja fuerte. Así que el asunto de la longevidad acá me lleva a olisquear también el morbo que podrían tener algunos lectores obsesivos, esos que están deseando que un día de estos aparezca un Max Brod que traiga las buenas nuevas de las narraciones inéditas de Salinger. Pero no, como decía, algo me dice que el hombre va a aguantar mucho tiempo todavía y le va a aguar la fiesta a más de uno. Hay mucho de vampirismo siempre en todo lector "fanático". Por eso, mientras pensaba en eso de las relaciones de lector y escritor, me fijé en uno de los subrayados que tengo en la edición de "Seymour: una introducción". Es la primera frase del libro, fuera de las dos citas que aparecen al comienzo, no como epígrafes, sino como disparadores directos del relato. Se trata además de una frase que tengo como grabada a fuego desde hace tres o cuatro años, cuando leí ese libro, y que trato de seguir letra por letra. Va...
"A veces, para ser sincero, me parece poco satisfactorio, pero a los cincuenta años considero a mi viejo amigo, el lector común, como mi último confidente hondamente contemporáneo, y, mucho antes de que yo llegara a la mayoría de edad, uno de los artesanos públicos más interesantes y menos fatuos que he conocido me insistió en que debía tratar de conservar un respeto constante y sobrio por la amenidad de esa relación, por curiosa o terrible que fuera; en mi caso, él lo vio venir desde el principio. La cuestión es la siguiente: ¿cómo puede un escritor tener en cuenta esa amenidad si no tiene idea de cómo es el lector común? Seguro que la inversa es bastante corriente, pero ¿cuándo se le pregunta al autor de un cuento cómo se imagina a su lector? Con mucha suerte, para seguir y llegar a la cuestión -y no creo que sean de las que sobreviven a una construcción interminable-, descubrí hace una buena cantidad de años prácticamente todo lo que necesitaba saber acerca de mi lector común, quiero decir tú. Lo negarás rotundamente, me temo, pero no estoy en condiciones de dar por segura tu palabra. Eres un gran aficionado a los pájaros."

¡Feliz 2009!

Quiero desear a todos mis lectores de tartatextual un feliz 2009. Pero también quiero agradecer profundamente el hecho de que sean mis lectores. Es siempre un gran placer para mí saber que hay personas de aquí y de otras partes del mundo que siguen mis textos y los leen con atención y cariño. A todos, a los que dejan comentarios y a los que no, a los que concuerdan con mis opiniones y a los que discrepan, otra vez gracias.
Un gran abrazo.