jueves, 17 de junio de 2010

Veinte años después


1: Yo tenía diez años. Estaba en cama, enfermo de hepatitis... De hecho estuve en cama todo lo que duró el Mundial de Italia '90. Mi padre abandonaba el mostrador del bar para verme cada tantas horas, y casi siempre me tiraba encima de la cama un par de sobres de figuritas del álbum del Mundial de Coca-Cola. Llegué a completar dos álbumes... Las imágenes del campeonato que retengo son muy vagas. Veía los partidos en un televisor Philips 14 pulgadas, blanco y negro, pero creo que no le prestaba la debida atención. Me parece que me interesaba más esa reducción del Mundial que podía encontrar en el álbum, porque mientras los partidos se sucedían yo trataba de ubicar a los jugadores que nombraban en el álbum y memorizar sus fechas de nacimiento, los clubes en los que jugaban, etc. Me acuerdo de que había un jugador de Escocia, Roy Aitken, que era igualito, idéntico a uno de los caddies del club, Elvis Rocha, que además fue goleador de Kennedy en muchos campeonatos. Cuando me recuperé, algunas semanas después, y me encontraba al caddie en el bar de mi padre, hacía todo el esfuerzo posible por llevarle el álbum e indicarle la figurita en la que estaba Aitken y esperar a ver cómo reaccionaba. Pero la vergüenza me vencía siempre a último momento. Volviendo al Mundial en sí, al primer Mundial del que tengo conciencia de haber visto jugar a Uruguay, sé que tengo relampagueos de imágenes que me llegan atropelladas. La primera de todas es la de Maradona. Maradona ya era un nombre terrible. Su imagen, cruzada por el anti-porteñismo y el embelesamiento que producía su juego, era un problema doble. A mí no me caía mal. Por eso retengo con placer el hecho de verlo dominar la pelota minutos antes del partido inaugural contra Camerún, y también la decepción de que Argentina perdiera ese partido contra todos los pronósticos. Sin embargo, la imagen principal es la del gol de cabeza Daniel Fonseca en la hora contra Corea del Sur. Eso le permitió a Uruguay vencer por 1 a 0 y clasificar a octavos de final. Fue la última vez en veinte años que Uruguay ganó un partido por la Copa del Mundo. Hasta hace unos días. No grité el gol. No tuve ningún sentimiento específico, más allá de cierto interés de querer enterarme del todo acerca de lo que ocurría. A mis padres no les interesaba mucho el fútbol. Mejor dicho: a mi padre sí, pero su interés era relativo. Era como el amor cansado de alguien que había amado demasiado. Por eso no había en mi casa una emoción específica. Cuando unos segundos después del replay del gol de Fonseca la cámara mostraba las caras de decepción de los jugadores suplentes y del técnico de Corea del Sur, escuché un comentario piadoso de parte de mi madre y que llegaba desde algún otro lugar de la casa. Esa compasión que percibí en el aire creo que me hizo pensar que algo estaba mal, de todos modos; algo no estaba bien a partir del gol de Fonseca, más allá de que nosotros ganáramos. Entre el comentario de mi madre y la imagen de los jugadores uruguayos festejando, yo no sabía bien qué tenía que sentir.

2: Como el Mundial se mostraba a la inversa de lo que todo el mundo esperaba, tal como incluso aconteció con la derrota de la tan esperada presentación de España en el turno anterior, ahora los acontecimientos revelan que si algo se da vuelta, necesariamente lo que estaba del otro lado, ignorado, aparece.

3: Creo que va a haber que buscar bastante para encontrar un partido en el que Uruguay haya jugado tan bien en un Mundial. Algunos quizás propongan que ese partido fue el Uruguay 0 - España 0 de Italia '90. Pero ese partido fue precisamente un 0 a 0. Si Uruguay jugó fenomenal, el resultado en realidad no te dice nada al respecto. Quizás los más veteranos puedan decir que la última gran actuación fue en México '70. No sé... Habrá que ver. Probablemente también muchos sostengan que Sudáfrica no era un rival tan exigente como se esperaba, y que haberle ganado por 3 a 0 fue justo. Pues bien... ¡Pero cuántas veces hemos jugado contra rivales supuestamente inferiores en rendimiento o plantel y no hemos sabido sacar ventaja de eso! Muchísimas veces. Contra Sudáfrica, Uruguay se vio absorbido por la lógica, o interpretó la lógica y se entregó a ella. Forlán jugó un poco más retrasado, de enganche, y reiterando lo que había hecho contra Francia cada vez que arrancaba a jugar desde ese sector: Retuvo la pelota, la administró pasándola con precisión, remató, supo jugar notablemente sin pelota... Forlán hizo un partido perfecto. Pero su actuación fue la parte visible del iceberg, porque todo el equipo uruguayo realizó un trabajo estupendo en cada una de las líneas. Se notaba que había una columna vertebral que ordenaba el juego uruguayo: en la defensa, Godía; en el mediocampo, Arévalo Ríos; y en la delantera, Forlán, y, sobre todo en el sugundo tiempo, Luis Suárez. Si no se nombra al arquero, Fernando Muslera, es porque el trabajo de Uruguay fue tan perfecto, que recién en el segundo tiempo Muslera tuvo que intervenir, sin demasiado apuro. De hecho, para Muslera fue un día soñado. Cumplir años atajando en un Mundial en Uruguay, y que tu equipo logre justo ese día la primera victoria en veinte años, y que no te hagan ni un gol, es más, que ni la toques, te convierte en un miembro privilegiado de esta República. Uruguay jugó tan bien (mezclando la omnipresente "garra" con una gran claridad para "leer" el partido), que eso se puede ver en algunos aspectos precisos de los que quizás no haya muchos antecedentes propios en competencias importantes (me refiero a esos aspectos todos juntos). Primero: cuando convirtió el 1 a 0 (golazo de Forlán) no le dio la pelota a su rival, o no se dejó avasallar, ni siquiera ante un equipo que era nada menos que el local. Segundo: cuando en el complemento Sudáfrica, con bastante amor propio más que fútbol, comenzó a dominar el juego buscando el empate, Uruguay aumentó la diferencia. Y tercero: cuando Sudáfrica se quedó con un jugador menos tras la expulsión del arquero Khune, Uruguay supo aprovecharlo y convirtió así el tercer gol, que ahora le permite liderar por saldo de goles el grupo. Con sólo un empate ante México, que a segunda hora sopapeó bien sopapeado a Francia, nuestra selección puede clasificarse como la ganadora del grupo A y esperar al segundo del B, que con toda probabilidad esté entre Corea del Sur y Grecia. Extraño, ¿no?...

4: El silencio del estadio de Pretoria era contundente. Tanto, que podía sentirse sobre el pecho a través incluso de una transmisión televisiva. Los baches entre las palabras de los comentaristas tenían algo de antinatural. Las vuvuzelas, de las que tan largamente se han quejado todos desde los pocos días que llevamos de competencia, esos cornetazos que se suman uno a uno y forman un sonido ominoso, desaparecieron. Así, de pronto. Las cámaras empezaban entonces a mostrar lo que nunca ha sucedido en un Mundial: los simpatizantes de la selección local se retiran apesadumbrados, decepcionados tras el segundo juego de la ronda inicial. Cada vez que Forlán, o Suárez, o Cavani corren tras una pelota y la dominan y levantan la cabeza para encontrar al compañero que está mejor ubicado, el silencio, o esa parte del ruido general que es sólo silencio duro y pesado, baja como el gesto de asentimiento de un terrible verdugo. Ahora nosotros somos el terrible verdugo. Y eso nos gusta. Se siente bien. Pero nos desacomoda. Al final de la transmisión de canal 4, cuando desde estudios aguardan unos minutos para entrevistar vía satélite a Diego Forlán y a Luis Suárez desde el mismo campo de juego, Mario Bardanca baja las revoluciones. Para Bardanca ahora es necesario que este triunfo no oculte la realidad, la realidad de que hay que seguir trabajando y y que hay que tranquilizarse porque esto es un Mundial y en pocos días más enfrentamos a México y eso nos puede doler. El festejo debe existir, pero el festejo debe ser amortiguado por un aire de mesura que todos debemos mostrar. Nada de emociones fuertes por ahora, parecieran decir las palabras de Bardanca. Nada de impulsos bárbaros ante la estructura racional de las inscripciones de los resultados y las posibilidades del fixture.

5: Al día siguiente anduve entre Maldonado y San Carlos e hice todo lo posible por hablar con personas de todo tipo sobre el partido. En dos liceos, en un bar donde almorcé en San Carlos, en las paradas del ómnibus, en una estación de servicio, en un quiosco, etc. Estoy seguro de que todos estaban orgulloso, verdaderamente felices de lo que hizo la selección de su país. Pero al final siempre había algo que le daba un tono nuevo a la felicidad. Y ese tono convertía a la felicidad en algo un poco turbador. El chico de quince años que me mira en el patio de un liceo me pide que no me deje llevar del todo por la emoción, que nos cuidemos de México y que tengamos en cuenta que no estamos clasificados aún. Un hombre mayor sentado en el banco de la parada de ómnibus que está sobre una de las avenidas de San Carlos, respira hondo y da la impresión de que se quiere hundir en medio de toda la luz de ese jueves de sol brillante y cielo celeste. "El verdadero Mundial", me dice "arranca en octavos, m'hijo". La muchacha del bar que me toma el pedido mientras mira de reojo cómo Grecia acaba de hacerle el segundo gol a Nigeria, está feliz. Pero ve los rostros de los jugadores nigerianos antes de que se reanude el partido y parece que eso le hace saltar un fusible: "¡Ay!... ¿Pero no te dio pena ver a todos lo negros tristes ayer?". Yo hago silencio como para darle a entender que me interesa que siga hablando. "Eso me partió el alma, al final".

No hay comentarios.: