
(La imagen pertenece a Jeremías)
Bueno... Terminé hace una hora más o menos un relato largo que empecé casi a mediados de diciembre. Es el primer borrador y todo eso, pero ya cacé la mariposa (supongo). Ahora tengo que sacarla del calderín y etcétera, etcétera. Así que me siento muy feliz. Y al mismo tiempo ya no sé si quedan a veces ganas de permitirse la ilusión de una completa felicidad. Prendo la tele y veo las mismas cosas de mierda que siguen ocurriendo. No estoy queriendo ser demagógico. Estoy tratando de conciliar dos estados de ánimo puntuales que se encuentran esta noche. Acabo de terminar un relato que por algún punto se toca con cosas que pasan hoy en día. Así que me sucedió esto... Puse el reproductor de la computadora, con la función de que hiciera una selección aleatoria de todos los temas que hay en el disco duro, y salió primero "All I really want to do", de Bob Dylan. Me partió al medio. Ni felicidad, ni tristeza. Un estado piadoso. Algo que se mira a sí mismo y que dice: ¿Y a qué viene todo esto?... Me estoy durmiendo. Pasan algunas motos por el Camino a la Laguna, el ventilador del techo zumba. Ya no hay ruidos de pasos de nadie en la casa. Tengo la noche por delante, puedo dormir, puedo leer, puedo ir a tomar un vaso de agua en la cocina. Tantas cosas. Todo eso es normal, completamente normal. Me doy cuenta.
Hace unos cuantos años que tengo con un amigo una conversación que a lo largo del tiempo agrega capítulos nuevos. Tiene que ver con esto: ¿Por qué en la narrativa uruguaya sus escritores se saltean tantas cosas interesantes que tiene nuestra realidad? ¿Por qué hay tantos espacios de nuestro país que continúan, en esta realidad actual que vivimos, vírgenes, ignorados por la literatura?
En cuanto a mí, ya no meto a mi amigo en esto, creo que la mirada montevideana es lo hegemónico. Hace tiempo dije en una entrevista que me hicieron que hablar de narrativa uruguaya actual era casi-casi hablar de narrativa montevideana. Me llovieron palazos de todos los colores. Sonaba a boutade, es cierto, pero en realidad tenía una lectura más profunda. No me refería a que en esa narrativa el escenario fuera invariablemente la ciudad de Montevideo, que para eso basta con dar una lectura superficial para darse cuenta de que no es así, sino que me refería a una noción de perspectiva en la representación, a cómo la mirada montevideana acomoda el objeto en el que hace foco a una serie de valores que le son propios a esa mirada, y por eso deja cosas afuera al mismo tiempo que incluye otras. Esto no es bueno ni es malo: es. Hablo de una serie de temas, de tratamientos de los mismos, que tienen como origen las primeras narraciones ("El pozo", de Onetti es inaugural en ese sentido) en las que se reflexiona sobre la tensión entre el hombre y su ciudad, el arrebato que le provoca esa vida de aislamiento en el gentío, esa grieta que va extendiéndose a lo largo de todo, de las construcciones, del gris, de las calles, etc. Mientras tanto todo un país sigue esperando, toda una gran parte de este lugar permanece virgen. A eso llega Fernando Aínsa en "Espacios de la memoria", el libro que leo por estos días. Pero Aínsa va mucho más allá, y estudia en profundidad lo virgen que permanece para nuestra literatura ese río que nada más ni nada menos nos da nombre. Pueden quizás oponerse algunas excepciones, aproximaciones al tema como el ejemplo de "El astillero", de Onetti, o "Tres muescas en mi carabina", de Carlos María Domínguez, ejemplos que estudia Aínsa. (Yo sumaría un par de cuentos muy buenos de "El misterio Horacio Q", de Juan Carlos Mondragón). Pero lo cierto es que el ensayista llega a la conclusión de que nuestro país no le ha dado a ese río (¿nuestro río entonces?) su "Huckleberry Finn", y sigue: "Los ríos dominados y encauzados por obras de ingeniería, los caudales regulados de un mapa físico del Uruguay que ha ido sojuzgando la naturaleza, ¿lo están en realidad en las páginas de ficción?"
Me parece que al río Uruguay se le pueden sumar otros ejemplos, hay muchos fenómenos y espacios que quedan fuera de nuestra narrativa. No me estoy quejando, estoy asombrándome.
Al mismo tiempo, creo que uno de los escritores actuales que va como contra la corriente en ese sentido es el propio Carlos María Domínguez, del que Aínsa cita unas palabras publicadas en Brecha en 2002: "Vivimos a la orilla de un río misterioso, condenado a desaparecer, y lo ignoramos (...) este país está lleno de mundos inexplorados y para descubrirlos sólo hay que salir de Montevideo". Domínguez es un escritor interesantísimo, y un excelente cronista por otra parte, un cronista que ha demostrado tener una gran capacidad para explorar esos otros mundos del Uruguay y darles una hondura narrativa inigualable. "El Norte profundo" es un libro notable, y, más recientemente, "Las puertas de la tierra", su libro de crónicas sobre el practicaje en el Río de la Plata, se ha transformado para mí en una pieza muy especial de cómo tenemos que afrontar nuestra realidad. Hay un "toque" que Domínguez posee y lo hace un autor destacado. ¿Es el hecho de que al mismo tiempo incorpora una mirada "outsider" en nuestras letras? ¿Argentino devenido uruguayo? ¿Uruguayo al fin?... No lo sé. Pero el resultado está ahí para todos.