domingo, 3 de mayo de 2009

Los alienados (V)


Cuando estuvo todo listo se puso a armar la pila. La pila de diarios era de gran importancia. Tenía que tener la altura indicada para que no se le perdiera ningún detalle, o, mejor dicho, para que cada detalle estuviera expuesto de la mejor manera posible, y al mismo tiempo tener cierta estabilidad como para que se balanceara sin peligro de derrumbe. En los primeros tiempos había sido difícil. Los posters eran todos de papel satinado y los reflectores del depósito derramaban demasiado brillo sobre las imágenes. Llegar a saber cuántas diarios doblados con prolijidad requería el asunto le había llevado toda una noche. Al principio sentía miedo de estar haciendo alguna estupidez. La pila quedaba tan alta que apenas podía subirse a ella saltando desde una silla, como si fuera un enano trepando al lomo de un caballo. Pero las noches pasaban una a una y la estructura nunca le fallaba. Esa noche, finalmente, se quitó la ropa, dio el salto de siempre desde la silla y quedó encaramado contemplando la pared cubierta con los cuerpos en que había pensado cierta parte del día. Y no quedaba más que hacer lo que tenía que hacer. Empuñó la verga y comenzó a trabajarla con suavidad. Su vista se perdió en una imagen bastante imprecisa pero contundente. Se encontraba con Charlie Lane, por ejemplo, en la rambla y un segundo más tarde terminaban de tomar algo sentados a una mesa con la vista del mar; y otro segundo después ella le comentaba que tenía un apartamento allí cerca, a tan sólo un par de cuadras. No, así no, se decía... O al menos todavía no... Pasaba a otra imagen. Las gemelas Trevor estaban en un bosque. En realidad era él el que iba por el bosque, un poco desorientado, cuando escuchó unas risas. Caminó unos pasos y apartando unas ramas vio un claro por el que corría un pequeño arroyo. Allí en medio del agua había dos rubias desnudas salpicándose los pechos con gotas frescas. De pronto lo vieron, como si supieran que él iba a aparecer por allí, por esa enramada, y lo saludaron haciéndole una par de señas para que se acercara. "Nos quedamos en un banco de arena... Ahí está hondo y no podemos cruzar a la orilla", le decían las dos, o una cualquiera, pero era lo mismo que hablara sólo una, porque hablaba por las dos. No sabía si cruzar el río. Podía incluso dejar suspendida esa escena, desviar su vista hacia otro poster. No lo había decidido aún cuando oyó un ruido impreciso a sus espaldas. Saltó de inmediato de lo alto de la pila y se abalanzó sobre la llave de luz. Luego se vistió y fue hasta la puerta. La entreabrió sin hacer ruido y dejó que su vista se acostumbrara a los rincones oscuros del local. No había nada que le llamara la atención, sin embargo se mantuvo unos minutos interminables en total silencio, a veces cerrando los ojos con todas sus fuerzas para concentrarse únicamente en lo que le decía su oído. Pero nada. Una falsa alarma, pensó. Entonces abrió la puerta del todo y fue hasta la entrada del local a buscar su abrigo. De paso recorrió cada uno de los rincones adonde la luz de la calle no llegaba, revisó tras el mostrador y abrió la puerta del baño. Nada. Sólo un susto.
Regresó al depósito, cerró la puerta con suavidad, prendió la luz y soltó su abrigo a un costado de la pila. Esa vez no se iba a desvestir del todo. Si lo agarraban que lo agarraran vestido, sospechando cualquier cosa, eso no le importaba, pero nunca con el chorizo bamboléandose. Se bajó el pantalón y el calzoncillo hasta los tobillos y saltó una vez más desde la silla a la altura donde confluían todas las miradas de sus elegidas. Estaban allí, no se habían ido. Eso era lo bueno. Sabía que ellas siempre estaban, que no se enojaban por nada, que no cambiaban de parecer. Habían quedado así y así quedarían para siempre, aunque el papel se fuera gastando y mostrando grietas blancas cada vez más grandes. Pero eso no tenía nada que ver, eso no cambiaba lo esencial, y lo esencial eran esas sonrisas, esas bocas torcidas por el mejor deseo, esos ojos desencajados, esa curvatura del torso, eso no se terminaba más, era como la misma idea del infinito, pensaba Mariano.
¿En qué estaba yo, mientras tanto? Ah, sí... ¿Cruzaba el arroyo hasta alcanzar a una de las gemelas Trevor, o no?... Esa era la cuestión. Hasta podría llevarla calzada como si fuera una bola de esas de bowling... "Hey!! What about me, daddy?", esa era Nikki Skybell... "And remember what you promised to me! I'm in the mood for fuck, I'm in the mooood, babe... Better if you don't forget me... Oh, my God! I'm very wet, wet, wet, weeeeetyeeeeaaaaahhhhh...", esa era Sussy. Ellas le hablaban, y además le hablaban en inglés. Él las podía sentir sin ningún esfuerzo. Las voces llegaban como el ruido de un río que se desplazaba a toda velocidad y atravesaba su consciencia, a pesar de que él no supiera inglés. Pero su drama principal era su propia ambición. Si pudiera juntar todas las historias, todas las sensaciones distintas y resumirlas en un solo punto de la pared que fuera idéntico a todos los demás... En algún instante, en una ínfima fracción del tiempo, tenía la sensación de que eso ocurría, o la ilusión de esa sensación, que podía ser algo completamente distinto. Cuando esa manera de entender todo a su alrededor aparecía, se escurría en sí mismo para preguntarse, en medio de todo el torbellino, si esa habría sido la mejor de todas las opciones. ¿Las opciones de qué? No sabía... Allí había algo como unas opciones, pero no sabía discernir mucho más que eso. En eso reflexionaba cuando escuchó otro ruido, no supo muy bien desde dónde, pero mucho más fuerte. El corazón le dio un vuelco y comenzó a batirse como una serpiente atrapada dentro de un frasco. Sin embargo, no podía rehusarse a continuar masturbándose. Tenía que concluir lo que había estado formando segundo a segundo. Por eso le importó poco el balanceo que hacía la pila. Él pensaba, en lo alto, que esa impresión de movimiento gelatinoso estaba sólo en su mente, pero no. La pila se inclinaba hacia adelante cada vez con mayor peligro y formó al cabo de una pausa interminable una ola en cuya altura se deslizaba el muchacho, como sentado en una alfombra mágica.
¡PAFGURUMBELITIMTRMTRUMTRELPLONGPLOTROVLOT!
¡PLUM!
¡WAM!
¡ETCÉTERA!
Cualquier sonido parecido a esos estalló en la pared del depósito."Es fuerte, es muy fuerte", se decía Mariano. Y entonces, al rendirse del todo, recibió el estremecimiento final con un sonido como PAF o PLUM o WAM, como dice más arriba. El muchacho sintió el golpe casi simultáneo en la frente, en ambas rodillas y en seguida en las nalgas. Entonces todo fue apaciguándose. Lo cubría por completo un polvo blanco que se estacionaba en el aire como amortiguando todas las cosas. A un par de metros logró ver, pese a todo, unas figuras imprecisas que se sacudían a impulsos irregulares. Observó también a un costado un pedazo de pared con un pedazo de la cara de Sussy. "¡¡Sussy!!..." Ahora no era más que esa especie de semisonrisa sufrida, todo el resto se había esfumado, como un recuerdo a medias. El desastre era general. Miró hacia el otro costado y vio más trozos de mampostería. Después un fragmento de una pierna. "¿La de Lil Garlin?". Levantó la vista y divisó los bordes de unas mesas y de unas maquinarias. Ahí se dio cuenta de que tenía que haber caído en la parte de atrás de la heladería de al lado, y que las figuras que se movían allí nomás eran algunos de sus empleados. Sólo que había algunos detalles de la escena, algo borrosos todavía por el polvo flotando, que no le cerraban. No se le podía pedir mucho todavía a nivel de comprensión. Estaba doblemente aturdido, y la realidad se le recomponía alrededor como la pantalla de un televisor cuando una señal vuelve a funcionar de forma normal sin que todos los cuadritos interactúen al mismo tiempo. Pero cuando terminó de adquirir una visibilidad aceptable de lo que tenía enfrente, lo que vio lo dejó paralizado. Tres tipos forcejeaban con una mujer, con un propósito que se le escapaba, era cierto, pero que no le dejaba lugar a dudas acerca de la intención que podían tener. Le restaba además asimilar lo otro, que era nada menos que la mujer, una muchacha hermosa desnuda de la cintura para arriba. No entendía cómo podía haberse desarrollado una situación como esa, y se quedó varios segundos sentado tal como había caído. Sentía en las nalgas el ardor que le provocaban los cortes que se le habían hecho, sin embargo esa y otras sensaciones no contaban al lado de la que lo abrumaba desde que la vista se había despejado. Era la sensación del asombro por un deseo cumplido, sobre todo un deseo que nunca fue entendido, se dio cuenta en ese instante, como algo que efectivamente se podía cumplir.

Carlos y el otro empleado cruzaron un par de miradas para decidir quién iba a ir al frente ante eso que había aparecido. En cierto modo, a ellos también les costaba abandonar su propio asombro. No podían creer cómo aquello había atravesado una pared justo en aquel momento. El jefe, por su parte, había comenzado a tirar de Olga tomándola de las axilas con la decisión firme de arrastrarla hasta su oficina. Carlos y el otro se adelantaron cuando el muchacho terminó de subirse el pantalón. No tenían mucha idea de lo que iría a suceder. Quizás el que menos idea tenía era el otro, que recibió de inmediato un puñetazo en el medio del cráneo y cayó como una mosca. El jefe vio eso y abrió bien grandes los ojos. Olga dejó de resistirse y contempló al muchacho con algo más de atención. Carlos, en cambio, se fijó en su compañero en el piso y dijo:
-¡Qué gil!...
Y ahí empezó la pelea en serio, porque Mariano avanzó un par de pasos y dio un salto sobre Carlos. Ambos cayeron y rodaron por debajo de una mesa, tirando varias cosas al suelo. Entre ellas, cayó una pequeña cuchara de forma casi semiesférica que utilizaban en la heladería para formar pequeñas bolitas en los cucuruchos más económicos. Carlos la alcanzó de un rápido manotazo y la dirigió en seguida a la cara de su oponente. Sabía que si la giraba haciendo un movimiento preciso con su muñeca podía arrancarle al otro uno de los ojos. Pero no fue tan sencillo. El muchacho tenía una fuerza extraordinaria. Fue entonces que se le pasó por la mente un pensamiento que lo dejó confundido. Era la primera vez desde que estaba en el planeta que medía sus fuerzas con un humano de verdad, y le resultaba más complicado de lo que había imaginado. Quizás hubiera seres humanos más débiles que ese ejemplar, pero seguro habría muchos tanto o más poderosos. Se estaba sorprendiendo, y eso no le convenía. El muchacho había atenazado la mano con la cuchara, pero había descuidado la otra, con la que le dio un golpe directo en la mandíbula. El muchacho retrocedió un poco y quedó semiagachado debajo de la mesa. Luego colocó ambas palmas a la altura de sus hombros e hizo volar la mesa por encima de las cabezas de ambos. El estruendo fue imponente. Toda la parte trasera de la heladería se sacudió. Se rompieron objetos de vidrio, se cayeron máquinas, tintinearon cubiertos. La puerta que comunicaba con el frente se abrió y apareció la figura obesa del cajero. El muchacho no esperó a que se sumara a la pelea. Tomó una de las enormes batidoras que había en el suelo y la lanzó sobre el vientre del recién llegado. Ya iban dos menos, se decía. Por encima del cuerpo del cajero aparecieron dos mujeres jóvenes. El muchacho les sonrió y volvió a la lucha con Carlos. El enfrentamiento no duró mucho más, porque parecía que a Mariano le llegaban fuerzas cuyo origen desconocía. A él mismo le llamaba la atención lo que hacía. Levantó a Carlos por el cuello como si fuera un muñeco y lo hizo volar todo a lo largo de la pieza hasta darlo contra la pared más alejada. El empleado se levantó cabeceando, abriendo y cerrando los ojos como en una borrachera, y se arrastró de rodillas hacia adelante. Pensaba en no rendirse, fuera como fuera, en apoyar a su jefe pese a todo. Pero no tuvo más pensamientos, porque después vio todo negro y ya ni se puso a pensar en nada más, ni siquiera en que el color negro que había bajado frente a sus ojos venía de algo que tenía la forma como de un telón.

2 comentarios:

Fabián Muniz dijo...

Entonces tenía razón la esposa del encargado, en la mente de Mariano, cuando decía que el muchacho era Batman.

Si no, ¿cómo hacía para pelear de esa manera?

A.A

Damián González Bertolino dijo...

Y bueno, como decimos en el barrio: el pibe estaba con toda la leche (verbi gratia) ¿?