Al principio aquel lugar parecía una iglesia, después, mientras me instalaba entre los primeros asientos, un poco sobre la derecha, me fui dando cuenta de que había algo en la ambientación que sugería un teatro. Luego empezó una representación en la que actuaban varios curas. Bailaban o se movían abriéndose paso entre ellos. Entonces yo me levanté y caminé hasta el escenario y traté de formar parte de lo que estaban haciendo. Pero en seguida me di cuenta de que al menos un par de curas no se llevaban bien entre sí o hacían cosas que a mí me dejaban espantado. Sin embargo no llegué a hacerme una idea de lo que ocurría. Desde el otro lado comencé a sentir que me llamaban o que me gritaban para que me bajara del escenario. Y eso hice, pero cuando estuve a punto de volver a ocupar mi asiento, vi en el suelo un papel maltrecho y doblado de forma despareja. Estaba muy próximo a uno de los asientos de la fila izquierda, y la persona que había allí también se fijó en el papel. El papel era un recorte de una página de un diario o era algo que yo había escrito. La persona me miró y me dijo que probablemente el papel estuviera ensopado, pero que eso se podía arreglar. Entonces apareció uno de los curas, recogió el papel y abrió una especie de cabina que había sobre la derecha, al pie del escenario. Adentro había un montón de formas hechas con papeles de colores muy suaves. Parecía el resultado de haberse puesto a pegar por los extremos tirillas de papel y doblarlas hasta darles determinada sensación de cubos o pirámides o estrellas... Pensé al mismo tiempo que los colores eran iguales a los de algunas pastillitas que me gustaba comer cuando era niño. Pero no me dio tiempo para nada más: el cura frotó el papel que había estado en el piso con algunos de los que estaban en la cabina y me aseguró que en poco tiempo se iba a secar. Cuando me lo dio, el papel ya se parecía a otra cosa. Era como un sachet muy delgado, una lámina que contenía en su interior un líquido rojo que formaba curvas donde se concentraba. Fue ahí que sentí que aquello era mi propia sangre. Y a partir de ese instante observé que las curvas se complicaban de tal manera que yo podía entrever hasta una escena como esta: la silueta de una persona de pie, un leve balanceo del cuerpo hacia adelante y la cabeza que sale despedida y cae con la violencia de una piedra liberada.(La imagen pertenece a Jeremías)




