martes, 18 de abril de 2006

Lecturas de vacaciones


Había faltado a la cita de actualizar el blog durante alrededor de diez días. Las vacaciones de Semana Santa tienen su buena culpa. He aquí una manera de reponerme contando brevemente que leí.Roald Dahl

Leer en vacaciones

Vivir en un balneario hace que uno se familiarice rápidamente con ciertas costumbres. Una de ellas está vinculada con la lectura y representa a aquellos que en las vacaciones quieren o pretenden un supuesto descanso intelectual, saliéndose de las habituales lecturas (que habría que considerar más exigentes para que la costumbre sea tal) y buscando aquellas que generen un nivel menor de preocupaciones. Es cierto que al decir esto puedo sufrir los insultos de más de un turista. Pero lo cierto es que continuamente, verano a verano, escucho de los turistas expresiones del tipo “Quiero entretenerme” o “No quiero fatigarme”. Claro que una buena pregunta sería por qué esta gente hace de las lecturas habituales algo no entretenido y fatigante. Como sea, los ejemplos de las lecturas de vacaciones son múltiples e inagotables. A mí me gusta siempre acechar las lecturas de los otros cuando estoy en la playa, realizando a veces piruetas con el cuello para entrever algún autor o título en especial.

De modo que para estas vacaciones de Semana Santa, yo también me quise salir de aquellas lecturas que tenía previstas y aventurarme de repente en libros tomados al azar, o llegados recientemente a mis mano. Me aparté entonces de la relectura de los cuentos y los ensayos de Juan José Morosoli, así como de volver a repasar “La novela luminosa”, de Mario Levrero. Me aparté también de continuar con “El cinematismo”, de Einsenstein, y de comenzar la novela “Echándonos de menos”, del escritor argentino Roberto Gárriz.

Lo primero que leí en vacaciones fue “El tilo”, de César Aira. ¿Qué puedo decir de Aira, un escritor que me fascina y subyuga? “El tilo” es un relato hermoso sobre la infancia, sobre la manera de quedar perplejo ante el mundo que se tiene en la infancia. Aira a veces deja su verdadero fuerte, que es ese poderoso modo de hacer avanzar la narración y llevarla a niveles inesperadísimos. Aira siempre busca (y reflexiona sobre) la clave o el procedimiento con el cual elabora cada relato o novela. En “El tilo” la palabra clave para entrar es “Perón”. Esta lectura me generó algunas ideas para pensar lo que diferencia a la literatura sobre pueblos de la literatura sobre ciudades. Quizás dentro de un tiempito las elabore aunque más no sea para romperlas.

De inmediato pasé a un relato algo extenso del escritor israelí Amos Oz. Se llama “La bicicleta de Sumji”. No sé qué decir de este libro, salvo que he leído cosas más interesantes del mismo autor, y que la idea, o la idea que me hice de la idea del libro, me pareció más interesante que el desarrollo de la historia misma. De aquí pasé a interesarme en las narraciones para adolescentes (parece que aquí traicioné el no tener lecturas previstas para las vacaciones, pero no me lo tomé muy en serio). De hecho, me parece que hay que ser un narrador de gran categoría para soportar a generaciones y generaciones de lectores adolescentes. He observado desde algún tiempo que los adolescentes son lectores que poco se dejan embaucar con tretas o triquiñuelas narrativas. Son una especie de devoradores salvajes de relatos, una especie a la que todos deberíamos regresar o aspirar de vez en cuando. De hecho, ¿por qué persisten a lo largo del tiempo entre los gustos de los adolescentes toda esa pléyade de narradores anglosajones como Wells, Wilde, Stevenson, Defoe, Swift o Carroll? Además, ¿qué buscan y qué encuentran en lecturas como las de Corín Tellado sino un puro avance de la historia, por torpe que parezca? De hecho, yo, que soy un lector lento, muy leeeeeentooooo, me he sorprendido de la velocidad con la que he avanzado en lecturas de Corín Tellado, la mayoría ridículas, pero igualmente absorbentes. Acepto y a la vez defiendo “gritos en el cielo”. [Me gustaría también decir que pocas veces leí una descripción de un coito tan extraña como la que aparece al final de la novelita “No sé qué me pasa”, de la citada autora española].

Veamos, todo las anteriores consideraciones me llevaron de uno u otro modo a los libros del escritor galés Roald Dahl, en especial a “Charlie y la fábrica de chocolate” y “James y el melocotón gigante”. Qué decir de la primera novela más allá de que me pareció muy floja, tan floja que me llevó a reconsiderar a Tim Burton, que dirigió la película del mismo nombre, como un director muy inteligente. La novela se agota en una suerte de “Divina Comedia” edulcorada, donde lo único que se espera es la confirmación del castigo adecuado para cada uno de esos niños mal enseñados y sus padres y, por otra parte, la gracia que evidentemente le será concedida al pequeño Charlie Bucket por parte del Sr. Willy Wonka. En cambio en la película, fiel en cuanto a los castigos que aparecen en la novela, Tim Burton agrega mayor profundidad al que parece el verdadero protagonista: Willy Wonka. Burton agrega (como dijo Mauricio E. Pagola en una nota aparecida en la revista Iscariote) la cuestión del “padre terrible”.

“James y el melocotón gigante” ya es otra cosa. Entre los ecos del Mabinogion y de Lewis Carroll, entre los requisitos de narrar sobre un niño huérfano y sus detestables tías solteronas, Dahl crea una historia de un delirio enternecedor, tan delirante y tierno como un durazno gigante que va por los aires.

Las vacaciones se me iban de las manos con algunos cuentos de J.M. Machado de Assis (entre ellos uno tan bueno, pero resuelto tan brevemente que da la sensación de que se podría haber narrado muchísimo más. Se trata de “Tres tesoros perdidos”, un cuento que el escritor brasileño escribió cuando tenía 19 años y que a algún cineasta le encantaría adaptar.) y terminaron de irse con “Levantad, carpinteros, la viga maestra”, de J.D. Salinger. Este relato, que es parte de la saga que empieza con la novela “El cazador oculto”, da cuenta de los avatares del casamiento de Seymour, narrados por el hermano que le sigue en edad. En realidad, “Levantad...” me trajo el recuerdo de la consecuencia que a la larga tiene ese casamiento, y que se cuenta en otra pieza del autor titulada “Un día perfecto para el pez banana”. Lo leí en una fotocopia que me regaló un verano un amigo, hará ya cinco o seis años. No recuerdo mucho del cuento, salvo algunos acontecimientos entre Seymour y una niña en la playa y el hecho de que después de todo me encontré leyendo una historia que en sí es una tragedia terrible, pero que a la vez es una historia hermosísima.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Esta vez voy a ser breve, :) Llevo leídos algunos posts y sigo enganchada. Este blog será adictivo?