Algunos comentarios que tienen que ver con lo que tenemos sobre la cabeza.
1- Hace un par de días iba caminando por la calle 24 de Punta del Este. En cierto momento giré la cabeza hacia una peluquería que había por allí. La peluquería tenía una sola clienta. Una mujer, creo que era una matrona judía, que me miraba fijamente como tratando de decirme algo. Le sostuve la mirada algunos segundos hasta notar que, efectivamente, sus ojos me estaban recriminando. Yo estaba haciendo algo que no debía: MIRARLA. En la cabeza tenía una especie de batido, como si le hubieran vaciado un tarro de helado de dulce de leche y crema. Además, había una especie de nylon grueso que cubría algunas partes. De algunos huequitos sobre distintos puntos salían disparados unos pinchos rubios y blancos. Evidentemente, la peluquera la había dejado sola por un instante. Y allí estaba la doña, como algo frágil, pero una fragilidad hecha de ridículo. Mientras me daba el ángulo no dejé de mirar un solo segundo la cabeza de aquella mujer. Sus ojos me decían de todo, me excomulgaban, me decían que era siete veces maldito, que maldito sería al levantarme y maldito al acostarme, maldito al almorzar y maldito al cenar. Me acuerdo ahora de un cuento de Giovanni Papini, “El espejo que huye”. Es un cuento en el que se plantea lo triste que sería el hecho de que de repente el mundo se detuviera y sin embargo permaneciéramos con la conciencia intacta, de tal modo que pudiéramos contemplar con total tranquilidad eso que estábamos haciendo cuando el mundo se detuvo. Difícil rehuir la idea de la ridiculez, ¿no es cierto? Yo, por ejemplo, apenas terminada la oración pasada, estaba matando un mosquito, si el mundo se hubiera detenido yo habría quedado con las palmas abiertas, iluminadas por esta lamparita que me alumbra el teclado (además, le erré al mosquito: mayor ridículo aun).
2- Volvía de jugar al fútbol antes de anoche y tomé por la calle 25 de Mayo, en Maldonado. Quienes puedan, vayan y vean el cartel que está sobre una peluquería que queda en esa calle, a pocas cuadras de Joaquín de Viana. En realidad, son dos carteles. El más grande es extraño, llama la atención, si eso es lo que se quiere hacer con un cartel. Se ve la cabeza de una rubia de bucles inclinada sobre una almohada o un colchón (no importa qué). Es una chica muy linda. Pero… ¡le falta un ojo! Es decir, lleva un parche, como un pirata, como Daryl Hanna en “Kill Bill”. ¿Conclusión? Debe de ser una chica mala, una chica atrevida, por eso va a esa peluquería. Ok. Pero el cartel que está abajo, más chiquito, me conmueve. Aparece allí la típica familia contenta. Papá, mamá y la nena. Mamá, luce como recién salida de la peluquería, y la nena también. Pero mamá se ve recatada. La nena, por otra parte, exaltada en su ser de “nena”. ¿Y papi? Bueno, este… Papi es un pelado…
3- Siguiendo por las calles de Maldonado, pasemos ahora a una peluquería que queda por la calle Sarandí, más específicamente entre las calles Treinta y Tres y Arturo Santana. Bueno, no es necesario que pasemos al interior de la peluquería. Solamente démonos una vuelta por la calle y miremos hacia la puerta. Como hago yo de vez en cuando al volver de ver a Felipe en su trabajo. Si tenemos suerte (yo la he tenido en este sentido) vamos a ver que la dueña, o al menos la peluquera-alma-mater, está afuera, tomando el sol de la tarde o refrescándose, no importa. Se la puede ver de lejos. ¿Por qué? Por su peinado, que es una especie de peluca de cotillón, esas que tienen la parte superior aplastada y ambos costados llovidos hasta el nacimiento de los hombros. El color es una mezcla entre el fucsia y el violeta. Algo así. La verdad es que uno supone que el peinado se lo hizo ella misma, o al menos se lo hicieron bajo su atenta mirada. Si alguien que está al frente de una peluquería luce de esa manera, tiene que llamar la atención. Para empezar, como publicidad de la propia peluquería es bastante ambigua. ¿Qué hacer, señora, si usted se encuentra en el trance de acceder a la casa y se encuentra con que la encargada tiene eso en el cuero cabelludo? Entiendo, depende de lo que usted busque. Yo, por lo menos, me quedo pensando en que uno ve cada vez más este tipo de peinados en mujeres que ya no son tan jóvenes; hablo de mujeres de entre 40 y 50. Pensar que cuando uno era chico le pedía a sus padres alguna peluca como esas para poder disfrazarse en Carnaval o sencillamente para asustar en una fecha cualquiera. Hoy en día ese chirriante objeto de deseo está por sobre nuestras madres, un poco inaccesible como para apropiárselo.
(Cosa rara: acabo de escribir las líneas anteriores y en el equipo de audio Muddy Waters canta “She’s all right”)
1- Hace un par de días iba caminando por la calle 24 de Punta del Este. En cierto momento giré la cabeza hacia una peluquería que había por allí. La peluquería tenía una sola clienta. Una mujer, creo que era una matrona judía, que me miraba fijamente como tratando de decirme algo. Le sostuve la mirada algunos segundos hasta notar que, efectivamente, sus ojos me estaban recriminando. Yo estaba haciendo algo que no debía: MIRARLA. En la cabeza tenía una especie de batido, como si le hubieran vaciado un tarro de helado de dulce de leche y crema. Además, había una especie de nylon grueso que cubría algunas partes. De algunos huequitos sobre distintos puntos salían disparados unos pinchos rubios y blancos. Evidentemente, la peluquera la había dejado sola por un instante. Y allí estaba la doña, como algo frágil, pero una fragilidad hecha de ridículo. Mientras me daba el ángulo no dejé de mirar un solo segundo la cabeza de aquella mujer. Sus ojos me decían de todo, me excomulgaban, me decían que era siete veces maldito, que maldito sería al levantarme y maldito al acostarme, maldito al almorzar y maldito al cenar. Me acuerdo ahora de un cuento de Giovanni Papini, “El espejo que huye”. Es un cuento en el que se plantea lo triste que sería el hecho de que de repente el mundo se detuviera y sin embargo permaneciéramos con la conciencia intacta, de tal modo que pudiéramos contemplar con total tranquilidad eso que estábamos haciendo cuando el mundo se detuvo. Difícil rehuir la idea de la ridiculez, ¿no es cierto? Yo, por ejemplo, apenas terminada la oración pasada, estaba matando un mosquito, si el mundo se hubiera detenido yo habría quedado con las palmas abiertas, iluminadas por esta lamparita que me alumbra el teclado (además, le erré al mosquito: mayor ridículo aun).
2- Volvía de jugar al fútbol antes de anoche y tomé por la calle 25 de Mayo, en Maldonado. Quienes puedan, vayan y vean el cartel que está sobre una peluquería que queda en esa calle, a pocas cuadras de Joaquín de Viana. En realidad, son dos carteles. El más grande es extraño, llama la atención, si eso es lo que se quiere hacer con un cartel. Se ve la cabeza de una rubia de bucles inclinada sobre una almohada o un colchón (no importa qué). Es una chica muy linda. Pero… ¡le falta un ojo! Es decir, lleva un parche, como un pirata, como Daryl Hanna en “Kill Bill”. ¿Conclusión? Debe de ser una chica mala, una chica atrevida, por eso va a esa peluquería. Ok. Pero el cartel que está abajo, más chiquito, me conmueve. Aparece allí la típica familia contenta. Papá, mamá y la nena. Mamá, luce como recién salida de la peluquería, y la nena también. Pero mamá se ve recatada. La nena, por otra parte, exaltada en su ser de “nena”. ¿Y papi? Bueno, este… Papi es un pelado…
3- Siguiendo por las calles de Maldonado, pasemos ahora a una peluquería que queda por la calle Sarandí, más específicamente entre las calles Treinta y Tres y Arturo Santana. Bueno, no es necesario que pasemos al interior de la peluquería. Solamente démonos una vuelta por la calle y miremos hacia la puerta. Como hago yo de vez en cuando al volver de ver a Felipe en su trabajo. Si tenemos suerte (yo la he tenido en este sentido) vamos a ver que la dueña, o al menos la peluquera-alma-mater, está afuera, tomando el sol de la tarde o refrescándose, no importa. Se la puede ver de lejos. ¿Por qué? Por su peinado, que es una especie de peluca de cotillón, esas que tienen la parte superior aplastada y ambos costados llovidos hasta el nacimiento de los hombros. El color es una mezcla entre el fucsia y el violeta. Algo así. La verdad es que uno supone que el peinado se lo hizo ella misma, o al menos se lo hicieron bajo su atenta mirada. Si alguien que está al frente de una peluquería luce de esa manera, tiene que llamar la atención. Para empezar, como publicidad de la propia peluquería es bastante ambigua. ¿Qué hacer, señora, si usted se encuentra en el trance de acceder a la casa y se encuentra con que la encargada tiene eso en el cuero cabelludo? Entiendo, depende de lo que usted busque. Yo, por lo menos, me quedo pensando en que uno ve cada vez más este tipo de peinados en mujeres que ya no son tan jóvenes; hablo de mujeres de entre 40 y 50. Pensar que cuando uno era chico le pedía a sus padres alguna peluca como esas para poder disfrazarse en Carnaval o sencillamente para asustar en una fecha cualquiera. Hoy en día ese chirriante objeto de deseo está por sobre nuestras madres, un poco inaccesible como para apropiárselo.
(Cosa rara: acabo de escribir las líneas anteriores y en el equipo de audio Muddy Waters canta “She’s all right”)
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