miércoles, 8 de noviembre de 2006

can-sa-do

Estimados lectores de tartatextual:

Lamento profundamente haber hecho un silencio por algo más de diez días... Aunque, si no había nada para decir, no veo por qué persistir en publicar cualquier cosa... Pero, como sea, sí había algo para decir, en realidad había mucho para decir... Bueno, se me está yendo la mano... a decir verdad, había muchísimo para comentar sobre estos días... Muy mucho (verbi gratia)...(Digamos que ahora estoy en mi cyber preferido, el de la calle Camino de los Gauchos, el cyber más indómito en doscientos metros a la redonda de mi casa. Es un cyber atendido por una simpatiquísima inmigrante boliviana y sus dos hijos rebeldes (adolescentes). Algún día tendré que hacerles la debida fama a estos personajes que condimentan cada día que entro a la web. ¿Por qué no? Y también tendré que hablar de todos estos chicos que me rodean desde hace un año o más y que se la pasan todo el día jugando a la computadora... A cualquier hora que yo llegue al cyber ellos están acá jugando a unos juegos extrañísimos de tácticas y estrategias y magia y persecusiones y acumulaciones siderales de puntos y créditos para luego salir del cyber y encontrarse con que ¡opa! ¡el sol seguía brillando ahí afuera!...)Hace días que he estado trabajando para Iscariote, diseñando, leyendo notas y ocasionalmente escribiéndolas... Todo contacto con internet quedó restringido a algunos mails a los colaboradores y la búsqueda de imágenes para pegar en la revista. Hasta estoy leyendo muy poco y viendo pocas películas (creo que lo último fue "Mr. Arkadin", de Orson Welles y "Vértigo", de Alfred Hitchcock). Ocasionalmente he salpicado mis días con lecturas de "El éxtasis de la montaña", de Julio Herrera y Reissig. Lo que más he hecho con toda certeza ha sido escuchar música. Si la música se pesara en gramos, tendría un par de camiones llenos. Redescubrí incluso un disco que había escuchado parcialmente hacía unos años, un disco en el que los Beach Boys tocan en una fiesta. Uno escucha las risas de aquellos hombres y aquellas mujeres de California que los estarían rodeando con sus blancas sonrisas y sus cabellos llenos de sal y dañados por el sol. Allí está la famosa "Barbara Anne". Pero también se encuentran sorprendentes versiones de tres temas de los Beatles, "Tell me why", "You've got to hide your love away" y "I should have to know better". Probablemente sea "Tell me why" la más linda versión de las tres... (Mañana me voy a arrepentir de lo que digo). Y hay algunas joyitas más, como un cover de un tema de Bob Dylan, "The times they're are they changing", y una versión grandiosa, hecha ahí nomás, de "Blueberry Hill" un clásico standard de jazz del que Louis Armstrong hizo alguna versión memorable. Pero por sobre todo, no he podido dejar de escuchar un disco de John Coltrane llamado "Coltrane plays the blues". Es un disco hermoso, pleno de intereses y sentimientos diferentes que terminan reuniéndose en un sólo punto. (¿No sienten que cualquier cosa, cualquier opinión que uno haga sobre una composición musical, en realidad, no quiere decir nada? ¿Qué fue eso que dije de que todo se reúne "en un solo punto"? Dejo fuera de esta crítica, obviamente, a los estudios técnicos sobre música, del tipo: "si nos detenemos en estos compases observaremos que el cambio en la tonalidad... etc., etc.) Hoy estuve en Punta del Este con Alfonso Larrea (amigo mío desde la época del liceo y colaborador de Iscariote) y me dijo que casualmente hacía poco que se había comprado ese disco y que no podía dejar de escucharlo... Hablando de Iscariote, la semana pasada fue la presentación (el jueves 26) y tengo que decir que fue moy emotiva, porque no sólo se apareció por allí gente muy querida, sino gente que ni conocía y que se mostró muy interesada. Incluso, algunas preguntas del público motivaron un debate muy interesante acerca de la situación de los contenidos o medios culturales en el interior de nuestro país. Al final, cuando nos estábamos sacando unas fotitos posando con todos aquellos ejemplares de la revista, Mª empezó a vender revistas con un sentido salvaje y conmovedor de lo que es el capitalismo. Y vendió muchas... Nos fuimos contentos... ella, Valentín, Francisco (el hermano de Valentín), Felipe y yo terminamos comiendo unas hamburguesas gordotas en un quincho de comidas en la Avda. Joaquín de Viana, al lado de un pelotero lleno de niños. De vez en cuando caían algunas pelotitas al lado de la mesa. Incluso había algo muy cómico. Había una columna de las que sostenía el techo al lado de donde estábamos comiendo y que tenía un adhesivo que marcaba la altura en centímetros. Como en el metro cuarenta de altura había una línea roja o de otro color chillón y acusador, al lado estaba escrita una leyenda que prohibía el ingreso al pelotero a todo aquel que sobrepasara dicha línea. La idea estaba muy buena. Estuvimos un rato coleccionando el recuerdo de personas adultas que habíamos conocido y que estaban por debajo de la altura que marcaba esa línea. Pero no valía citar enanos. El que citaba enanos perdía... Igual, creo que ninguno conocía un enano. el único enano que conocí yo fue el enano "Puchito", que vino con un circo a mediados de este año a Maldonado. Era un circo aburrido. Me acuerdo que había ido con Romina, mi sobrina de cuatro años, que estaba emocionada porque nunca en su vida había ido a un circo (sobre todo porque, ella no lo sabía, tenía cuatro años). En cierto momento de la función, cuando estaban actuando los payasos, la miro y me doy cuenta de que estaba mirando el techo concentradamente. A la salida le pregunté si le habían gustado los payasos. "No", me respondió "Estaba mirando el techo"... Bueno, mi sobrina es un poco especial...¿En qué estaba? Ah, sí... Estábamos hablando de gente de baja estatura (aún con el peligro de que Valentín se enojara). Y nos acordamos de una conocida que casi se ahogó en las termas de Salto, en una piscina que no superaba el metro treinta o cuarenta de profundidad en toda su superficie.¡Ah! Hoy pasé por la iglesia de Punta del Este y vi los arreglos que le han hecho, más que nada la nueva pintura, una especie de celeste. Estaba buscando al Presbítero Pablo Maguna para darle un ejemplar de Iscariote. No había nadie en la iglesia. Me senté en uno de los bancos y me quedé allí un rato. La iglesia de Punta del Este tiene un aire decididamente anglosajón, igual que la del barrio San Rafael. Lo que no me doy cuenta aún es si el estilo es del todo gótico. Voy a tener que repasar algunas cuestiones o preguntar por ahí. La cuestión fue que me dieron ganas de ser cristiano de verdad, no un tipo que vive con la carga de querer serlo. (Por favor, que después de esta afirmación nadie me mande mails asegurándome la pronta Salvación). Esta semana, además, a alguien se le dio por decir que yo había hecho un pacto con el Diablo, y esa afirmación corrió por el liceo donde trabajo, y unos alumnos vinieron en medio de un recreo queriendo saber cómo había sido, ni siquiera preguntando acerca de la autenticidad del comentario. ¡Qué honroso eso de creer ciegamente en esas cosas todavía! "¿No le van a contar nada a nadie?", "No, no, profe... Se lo juramos"... "Bueno, resulta que una noche cuando yo vivía en el Kennedy mi madre me mandó a comprar chorizos a la carnicería. En eso veo que uno de los bosques había una lucecita naranja que bajaba y subía... Y sentí una voz que decía: 'Damián. Damián. Ven sólo un momento, Damián' Entonces fui y llegué a ver un hombre gordo vestido de traje. La lucecita naranja era de un habano que estaba fumando. '¿Quieres ser grande?', me preguntó. 'Sí, sí, quiero ser grande, señor', le contesté... 'Entonces ya está', dijo 'ya estamos hecho... Tú y yo tenemos un trato.' Y eso fue todo. Después fui hasta la carnicería y el carnicero no me quiso cobrar. Ahí empezó todo, más o menos".Esa fue la historia.
Bueno, no cuento más: ya me puse muy confesional por hoy. (Ampliaremos)
Son casi la una de la mañana. Estoy cansado, me voy a dormir.
Sólo quedarán aquí estos chicos jugando sus juegos en la computadora. Aguantando la noche.

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