jueves, 24 de enero de 2008

El día del niño


Otra vez la misma frase de siempre: "El Niño es el Padre del Hombre"...
Palabras para ser tenidas en cuenta...

Desde hace ya varios meses he estado muy cerca de los niños M y B. M es una niña de tres años. B es un niño de cuatro. Ambos son primos y viven en la misma casa. Como todos los niños juegan entre sí y también se pegan entre sí. Yo a veces estoy leyendo o escribiendo y me salgo de lo que estoy haciendo para contemplarlos. Como se dice en el barrio, M y B la rompen... Pero hoy quiero hablar particularmente del niño B. El niño B es todo ternura y audacia, y, de algún modo, un futuro artista. Me sorprende día a día su capacidad para dar vuelta las cosas o ver a través de ellas, como un simple poeta. Quizás un poeta sea eso, ¿no?, un niño medio crecido. No lo sé muy bien... El caso es que en mis libretitas de anotaciones tengo varios apuntes sobre cosas que el niño B comenta o hace. Cuando escribí en el último invierno el "Diario del dedo gordo del pie derecho", recuerdo que dejé constancia de un diálogo que él tuvo con su abuela materna acerca de cómo venían los niños al mundo. Yo estaba acostado leyendo, a dos habitaciones de por medio, pero su voz me llegaba nítida a lo largo del pasillo. Eso lo cuento otro día. Lo que sí sé es que me puse el libro sobre el pecho y no podía parar de reírme. Se me salían las lágrimas. Pero el otro día, por ejemplo, estábamos en el cuarto con Victoria, la niña M y el niño B. Los grandes leíamos y los chicos miraban en DVD "La bella durmiente" o "Cenicienta", no me acuerdo bien. El caso es que en medio del silencio, o del silencio que era sentir sólo el audio de la película, el niño B suspira y exclama: "¡Hay olor a viento!"... De los dos lectores uno leía a Fernando Pessoa y el otro a Clarice Lispector, pero el niño B no les tuvo miedo, porque el niño B va en serio.
Ayer de tardecita, por ejemplo, yo estaba sentado a la mesa de la cocina leyendo "El escritor y el otro", de Carlos Liscano. La niña M dormía la siesta en uno de los cuartos. En otro cuarto estaba el niño B con su madre. Ambos habían salido del baño hacía un rato. No había nadie más en la casa. En ese silencio del final de la tarde y en los pocos ruidos amortiguados que lo cortaban, yo podía hundirme en la lectura. De repente se me acerca el niño B y me dice: "¿Cuándo vamos a poder conversar?". Miraba el libro que yo tenía colocado en la mesa y de allí llevaba su mirada a mi cara como dándome a entender que ya estaba bien eso de pasársela leyendo, que había que hacer otras cosas. "No se puede conversar...", agregó en un tono bajito. Entonces terminé de leer lo último de un apartado (el 52) del libro de Liscano. El autor tenía sus preguntas para hacerse... Transcribo una parte, lo que terminé de leer a la apurada mientras el niño B me observaba sentado al otro lado de la mesa esperando su oportunidad. "Porque de lo que se trata es de crear al escritor y no la obra. Si se logra crear al escritor la obra se hará sola. Porque el escritor se crea escribiendo, pero mucho más reflexionando sobre el trabajo de escribir, sobre la vida que se elige. Porque ser escritor es elegir una vida, un modo de estar en el mundo, de ver las cosas. Porque si el individuo no escribe no será escritor. Pero no es suficiente con escribir. En algún momento su actividad le impondrá la reflexión: ¿qué, por qué, para qué?"
-Quiero saber cómo se hizo todo -dijo el niño B en seguida -Cómo se creó el mundo, las hojas, las valijas, todas las cosas, las paredes... No sé, todo... Cómo se hicieron los planetas... Los planetas no son de este planeta...
Y ahí me quedé yo. Entre saber si le payaba algo sobre el Big-Bang o sobre el polvo del que venimos y hacia el que vamos. Fue duro. Empecé a tartamudear, porque el niño B estaba como cruzado de brazos, como diciéndome con la mirada "A ver vos, que te la pasás leyendo y no nos das pelota, explicame eso ahora...". Me quise hacer el vivo y recrear algún mito o algo parecido que leí en algún lado, algo como para salir del paso. Entonces dije:
-En el principio había una tortuga que estaba caminando en una isla. Esa isla no era muy grande, y cuando la tortuga llegó al final se dio cuenta de que era la nariz de un gigante que estaba durmiendo hundido casi del todo en un charco...
-¿Qué cosa? ¿Qué va a hacer un gigante dormido en un charco? -me interrumpió el niño B.
Era el fin para mí, pero el niño B me salvó.
-Todo lo hizo Jesús en este mundo -empezó a explicarme -Jesús hizo todo: las islas, los japoneses, los chinos. Todo lo hizo Jesús.
Luego se levantó y se fue porque la madre lo estaba llamando.
Yo abrí de vuelta el libro y comencé a leer el apartado 53, que al principio dice así: "Hay una valija. Una mujer con una valija. Hay un arroyo (...)".

2 comentarios:

Leonardo de León dijo...

¡Jua! (carcajada altisonante que despierta miradas inquisidoras en el cyber).
¡Te dije que "pastelito" se las traía!

Anónimo dijo...

Hay olor a viento, qué belleza!

Me hace acordar a otro niño que ante la insistencia de un adulto para que se calzara (calzate que hace frío!), él contestó: "En mi mundo, nunca hace frío"

Y el otro día una niña de 4 años, Cornelia, me dijo: "Los humanos toman alcohol, los niños, no".