viernes, 12 de febrero de 2010

En la mansión


Después de tanto tiempo, años y años, vuelvo a visitar la mansión de enfrente a casa. Entro con las hermanas A. y F., justo atravesando una de las alas de la construcción, mientras yo les explico que tuvo que haber sido en el verano de 1990 cuando estuve allí por última vez. Un poco antes de un accidente con explosivos que hizo que algunas personas murieran allí y que los dueños abandonaran poco a poco el lugar cediéndoselo a su casero. F. me indica a cada instante que me fije bien en los muebles, en los cuadros, en los adornos. "Está todo intacto, como estuvo siempre", me dice. Cuando salimos al patio central aparecen dos perros, pero en seguida se muestran bastante amigables, tanto que hasta me animo a rezongar al más grande, uno marrón, para que no me haga más fiesta. Eso me da un poco de valor y termino de entrar al patio. F. señala hacia los ventanales del otro lado y me dice que tenga en cuenta que la biblioteca está toda reconstruida, que el piano fue restaurado, etcétera. A través de los vidrios noto la penumbra del interior de la biblioteca. En eso llega el casero. Noto que tiene una nueva mujer. Una mujer ancha con el pelo pintado casi de plateado y con un niño como apresado bajo uno de sus brazos. El hombre saluda nos saluda casi sin interés y oigo que una de las hermanas le comenta a la otra que cree que el casero está regresando en ese momento de un baile de cumbia, y que consiguió allí mismo a esa mujer con el niño. Como sea... El casero, la mujer y el niño se encierran en sus dependencias y nos quedamos solos de nuevo en el patio. Entonces le digo a F. que quiero terminar de atravesar el patio y llegar al comedor. El comedor se ve oscuro, pero desde donde estoy puedo ver una fuente con frutas de cera, apenas recortada a través de la abertura de la puerta. Cuando doy un par de pasos encuentro a mi derecha, en una esquina del patio, una chimenea de hierro elaborada con mucha fineza, con muchos detalles. La chimenea tiene la forma aproximada de un cono y una línea a su alrededor que dibuja un espiral para quien la observe desde lo alto. Al pie de la chimenea hay una inscripción que dice: "Fabricado en Pelotas". Cuando me doy vuelta para contarles a A. y F. que yo estuve en Pelotas hace poco tiempo, me doy cuenta de que ellas no están allí. A la derecha de la chimenea hay unas placas y unos bustos recordando a los antiguos dueños de la mansión. Me sorprendo bastante de que sean brasileros. De pronto veo que debajo de la chimenea y de los bustos hay un compartimento cerrado con dos puertas. Entonces aparece allí el niño y las abre y veo un montón de urnas con placas metálicas llenas de inscripciones. Son las cenizas de los que habitaron la casa. En ese instante reaparece el casero, saca al niño de los pelos y cierra el compartimento de un portazo. Luego comienza una discusión con su mujer acerca de cómo hay que criar al niño. Yo sigo de largo, como si caminara hacia el comedor de una vez por todas, pero el paisaje cambia. Ya no tengo más a mi derecha la pared tras la cual estaba la cocina. Allí hay ahora un enrejado de color negro. Tengo la sensación de que estoy en Montevideo, de que lo que hay del otro lado de las rejas es un parque de algún lugar de Montevideo. En el parque hay varios árboles que no tienen hojas, pero en cuyas ramas desnudas cuelgan de unos hilos y se agitan suavemente con el viento unas placas de oro con formas curvas. Mientras me quedo observado ese espectáculo, aparece de mi lado una muchacha que había sido mi compañera en quinto o en sexto de liceo. Está igual que siempre. Tiene los párpados caídos como cuando era mi compañera de clase. Eso siempre le dio un aspecto manso y somnoliento. Entonces me toma la mano derecha y la pone a cierta altura apoyándola sobre uno de los barrotes y entrelaza mis dedos con los suyos. "No te habías dado cuenta", dice.

2 comentarios:

Pedro Peña dijo...

Maravilloso, D. Me encantaría un libro de narrativa onírica. Muchas cosas me gustaron de este texto. El arquetipo del baile de cumbia como un lugar donde se consiguen mujeres con hijos. El casero. Las urnas. Ese final tenebroso. Me gustó leerlo. No me habría gustado soñarlo.

Saludos

Damián González Bertolino dijo...

Gracias, Pedro...
No sé por qué, pero aunque sé que algunos autores han escrito sus sueños (Burroughs, Giardinelli...) desconfío mucho de los libros que sean sólo sueños. No sé... Y eso que me encantan... Ahora, a lo que sí le juego todos los boletos es al libro de sueños de Fellini. Ahí soy fan, ¡¡mal!!... Ja...
En cuanto a que no te hubiera gustado soñar "En la mansión", mirá, me llama la atención, porque yo disfruté tanto con el sueño y me desperté tan lleno de melancolía que fue como si hubiera perdido algo muy querido. Es extraño: siempre sueño que vuelvo a entrar en la mansión y me levanto entre feliz y "herido" por el deseo. Un día regresaré. Un día voy a tender de nuevo un puente con una parte de mi vida que me quedó borroneada.
Un gran abrazo.