domingo, 1 de noviembre de 2009

Vicaría


No tengo nada contra el e-book, pero creo que lo que me sucedió esta noche difícilmente me pueda llegar a ocurrir con ese aparato.
Hace semanas que he estado leyendo "En la frontera" (The crossing), de Cormac Mc Carthy, lentamente, casi diría yo de forma cautelosa. Es una novela larga, torrencial, áspera, dura y al mismo tiempo de un lirismo arrasador. Es una novela, como en otras de Mc Carthy, donde el recurso del "ser-haciendo" es indivisible. Los personajes hacen cosas. Los vemos haciéndolas. Por encima están sus preocupaciones, el destino que espera, etc. Pero tenemos que saber en largas tiradas de líneas cómo Billy Parham (el protagonista de esta historia) prepara el ronzal para su caballo Niño, cómo lo prepara, cómo le habla, cómo hace la cuerda cuando corre y se ajusta. Tenemos que compartir cada noche al costado del camino en ese recorrido por los devastados pueblitos mexicanos de mediados de siglo. Hay que prestar atención a cómo el personaje toma las ramas, como sus dedos se reparten cada aspecto de la tarea, cómo nace la llama y cómo sus figuran hienden la noche y cómo el chico Parham se mira las suelas de las botas y después observa las brasas y más allá la forma insinuada de un caballo aguardando hacia la noche.

"Tú quieres atrapar esa loba, dijo el viejo. Quizá quieres la piel para conseguir un poco de dinero. Quizá para comprarte unas botas o algo así. Eso puedes hacerlo. ¿Pero dónde está el lobo? El lobo es como un copo de nieve.
Un copo de nieve.
Tú atrapas un copo de nieve pero cuando te miras la mano ya no está. Puede que veas este dechado. Pero antes de que puedas verlo ha desaparecido. Si quieres verlo tienes que verlo en su propio terreno. Si lo atrapas lo pierdes. Y a donde va no hay camino de vuelta. Ni el mismo Dios puede devolverle la vida.
El chico miró la delgada y fibrosa garra que le sujetaba la mano. La luz de la ventana alta había palidecido, el sol se había puesto.
Escúchame, joven, jadeó el viejo. Si tu aliento fuera lo bastante poderoso podrías apagar de un soplo al lobo. Como se sopla un copo de nieve. Como se sopla una vela para apagarla. El lobo está hecho a imagen del mundo. No puedes tocar el mundo. No puedes cogerlo con la mano porque es una emanación, un soplo.
Para pronunciar esa proclama se había incorporado ligeramente, y ahora se hundía de nuevo en la almohada y sus ojos parecían absortos en el entramado del techo. Aflojó el delgado y frío apretón. ¿Dónde está el sol?, dijo.
Se ha ido.
Ay. Ándale pues. Ándale joven.
El chico retiró la mano y se levantó. Se puso el sombrero y se llevó una mano al ala.
Vaya con Dios.
Y tú, joven."

Cuando llegué al párrafo final (que no es lo que acabo de citar más arriba), que leí y releí, como me sucede con los libros que me terminan gustando, cuatro, cinco, seis veces, cerré el libro y lo apreté contra mi pecho. Lo estreché hacia mí presionándolo contra el frente de mi jaula de costillas, tal como pudiera haber sucedido con las pertenencias de un familiar muerto que se han ido a buscar más allá y se han recuperado. Quería a Billy Parham contra mi pecho y lo tuve acotado en un bloque de páginas resguardadas de un cartón laminado. Difícilmente, pienso, el e-book me daría esa chance, eso otro sería más bien la sensación de un sueño borgeano realizado.
Así estuve, minutos enteros con el libro contra mi pecho, respirando en medio de la noche; pensando, también, cómo gusta de vibrar en nuestros espíritus lectores el hecho de saber que los personajes sufren tanto o más que nosotros.

5 comentarios:

Fernanda Trías dijo...

Ja ja, Damián, lo confieso: ¡a mí también me ha pasado de apretar el libro contra el pecho!

Estoy de acuerdo con lo que escribió Leo en su blog sobre el e-book. No importa dónde lea la gente, mientras lea. Pero yo quiero morirme con mis libros polvorientos, aunque me venga asma. No es ni una cruzada ni un capricho, es simplemente que esos placeres, tal vez pequeños, son indescriptibles.

Un abrazo, F

Unknown dijo...

Yo, cuando termino uno que me gusta, lo cierro, lo aprieto entre las manos y le doy una palmada con la mano izquierda. Como diciendo "buena, caballo", e inaugurando un tiempo en el que pensaré sobre el libro y no podré leer otro.

Pedro Peña dijo...

Terminé Rojo y Negro de Stendhal en mi ómnibus al liceo de Rincón de la Bolsa una tarde de martes. Estaba sofocado con el final y lo apreté contra el pecho (me acuerdo patente) y me puse a mirar por la ventanilla. Durante media hora no pude hacer otra cosa que pensar y pensar. Después le mandé un msn a LAC, que me lo había recomendado, agradeciendo.
Creo que sentimos cosas parecidas. Y las hacemos también.

Damián González Bertolino dijo...

Fernanda, Ignacio, Pedro: Gracias muchachos por sus comentarios. Bueno, hemos encontrado una modalidad lectora, así impresionista y todo y qué, que nos une... La de golpear el libro como Ignacio también la he hecho, pero con otro tipo de literatura... Pero esto de Cormac es demasiado... Cualquiera de las tres novelas de la "Trilogía de la frontera" son una cosa admirable: "Todos los hermosos caballos"; "En la frontera" y "Ciudades de la llanura". Creo que la que más me gustó al final fue la última. pero qué difícil decisión...
Abrazos....

Anónimo dijo...

Loquillo , suerte por aquellos lares. Luego vemos como le fue y seguro algo tendrá q exponer para sus contertúlios , adios dios .