lunes, 24 de agosto de 2009

Kennedy '09 (III)


-Sábado 11 de julio de 2009. 3ª fecha: Peñarol de Maldonado vs. Kennedy-

Cuando yo iba al liceo, quince años atrás, en un aparte en una clase, una profesora de física me explicó una ley o un fenómeno que me dejó pensando. Apuntó con uno de sus dedos a su bolso de calle, que estaba sobre el escritorio, y me dijo que sobre ese objeto en cuestión interactuaba un montón de fuerzas que llegaban desde todos lados, y que al tener esas fuerzas todas el mismo valor, eso hacía que el bolso no se moviera para ningún lado. Es decir, el bolso de mano de la profesora de física, el escritorio, ella misma (lo cual hacía más curiosa la ley), cualquier cosa estaba sujeta todo el tiempo a una especie de pulseada magnífica y secreta. Hasta que, claro está, una fuerza levemente mayor influía desde cierta dirección y desajustaba la situación. Entonces nacía el movimiento. Por años, esa anécdota se transformó en lo que más recuerdo de las clases de física de tercero, y así y todo nunca pude sustraer lo que tenía de fantasmal.

Luego de haber caído ante Peñarol de San Carlos, Kennedy tenía que enfrentarse en la tercera fecha de la Divisional Ascenso ante el otro Peñarol, el Peñarol de Maldonado. Pero transcurrió mucho tiempo para que ese partido se disputara. El sábado 27 de junio, fecha que correspondía naturalmente a la tercera del campeonato, la actividad fue suspendida por la venia electoral. Al otro día fueron las elecciones internas de los partidos políticos. El siguiente sábado, el 4 de julio, se suspendió la fecha debido a la ausencia de policías que cumplieran con el servicio de 222 en las canchas de San Carlos.

Cuando llego a la cancha de Peñarol de Maldonado el partido apenas ha comenzado y me entero de que en esos primeros minutos Kennedy ha convertido su primer gol del campeonato. Lo hizo Olivera, el 5, con un remante desde afuera del área que el golero trató de retener en vano. El técnico de la tercera me describe la jugada de forma intermitente, con subidas y bajadas abruptas en el volumen de su voz. Me habla del viento a favor, pero también del arquero de Peñarol de Maldonado.
-Se lo comió al gol... Era una pelota fácil...
Observo entonces el cielo azul y límpido, el sol brillando suavemente y acariciando los números en las espaldas de los jugadores de Kennedy, los rostros de los visitantes, excitados en la búsqueda del segundo gol. Corre también un viento fuerte y helado que en ese primer tiempo favorece a Kennedy. Los pelotazos y los centros sorprenden continuamente a los jugadores de Peñarol. La pelota anuncia su caída en un sitio, pero el viento la frena o la lanza de pronto un metro o dos más allá o más acá. Los defensas de Peñarol se rezongan entre sí, pierden las referencias de las marcas, chocan entre ellos o tratan de alejar la pelota con un rechazo frontal y entonces la pelota sube y se detiene un par de segundos embolsada por el viento hasta que empieza a caer casi de forma vertical sin haber pasado la mitad de la cancha. Los delanteros de Kennedy se muestran más rápidos y atentos. Parece que el segundo gol es una realidad incuestionable. En un corner desde la derecha, por ejemplo, Nicolás Pereyra encuentra una pelota cerca del punto penal . Le da de aire, con la cara interna del zapato derecho. El tiro sale fuerte y cruzado y pasa por delante del ángulo superior derecho. Unos segundos después el golero coloca la pelota en el borde del área chica y se aparta hacia el lado del arco para que uno de los zagueros, que viene a la carrera, la reviente hacia el otro sector de la cancha. El zaguero es un muchacho moreno, alto y corpulento, que trabaja de reponedor en el supermercado al que voy siempre. Lo veo casi todos los días subido a un montacarga, surcando el espacio entre las góndolas y elevando varios metros fundas gigantescas de papel higiénico.
-¡Vamos! ¡Vamos, carajo! -grita, y corre algunos metros más luego del impacto como si se le ocurriera perseguir a la pelota, pero esta parece dar contra una barrera de goma invisible y empieza a caer en picada casi sobre el círculo central.
Y otra vuelta lo mismo. Las jugadas de peligro para el arco de Peñarol no terminan nunca, y el próximo gol de Kennedy seguro llega pronto. Pero para que eso ocurra va a pasar algo de tiempo y va a haber una interrupción de por lo menos dos o tres minutos debido a la ausencia de pelotas.
Cuando se está jugando la mitad del primer tiempo una pelota rechazada por un volante de Peñarol se pierde tras unas casillas en un terreno lindero. El juez solicita una pelota de repuesto y de repente todos comienzan a mirarse entre sí: los jugadores entre ellos, los espectadores entre sí y luego con los jugadores, los delegados y los técnicos con los jueces y los jugadores, y los jugadores otra vez con los espectadores. A los policías no los mira nadie. Ninguna de las pelotas reaparece. Desde detrás del arco de Peñarol oigo el inicio de una discusión entre el árbitro y el técnico del equipo local. No distingo bien lo que se dicen, pero si se tratara de una familia, el juez sería una madre avergonzada.
Para tratar de captar algo camino hasta el costado de la cancha, pero cuando llego ha aparecido una de las pelotas y el juego se reanuda. Por ahí veo a un muchacho trepado sobre el muro de una de las viviendas que dan sobre ese lado de la cancha. Desde la otra parte se escuchan ladridos. La gente, allí casi todos son de Peñarol, le dice que salte hacia adentro.
-No puedo, muchacho -contesta -Está lleno de perros... pero de acá se ven las dos pelotas.
El técnico de Peñarol se da vuelta.
-¿Y la mujer? -le grita -¿No está la mujer?
El muchacho responde que no y se queda haciendo equilibrio en la cima del muro, sobre la protección de alambre de púa.
El técnico vuelve a observar el partido y dispara un par de palabras de aliento para sus jugadores. Es un hombre de unos 65 años, algo gordo, vestido con cierta apariencia de paseo y con las manos siempre en los bolsillos. No saca las manos de los bolsillos ni siquiera para las indicaciones, que no son más que muestras de un afecto casi paternal, antes que ideas que los jugadores deben plasmar. Nada que ver al Gordo Nene, de quien está separado por algo menos de diez metros. El Gordo Nene está parado sobre la línea de cal y tiene los brazos tensos y levemente separados del torso, como si estuviera a punto de desenfundar un par de pistolas y arreglar todo eso del partido a su manera. Pero volviendo al técnico de Peñarol, es que, observando su rostro, me doy cuenta de una situación mayor. Se trata de los propios jugadores de Peñarol. La primera impresión que tengo al verlos, así tan de cerca y sin la molestia del sol de hace un rato, es múltiple y desordenada. Por eso necesito no dejarme llevar por la idea de que en cierto modo esos jugadores no parecen los de la primera, sino los de la reserva. Es algo más que eso. Algo más profundo. Es una cosa que puede apreciarse un segundo antes de que uno de los volantes por el sector izquierdo reciba la pelota e intente bajarla de pecho. Y ni siquiera es esa típica expresión del jugador apremiado que afronta su tiempo con el esférico como si se tratara de un compromiso engorroso. No. Es la forma en que los jugadores de Peñarol miran el balón como fenómeno físico, pero también con todo lo de abstrato o de planteamiento geométrico puede tener la cuestión. Y entonces lo sé... Eso que les está ocurriendo a los jugadores de Peñarol de Maldonado, eso que sienten cada vez que reciben la pelota sucedió hace algunos miles de años en la Humanidad, y es el mismo asombro que el Hombre tuvo cuando descubrió la rueda. Es la posibilidad de alternar con un objeto cuyas posibilidades se entrevén como magníficas, pero que todavía no sale del dominio de lo sagrado, de lo que sólo pocos elegidos pueden hacer con él. Eso elegidos vendrían a ser hoy (hoy, nomás) los jugadores de Kennedy.
A unos pocos minutos del final de primer tiempo llega el segundo gol de Kennedy. Hay un tiro libre al borde del área, del lado izquierdo de la media luna. Melo se adelanta y remata, ni fuerte ni a colocar, no llego a apreciarlo bien. Pero la pelota golpea entre las piernas de los jugadores de la barrera como en un flipper y entra suavemente, a los saltitos, contra el palo izquierdo, bajo la atenta mirada del golero, que se ha quedado clavado sobre la línea. Acá regresa la idea de las fuerzas que son ejercidas sobre los objetos. Quiero decir, nadie podía evitar que esa pelota entrara como guiada por una voluntad particular: algo antinatural.
El segundo tiempo no fue más que un estiramiento excesivo e innecesario de todos esos aspectos que afloraron entre un equipo y el otro en el primer tiempo. Aunque me perdí el tercer gol de Kennedy (de Nicolás Pereyra) por ir a buscar algo para tomar en un almacén de la zona, y aunque no pude obtener una información más o menos precisa de cómo fue el gol (porque resultó un poco imprevisto, al parecer), la forma en que me lo imagino es perfecta. Es decir, me imagino un gol bastante abstracto y que por eso mismo se aviene bien con la idea de la presencia de una fuerza (casi fantasmal). En el gol de Pereyra la pelota ha entrado, entra sola, entra porque tiene que entrar y eso corresponde justamente al curso de las cosas. Ingresa al arco rival arrastrada por aquella fuerza que ha roto el equilibrio, y las figuras de todos los jugadores y los técnicos y los jueces y el público se desvanecen y queda la verdadera representación del acto como el movimiento frío y matemático de los astros en el cielo nocturno.
El sentimiento se intensifica. La temperatura desciende y no es sólo que el sol esté bajando, es también el frío húmedo que pasa atravesando las suelas hasta entumecer las piernas. Además hay algo de todo eso que está en la manera en que el técnico de Peñarol se dirige a sus jugadores.
-Vamo', vamo'...
Pasan unos segundos.
-Meta, meta...
Pasan unos segundos.
-Ahí, ahí...
Pasan unos segundos.
-Arriba, arriba...
Es el habla de un paternalismo resignado, vivido como un dolor que le ha sido arrojado desde sus hijos.
Más tarde llega el último gol del partido, con el que Kennedy termina goleando 4 a 0 a su rival. Es el merecido gol del "Chala", un puntero interesantísimo, pequeño, movedizo y de gran corazón, que lo mismo juega por izquierda que por derecha. La jugada fue rápida. Un pase en profundidad, entra el "Chala" a buscar la pelota y gol.

El árbitro hace sonar el silbato para dar por terminado el encuentro. Algunos jugadores de Peñarol dejan caer sus brazos y estos golpean contra sus caderas, otros jugadores hacen pucheros y se lamentan entre dientes o patean el suelo. Los jugadores de Kennedy levantan los brazos y se arraciman y se gritan cosas entre sí. Es la primera victoria de Kennedy en el torneo, y es una victoria contundente, clara, incuestionable, amplia, lógica, obvia y, sin embargo, no del todo propia.
Peñarol de Maldonado 0 - Kennedy 4

Posiciones (3ª fecha): Barrio Rivera - 9 Peñarol de San Carlos - 7 Huracán - 6 Nacional de San Carlos - 6 San Martín - 6 Neptuno - 6 Barrio Perlita - 3 Alianza Cinco - 3 San Lorenzo - 3
Preñarol de Maldonado - 3 Deportivo Kennedy - 3 Punta del Este - 3 Hipódromo El Peñasco - 3 Círculo Policial - 1

3 comentarios:

liber dijo...

Che damián, estas, tus historias de fútbol, me hicieron recordar otras que me contaba mi padre. Parece que en las décadas del 60 y 70 en el interior de maldonado había campeonatos de fútbol.Estos torneos agrupaban a equipos que representaban a pulperías, yacimientos mineros, a estancias y a bares de la región.Los parroquianos, los fines de semana, se juntaban a practicar este deporte y luego del final se agrupaban a beber su vino cortado, siempre pensando en el potro a domar,en el mármol que había que encontrar, en el árbol a cortar,en el ganado que había que trasladar la ciudad más cercana.Muchas de estas historias aún viven en nuestra campaña. Abrazo

Unknown dijo...

Mendizábal: su función, como hombre de la zona oeste y entrado en letras, es ponerse a escribir esos esperpentos.

franco gonzález bertolino dijo...

Que grata noticia!!! Al fin Ganamos!!!!!
Abrazotes desde la isla....
F.