viernes, 6 de febrero de 2009

Verano XV (Cheever)


¿Qué era? ¡Ah, sí!...
Estoy terminando de leer una anotología de relatos de John Cheever titulada "La geometría del amor" (la selección es de Rodrigo Fresán). En realidad su lectura, al menos la lectura de estos relatos, me genera ciertos sentimientos encontrados. Es decir, me han parecido magistrales los siguientes ejemplos: "Las joyas de los Cabot", "Las casas a la orilla del mar", "El ladrón de Shady Hill" y "El nadador", y evidentemente Cheever es un narrador de esos pocos que tocan y dominan esa sustancia que atraviesa todas las cosas, pero también es cierto (sigo hablando de mi lectura, desde luego) que hay explicitaciones acerca de lo que los personajes sienten y que estas no me gustan tanto. Se me dirá: pero los escritores no escriben ciertas cosas esperando todo el tiempo que a uno le gusten o no, las escriben en arreglo a una imagen del mundo que ellos poseen. Está bien. Hablemos entonces de representaciones del mundo y de las relaciones entre sus distintos casos... Como sea... Lo curioso es que eso que a veces me disgusta un poquitín de algunos relatos de Cheever, en otros se vuelve algo arrasador... A continuación dejo dos momentos de su prosa que me parecieron hermosos...
"Recorrí las calles, preguntándome qué papel haría en la profesión de carterista y ladrón de bolsos, y todos los arcos y los campanarios de San Patricio me recordaban las colectas para los pobres. Tomé el tren de costumbre para volver a casa, y por la ventanilla contemplé el paisaje apacible y la tarde de primavera, y me pareció que los pescadores y los bañistas solitarios y los guardabarreras y los jugadores de pelota en los baldíos y los amantes que no se avergüenzan de su propia actividad, y los dueños de pequeños veleros y los viejos que juegan naipes en los cuarteles de bomberos eran las personas que zurcían los grandes desgarrones que los hombres como yo dejaban en el mundo." (El ladrón de Shady Hill)

"Estamos en otoño. Las hojas cambiaron de color. No hay viento esta mañana, pero las hojas caen por centenares. Creo que si uno quiere ver algo -una hoja o una mata de pasto- tiene que conocer el perfil del amor. La señora Uxbridge tiene sesenta y tres años, mi esposa no está, y la señora Smithsonian (que vive en el otro extremo de la ciudad) rara vez está de humor estos días, de modo que tengo la impresión de que no alcanzo a percibir una parte de la mañana, como si el momento tuviese un umbral o una serie de umbrales, y ya no pudiera franquearlos. Jugar entre dos a la pelota podría ser eficaz, pero Peter es demasiado pequeño y el único vecino a quien le interesa el juego asiste a la iglesia." (La cuarta alarma)

4 comentarios:

Fabián Muniz dijo...

El fragmento del segundo cuento se me hizo algo así como la narración de algún párrafo escondido de "Hojas de Hierba"

Damián González Bertolino dijo...

mmm
A ver, a ver...

Martín Bentancor dijo...

Mi estimado Damián, déjeme aportarle un fragmento: "Era una de esas ancianas de quienes uno puede afirmar que son tranquilas como las aguas inmóviles bajo un puente, pero al mismo tiempo me parecía monolítica, como si poseyese alguno de los dientes más afilados de la comunidad, y quizas secretara parte de su veneno. Parecía que sus diferentes y dolorosas desilusiones la habían apartado de la corriente de la vida, y ahora estaba sentada a la orilla, con su aire implacablemente lúgubre, mirando como el resto descendía, de prisa hacia el mar. Lo que quiero decir es que me pareció percibir bajo la voz melodiosa un sentido de amargura corrosiva. En resumen, se bebió cinco copas de jerez". (Las casas a la orilla del mar).
Archiduque: Lea a Cheever.
Atentamente

Anónimo dijo...

Impresionnte como lo que puede volver bueno un cuento es lo mismo que puede hacer que no te guste otro. Será una cuestión de cantidad? A veces con algunos escritores me pasa que pareciera que cargan demasiado las tintas de su estilo. Y cundo en otros cuentos bajan la dósis, quedan las proporciones justas y la mezcla ideal.
Me hizo pensar bastante.

Un abrazo grande!

NACHO