miércoles, 16 de junio de 2010

Un problema medio barroco


Creo que es una realidad bastante comprobable: a la gente por acá no sólo le encantó que España perdiera hoy 1 a 0 ante Suiza, sino que se lo tomó como una cuestión moral. Hice la encuesta en el liceo, más tarde en la calle con los conocidos que me crucé, luego en el almacén, después por messenger y por facebook. Sólo un chico, vestido con una campera con el escudo de River Plate argentino, me dijo algo distinto en el almacén: "Me da lo mismo... Que se la den entre ellos.", y pidió medio kilo de galleta de campaña. En todos los casos tuve en cuenta el apellido paterno de cada una de las personas (cuando no lo sabía lo preguntaba un poco indiscretamente) y el resultado me dio que todos eran de origen español, menos uno, que era italiano. Al principio me pareció que llevar la cuenta de los apellidos podía ser algo anecdótico, inútil, pero un poco más tarde me quedé con la duda de que fuera realmente así.
El primer tiempo, fue aburrido, confirmando la sensación media de este Mundial, que es la de estar siempre esperando que las cosas sucedan. Pero ni siquiera eso. Se esperaron los goles de España y se vio muy poco. Suiza se paró muy firme y tampoco hizo mucho por llegar de forma clara al área rival. Me parece que del primer tiempo se puede rescatar la salida del jugador suizo Senderos. Este hombre perdió el rumbo: lo cruzó de una patada a uno de sus compañeros y terminó saliendo lesionado, aun cuando el que llevó la peor parte fue el otro. Es decir, si en vez de un compañero, Senderos talaba a un rival, por lo menos se ganaba la amarilla. Pero terminó saliendo lesionado. Y salir lesionado por pegarle una patada a un compañero, y que el jugador que te reemplace se apellide von Bergen, no es algo que puedas olvidar fácilmente. De ahí, saltemos al segundo tiempo...
España se dormía... Intentaba mediante todos los recursos posibles entrar al área suiza, pero se encontraba con una defensa bastante buena. Su rival entonces tentó un ataque más, apenas uno más de esos tímidos que había realizado hasta el momento. Y le salió de maravillas. Metieron la pelota al medio, frente a la media luna, en un hueco que se formó en la defensa española por una falta de referencias, por un error de relevos... Uno de los delanteros suizos la recibe y es ahogado inmediatamente por la salida de Casillas, que de forma literal lo levanta en peso. Para mí fue penal, pero como la pelota deriva hacia la izquierda el juego sigue. Entrando en el área chica remata Gelson Fernandes y la pelota es contenida por los brazos de Piquet, que caía al césped en su esfuerzo de llegar. Otro penal. Pero no interesa, porque penal y gol, es gol. A Fernandes la Jabulani le queda servida, y así Suiza convierte el gol de la victoria. A partir de ese instante, que fue sin duda una cachetada durísima, la selección española cumplió al pie de la regla con uno de los pedidos más recurrentes que suelen realizar los periodistas deportivos: demostrar tranquilidad. Y España demostró tranquilidad. Se agarró a su método de juego vistoso y ante la mirada de todos intentó hacer notar que no era para tanto el gol suizo, porque España no dejaba de ser España. Y a eso iban los jugadores, pues, a hacer que España siguiera siendo España. ¿Pero qué España, qué idea de España? En eso se le fue el partido. Hubo en el medio algunas ofensivas que con un poco de suerte le pudieron haber otorgado el empate, así como también se salvó de que Suiza ampliara la diferencia con un gol que de no haber sido por Casillas se habría transformado en el más impresionante de lo que va del Mundial.
Eso fue el partido, más o menos.
A la salida del liceo, un profesor me comenta su alegría por el resultado. Me comenta que vivió un tiempo en España, y que desde que este país entró en el Mercado Común Europeo sus habitantes son intratables en algunos aspectos, cambiaron... El profesor me habla de una sociedad que de pronto se volvió soberbia y consumista. En realidad, tanto en las palabras del profesor como en las de otras personas, percibí otra cuestión, y es la de las raíces desacomodadas. Por eso afirmo más arriba que lo de los apellidos no es un dato inútil. Creo que hay cierto malestar en todo el asunto de la inmigración latinoamericana en España, en el hecho de que sus leyes de migración sean tan duras con los hijos y los nietos de las personas de ese país que buscaron refugio y paz en esta parte del mundo y lo obtuvieron. En cierto modo es un problema de criollos: nuestras raíces no van solamente hacia el suelo que nos ve crecer, sino que se extienden a la narración de la vida de las personas que llegaron del otro mundo para formarnos, y ese otro mundo es también el nuestro, en definitiva.
Sea por lo que sea, todos en realidad critican la soberbia, la autosuficiencia, la imagen que quieren extender de sí mismos los españoles. Pero el tema se va más lejos; no es un asunto explicable solamente por la velocidad de las cosas de hoy en día, no es explicable este caso español por la explotación de la imagen de un equipo para generar más dinero a través de sponsors. En realidad es un tema español, bien español, un tema entre España y cómo lo mira ya no Europa, sino el resto del mundo. Porque para los españoles esta de hoy fue una caída a la española, una caída en la que se podía apreciar, que es decir lo mismo, su intención de dejar de ser españoles, o al menos de serlo en otro sentido, en un sentido nuevo. Creo que se me ocurrió esto leyendo la brillante crónica del partido escrita por José Sámano para el diario El País de Madrid. Transcribo un fragmento realmente iluminador: "(...) ante Suiza se creyó que los partidos se ganan solo por estilo. Y no. El estilo es el punto de partida. La exclusividad del balón no garantiza el éxito si su sustento no resulta dañino. La pelota se abrocha con mala intención. No la tuvo España, que durante una hora fue más ancha que larga. Cada futbolista se sentía complacido por el mero hecho de masajear el balón. No hubo atrevimiento, rupturas en vertical, alguien intrépido que citara en el mano a mano a un adversario. Al frente solo llegaban Ramos y Capedevila, dos laterales al fin y al cabo. España jugaba con cierta atrofia de izquierda a derecha, de derecha a izquierda. Suiza, siempre precavida ante el rango de su rival, poco a poco se sintió en el paraíso".
No hay vuelta. El fragmento no sólo está resuelto de forma admirable, sino que da en la tecla del verdadero problema que tuvo hoy en la cancha España, y que es un problema demasiado viejo, más viejo para ellos que el propio fútbol.
¿Alguien recuerda las reyertas verbales que sostuvieron en las primeras décadas del siglo XVII los poetas españoles Lope de Vega y Góngora, y algo después, el joven Quevedo contra el mismo Góngora? Es interesante para el caso, porque allí se puede apreciar el desgarro cultural español entre lo que España tiene que ser para sí misma y lo que España quiere mostrar de sí misma al exterior... Hagamos entonces un resumen aunque sea primitivo de cierto momento de la poesía barroca española. Para poetas como Lope de Vega, la poesía de Góngora, que se calificaba de "cultista" o "culterana", era una poesía despreciada por oscura, extranjerizante, artificiosa, de "puro ruido y colores", una poesía en definitiva que por un uso del lenguaje excesivo, olvidaba, para sus detractores, lo concreto, el concepto, lo que había que decir: terminaba perdiendo el objetivo, su vínculo con la realidad. Si se lo mira ahora desde el lado de Góngora se podría decir que este poeta buscó trascender, superar los límites que su propia cultura le ofrecía para mejorarla, para crear una nueva realidad del lenguaje y, por lo tanto, una nueva instancia de su cultura.
¿Qué tiene que ver todo esto con un partido de fútbol? Pues con lo que sigue: España fue a lo largo de todo el partido "gongorista". "Masajeó" (como dice Sámano) demasiado la pelota, intentó embellecer extremadamente el partido en el momento menos indicado, y eso le costó caro, murió con los ojos abiertos, observando cómo los suizos ya habían entendido todo. Le faltó a España la prédica ejemplar, lo que tenía para decir, para concretar: el gol. No en vano Sámano tituló su crónica "Le puede la retórica". España sucumbió ante esa preocupación tan propia de su historia cultural que es hacer lo posible para estar a la altura de los demás. En este caso, seguir demostrando por qué es la selección número uno en el ranking de FIFA. No le basta ser la número uno, le basta tener claro su destino, y como no lo tiene, como pierde el rumbo y todos la miran, se aferra a lo que queda bien demostrar mientras todos observan: el lujo. Y en la reverberación del lujo se desfigura.
Es por esa cosa del destino que en su momento José Ortega y Gasset se apoyó en el Quijote para realizar sus famosas meditaciones. El Quijote era el esplendor de la cultura española, era aquel salvavidas del que tomarse en el mar de la duda existencial, ante el problema de la contradicción de la realidad española, ante el golpeteo constante de "la magna pregunta: Dios mío, ¿qué es España?", una pregunta que bien pudo haber andado de un lado para otro dentro de la cabeza de cada uno de los jugadores antes de irse a la cama (¡Bah! Esto último puede ser otro acto poético...)

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