miércoles, 23 de abril de 2008

Días con humo nºs 2 y 4


Hace como una semana le contaba a alguien el argumento del cuento "El libro de arena", de Borges. Y en un momento me reí cuando Borges personaje, desesperado por querer deshacerse del libro de arena, descarta la posibilidad de quemarlo, ya que, dice, la combustión de un libro infinito sería parejamente infinita y llenaría de humo el planeta. Creo que me reí porque le vi todo el lado hiperbólico al asunto y me quedé en eso nomás. Pero por supuesto, como en muchos otros casos, Borges no sólo está adelantado un paso, sino dos o tres. Creo que estaba en clase el jueves cuando los chicos comenzaron a mirar hacia afuera y dejaron salir palabras como "lluvia", "niebla" o "humo". Yo me hice un poco el desentendido y ordené un poco la cosa, dejando, sobre un costado relegado de mi atenció Un, el pensamiento sobre el origen de ese humo. Un incendio cercano, pensaba... Cercano... Unas horas después estaba acostado leyendo en el 33 cuando me llamó por teléfono mi padre. Mi padre, cada vez que hay una noticia importante (lo mismo que un amigo mío que es periodista) me machaca mi ignorancia. No tengo ni tele ni radio. Sólo leo noticias en internet de vez en cuando o cuando compro los diarios argentinos los sábados, pero por ahora no los estoy comprando. Mi padre, luego de varios rodeos (es un narrador oral desesperante), me explicó lo de los incendios en el norte argentino y lo del viento que trajo el humo a esta región. Me acordé en seguida, cuando salí a la calle y vi que la situación empeoraba, de lo que me había causado gracia en "El libro de arena"; pero por sobre todo eso, vino una vez más la sensación de indefensión que nos acompaña en momentos de este tenor: la caída de un meteorito, un maremoto, el desprendimiento de un bloque de hielo en la Antártida, un nuevo disco de Britney Spears, un nuevo ejemplar de El País Cultural con reseñas de libros salidos hace dos años (cfr. Nº 961). El domingo salí a andar en bicicleta aprovechando que estaba lindo; vi gente bañándose en la parada 1 de la Mansa... y estábamos a 20 de abril. Miré hacia la bahía y el humo apenas dejaba ver el contorno oscurecido de la Isla Gorriti; una buena parte del mar, antes de perderse en la nada, reverberaba al sol. Hasta por ahí llegaba Maldonado. La paz del domingo, el ambiente de playa, la poca visibilidad, me hicieron acordar a una de esas películas que nos muestran cómo es la vida después de la muerte. Era como si estuviéramos todos muertos, o viviendo el impacto de una súbita jubilación arbitraria. Seguí pedaleando hasta la península. Estaba lleno de gaúchos. La mayoría de las tiendas estaban ya cerradas. Tenían carteles que decían cosas como "Hasta el verano que viene" o "Nos vemos en Buenos Aires en las calles, etc., etc." o "Se alquila" o "Liquidamos todo". La península, en su propia evanescencia, quedó cercada por el humo. Parecíamos los supervivientes de un mal sueño. Los gaúchos dando vueltas para encontrar una buena parrillada. Unas gitanas que perseguían a algunas mujeres para decirles la suerte. Las mujeres se negaban y las gitanas se entreparaban soltando un gargajo espeso hacia un costado, luego miran hacia arriba. Me imagino todo ese humo levantándose por primera vez a miles de kilómetros, destinándose secretamente a ser aspirado por mí. Veo las imágenes difusas de los hombres que quieren apagar o alimentar el fuego. En el anochecer del viernes estaba sentado en la rambla de la Brava, comiendo unos bizcochos y tomando jugo de naranja con V. La luna plateaba las olas pequeñas. Todo listo para cualquier metáfora a la mano. Pero ella tenía media hora libre en el trabajo y debía regresar en breve. En eso cae una pavesa frente a mis ojos. Un pedacito calcinado de una hoja de pasto que vaya a saber uno cuántos kilómetros viajó para eso, para que yo la tomara entre mis dedos y la disgregara en miles de partículas. Aquel poema de Whitman, de "Canto a mí mismo", en el que el poeta se pregunta por el origen de un puñado de pasto. Una de las metáforas: es un pañuelo dejado caer a propósito por el Señor, con el nombre del dueño bordado en una punta. ¿Y aquella pavesa? ¿Me pongo trascendentalista o no me pongo trascendentalista? La aplasto entre mis dedos y es bastante más que la parte de una noticia que puedo buscar en un informativo, es un espacio íntimo que necesitaba de aquel incendio.

4 comentarios:

Fabián Muniz dijo...

Este texto está, realmente, muy bueno. Yo no podría haberlo escrito. El humo sólo me inspira algunos quejidos y, refunfuñando, pienso que los argentinos si quieren se tiran un pedo y nosotros morimos asfixiados.
Excelentes paralelismos con la literatura.
Abrazo
A.Applecore

Ignacio dijo...

good Walt

Ignacio dijo...

el humo también llegó al Dancing...

Fernanda Trías dijo...

qué bueno! me encantó :)