jueves, 1 de enero de 2009

Verano VI (Salinger: un subrayado)

Me enteré hoy a través del blog de Martín Bentancor que en el día de la fecha Jerome David Salinger llega a los 90 años de edad. Algo me dice, no sé qué, y es probable que le erre de medio a medio, que Salinger va por el lado de los longevos de veras: Ernst Jünger, Juan Filloy, Francisco Ayala... Con Filloy, sin embargo, hay otra cosa más en cuanto a las semejanzas. Se trata del tema de los libros inéditos. En el escritor argentino permanecer inédito, y reescribiendo con tenacidad algunos de sus libros, era una cuestión cercana a su arte poética. En Salinger, que se retiró de la escena pública si no mal recuerdo a fines de los '60, el valor de lo inédito radica en que no quiere que lo fastidien. Creo que vive en los bosques de New Hampshire y que los paparazzi mueren por una foto suya, más que la última de Britney Spears sin bombacha. Por ahí, una ex mujer despechada reveló que no ha dejado nunca de escribir, y que cada libro nuevo es guardado con celo en una caja fuerte. Así que el asunto de la longevidad acá me lleva a olisquear también el morbo que podrían tener algunos lectores obsesivos, esos que están deseando que un día de estos aparezca un Max Brod que traiga las buenas nuevas de las narraciones inéditas de Salinger. Pero no, como decía, algo me dice que el hombre va a aguantar mucho tiempo todavía y le va a aguar la fiesta a más de uno. Hay mucho de vampirismo siempre en todo lector "fanático". Por eso, mientras pensaba en eso de las relaciones de lector y escritor, me fijé en uno de los subrayados que tengo en la edición de "Seymour: una introducción". Es la primera frase del libro, fuera de las dos citas que aparecen al comienzo, no como epígrafes, sino como disparadores directos del relato. Se trata además de una frase que tengo como grabada a fuego desde hace tres o cuatro años, cuando leí ese libro, y que trato de seguir letra por letra. Va...
"A veces, para ser sincero, me parece poco satisfactorio, pero a los cincuenta años considero a mi viejo amigo, el lector común, como mi último confidente hondamente contemporáneo, y, mucho antes de que yo llegara a la mayoría de edad, uno de los artesanos públicos más interesantes y menos fatuos que he conocido me insistió en que debía tratar de conservar un respeto constante y sobrio por la amenidad de esa relación, por curiosa o terrible que fuera; en mi caso, él lo vio venir desde el principio. La cuestión es la siguiente: ¿cómo puede un escritor tener en cuenta esa amenidad si no tiene idea de cómo es el lector común? Seguro que la inversa es bastante corriente, pero ¿cuándo se le pregunta al autor de un cuento cómo se imagina a su lector? Con mucha suerte, para seguir y llegar a la cuestión -y no creo que sean de las que sobreviven a una construcción interminable-, descubrí hace una buena cantidad de años prácticamente todo lo que necesitaba saber acerca de mi lector común, quiero decir tú. Lo negarás rotundamente, me temo, pero no estoy en condiciones de dar por segura tu palabra. Eres un gran aficionado a los pájaros."

2 comentarios:

Rafael Tortt dijo...

Tal vez esta relación(escritor-lector) sea uno de los puntos más interesantes en el arte literaria. Lo que me parece que realza ese interez es la imposibilidad de que el escritor sepa (al menos en su totalidad) las reacciones del lector. Abrazo.

Damián González Bertolino dijo...

Por supuesto, ¿verdad? ¿Quién sabe lo que escribe hasta que lo lee otro? Y aún así eso termina siendo un misterio. Por ahí hay un libro de Stephen King ("Mientras escribo") en el que el autor dice, justo al comienzo: ¿Qué es la literatura?, y se responde: "Telepatía". Es eso que está en el medio, pienso. Como cuando se representa el esquema de la comunicación con dos cabecitas y colocan flechitas de ida y vuelta entre una y otra. Bueno, como en todo acto de comunicación humana, el asunto está ahí en el medio, pero en el caso de la literatura la cuestión se vuelve más fuerte, porque, ¿quién asegura que tenga una finalidad unívoca eso que hay en el medio?
No sé, son la una menos veinte de la mañana...
Un abrazo grande y gracias, Rafael...