domingo, 24 de agosto de 2008

Grácil


Hace algunos días leí lo siguiente: "Acabó por recordar bruscamente que en su primera infancia, cuando preguntaba de dónde había venido, su madre le mostraba siempre el pozo cercano a la casa como la fuente primera de su existencia. Desde entonces, cada vez que oía pronunciar las palabras 'pozo' o 'fuente', nacía en su alma esa singular sensación que solemos experimentar cuando recordamos algún objeto de nuestra infancia más remota." Dicho pasaje corresponde a "Andreas Hartknopf", de Karl Philipp Moritz.
En cierto modo, leerlo me devolvió la intención de escribir una serie de textos que serían algo así como unas etimologías personales. De vez en cuando me sucede que escucho una palabra aislada, o incluso si esa palabra se aísla sonoramente dentro de un discurso, y empieza a abrirse ante mí el recuerdo de la primera ocasión en que la oí, soldado para siempre. Tuve la consciencia de que eso me sucedía justamente con la palabra "grácil", que escuché, que yo sepa, por primera vez, en 1994. Esa deriva de la palabra "grácil" no sólo se establece en ese año, sino que lleva a dos palabras más: "Cecilia Bolocco". Explico.
Durante 1994, al menos, dieron de lunes a viernes en el canal 7 de Maldonado una especie de periodístico chileno (¿o mexicano?) amarillista llamado "Ocurrió así". Había un conductor general, otro más encargado de ciertas noticias especializadas o de último momento, y Cecilia Bolocco, que conducía como un micro fashion o farandulero de unos pocos minutos. En uno de esos micros, Bolocco habló de una colección de zapatos que se había presentado en un desfile de un diseñador. Los zapatos eran todos estrafalarios, muy kitsch. Por ahí venía la noticia y las sonrisas cómplices de Bolocco como pidiendo perdón y regodeándose en el mamarracho de la noticia que presentaba. Entonces la cámara vuelve al conductor principal, que juzga mal esa colección de zapatos y dice que prefiere el modelo clásico y "grácil" de siempre para los zapatos de las mujeres. Hay un nuevo cambio de plano y Bolocco, quizás con el micrófono ya inhabilitado, sonríe como una reina. Reaparece el rostro del conductor y el programa sigue su curso normal. Allí apareció en mi vida la palabra "grácil", por lo tanto.
Pero todo esto me ha traído más recuerdos. Porque el televisor en el que yo miraba "Ocurrió así" estaba en la parte más alejada de la casa, y a la hora en que lo pasaban ya mis padres y mis dos hermanos se habian ido a dormir, por lo que me tenía que quedar solo. Y eso no estaba tan bien, porque "Ocurrió así" trataba de cosas que me causaban terror, principalmente de avistamientos de ovnis y encuentros con extraterrestres. Claro, yo miraba cada una de esas noticias con un placer morboso, porque en realidad era un tema que me interesaba desde muy niño. El hecho de vivir, además, rodeado de bosques, hacía que ese miedo fuera más allá de lo meramente psicológico: era, en efecto, una posibilidad que estaba allí, detrás de cualquiera de todos aquellos pinos o eucaliptos. Morbosa también era la delectación con la que yo tomaba los vasos de jugolín que me preparaba. Mi madre me tenía prohibido agregarle más azúcar de la que ella le colocaba a cada jugolín que hacía. Entonces yo, a escondidas, consumido por los nervios que me generaba el programa cuando anunciaban para después de la pausa comercial una noticia sobre un extraterrestre o el chupa-cabras, agarraba un vaso de jugolín y le vaciaba dentro por lo menos una cucharada sopera de azúcar, a veces dos, creo. Obviamente la solución quedaba saturada y en el fondo del vaso quedaba un colchón de azúcar anaranjada o enrojecida que luego apuraba garganta abajo. Recuerdo también que hacía frío y que prefería tomarme un vaso tras otro de jugolín en vez de un buen café con leche. Y otra cosa: tomaba el jugolín con la misma cuchara sopera, como si fuera, evidentemente, sopa. Así quedaba yo después de todo ese cóctel de sensaciones. El programa finalizaba y me veía con la televisión encendida ya sin ninguna utilidad, y con la casa en un silencio insoportable, a varias habitaciones de distancia de mi cama. Yo, por ejemplo, para llegar hasta mi cuarto, tenía que atravesar el almacén que tenían mis padres. Al comienzo caminaba normal, dándome ánimos, pero de pronto se me instalaba en la mente algún croquis de un extraterrestre aparecido en el programa, o la filmación de la autopsia en el caso Roswell, y apuraba cada vez más el paso hasta que ya me llevaba por delante, a oscuras, paquetes de harina, envases vacíos de refrescos o casilleros, escobas, palas, etc. La otra consecuencia era que dormía poco, porque al otro día me tenía que levantar a las siete de la mañana para ir al liceo. A mis padres les empezaba a fastidiar por lo tanto que me quedara mirando televisión, porque me costaba despertarme. Pero así y todo yo iba, no faltaba nunca, tengo esa seguridad. En invierno, a la hora en que sacaba la bicicleta y salía, aún era de noche. Salía del Kennedy por la calle Francisco Salazar y me adentraba en todos aquellos bosques hasta llegar más o menos a la periferia de la ciudad de Maldonado. Era un viaje de unos quince o veinte minutos, pero atormentador. A veces había niebla y parecía que había cosas moviéndose en el aire. Una de esas mañanas con niebla yo pedaleaba en un repecho con la idea fija en la aparición de un chupacabras. En determinado momento, vi un par de manchas pequeñas y negras que se agitaban en el aire, casi a la altura de mi pecho, a unos tres o cuatro metros. Al principio la visión me dejó sin respuesta, y continué avanzado, pero cuando estuve a una distancia menor me di cuenta de que eran dos ojos. Primero sentí que la piel se me erizaba y que mi cuerpo se calentaba rápidamente. Después vi las formas de un caballo con unas pocas manchas marrones y sentí cómo el aire a mi alrededor se alteraba con la fuerza de su reacción al dar un respingo. Escuché los cascos chocando sobre el asfalto y en seguida, al alejarse, sobre la tierra húmeda del monte. El corazón me daba vueltas enteras dentro del pecho. No podía dejar de pedalear cada vez más fuerte. Era como si el caballo hubiera resuelto andar tras de mí. Y un sabor entre amargo y picante se me había instalado entre la lengua y el paladar. Ese era el sabor de la adrenalina.


8 comentarios:

Leonardo de León dijo...

Sobresaliente final. Yo también tomaba el jugo con cuchara, dicen que pega más así. Un abrazo.
L.

Fernanda Trías dijo...

¡juá! ¡¡excelente lo del jugolín!! Y ni te digo que pasa si mezclás el jugolín con el membrillo... Dicen que el efecto residual dura varios días ;)

Unknown dijo...

yo vi en el boliche Nat Capiloncho, en MVD, un grupo cantando "Jugolín te caga la vida..." Posta. Ahí anda mi prima, que no me deja mentir

Damián González Bertolino dijo...

Bueno, Ignacio. Creía que dominabas más o menos esa parte de mi biografía que se corresponde con mi rehabilitación, cuando le pedí perdón a la sociedad por mis excesos y cuando me curé mordiendo la masa en torno al agujero de la torta frita.

Anónimo dijo...

Hagan favor de no ser tan faloperos...!!!

Fabián Muniz dijo...

Goyo:
Por casualidad, ¿Tu apellido es Álvarez? ¿Qué tiene de falopero las inocentes vivencias de un muchacho kennediano, con los miedos comunes que todos tuvimos?
¡¡¡¡No seas milico, querés!!!!

Dam: Muy buena la historia. El programa nunca lo ví puesto que, en 1994, tenía 6 años y ni en pedo me quedaba más allá de las diez. Además ni me interesaba mirar tele, sólo jugaba con una nave de Batman y Robin, horas y horas, onda autista ¿viste?
Un abrazo
A.A

Unknown dijo...

fue en ese entonces cuando supe que la nada se fundaba en la grasa, ¿o era en lo grasa? No puedo dejar de recordar cuando corrías atrás de una tortuga en el laberinto materno lleno de ropa, o cuando usabas aquel gorro con cuernitos...

Anónimo dijo...

holis dam!
we ak me paso
para dejart mi saludito
qe sts de 10
te cuidas!!
copado el cueento verano! me encantoo!
ja! y we ovbiamente qe no lei todo lo qe dice el blog xq me duele la cabeza uadno leo muxo de la compu pero pei todos los titulos ja!
bsts
www.metroflog.com/viri1326
pasat!