viernes, 29 de febrero de 2008

Sleepy time Dam


Sigue lloviendo, hace días que llueve.
Parece que el verano ya nos dejó. Y eso me da un poco de tristeza.
Estos días han sido todos muy parecidos. Luego de alguna de las comidas me viene una pesadez extrema. Miró por la ventana y veo la gente pasando por la calle, con paraguas o con un pilot echado sobre la cabeza. Me siento como el gato Tom en ese capítulo de Tom & Jerry que se llama "Sleepy time Tom". Hace cuatro o cinco días los niños lo estaban mirando en DVD y y me sentí feliz. Tom todo lo que quiere es dormir, ya no le importa Jerry ni lo que diga la negra cascarrabias. La noche anterior salió de parranda con otros gatos y volvió sobre el amanecer. Me acuerdo de alguna vez en que sentía lo mismo cuando era estudiante, o me había pasado toda la noche leyendo o escuchando música o había estado conversando con algún amigo. Al otro día en la clase los párpados se me caían solos. es extraña esa sensación, como si la voluntad de uno se partiera. Está la voluntad que pretende demostrarle cierto interés a los otros, y está la otra más sensual, más entregada al sueño. Me gusta mucho entonces ese pasaje en que Tom baja los párpados y se pinta unos círculos con pintura amarilla encima de ellos. La negra pasa y piensa que Tom, que está parado al lado del agujero de Jerry, está haciendo bien las cosas. Pero el gato ni se entera. De momento el artilugio ha dado resultado. Estaba acostado en la cama viendo esas imágenes cuando me sonreí. Creo que todos en la vida, en algún momento de dificultad, queremos encontrar ese exacto artilugio que haga notar en los demás que estamos en guardia. Es una tentación fuerte. Depende para qué se use, claro está. Los políticos saben de esas cosas un montón.
Pero bueno, el "sleepy time" que viene en estos largos días de lluvia tiene que ver con otras cosas. Es la forma en que uno ve que el mundo pasa por la ventana.
He estado escribiendo mucho y leyendo poco. Llevo unas 45 páginas del primer capítulo de "Nos cagaron a piñas". Y anteayer, casi insospechadamente, escribí un cuento más. Se trata de un cuento muy breve, de menos de dos mil palabras, ambientado en algún lugar del límite entre Lavalleja y Maldonado. La única persona que lo leyó hasta el momento es mi hermano Franco. Me dijo que le pareció muy Morosoli y que el final era lo más flojo. Creo que tiene razón en las dos cosas. Para empezar, el final está un tanto endeble. Anoche lo estuve retocando y va en camino de ser un final más o menos presentable, acorde con lo que lo precede en el argumento. Lo otro en lo que tiene razón es lo de Morosoli. Cada vez que me propongo escribir un cuento breve siento esa pasión por lo elíptico que me viene de Morosoli. Trato de desmarcarme todo lo posible de su "huella", digamos. Pero aparte hay otra cuetión, que es la del campo. El campo (ayer casualmente estuve leyendo algo sobre el campo en el imaginario del uruguayo "medio" [¿existe ese fantasma?]) es una especie de lugar virtual donde se juegan muchas de nuestras pasiones. Digamos que la pleitesía que solemos rendirle al campo viene del hecho de que nuestro país (más allá de que subsista económicamente por él) fue hecho en el campo. En el campo se hizo un país que terminó quedando más al sur, donde hoy es Montevideo. Es parecido a cuando uno iba a la escuela y un problema que se suscitaba en ella era resuelto no allí, sino en un campito a la vuelta. Yo nunca viví en el campo, apenas si he pasado algunos días de mi vida. Pero mi familia, una parte grande de ella, viene de allí, y siento que en el campo se abre un misterio que es muy mío, o que puede ser mío el día en que lo asuma. Algo así ya me había pasado con otro cuento que había publicado en este blog el año pasado, en abril, y que se llama "Matrimonio". Esto también me hace acordar a lo que impugnaban los críticos del '45, diciendo que era poco menos que insustancial aquella narrativa o poesía uruguaya que tenía como motivo el campo y que sin embargo era escrita por gente letrada de la capital que se iba a una estancia un fin de semana y quedaba arrebatada de romanticismo tardío. Uno de los que decía eso era Mario Benedetti. Claro, el tema es que Morosoli se murió, Espínola se murió, Julio C. da Rosa se murió... y el campo dejó de tener una representación honda en nuestra narrativa y hecha por gente que lo conocía desde adentro. Cuando aparece, está filtrado por otras cosas. Es la novela histórica, o es el doblez irónico (Julio César Castro) o el estertor de lo mágico (¿Delgado Aparaín?). ¿Y hoy dónde está el campo desnudo, crudo, realista? ¿Existirá?
Lo que he estado leyendo son cuentos de Hemingway. En la edición que tengo, hay unas palabras de García Márquez al comienzo, y sobre todo unas citas que rescata del escritor norteamericano que me infunden cierto placer y ánimo extra para escribir. "Una vez que escribir se ha convertido en el vicio principal y el mayor placer, sólo la muerte puede ponerle fin." Estoy escribiendo en la mesa de la cocina de mi casa del barrio 33, por ejemplo, y aparto el libro de Hemingway y lo dejo a un costado. En la tapa hay una foto suya, tomada por John Bryson. Está también en una cocina, sentado a una mesa. Pero en la mesa hay tres cosas. un vaso que es rodeado por los dedos de su mano derecha. Sin embargo, lo principal es un pato muerto. Y al lado del pato un cortaplumas. Hemingway está ya en Idaho y le quedan por delante nada más de un par de años de vida. Pero me mira insistentemente mientras escribo. Pongo un disco de jazz, uno cualquiera, uno de tantos, y Molly, mi gata, viene desde el living, al lado, donde estaba durmiendo sobre un acolchado tirado en el suelo, y se acerca y me roza los pies. Estoy presumiendo que a esta gata el jazz le gusta de veras. A veces algunos músicos la ponen especialmente feliz. Jelly Roll Morton, Fats Waller, por ejemplo. Sigo escribiendo entonces. Levanto la vista y miro por la ventana a través del jardín y veo las casas de algunos vecinos, y más allá el campo en la zona del arroyo Maldonado.

6 comentarios:

Fabián Muniz dijo...

Sí, vámonos al campo a escribir... Es eso o que tu literatura se vea prostituída por la gran urbe, enmohecida y vacua.
El campo conserva el espíritu aborigen de nuestra civilización, celta y guaraní... O mejor ambos...

Anónimo dijo...

sonas bien, no sé si yo pero leo con un tono melancolico,sañudos

haciaestemomento.blogspot.com

Damián González Bertolino dijo...

Archiduque: Sé que en tu respuesta había un poco de cosa para divertirse. Pero igal digo esto: No sé si necesariamente la litratura se vea erosionada por la furia de la vida citadina. La literatura lo sobrevuela todo, se hunde en todo, y siempre es literatura. Quiero decir, sabés bien toda la gran literatura que nació a partir de la aparición de la ciudad como fenómenos que cambió la vida del Hombre.En cuanto al espíritu que conserva el campo... bueno, también el campo tiene su furia. En todo caso hay que estar con mucho cuidado para no hacer del campo esa cosa graciosa y romanticona que venden en el Prado en Semana de Turismo. Y algo más que recae en mí (como todo lo anterior)... Escribir sobre el campo desde la ciudad, me parece, no deja de ser radicalmente escribir sobre la ciudad, sobre cómo pensamos los de la ciudad que puede ser el campo. Etc. Un abrazo grandote.
Pipo: Welcome... otro abrazo.

Unknown dijo...

y una mierda, ¿qué ha sido de los Parnasos?, ¿Dónde el oropel anteayerista?

Damián González Bertolino dijo...

Encontré en youtube (¡cómo no!), el corto de Tom & Jerry...
http://youtube.com/watch?v=-qPZbW3tLps

Anónimo dijo...

¿Como estás? tanto tiempo,
te escribe una alumna tuya del año pasado Stephanie Garaza.
Simplemente para saludarte y desearte mucha suerte en tu trabajo literario. La literatura que trabajamos en 4to año está muy buena e interesante. Espero tener un buen año.
Saludos y sigue adelante...
Stephanie